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Columna destacada | Lorenzo Carnelli | política |

Los olvidados que dicen presente

Lorenzo Carnelli y el derecho a la existencia

El pensamiento de Carnelli representa entre nosotros 'la escuela del solidarismo jurídico' surgida a comienzos del siglo XX.

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Hoy por hoy, la figura de Lorenzo Carnelli es la de un gran olvidado. Mucha agua ha corrido bajo los puentes de nuestras estructuras político-partidarias, y la mayor parte de quienes ansiaban la plasmación de los grandes conceptos de la justicia social terminaron por irse, medio siglo después, a las filas del Frente Amplio. Pero en su momento, Carnelli la tuvo muy difícil. No lo quiso, o lo aborreció más bien, el herrerismo. No terminaron de simpatizar con él ni el batllismo ni las ya nacientes izquierdas del Partido Socialista y el Partido Comunista. Hasta con Vaz Ferreira sostuvo una apasionada discusión (o más de una). Pero supo elevar su voz y sembró ejemplo. Fundó la corriente del radicalismo blanco a comienzos del siglo XX y en muchos sentidos se transformó en el famoso tábano socrático, molesto a más no poder, especialmente para un puñado de conservadores (así se llamaron a sí mismos), entre los que se contaban, en primera línea, Luis Alberto de Herrera por el partido blanco y Pedro Manini Ríos por el partido colorado, a través del riverismo. “Ante la tradición no hay más que dos grandes partidos: blanco y colorado”, expresó en una famosa conferencia, en 1925. “Ante la cuestión social no hay tampoco más que dos grandes tendencias: avanzada y conservadora”.

Lorenzo Carnelli nació en Montevideo el 6 de enero de 1887. Sus padres fueron Juan Carnelli y María Genne. Siendo estudiante de Derecho comenzó su actividad periodística en el diario La Democracia, dirigido por Herrera y Carlos Roxlo, y llegó a ser secretario del Círculo de la Prensa, presidido por José E. Rodó. Pero todo se le trastocó en 1910. En noviembre de ese año, los blancos realizaron un levantamiento armado para impedir el triunfo electoral de Batlle. Así tuvo lugar el combate de Nico Pérez, entre las fuerzas (hoy serían llamadas por lo menos subversivas, violentas, sediciosas y contrarias al orden y a las buenas costumbres) de Basilio Muñoz, por un lado, y el ejército gobiernista, por el otro, a cargo del teniente José Pollero. Finalmente, los blancos resultan derrotados, y Carnelli se aparta de la línea conservadora y se pliega a un nuevo intento armado, en 1911, en la acción revolucionaria de Bagé. Vencida esta intentona, inicia una furibunda prédica de tono radical, a raíz de la cual terminó bajo arresto en la ciudad de Minas. Después de eso se fue a vivir a Tacuarembó, donde ejerció su profesión de abogado, y siguió trabado en lucha con la facción conservadora del partido blanco, hasta que resultó electo diputado, cargo al que renunció de inmediato para mantenerse fiel a su prédica abstencionista (su elección había sido promovida contra su voluntad por el electorado nacionalista de Montevideo). En 1916 su programa ideológico estaba ya delineado en sus rasgos principales. Ese año presidió el Comité Popular Nacionalista, con el objetivo declarado de promover en la futura Convención Constituyente (que se iba a formar para proceder a la reforma de la Constitución) “los postulados sociales y políticos que la ciencia acepta como realizables en el seno de los pueblos”. A partir de ahí decidió inclinarse del lado del “pueblo humilde, que es la gran fuerza del partido del llano, a quien mueve el culto ardiente y desinteresado del ideal blanco; que es radical por esencia; que repudia las combinaciones y amasijos políticos, y quiere que el camino a proseguir sea recto y limpio”. Formó el Comité Radical Nacionalista que se transformó luego en el Radicalismo Nacionalista, para espanto y rabia del poderoso sector de los conservadores, liderados por Herrera. Reafirmó también “la tutela de los legítimos derechos de las clases trabajadoras y de sus reivindicaciones de justicia social”. En mayo de 1920 se constituyó el Directorio presidido por Herrera y, en setiembre, el radicalismo le salió al cruce y se proclamó a sí mismo como una “entidad política con jurisdicción propia y separado del oficialismo directoral”. Enseguida arreciaron las críticas por parte del ala conservadora del Partido Nacional, a través de artículos en La Democracia y en El País, y Carnelli fue acusado de traer a la tierra patria las “teorías azotadoras y disolventes que nos llegan de Europa”.

Como expresa R. García Bouzas, el pensamiento de Carnelli representa entre nosotros “la escuela del solidarismo jurídico” surgida a comienzos del siglo XX. Pertenece a una generación a la que le tocó enfrentarse a “los primeros embates de la resistencia conservadora”, agrega la historiadora. Ese proceso retrógrado se inicia con el Alto de Viera de 1917, erigido en freno al batllismo reformador. Nació así entre nosotros la República conservadora, y nació también, en paralelo, el radicalismo de Carnelli, cuyo movimiento resultará escindido del Partido Nacional. En un próximo artículo continuaremos asomándonos a su pensamiento, que trasciende ampliamente un simple programa político, para ingresar de pleno derecho en el campo de la historia de las ideas. Y así como, en su momento, Florencio Sánchez repudió las tradiciones partidarias en sus “Cartas de un flojo” (publicadas en 1900, en el diario El Sol de Buenos Aires), también Carnelli se despachará contra los “pobres iscariotes que se pasan balando a la luna sus monsergas sobre partidarismo arcaico, sin una sola afirmación de principios, sin una sola aspiración de progreso”. Dicho sea de paso, repudia por igual al tradicionalismo “intransigente, inflexible y absolutista” y a la política “sovietista, bajo cuya dictadura mueren las entidades políticas”. Vale la pena regresarlo del olvido, no necesariamente para coincidir con él punto por punto (esa no es ni ha sido nunca la base de ningún debate racional), pero sí para recordar que no todo ha sido, en filas de los dos partidos tradicionales, violencia armada más o menos estéril, librada en las cuchillas (una violencia a la que arrearon a los pobres habitantes del campo, ligados a sus patrones terratenientes por vínculos casi indisolubles, del más rancio carácter feudal), ni posiciones conservadoras que sólo claman por una democracia política, centrada en el voto y en las urnas, y se olvidan de las otras facetas de la democracia, la social y la económica, basadas en la justicia, en la comunidad, en la solidaridad y en el derecho a la tierra y a la existencia, de las que sí se ocupó Lorenzo Carnelli.

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