Ciento veinte años después y en plena campaña electoral, el Partido Nacional homenajeó a uno de sus presuntos próceres, el caudillo Aparicio Saravia, que el 10 de setiembre de 1904, cayó herido de muerte en un campo de Masoller, departamento de Rivera, por una bala devenida de un presunto acto de guerra pero que algunos investigaciones atribuyen a un sicario contratado por el gobierno del colorado José Batlle y Ordóñez, para terminar con la contienda militar.
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El caudillo luchó denodadamente por el voto directo y universal, que recién fue consagrado por la reforma constitucional de 1916. Aunque este instrumento fue el parto real del sistema republicano representativo en nuestro país, hoy su colectividad se resiste a quienes quieres ejercer su derecho a la democracia directa, en un plebiscito constitucional para eliminar las Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional, que se apropian y manejan con absoluta discrecionalidad los aportes de los trabajadores.
En la oportunidad, el candidato presidencial Álvaro Delgado convocó a la militancia a echar el resto y ponerse la campaña al hombro para ganar las elecciones y así evitar el retorno del Frente Amplio al gobierno, que, en su opinión, sería como regresar a un pasado que tanto critica la derecha.
Empero, lo paradójico es que las ideas de Aparicio parecen estar más del lado izquierdo del espectro político vernáculo que en el propio programa de los presuntos blancos del presente, que hace bastante tiempo enterraron el ideario y los sueños del caudillo caído en Masoller e incluso las ideas de uno de sus más dilectos herederos: el traicionado líder nacionalista Wilson Ferreira Aldunate.
El Partido Nacional, contemporáneamente vaciado de saravismo y también de wilsonismo, insiste en apropiarse de la figura de Saravia, fallecido hace 120 años. Su revolución quedó inconclusa. Al respecto, ¿qué relación existe entre las ideas emancipadoras del “cabo viejo” y el Partido Nacional del presente, el cual encabeza un gobierno pro-oligárquico de derecha, que integra incluso al partido militar Cabildo Abierto, que justifica la dictadura? ¿Puede haber algo más antagónico que la ideología libertaria de Aparicio Saravia y un conglomerado político que reivindica a un régimen criminal que asoló a nuestro país durante casi doce años de espanto? Obviamente, no.
“Dignidad arriba y regocijo abajo”, proclamó otrora el caudillo, en una suerte de legado que insta a sus seguidores a ejercer el poder, cuando sea menester, con dignidad y honestidad. En contrapartida, alude a “los de abajo”, a los del llano –seguramente su mensaje se dirigía a los pobres y al ciudadano común– que, según su sensibilidad, deberían disfrutar de una vida digna y sin privaciones.
No en vano, este líder era identificado por los gauchos como un “montonero más” y uno de los suyos, más allá de su rango de general. Incluso, no dudó en llamar “compañeros” a sus seguidores. ¿Le resulta familiar al lector este vocablo que sugiere cercanía y fraternidad y minimiza las distancias sociales?
Compañero, esa palabra tan entrañable para quienes somos y nos sentimientos de izquierda desde siempre, simboliza el espíritu de confraternidad de quienes abrazamos una misma causa y militamos, con indomeñable amor por la concreción de las radicales cambios estructurales que requirió en el pasado y requiere en el presente, nuestro Uruguay.
Aparicio Saravia no sólo luchó hasta la muerte por la consecución del sufragio universal que hoy está naturalizado. También bregó denodadamente por la libertad, la justicia social y por los derechos de todos los ciudadanos, parafraseando el “naides es más que naides”, una de las máximas de nuestro padre José Artigas, cuyo sustrato ideológico está presente, naturalmente, en el Reglamento de Tierras de 1815, la única reforma agraria de nuestra historia, para que “los más infelices sean los más privilegiados”.
En 2024, con este gobierno de coalición encabezado por el Partido Nacional, una minoría detenta el poder económico, en un país en el cual 17.000 personas poseen patrimonios netos de más de un millón de dólares, un 14 % de la riqueza está en manos de 2.500 uruguayos (0,1 % de la población) y unos 120 compatriotas ostentan dinero y propiedades por un valor de más de 30 millones de dólares.
Mientras tanto, en este mismo pequeño territorio de 176.215 kilómetros cuadrados bautizado Uruguay, hay 350.000 personas que viven bajo la línea de pobreza, 60.000 más que en 2019, y más de 6.000 compatriotas duermen a la intemperie.
Es decir, el legado de Aparicio ha sido sepultado por su propio partido, que se alió al Partido Colorado, el enemigo de otrora, con el propósito de desalojar al Frente Amplio del poder e implantar un gobierno funcional a la rancia élite de la sociedad uruguaya y a los propietarios de los medios de producción.
En cambio, Aparicio Saravia –que era estanciero– para financiar las revoluciones de 1897 y de 1904, entregó todos sus bienes materiales, cuando ofreció a su colectividad los títulos de las tierras de su propiedad. En ese contexto, afirmó que “prefería dejar a sus hijos pobres pero con patria en vez de ricos y sin ella”.
¿El lector capta las radicales diferencias con los referentes –que no tienen nada de caudillos– del Partido Nacional del presente?
Por eso, el discurso del candidato nacionalista Álvaro Delgado y el de su compañera de fórmula Valeria Ripoll sonaron a hueco e inconsistente. Por supuesto, sintonizan con los ejemplares vacunos y caprinos que se exhiben en la Expo Prado 2024 y con las suntuosas y lujosas camionetas 4X4 de gran porte que cuestan miles de dólares y constituyen un símbolo del status social de la clase dominante. Todo suena a hipocresía.
Por supuesto, el mensaje a la militancia, además de abogar por trabajar para la consecución de un segundo período de gobierno de la coalición “republicana”, incluyó, naturalmente, duras críticas contra el Frente Amplio, al que siguen responsabilizando, casi cinco años después, para justificar las aberraciones perpetradas por este gobierno.
Empero, la dignidad, a la cual aludía Aparicio Saravia hace más de un siglo, es también sinónimo de ética. ¿Puede hablar con propiedad de ética un partido político que le otorgó un pasaporte a un narco peligroso que estaba requerido internacionalmente y preso por ingresar a un país extranjero con un documento falso, pese a que el fiscal no logró probar que hubiera delito? ¿Puede hablar con propiedad de ética un partido que amparó en su seno a un delincuente que operaba desde la propia sede gubernamental?
Realmente, la imagen y el legado de Aparicio Saravia han sido burdamente prostituidos por una colectividad que no duda en aplicar políticas hambreadoras, bajar los salarios y las jubilaciones, recortar el presupuesto estatal, financiar a las élites económicas y privilegiar a sus amigos y socios de clase con prebendas y favores.
Este Partido Nacional, que se alió con los enemigos de Aparicio para ganar las elecciones nacionales mediante la mentira, frivoliza hoy uno de los ideales del caudillo: el voto directo y universal, que no es sólo la opción por una colectividad. Es un voto ideológico, como sufragar, vaya paradoja, por la papeleta blanca que propone reformar la Constitución, para que los trabajadores se puedan jubilar a los 60 años, la pasividad mínima se empareje con el salario mínimo y para eliminar a las Afaps que rapiñan a los aportes de los empleados activos.