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Columna destacada | Venganzas | masacres | bullying

Violencia

Venganzas sexidiversas asesinas

Las causas más situacionales de las masacres son la identidad sexual, el bullying y el cambio legal-cultural.

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Descuento que los lectores de Caras y Caretas saben a qué hechos recientes concretos me refiero: a) la matanza que una chica transgénero de 28 años perpetró en su antigua escuela presbiteriana (cristiana pero no católica), en Nashville, EEUU, con tres niños de 9, y tres docentes sesentones muertos, y la tiradora con arma de guerra eliminada por nutrido piquete policial; b) al día siguiente, aunque menos publicitado por su menor espectacularidad (solo un muerto al día siguiente de 7), en San Pablo, Brasil, un adolescente gay de 13 años, también en su ex escuela primaria, apuñala y mata a una docente de 71, y es finalmente reducido por una fornida profesora de educación física.

Las causales macro de masacres en general

Estados Unidos es, muy por lejos, el país en que hay más masacres en el mundo, definidas como incidentes armados con 4 o más víctimas fallecidas (parece que el victimario no se cuenta, significativa negación de su humanidad). Les hemos dedicado artículos a muchos de ellos a través de más de 10 años. Brasil lo sigue, pero muy lejos.

Para dar cuenta de esa enorme superioridad asesina del cotidiano norteamericano sobre el del resto del mundo, hay 2 tipos de factores causales que parecen abundar en EEUU, y no tanto en otros lugares, siendo ambos factores tan necesarios como insuficientes en sí mismos para producirlos, pero que se complementan para hacerlo (además de otros factores más situacionales que veremos luego): uno, el vergonzante fracaso del American way of life y del American dream; y dos, las muy bajas limitaciones (variables según lugares) para la compra, tenencia y uso de armas de fuego, en algunos casos armas bélicas o transformables en tales pero en uso civil; factor encendedor de variadas mechas. Ninguno de esos dos factores se explica sin el otro; son ambos necesarios, pero ninguno de ellos es suficiente, por sí solo, como causa eficiente de las masacres.

Uno. Estados Unidos, con su emergencia desarrollista, su enorme territorio y su impar abundancia de recursos, fue siempre, desde su misma fundación, un país de inmigración y de conquista interna, y en el cual la integración de su variedad endógena y exógenamente construida se ha dado como una ‘integración en guetos’ por oposición a, por ejemplo, las integraciones uruguaya y brasileña, con miscigenación mucho más abundante que la guetización. Esa guetización re-produce las disimilitudes originales (étnicas, raciales, nacionales, religiosas) y dificulta, tanto la persecución del ‘sueño americano’ como la adaptación al ‘modo americano de vida’. Ambas dificultades reales, sumadas y nutridas por un imaginario utópico frustrante que se repite, serán en buena medida responsables de las erupciones más radicales de esos tan terribles fracasos en igualdad y en reconocimiento que son las masacres.

Desde muchísimos países del mundo hay una interminable fila de aspirantes a vivir en Estados Unidos, tanto por expulsión desde sus lugares originales como por atracción utópica del ‘sueño’ y del ‘modo de vida’ americanos.

Es cierto que quienes inmigran adquieren, de diversos modos, algunos mínimos que no tenían en sus lugares de origen, y que eso es un primer punto satisfactor y reproductor de la atracción migratoria para los nuevos inmigrantes. Pero otra cosa es lo que sienten los inmigrantes, y sobre todo las primeras generaciones nacidas en EEUU, aunque con ascendientes extranjeros; Estos sufren graves dilemas entre fidelidad a la nueva cultura receptora y fidelidad a la antigua cultura expulsada, lo que implica serios conflictos intergeneracionales y con los locales. Aquí ya hay raíces para venganzas y exorcismos consecutivos a fracasos en las difíciles decisiones hechas.

Es claro, entonces, que esos aspirantes, si entran en EEUU, mejoran su condición material respecto de sus países nativos.

Pero ello no implica ni adaptación al cotidiano discriminatorio del ‘modo de vida’ ni mucho menos satisfacción del ‘sueño’. Para ello debería ocurrir una igualdad material mucho mayor que la vivida, y un mucho mayor reconocimiento simbólico de la diversidad cultural asimilada.

Porque una cosa es la fuga inmediata de la indigencia y miseria extremas, que se consigue; pero muy otra, cuando, ya conseguido eso, se buscan la igualdad material y el reconocimiento cultural, simbólico, esperados por prometidos como parte del sueño y del modo de vida, una vez obtenidos esos mínimos de integración. En vez de ello, guetos, desigualdad y discriminación, más o menos abiertos o sutiles, van erosionando autoestimas y prestigios, y produciendo frustraciones, envidias, resentimientos, que crecen al límite del odio en su radicalización cotidianamente alimentada (EEUU es el único país en el que la normativa penal incluye ‘crímenes de odio’, tanto y tan abundante es el odio cotidiano vivido y previsible).

Dos. Máxima facilidad para compra, tenencia, uso y modificación letal de armas.

No abundamos en el debate sobre la compra, tenencia y uso de armas (y de cuáles) porque se encierra en argumentos conocidos; en nuestra visión, aunque nada de eso tenga influencia causal eficiente suficiente, para conseguir tantas masacres más que las ocurrentes en todo el resto del mundo, sí es casi necesario ese toque de encendedor que activa mechas construidas desde otras causalidades constitutivas, tales como las que ya vimos, y veremos en adelante. Tampoco estamos ya en épocas de defensa civil contra incursiones militares, ni con las armas de esa época, cuando se originaron las normativas permisivas que, por un lado, se esgrimen en defensa de las armas; pero que por otro, podrían reputarse de inadecuadas por obsoletas hoy.

Veamos 3 insumos teóricos fundamentales para entender por qué, pese a escapar de la indigencia y la miseria en sus países de origen, los inmigrantes en Estados Unidos desarrollan con el tiempo sentimientos de frustración agresiva respecto del ‘modo de vida’ y del ‘sueño’ americanos utópicamente internalizados.

Tres grandes teorías explicativas de la frustración agresiva

Uno. Imitación y Frustración estructural agresiva, Tarde vs. Durkheim.

Excelentes insumos teóricos para entender buena parte de las masacres en este contexto (aunque falten detalles situacionales, que veremos luego) provienen del gran debate criminológico de fines del siglo XIX entre Gabriel Tarde (La criminalité comparée, 1886; Les lois de l’imitation, 1890) y Émile Durkheim (La division social du travail, 1894; Le suicide, 1897). En medio de una discusión muy rica, el meollo de lo que nos interesa para efectos de la explicación de las masacres es que Tarde afirmaba que la imitación de los considerados superiores y de lo anteriormente exitoso explicaba las estadísticas criminales crecientes; Durkheim, por el contrario, decía que la causalidad y la motivación criminal no eran imitadas; que lo que sí podía imitarse era algún modus operandi particular que vehiculizaba esas motivaciones y causas, pero no ellas mismas; de modo que las cifras criminales no surgirían de imitaciones de otros modus operandi sino de la acumulación de motivos y causas; sin motivos y causas básicos impulsores, los modus operandi concretos no serían adoptados instrumentalmente para la comisión de delitos.

El debate fue muy rico, con grandes contendores y diversos seguidores, aunque Durkheim a la larga impuso su visión. Sin embargo, algunos detalles de los victimarios en las masacres, y no solo de las americanas sino también de las brasileñas, mantienen la vigencia posible de la imitación: en ambas masacres escolares, y en muchas más, en los celulares y computadoras revisadas, había imágenes de la masacre ya legendaria e icónica de Columbine, EEUU, que explícitamente algunos victimarios declararon aspirar a repetir (lo que no descarta a Durkheim, pero asusta a las autoridades y al público común sobre la posibilidad de la imitación).

La contribución de Durkheim no se limitará a ese debate sobre la imitación en el delito, sino también y más que nada a su conceptualización de la génesis patógena de la frustración estructural agresiva, obviamente muy relevante para analizar masacres.

Al respecto, siguiendo los aportes insuperables de su teoría criminológica de la anomia, Durkheim dice que sociedades que aumentan sus expectativas de vida sin aumentar conmensurablemente los medios para satisfacerlas, y en contextos de decadencia moral por menor incidencia de las éticas religiosas en la secularización, se producen insatisfacción, fracaso y frustración estructurales. Cuando los sujetos le atribuyen la culpa de todo eso a la incapacidad o inhabilidad propias, endo-culpabilidad, el resultado es deterioro psíquico de prestigio y autoestima, en el límite, suicidios, cuando no hay tejido societal de sostén; por el contrario, cuando le atribuyen a otros esos fracasos, exo-culpabilidad, el resultado son delitos contra la persona y/o el patrimonio.

Entonces, si los inmigrantes o sus hijos, escapados de la miseria e indigencia, frustran sus expectativas de igualdad material y/o de reconocimiento cultural, simbólico, pueden reaccionar, o bien endopunitivamente, con deterioro psíquico variable, o bien exopunitivamente, con aumento de la criminalidad. Sin perjuicio de que el endo-deterioro pueda llevar también al exo-delito. Los americanos aceptan pacíficamente la causalidad posible del deterioro psíquico en las masacres, porque así no quedan cuestionados ni su sueño ni su modo de vida como patógenas; porque eso sí que sería una crítica intolerable a su civilización y cultura; pero nosotros, Durkheim en mano, lo señalamos, porque es un foco de luz en el asunto.

Dos. La mayor criminogenia de la deprivación relativa respecto de la absoluta (Durkheim, Asch, Merton, Parsons).

Pese a que podría ser un inteligente corolario de la teoría durkheimiana, hay que esperar a fines de la década del 40 para que los psicólogos sociales (Stouffer, Asch, Newcomb), ampliados por sociólogos como Merton y Parsons, afirmen, sumando resultados de investigación de The American Soldier, la idea de que la deprivación relativa pudiera ser más creciente y compulsivamente criminógena que la deprivación absoluta en cantidad, calidad y novedad de bienes y servicios.

El concepto básico es que la deprivación, medida relativamente a la abundancia disfrutada por aquellas personas con las cuales se miden prestigio y estatus, mueve más la voluntad a la transgresión de los medios legales de obtención de cantidad, calidad y novedad que la mera carencia de ellos; la desigualdad comparada, o deprivación relativa a la abundancia relativa de los ‘otros significantes’, de aquellos cotidianamente usados como parámetros de satisfacción, prestigio y autoestima personales (o grupales, en el caso). Porque no solo duele y subleva la carencia en sí misma (sobre todo si se atribuye a culpa ajena) sino, y más que nada, la carencia relativa a la mayor abundancia en cantidad, calidad y novedad de bienes y servicios disfrutada por aquellos que usamos subjetivamente como parámetros cotidianos de nuestra satisfacción o frustración, que, como vimos, pueden acarrear endo o exo culpabilidad por el fracaso. Si yo ahorro para compararme una motito que me salva de mi carencia absoluta de medios de transporte, y llegando muy ufano con ella a casa, entra el vecino (o un hermano) con un cero kilómetro roncando el motor, bocinando y con música alta, más allá de mi satisfacción primaria, experimentaré una profunda deprivación relativa que muy probablemente superará la alegría proporcionada por la desaparición de la privación absoluta de transporte propio. La ocurrencia reiterada de estas sensaciones de deprivación relativa -superiores en fuerza a las privaciones absolutas superadas, y cada vez más numerosas en sociedades de abundancia, consumo y estatus- ocasiona ese estado de frustración estructural que lleva a la endoculpabilización o a la exoculpabilización, en este caso a la criminalidad contra la persona y/o la propiedad.

Tres. No solo la desigualdad material, sino la falta de reconocimiento cultural, simbólico, provocan la frustración agresiva (Honneth).

Hasta aquí las teorías que conceptualizan la agresividad cotidiana, o extraordinaria, y las conciben como producto: o bien de carencias absolutas en cantidad, calidad o novedad de bienes y servicios, o bien de deprivaciones relativas al desigualmente superior disfrute material por ‘otros significantes’, que son parámetros reales para medir el grado de satisfacción consigo mismo o con los otros. Podríamos agregar, si esto fuera un artículo más académico, teorías como la de Dollard de la cadena frustración-agresión, o la frustración relativa de Gurr, de la curva J de sucesión de expansión-depresión de Davies, las multifrustraciones sistemáticas de Feierabend-Nesvold, o todos los autores derivados del desequilibrio de estatus en Lenski (deudor de Weber).

Pero en los 80, un autor de la tercera generación de Fráncfort, Axel Honneth, sobre bases neohegelianas, argumenta que, al interior de la gruesa tendencia histórica a la desaparición de carencias absolutas y a la disminución de las desigualdades relativas, sucede otra fuente de frustración, malestar y lucha: la lucha por el reconocimiento del valor individual y del valor cultural (struggle for recognition). Entonces, si las carencias absolutas ya eran fuentes de insatisfacción, infelicidad y posible agresividad, las deprivaciones relativas sumaron otra fuente creciente de lo mismo en tiempos en que las carencias absolutas empezaban a resolverse. Cuando las deprivaciones relativas comienzan a reconocerse y perseguirse legítimamente, derechos humanos mediante, en parte, es cuando se siente que esas carencias materiales no evitan los daños creados por la falta de reconocimiento del valor individual o grupal, cultural, simbólico. Como vemos, la mera solución de las carencias absolutas materiales no evita frustraciones, insatisfacciones e infelicidades, también y hasta más excitadas por las desigualdades y deprivaciones relativas. Lo que nos agrega ahora Honneth es la importancia de las deprivaciones inmateriales, de reconocimiento y respeto por la individualidad y por la grupalidad cultural. Y estos son nuevas causas, motivos, móviles de criminalidad agresiva, que identificamos y aplicamos para explicar la excepcional abundancia de las masacres en Estados Unidos, donde el caso de los inmigrantes puede servir muy bien para ejemplificar la pluralidad y sucesión sentida de estas carencias (materiales absolutas, materiales relativas, de reconocimiento simbólico, cultural) y su posible criminogenia, que les cuesta tanto reconocer a los norteamericanos porque los cuestiona con insondable profundidad en su esencia cultural (abundancia, sueño americano, modo americano de vida), con sus igualdades implícitas.

Causas más situacionales de las masacres: identidad sexual, bullying, cambio legal-cultural

Aunque dichas causas situacionales puedan ser otras en otras matanzas, en el caso de las focales para esta nota, la de la joven transgénero de Nashville y la del adolescente gay paulista, se ofrecen otras circunstancias culturales y legales para complementar las causas arriba mencionadas.

Aunque a las militantes transgénero o por la diversidad es lógico que no les agrade, y que tengan cierta razón en que no hay que reducir la causalidad de la masacre a la sola condición transgénero o diversa de los victimarios, en cualquier hipótesis explicativa que se aventure del hecho, como también en el paulista, la condición de transgénero (u homosexualidad en el caso paulista) es muy probable que haya influido, no tanto en la condición ‘asesina’ de la victimaria, pero sí en proporcionar 2 condiciones que deben haber ayudado al desenlace: a) motivos posibles de bullying escolar antiguo, que pueden haber generado odios y deseos de venganza ya dejada la condición de estudiante; b) el cambio en la apreciación general de la diversidad sexual en la sociedad y en su normativa al respecto, que llevó a que una condición antes vergonzante, estigmatizante y que movía a esconderse o disimularse se vuelva ahora motivo de cierto orgullo identitario que mueva a castigar materialmente a quienes los mortificaron en momentos de otras prioridades socioculturales y de otras normatividades vigentes.

Algo más sobre esto. Más que la condición de transgénero o gay de ambos victimarios, detrás de su radicalidad asesina planificada hay víctimas de bullying por sus diversidades sexuales minoritarias, vistas en ese entonces como patológicas, social o moralmente. En el caso de la transgénero, su condición la debe haber sufrido particularmente en una escuela cristiana, especialmente adversa a las minorías diversas sexualmente; sabemos que la transgénero no quería asistir a esa escuela, pero que fue la preferida por su religiosa madre; podemos imaginar el bullying que puede haber sufrido, ahora que celulares y medios digitales profundizan la ubicuidad, inescapabilidad y crueldad de críticas y burlas que siempre hubo, pero nunca con tantos recursos para arruinarle la vida a sus víctimas (i.e. memes, persecución a distancia, desde diversos puntos, multimedia).

El ‘bullying tecnológico’ actual favorece la intensidad, extensión y ubicuidad del bullying, con lo que aumenta la probabilidad de ofensas profundas y de odios vengativos; una sociedad con esa capacidad creciente de bullying, si además tiene esa facilidad de acceso a armas bélicas, no es extraño que produzca estos efectos: bullying tecnológico + armas pesadas accesibles + cambio valorativo y normativo de la diversidad sexual = masacres más probables, tal como sucedió en las ocurrencias focales de esta nota. Más bien debemos esperar más de ellas, que sean menos excepcionales; y más aún si Tarde tuviera más razón con la probabilidad de imitación y moda desde la multiplicación de la circulación de imágenes espectaculares y de atractivas malas noticias para la morbosa gente.

Un apunte más: la normatividad socialmente vigente respecto de la diversidad sexual ha cambiado; lo que no significa que esa vigencia impuesta por determinadas minorías culturales sea aceptada en profundidad por toda la gente; es justamente en algunos enclaves culturales (religiosos, sociales) en los que la novedosa aceptación ‘derechohumanista’ de la diversidad sexual puede ser resistida donde pueden producirse conflictos morales y normativos derivados de las novedades socioculturales y políticas sucedidas; en el mismo sentido, determinadas instituciones pueden permitirle lugar a discriminaciones que ya no pueden ejercitarse abiertamente (i.e. la escuela presbiteriana de Nashville). Además, una niña que sufrió bullying en una escuela cristiana en tiempos pre-diversidad, y que probablemente escondiera o disimulara entonces su condición, ahora siente legitimada su condición y, ya salida del closet, debe haber experimentado un odio violento y vengativo sobre quienes disfrutaban antes de la hegemonía cultural suficiente como para discriminarla; matando docentes y alumnos hoy está haciéndoles sufrir como inocentes lo que ella tuvo que sufrir, como inocente que tenía que ocultarse entonces; cuestión de la inocencia sacrificial, de chivos expiatorios y de mimesis sociocultural, diría doctamente René Girard. Laberinto psíquico tan perverso como posible, y que puede repetirse.

Sabemos que ese pasado victimizado también fue sufrido por el paulista. Por lo tanto, más que la identidad sexual, lo que produjo rispideces indelebles es el bullying, sea el que fuere en cada caso; en otros casos de masacre, el bullying invocado por los victimarios o descubierto por investigaciones posteriores no tiene por qué ser respecto de alguna diversidad sexual cuestionable; defectos de apariencia, obesidad, etc., pueden también originar bullying que luego derive en venganzas pos-escolares a sufrir por chivos expiatorios, inocentes sacrificiales, por lo que hicieron otros perpetradores anteriores del bullying.

Más que la variabilidad de las condiciones sexuales y de las instituciones que cobijen orientaciones opuestas, los grandes problemas son el bullying tecnológicamente implementado para ofender y humillar y las armas letales accesibles e impunes para vengarse del bullying tecnológico; sin armas masivas accesibles nada se volvería grave, aun las discriminaciones y burlas más crueles; porque aunque sea aconsejable una formación no discriminatoria, no todo el mundo concuerda con ella y la reproduce.

Lo peor, entonces, la ecuación maldita de las masacres, es: discriminación ofensiva (carencias absolutas, relativas o desigualdad, no reconocimiento) + bullying tecnológico + armas casi libres; esos son los 3 bloques de factores a tocar para disminuir masacres; el fracaso hipócrita del sueño americano y del modo de vida norteamericano forman parte del primer bloque causal (deprivación relativa + insuficiente reconocimiento), que puede tener muchos otros componentes, que hay que estudiar, por ejemplo en el caso paulista.

En el caso del transgénero de Nashville, es sumamente significativo que no se haya liberado al público el ‘manifiesto’ que la chica dijo haber dejado. ¿Por qué se demora tanto en hacerlo? Hipoteticemos: uno) las autoridades le creen mucho a Tarde y piensan que cualquier buena o atractiva justificación o explicación de la masacre podría aumentar los casos si hubiera más gente con proclividad similar, por asunción de moda imitativa; dos) todo el derechohumanismo (a veces llamado woke) teme que la liberación de un documento explicativo o justificativo individual tenga un efecto hiperbólico crítico sobre ‘todos los transgénero’, que podrían ‘volverse’ ahora asesinos sofisticados a erradicar; y así darle alas a conservadores fundamentalistas que siempre se opusieron al fin de la discriminación y a la aceptación sociocultural y legal reciente de la diversidad sexual. Pero no creo que puedan demorar más su publicación, tan deseada por diversamente motivados individuos. ¿Qué dirá? ¿Qué efecto agregado tendrá? Seguramente será apasionante, porque esos dos miedos mencionados a su publicación no creo que sean suficientes frente a la voracidad comercial de la prensa ni a la morbosidad popular, que se potenciarán mutuamente; sin hablar de las razones más científicas de curiosidad de los que quieren entender más de las motivaciones humanas y de sus manifestaciones públicas y masivas (tales como las masacres urbanas occidentales), que también presionarán en el mismo sentido.

Quizás sucedan novedades que escapen al tiempo de edición de esta columna; pero espero que su contenido ilumine su comprensión e interpretación con un porcentaje mayor de ‘pienso’ que el que encontrará en casi todos los medios de comunicación de masas y redes sociales.

Y para la próxima casi le prometemos analizar otra masacre: esta de 4 niños de 4 años en un jardín de infantes en Blumenau, Santa Catarina, Brasil. Un joven de 25 años, durante un videojuego, recibe la instrucción, para seguir jugando, de ir a un lugar como ese y matar. Alienado digitalmente, lo hizo y, volviendo a la realidad ‘principal’, se entregó y abandonó el videojuego. Es la humanidad suicidándose con débil justificativa tecnológica. Bueno, da para mucho y queda para la próxima.

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