La humanidad espera cosas, de personas e instituciones, que son fuertemente deseadas o necesitadas; pero no siempre esas expectativas y esperanzas están suficientemente apoyadas en datos que permitan hacerlo con buenas probabilidades de éxito. Esas expectativas y esperanzas pueden ser calificadas como más o menos desmesuradas o probables según pueda ser evaluada la probabilidad de ocurrencia de las cosas deseadas o necesitadas. En realidad, cuanto más fuerte es la necesidad o deseabilidad de algo, más se deposita desesperada confianza, fe y esperanza en las personas o instituciones de quienes se espera su producción; lo cual no implica que haya base suficiente para esperarlo. La fuerza de las necesidades y deseos humanos lleva a que personas e instituciones sean, muchas veces, depositarias de fe, esperanza y confianza excesivas respecto a las probabilidades racionales de que sean cumplidas.
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De fetiches y chivos expiatorios
El concepto antropológico de ‘fetiche’ describe este fenómeno como institución humana ubicua y operable en los más diversos contextos y temas. A mediados del siglo XIX descubrieron que unos aborígenes australianos le adjudicaban todo tipo de virtudes, capacidades y habilidades a un trozo de madera (“churinga”); en ellos proyectaban sus deseos y necesidades, confiando en ellos para su satisfacción, más allá de la evaluación racional de la potencialidad de éxito en ello. Esos churinga fueron calificados como ‘fetiches’; y como tales fueron adoptados por los científicos sociales más diversos. Ya hacia los 1870, Herbert Spencer escribe su luminoso El fetichismo político, preguntándose por qué los votantes renuevan siempre la fe, esperanza y confianza en los nuevos candidatos pese a la repetida experiencia de que los anteriores no han satisfecho sus necesidades y deseos, y de que no cumplen con sus promesas preelectorales. Y respondía que era porque los candidatos políticos son fetiches, similares a los churinga australianos, en quienes se proyectan y depositan necesidades y deseos que desbordan sus posibilidades de obtenerlos por sí mismos. Karl Marx, por la misma época, empleó el término al comienzo del Vol. 1 de El Capital para describir procesos de atribución causal equivocada, ideológicamente sesgada; como el famoso ‘fetichismo de la mercancía’ por el que se responsabiliza a las necesidades de uso por lo que en realidad responde al valor de cambio, en el capitalismo de mercado. Y así continúa la aplicación del atractivo término de ‘fetiche’: religiones, dioses, políticos, héroes y superhéroes, deportistas, entrenadores, juegan ese mismo papel antroposocial fundamental para la cotidianeidad. Al fetiche se le perdona todo por su virtualidad benéfica. Pero existe otra institución humana que es el otro lado de la moneda con el fetiche: el chivo emisario o expiatorio, otra ubicua institución humana funcional a funcionamientos específicos del cotidiano. Los chivos emisarios o expiatorios fueron bien estudiados durante los avatares del pueblo de Israel: si se deseaba expulsar una plaga, castigo o maldición social, simbólicamente se expulsaba del territorio comunitario a un chivo que llevaba atados a su cola lo que se deseaba expulsar, jugando así un papel de ‘emisario’ extintor de males; cuando la propia eliminación sacrificial del animal era el vehículo de eliminación de esos males, se configuraba un ‘chivo expiatorio’ más que emisario. Como vemos, así como a cualquier objeto se le pueden atribuir esperanzas irracionales del cumplimiento de deseos y necesidades fuera del alcance de la operación humana normal (fetiche), así también a cualquiera se le puede atribuir responsabilidad por la no ocurrencia de lo deseado o necesitado (chivo emisario o expiatorio). Reiteradamente hemos dicho que los fetiches, si no cumplen con sus funciones esperadas, puede muy bien convertirse en un chivo expiatorio para los mismos que lo erigieron en fetiche; porque del mismo modo que todo deseo se concentra en ellos, así también todo fracaso se les atribuirá, con la misma desmesura excesiva de simplificación. Miles de hechos históricos lo atestiguan: la euforia por Mussolini se convirtió en su despedazamiento; así cayeron estatuas de fetiches y héroes (Lenin, Saddam Hussein). Quien se sienta honrado por su erección popular como fetiche debe temer su conversión en chivo expiatorio si no cumple ese papel. A cualquier futbolista idolatrado se le puede insultar, atacar el auto o hasta matarlo, como a aquel back colombiano cuyo error eliminó a Colombia en un mundial; o condenado al ostracismo social irreversible, como el arquero brasileño Barbosa, culpabilizado por el segundo gol uruguayo de Ghiggia, que campeonó a Uruguay y sepultó a Brasil en la final mundial de fútbol de Río en 1950. Todas las sociedades construyen excesivamente confiables fetiches y excesivamente castigables chivos expiatorios. Veamos cómo puede ser el caso de Marcelo Bielsa como nuevo fetiche celeste y cómo, aceptando ese tentador papel, puede volverse un frágil chivo expiatorio si como fetiche no resulta exitoso. El egoísmo y la intemperancia cobarde de las masas erigen fetiches tan agradables de representar como temibles de asumir ante la posibilidad de que su fracaso relativo en esa excesiva esperanza lo pueda convertir en chivo expiatorio.
Marcelo Bielsa como fetiche y chivo expiatorio
La llegada de Bielsa fue armada comunicacionalmente como un paso en la construcción publicitaria anticipada de un fetiche. Resta ver si la gente adopta esta presentación o coincide con ella dadas las necesidades que los uruguayos tienen de un rasgo identitario tan importante como los triunfos futbolísticos; en parte dependerá de lo que Bielsa haga, en consonancia variable con la performance celeste atribuible a Bielsa, y de cómo Bielsa maneje esta introducción a un fetiche, aceptándola o marcando distancias, para no arriesgar volverse chivo expiatorio si se le atribuye responsabilidad por algún fracaso sentido. Eso en cuanto a su erección en fetiche celeste; en cuanto a su conversión eventual en chivo expiatorio, influirá cómo él mismo maneje su virtualidad de fetiche, cómo le vaya en resultados y en su calificación por la prensa y la gente.
La publicidad de la AUF, típica de publicistas comerciales, tiende a crear la expectativa por un Bielsa fetiche, que, en realidad, no se justifica dado el histórico futbolístico de Bielsa, aunque su pasaje pueda generar beneficios, no tan exigentes como campeonar ‘celeste’, pero valiosos aún.
Primeras reacciones de Bielsa a su postulación como fetiche
Marcelo Bielsa, sabiendo o no todos estos avatares de fetiches y chivos expiatorios, se preocupó especialmente de calibrar su imagen respecto de las esperanzas sostenibles de buenos resultados celestes, pero también de dimensionarse como técnico exitoso y depositario por ello de esperanzas racionalmente sustentables.
En primer lugar, elogió al plantel celeste por contar con los jugadores y la flexibilidad necesaria como para darle base racional a las ilusiones históricamente identitarias. Bielsa no disolvió ni acható las esperanzas uruguayas de reverdecer sus orgullos identitarios; eligió mantener la llama que está popularmente encendida y que la AUF un poco exageradamente propagandeó previamente a su presentación pública.
Pero, en segundo lugar, se preocupó también, haciendo gala de prudencia antropológica y de humildad (que puede también verse como falsa modestia) por apuntar dos cosas que lo liberan especialmente de obligaciones respecto de hazañas celestes inminentes: uno, afirmó que, con los pocos días de que se dispone en el fútbol actual para entrenar y preparar partidos específicos, no se puede cambiar mucho la forma instalada de jugar de jugadores ni de equipos; dos, dijo que él no era ningún ‘mago’: que nunca lo habían llamado a dirigir ninguno de los 20 equipos más importantes del mundo ni había obtenido resultados espectaculares, de modo que no era ningún superentrenador de quien esperar milagros por su impacto y el tiempo de que dispone para intentarlos.
Dio importantes pasos para despotenciarse como fetiche y para evitarse el indeseable futuro como chivo expiatorio que una performance celeste percibida como insuficiente podría acarrearle.
Qué esperar de Bielsa según sus antecedentes
Uno. Debería esperarse una cierta continuidad con el trabajo de base, estructural, que Tabárez implantó: centro de alta competencia, actualización del análisis de partidos y jugadores, perfeccionamiento de la preparación de jugadores adultos y juveniles, secuencia de progreso en etapas. Aun sin que Bielsa haya adoptado un trabajo de supervisión de jugadores todavía no adultos, su primera medida de constituir un grupo-sparring permanente de los adultos muestra una inquietud semejante a la de Tabárez, pero sin supervisar ni interferir en los trabajos de los equipos técnicos juveniles (posible fuente de conflictos y sabotajes) específicos para diversos otros objetivos. Salvó en parte objeciones a su extranjería elogiando jugadores y técnicos uruguayos, remarcando su simpatía por los uruguayos en general, y enfatizando que contaba con varios colaboradores uruguayos para una mejor sintonía con las especificidades de la localía.
Dos. Debería esperarse la aparición de alguna especie de ‘bielsamanía’ dada la obsesividad, detallismo y radicalidad de sus propuestas futbolísticas; así sucedió en Argentina, en México y en Inglaterra; lo que no asegura triunfos mayores, pero sí mejorías y una impronta personal visible. El paso de Bielsa no será imperceptible y generará pasiones fuertes: a favor y en contra, lo que ni sus declaraciones ni sus actos diluirán.
Tres. Sin duda intentará instalar un fútbol fuertemente ofensivo, con presión alta, equipos espacialmente ‘cortos’ y transiciones veloces, bien modernos y audaces, sin cabildeos, cálculos ni especulaciones defensivas. Si usted quiere algo parecido que ya sucedió con la celeste con sus virtudes y riesgos, puede pensar gruesamente en el fútbol de Juan R. Carrasco. El intento, perseguido con radicalidad, puede chocar con reflejos adquiridos que sean difíciles de cambiar, sobre todo en jugadores ya formados y con rutinas consolidadas, y con cambios necesarios en un tiempo corto. Aquí hay un punto neurálgico en su futuro; porque ese problema ya le ocurrió, y se comió goleadas con sus equipos, como Carrasco. Siempre tuvo claroscuros con sus equipos de clubes, como con Argentina: eliminatorias inmejorables, pero fracaso claro en el mundial. Bielsa es una apuesta dura, que puede recompensar con mejoría de nivel seguro, pero con riesgos de decepción. Para un país y fútbol como el uruguayo es una jugada atrevida, riesgosa, sin que pueda preverse cuánto ni cuándo juzgar ni organizar un balance porque, por otra parte, no se especifica en qué términos se evaluará; me temo que solo sean, como siempre, reacciones oportunistas a las consecuencias de los resultados en los dirigentes, más que monitoreos y evaluaciones sustantivas previsibles y previstas. Aguas turbulentas, pista fangosa, vientos cambiantes le esperan a Bielsa, pero está acostumbrado a todo eso y lo maneja con soltura y radicalidad también.
Cuatro. De modo relativamente independiente de los resultados competitivos que obtenga en amistosos, sudamericano, eliminatorias y mundiales, sin duda enseñará mucho y mejorará el arsenal táctico y hasta técnico de los jugadores que dirija. Y, ojo, esto debe apreciarse, aunque la obsesión por éxitos obnubile y dificulte valorarlo. Bielsa sabe mucho, comunica mucho y ejecuta mucho, más allá de lo que le resulte competitivamente favorable en lo inmediato.
Cinco. Imposible pensar cómo le irá y cómo conformará al difícil medioambiente futbolístico: dirigentes que se juegan cosas propias en cada instancia, clubes que dependen económico-financieramente de ellas, una prensa de bajo nivel analítico que sabe poco de fútbol y que depende del rating de recepción que los mueven a dar pasos y opiniones tan oportunistas como interesados; las pésimas preguntas dirigidas a Bielsa en su presentación no hacen esperar nada bueno a futuro; o le preguntaban algo imposible de responder aun en ese momento, o algo que lo comprometía sin tener modo de responder con propiedad; en fin, el riesgoso cambalache periodístico de siempre, con micrófonos prontos a decir cualquier cosa y a decir cualquier cosa de lo que dijeron otros; Bielsa conoce bien el paño, y su discurso lento, cortado, en parte con lenguaje sofisticado y en parte con coloquialismos de jerga es buena medicina para esto.