Según diferentes tradiciones, incluyendo su absorción por el llamado mundo occidental, el relato ha sido utilizado para expresar la relatividad o la naturaleza inabarcable de la verdad, así como la necesidad del imprescindible análisis integral, la importancia de la comunicación entre distintos conocimientos y hasta la tolerancia de otros saberes. También ha servido para ponderar el trabajo colectivo que, desde diferentes perspectivas y conocimientos situados, aporta a una construcción común.
La izquierda, tal como la concebimos en sus derroteros de los últimos 175 años, años más, años menos si ponemos el mojón tan eurocéntrico de aquel 1848 en que un fantasma recorría Europa, ha necesitado de la esencial autocrítica como el aire que exigimos trece veces por minuto, para decirlo en clave de Celaya. Lo que no quiere decir que sea algo fácil ni tampoco practicado como se merece.
Para la derecha, por el contrario, fiel al statu quo, la noción de autocrítica ha estado más ligada a la necesidad de aprender a dominar y a defender sus privilegios, que a reflexionar respecto de sus prácticas sobre alguna mejora de la sociedad. De hecho, sus planteos en términos de ideal social no proponen ninguna utopía. Y cuando se ponen críticos con el mundo que ha perdido sus valores (los de ellos) sueñan con reinos que perpetúan la desigualdad, esa que conciben como orden natural. Y si acaso se insiste en expresar las diferencias sociales o se cuestiona el orden establecido, no faltará la pregunta de Babieca ante las penurias clamadas por Rocinante en el soneto de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuando Cervantes les hace decir en uno de los versos dialogados: "¿Metafísico estáis? Es que no como".
Crónica de una autocrítica anunciada
Quién lo diría, una derecha que aborrece tanto a la izquierda, sin embargo la imita. Tal vez porque en el FA, con buen tino, acotó su autocrítica en favor de una resistencia y acumulación de fuerzas de cara a la contienda electoral. Salió bien pero es notorio que estamos pagando el precio de ese frágil equilibrio. Vaya si habrá que valorar cada sustancia esencial puesta en la balanza, a condición de recordar que todo lo sólido se desvanece en el aire.
Volviendo a la actual oposición, las noticias repican al Presidente del Honorable Directorio del Partido Nacional en su gira por regiones del interior del país. Repiten que Álvaro Delgado alerta sobre un “sesgo importante” de jóvenes hacia el Frente Amplio y su llamado a “ensanchar la base” de su partido para hacerlo “más inclusivo y representativo”. El ex candidato derrotado con la fórmula de la discordia junto a Valeria Ripoll, esgrime que tal conclusión emana de un estudio de opinión pública solicitado a la empresa Opción Consultores, aunque nada dice sobre dónde quedaría él y tanto correligionario si realmente se diera semejante inclusión y se representaran tales intereses.
Los reportes anuncian que la tarea del momento es "escuchar, aprender y corregir errores”. Claro que no falta el latiguillo de “reafirmar lo que se hizo bien” para rematar con una alusión al futuro. Todo con un gesto bastante displicente y una mirada algo distraída, como cuando su correligionario experto en pasantías, Carlos Moreira, se fue de nuca con silla y todo en plena conferencia de prensa en Minas.
Otro de los calificativos que brilla en las crónicas y móviles es el de "etapa histórica". No está nada mal para un partido conservador que supo mantener al Herrerismo como un actor destacado en los dos Golpes de Estado que sufrió la sociedad uruguaya en el siglo XX. Aquel del apoyo de Luis Alberto de Herrera a la dictadura de Terra, mientras Brum se inmolaba y algunos dignos blancos independientes se reviraban en Pasó Morlán, aunque por pocos días. Y por cierto, cuando la incipiente izquierda dividida denunciara el golpe y empezara a mirarse de reojo en la tarea de reducir sectarismos varios y tejer una unidad cosida con paciencia, y más de una puntada en el dedo, hasta que muchas manos aprendieron a zurcir en colectivo.
¿Qué nación defiende el Partido Nacional?
Para comprender su papel histórico concreto, ya para la segunda dictadura, más allá de que errores hubo en todos los partidos, basta recordar que en un PN en el que crecía el liderazgo de Wilson Ferreira Aldunate, el candidato Herrerista en las elecciones de 1971 fue nada menos que Mario Aguerrondo, un militar católico y anticomunista, general golpista fundador de la Logia Tenientes de Artigas. Vale recordar que en aquella fórmula fue acompañado por Alberto "Titito" Heber Usher y que tres de sus ministros permanecieron en el gabinete de Juan María Bordaberry después del Golpe de Estado de 1973. O que Martín Echegoyen, miembro del Directorio del Partido Nacional fuera designado Presidente del Consejo de Estado, así como Edmundo Narancio, referente del diario El País, fuera el interventor de la Universidad de la República. Todo mientras otros blancos se oponían a la dictadura.
Es que el PN, y en especial el Herrerismo, tiene en el debe más de una autocrítica. Por ejemplo, sobre su trayectoria como reacción conservadora para frenar cualquier avance batllista, en la que no dudaron en juntarse con el riverismo de los Manini Ríos. Lo mismo sobre desflecar todo vestigio de wilsonismo, coptando con cargos a exseguidores que saltaron el alambrado, o se colaron por más de una portera, a ese campo opuesto al que Wilson denominó "blancos baratos". Y para hablar del presente, para indignación de la memoria de un Leandro Gómez o de Bernardo Berro, vale la pregunta: ¿por qué se llaman Partido Nacional si defienden los peores intereses extranjeros? El Cardamagate está que arde.
Una buena opción
Las conferencias de prensa de estos "nacionalistas" no informan nada respecto de cuánta gente participa ni quién ordena la discusión. Tampoco sobre qué se debate y cómo ni quiénes tienen permitido hacerlo. Claro, la orgánica del PN no tiene demasiada vida interna entre zafras electorales.
Sin embargo, lo que no falta es el diagnóstico basado en encuestas de opinión pública y estudios complementarios. Más allá de la importancia de incorporar con rigor aportes de las ciencias sociales y de los análisis politológicos, no deja de llamar la atención que la misma empresa encuestadora que es contratada para brindar ese servicio, sea la misma que en estos días difunda una encuesta que muestra al flamante intendente de Salto, Albisu, con el 61% de apoyo para echar a 291 trabajadores.
O que resalte el apoyo a la gestión departamental en los primeros 100 días de gobierno por parte del 66% de salteños, con una desaprobación de apenas el 6%, cuando el FA conquistó casi el 40% de los votos y perdió solo ante la unidad de toda la derecha en formato Coalición Republicana. Habrá que ver si Opción sigue brindando encuestas en otros departamentos en manos de los blancos.
El elefante de la corrupción
Pero lo que más llama la atención es que se identifique, como causa de la derrota, el problema del PN para lograr votos en los sectores más jóvenes que se incorporan al padrón electoral. Esto dicho a coro, a la vez que se niegan u ocultan otros datos y elementos más evidentes. Porque lo que se niega a expresar la dirigencia de este Honorable Directorio móvil (con más de un sillón tambaleante y más de uno queriendo jugar al juego de la silla) es que la larga lista de casos de corrupción por parte del gobierno de Luis Lacalle Pou, fue lo inédito y lo histórico. Y eso que tuvo que superar al gobierno de su padre, Luis Alberto Lacalle Herrera, lo que no era changa. Y sí, la fruta cae cerca del árbol y las nubes (de humo) pasan y el azul queda. Por suerte, más despejado con el gobierno del Frente Amplio, más allá de nuestras propias carencias y autocríticas incompletas.
Tal vez sucede lo mismo que le pasaba a aquellas personas ciegas en las tierras surcadas por el Ganges, al encontrarse con el elefante. Pero a diferencia de quienes deseaban comprender y esbozar un conocimiento conjunto, esta dirigencia blanca, tan poco autocrítica, no quiere ver el elefante de la corrupción tal cual es y elige quedarse con el dato parcial de una explicación sesgada, propia de quienes miran sin querer ver. Sigan así.