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Columna destacada | Cardama | Javier García |

Navegando en aguas turbias

El Titanic blanco se va a pique

Después del anuncio acerca de que el Estado uruguayo se proponía rescindir el contrato con Cardama, saltó como un resorte el senador blanco y exministro de Defensa Nacional, Javier García.

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Poco después de la asunción del gobierno encabezado por Yamandú Orsi, el senador Daniel Caggiani advirtió que la administración saliente había dejado “bombas y cráteres”, en alusión no sólo al mayor déficit fiscal de los últimos 35 años, a obligaciones impagas por casi mil millones de dólares y a un aumento en la deuda pública de diez puntos del PBI, sino también a varios asuntos espinosos que forman parte de la herencia maldita. Por entonces, en una columna de opinión, titulada “Orsi encarrila lo que Lacalle Pou descarriló”, nos referimos a los ocho clavos ardientes de un gobierno que hizo de la irresponsabilidad, la falta de transparencia, la opacidad, el bochorno, la impunidad y la corrupción un estilo de gestión.

Uno de los problemas que marcamos es el contrato que firmó el por entonces ministro de Defensa Nacional, Javier García, con el astillero español Cardama para la construcción de dos lanchas patrulleras oceánicas destinadas a la Armada Nacional, a un costo de más de 90 millones de dólares. Además, consignamos que la empresa, pese a que en la licitación salió última, fue sospechosamente favorecida con la adjudicación directa de este proyecto, aunque, hace muy poco tiempo, estaba al borde de la quiebra y no tiene experiencia en la fabricación de embarcaciones de estas características. Incluso, señalamos que no había certeza de que cumpliera con lo acordado, pese a que recibió adelantos de dinero equivalentes a un tercio del valor total de la operación. Aunque no nos creemos augures, este negocio resultó ser un fiasco y tiene hedor a delito, lo cual ameritó una denuncia penal por parte del Gobierno, ante la fundada presunción de una eventual estafa.

Después del anuncio acerca de que el Estado uruguayo se proponía rescindir el contrato con la cuestionada empresa gallega, saltó como un resorte el senador blanco y exministro de Defensa Nacional, quien atribuyó la decisión a una maniobra política tendiente a distraer la atención, en momentos en que la oposición lanzó una fuerte ofensiva con el propósito de lograr la remoción del presidente de ASSE, Álvaro Danza. Es claro que los cuestionamientos contra el aludido jerarca se originan en su intención de investigar las graves irregularidades detectadas en el organismo durante la gestión de Leonardo Cipriani, así como las causas de la cuantiosa deuda heredada con proveedores. También les preocupa que se indague en torno al cierre de la mutualista Casa de Galicia y los vínculos empresariales del exfuncionario blanco con el Círculo Católico, que heredó el 50 % del padrón de socios de la institución de asistencia médica liquidada.

Javier García olvidó que fue él mismo quien anunció inicialmente que la primera patrullera debería ser entregada en junio de 2024 y luego en el primer trimestre de este año, lo cual no sucedió.

La decisión del Gobierno de Orsi con respecto a Cardama no tiene nada que ver con la situación de Danza y sí con la constatación de que la firma española no cumplió con los términos del contrato y hasta presentó una garantía de fiel cumplimiento de una empresa inexistente que, como lo señaló el secretario de la Presidencia de la República, Alejandro Sánchez, “es de papel”.

Obviamente, las dificultades del astillero Cardama para obtener garantías se han prolongado durante todo este proceso iniciado en diciembre de 2023, cuando el Estado firmó el oscuro contrato. Bajando el tema a tierra y aplicándolo a la vida cotidiana de cualquiera de nosotros, ¿cuándo alguien tiene problemas para obtener una garantía en la hipótesis, por ejemplo, de la solicitud de un crédito? Obviamente, cuando la persona, la empresa o la institución no son confiables y se duda de su capacidad para afrontar sus compromisos. Eso parece ser lo que le sucede a Cardama, que se ha pasado solicitando prórrogas para la presentación de garantías y, casi siempre, fracasó en su intento de obtenerlas. Es decir, nadie confía en ella.

Según el manual del capitalismo, la confianza es una expectativa firme de comportamiento, en cuyo marco se confía en que otros actuarán de manera adecuada, honesta y con previsibilidad. En ese contexto, esta cualidad es un requisito fundamental para la concreción de negocios, ya que facilita las operaciones económicas al cumplirse con lo acordado. Incluso, la teoría del denominado “capitalismo consciente” enfatiza en la confianza en el sistema, tanto en lo que atañe a las instituciones como a las personas. Ese es el único modo en el que el sistema funciona.

En lenguaje corriente, este concepto sería la buena fe con la que se actúa. Desde esta premisa se construye la confianza y sólo se puede tener confianza en una empresa sólida, que honre sus compromisos y que cumpla con los contratos que firma.

Ese es precisamente el meollo de la cuestión. Nadie puede confiar en una empresa que estuvo al borde de la quiebra y que enfrenta, desde hace tiempo, serios problemas económicos. Es lo mismo que otorgarle un crédito a un desempleado sin que nadie le salga de garantía. Si el deudor no paga, es la garantía —ya sea persona o empresa— la que tiene que hacerse cargo.

Es claro que la empresa no era confiable para nadie, excepto para el Gobierno de Luis Lacalle Pou, que le adjudicó el trabajo mediante la modalidad de contratación directa, luego de que la licitación internacional convocada naufragara, tras haberse desestimado la mejor oferta evaluada, que era la de la empresa China Shipbuilding Trading Co (CSTC). Las razones no fueron técnicas sino políticas, ya que la Administración derechista cedió a las presiones de la Casa Blanca para que tomara la errónea y drástica decisión. Habrá que indagar en por qué se optó por esta empresa.

Empero, la pregunta que hay que formularle a Javier García, que saltó como una hiena enfurecida no bien se conoció la intención del Gobierno de rescindir el contrato, es la siguiente: ¿Por qué se encomendó el trabajo a una empresa que afrontó serias dificultades financieras y tiene balances contables negativos?

En efecto, un informe de la consultora Dun & Bradstreet indicó que el astillero Francisco Cardama tenía un riesgo de quiebra alto, en cuyo contexto, en una puntuación de 1 a 100, donde 1 es el riesgo mayor, se le otorgó una puntuación de 2. Este análisis demostraba que la empresa no era fiable para encarar un proyecto 200 veces superior a su rentabilidad anual y que tiene una facturación anual menor al 20 % del valor de una embarcación como la ofertada. De este reporte se infiere, con meridiana claridad, que había serias dudas acerca del respaldo económico que tenía el astillero para manejar el flujo de fondos, desde la compra del diseño hasta los materiales, mano de obra y sistemas a lo largo del proceso de fabricación. Incluso, según el portal español Economía Digital, Cardama admitió en su último balance “tensiones de liquidez”, que afectaban su capacidad para cumplir con los plazos.

A todo ello se suma un conflicto societario. El empresario José García Costas —expresidente de la Cámara de Comercio de Vigo que controla el 39,6 % del capital de Cardama a través de su empresa Groupmar— se negó a firmar las cuentas de la empresa en 2024. El restante 59,8 % pertenece a Imbeira SL, sociedad liderada por el empresario Mario Cardama.

Estos problemas debieron ser motivos suficientes para no firmar el contrato. Evidentemente, los 30 millones de dólares que pagó el Estado uruguayo fueron un salvavidas para evitar que Cardama se hundiera y se ahogara.

El Partido Nacional, que se expresó como bloque criticando la decisión del Gobierno, parece estar más preocupado por los intereses de la empresa gallega —la cual nunca presentó una garantía válida— que por los del país. Ahora, que todo está en la órbita judicial, empieza a hundirse el Titanic blanco.

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