Pienso en tres figuras que hoy no están, pero aquel 15 de febrero del 85 estuvieron. Una por el tiempo que dejábamos atrás, y otras para darle la mano al pasado y al futuro que empezábamos a construir. Jorge Sapelli, Maneco Flores Mora y Wladimir Turiansky. Ninguno de ellos correligionario mío, ya que yo pertenecía al P. Nacional; Maneco y Sapelli al Colorado y Turiansky al PCU (FA).
Jorge Sapelli había sido el último presidente democrático de una legislatura. Yo fui compañero de clase de un sobrino suyo, Luis Eduardo, hijo de Carlos… Muy amigo. Por ello fue en la charca de los padres de mi amigo que, en el 1972, Jorge invitó a mi padre a reunirse. Fue el primer diálogo con el nuevo Gobierno que tuvo el Partido Nacional. Nada se ha escrito ni dicho de aquella trascendente reunión.
Conociendo un poco a mi padre, pude ver cómo generaron ambos (Sapelli y Wilson) una empatía que iba a tener luego una importancia histórica. Fue el único canal de diálogo durante el conflicto que Vasconcellos llamó “Febrero amargo”.
Ese respeto por Sapelli acompañó a mi padre hasta que se fue de este mundo. La noche del golpe, se sabía, no lo ocultaba, que Sapelli estaba en contra abierta y valientemente. Se empezó a preparar la sesión de despedida de la noche… El quorum iba a ser ralito. Batllistas, wilsonistas y el Frente. Ausencia anunciada de herreristas y pachequistas. Frentistas en Buenos Aires, junto a Zelmar, a quien se le había encomendado ir a evitar que regresara.
Fueron al despacho de Sapelli representantes de todos los partidos. Mi viejo por los blancos, Hierro Gambardella por los colorados y el Ñato Rodríguez por el FA. Le pidieron que no presidiera él la sesión. Lo haría el vice del Senado, Eduardo (Lalo) Paz Aguirre. Le pidieron que no fuera a la sesión. (¿?)
Faltaban legisladores, pero Sapelli consideraba que todos tenía un papel más importante que jugar: ir al Consejo de Ministros y arruinarles la fiesta. Así hizo y la historia del pasado reciente no se lo ha reconocido deficientemente. Luego siguió ostentando el título. Rechazó el ofrecimiento de presidente del Consejo de Estado ofrecido por Bordaberry. Poco después de creado el mismo, se le destituyó por decreto. Primer caso de la historia.
Maneco Flores Mora murió en la misma víspera del retorno democrático. Un par de meses antes había escrito una contratapa sobre una visita de mi viejo al Hospital Italiano, que todavía me cuesta leer sin emocionarme. Narra la despedida de ambos (ya no se volverían a ver) diciendo: “El hombre que se sentó al borde de mi cama ocupa el sillón invivible de Manuel Oribe”. Hizo de aquellas páginas de Jaque una trinchera por la libertad. Se jugó por la libertad de los presos. Desde el cuartel donde estuve preso leía las denuncias sobre el honroso crimen de Vladimir Roslik en San Javier.
¡Qué paradoja! Murió la noche antes de que su hijo Manuel Flores Silva jurara (en aquel tiempo se “juraba”) como senador junto a muchos de nosotros. Parecería que la vida le dio fuerzas para seguir hasta el último día de dictadura, pero no vivió el amanecer democrático ni vio jurar a su hijo.
La Asamblea General votó una declaración pidiendo la libertad de Wladimir Turiansky, diputado en el 71 y preso en el 85. El Parlamento nuevo estaba en contra de la privación de libertad de todos los presos políticos. Pedir solamente su libertad no quería decir avalar la de tantos otros injustamente detenidos, torturados y algunos con años sin ver la luz del sol. Pedir la del diputado preso era una forma de legitimar que seguía teniendo fueros, un símbolo, un repudio, un aplauso a la democracia.
Yo juré frente a mis padres. Debió ser él quien jurara, pero estaba proscrito y preso el día de la elección. Congoja, emoción y alegría.
Pasaron cuatro décadas desde aquel día. Año a año, recuerdo todo minuto a minuto, pero las tres ilustres personas que he evocado sintetizan la gran lección de nuestra generación: NUNCA MÁS DICTADURA.