Lector, empecé varias veces esta columna porque había tantos puntos de vista a adoptar para hablar del Mundial de fútbol de Qatar 2022 que dudaba sobre cómo empezar y cómo seguir. Finalmente, creo que estos puntos pueden cubrirse a través del texto que sigue, y son relevantes.
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Uno. Por qué Argentina mereció el título, que pudo perfectamente no ganar.
Dos. Cuántas fases tuvo el partido final, cómo se sucedieron, qué fue más crucial.
Tres. Qué (sin) razones puede haber para celebrar un triunfo de ‘hermanos’.
Por qué se mereció el título, que pudo no ganar; qué fases vivió
Uno. Fase 1: Argentina fue mejor hasta los 75 minutos. Tuvo el mejor planteo inicial y un predominio en 85 de los 120 minutos fueron suyos. Planificó y ejecutó la mayor parte del partido mejor que Francia, lo cual probablemente haya sido mérito de Scaloni, que hizo modificaciones específicas en el equipo para ese partido ante Francia.
La más saliente fue la inclusión de Di María como delantero por izquierda, cuando en general ha jugado en Argentina y clubes europeos como delantero-volante por derecha. Esta modificación respecto de lo esperable tenía el tan lejano como válido antecedente de que en sus comienzos profesionales Di María había sido puntero izquierdo, por lo que probablemente podría asumir perfectamente la función. Y lo hizo espléndidamente; Koundé no pudo con él, y la necesidad de controlarlo hizo bajar excesivamente a marcar a Dembelé, lo que restó potencial ofensivo a Francia, y provocó el penal de Dembelé a Di María que abrió el marcador.
Este planteo inicial, que no se modificó hasta los 75 minutos, constituye el mayor mérito argentino, que derivó en facilidades de espacio para Messi, Álvarez y quien invadiera desde atrás aprovechando la gente que juntaban Di María y el fantasma permanente de Messi. Sin embargo, Argentina, que fue sorprendida por una buena respuesta de Deschamps con cambios, a su vez retrucó con otros buenos cambios que restauraron, durante el primer alargue, el dominio inicial, que cambió a favor de Francia solo de los 75 hasta los 100 minutos (0-75 y 100-110 argentinos, 75-100 franceses, 110-120 finales inciertos).
El fútbol es el juego deportivo que menos plasma en el score los méritos acumulados en el desarrollo, el más injusto, en cierto sentido; es casi un deporte de KO, donde un acierto o desacierto puntuales importantes pesan más que un volumen y estructura globales de juego acumulados); es parte de su encanto imprevisible, que yo creo debería cambiarse, en aras de una mayor justicia en la apreciación y concreción de merecimientos, aunque en desmedro del atractivo para el neófito o el que juega todos sus boletos a la emoción.
Dos. Los cambios y fases del partido. Como vimos, Argentina planificó y ejecutó mejor; pero también supo responder a acertados y audaces cambios franceses con buenos cambios propios, aunque las reacciones de los técnicos al cambiar no fueron inmediatas, sino que permitieron dominios circunstanciales del rival antes de neutralizar sus planteos. Muy buenos técnicos, ya que estamos.
Fase 2: 75 a 100 minutos. Sorprendieron por audaces las salidas de Griezmann, Giroud y Dembelé, piezas titulares importantes (es importante saber que todo cambio criticado por los comentaristas neófitos tiene gran probabilidad de ser acertado); pero así Francia compensó con más ‘piernas’ y juventud el mejor planteo argentino, que también comenzaba a perder dinámica y frescura de juego; Tolo Muani, Thuram y Coman le cambiaron la cara física y de ritmo al partido, en gran acierto de Deschamps.
Pero el cambio más audaz de Deschamps, el que revirtió más el partido, fue la salida del lateral izquierdo Hernández para el ingreso del volante de marca Camavinga por ese lado; Camavinga no solo cubrió el lateral sino que ayudó al mediocampo aprovechando que ya De Paul y Molina no eran los mismos que en el primer tiempo. Y todo esto le dio espacio y tiempo letales a Mbappé, que no había podido recibir durante casi todo el match.
Scaloni hizo, durante esa fase de contradominio francés, un cambio bien pensado para controlar mejor el inminente ataque francés, porque iba perdiendo el partido: sacar al exhausto Di María (reapareciendo de lesión) para la entrada de Acuña, que defendería más y permitiría la misma salida lateral izquierda sin arriesgar posicionalmente a Tagliafico; pero el ingreso por ese sector de Coman pudo más que lo que hizo Acuña para mejorar la contención por allí. No le salió a Scaloni, aunque bien pensado. Todo esto permitió el contradominio francés desde los 75 a los 100 minutos, durante los cuales emparejó los 75 iniciales y los 2 goles argentinos. El resultado del mejor planteo y ejecución argentina durante los primeros 75 fue 2-0 para Argentina; los cambios franceses exitosos revirtieron eso de los 75 hasta los 100 minutos, resucitaron a Mbappé y lograron el 2-2.
Fase 3: la buena respuesta argentina a los buenos cambios franceses, de los 100 a los 110 minutos. Pero Argentina también entendió que estaba perdiendo su lado izquierdo merced al ingreso de Coman, que podía, fresco, más que Tagliafico y el auxilio de Acuña; Scaloni, en ese espléndido duelo técnico con Deschamps, supo cambiar al extraordinario tándem Molina-De Paul por derecha, que empezó a no poder con Mbappé y Thuram; Scaloni entonces neutralizó eso (aunque ya estaban 2 a 2) con los ingresos de Paredes y Montiel, a los 100, que volvieron a controlar mejor las líneas de pase a Mbappé y al genial marroquí-camerunés. Dybala, Lautaro Martínez y Pezzella refrescaron las piernas y el fondo amenazados crecientemente por Mbappé y los suyos ya en el segundo tiempo del alargue.
Fase 4: los últimos 10 (110-120) fueron de va y viene con la última chance francesa desbaratada por una atajada inolvidable de Dibu Martínez al final mismo del alargue. Los penales fueron una nueva perla en el collar de Martínez: imponente con su figura estirada, de brazos abiertos, con las piernas en leve movimiento para no volar desde cero -desde una posición más fija- y poder volcarse velozmente a cualquier lado. No recuerdo que le haya errado jamás al lado del penal ejecutado, aunque no siempre pudiera atajarlo. Gran eficiencia. Y, repito, la atajada a Tolo Muani entrando solo de frente, tapando a la vez con el brazo arriba y la pierna abajo, sin cuidarse de un posible pelotazo peligroso en esa situación. Intimidante, aunque sin jugar a los ‘monstruos’.
Tres. Argentina revirtió paulatinamente, yendo de menos a más, la inesperada derrota del debut ante Arabia Saudita. Scaloni, como lo hizo durante los 4 años en que montó el plantel mundialista, supo ver qué había que cambiar dentro del estilo ya adoptado del juego argentino: Enzo Fernández, MacAllister y Julián Alvarez fueron sus más rutilantes aciertos de última hora. Pero no hay que olvidarse de la cantidad de jugadores que probó; y creo que jamás se equivocó cuando eligió o decidió. Por ejemplo, fue extraordinario cómo impuso de una a Dibu Martínez como arquero titular. Desde hacía varios años, el golero más o menos titular era Romero, amenazado y respaldado por 2 muy buenos suplentes de amplio sustento clubista: Armani de River y Andrada de Boca. Pues bien, por encima de todos ellos y de otros como Rulli, lo impuso de golpe y sin chupar banco; y yo vi inmediatamente que ahí estaba un grande; y fue vital para el campeonato sudamericano atajando penales, como en el Mundial; lo mismo pasó con de Paul, con Lautaro Martínez; pero para el Mundial, los descubrimientos siguieron: ahora fueron Enzo Fernández, MacAllister y Julián Alvarez.
Durante 4 años fue mejorando titulares y plantel, sin descanso, sin errores y con títulos y performances impecables. Argentina y Brasil fueron los únicos países del mundo que hicieron un premundial de 4 años parejo y exitoso; todos los europeos habían sido irregulares respecto a ellos. Argentina mantuvo su trayectoria, Brasil cometió, en cambio, graves errores.
Cuatro. Otro gran merecedor del título es Lionel Messi. No tanto por lo que jugó en el Mundial, donde fue a veces decisivo aunque el peso continuo del equipo recayó más en Martínez, Otamendi, De Paul, Enzo Fernández, y al final MacAllister y Álvarez, con Di María. Pero es (casi fue) uno de los más grandes de todos los tiempos, sin poses de divo, jugando casi todos los partidos todo el tiempo sin lesionarse, con una continuidad y un nivel promedial de calidad inigualables (Pelé y Maradona jugaron mucho menos), una maravilla cotidiana de 15 años de duración, y que todavía durará algo más, si juega por cuentagotas (como en el Mundial sin que la prensa se diera cuenta) y abre espacios para otros con el temor a su peso individual. Se lo merece porque fue un deportista y profesional intachable, de calidad excelsa, muchas veces negado por los idiotas de periodistas impacientes e ignorantes seguidos por mucha gente ciega. Si le faltaba algo para situarse para siempre en olimpo futbolístico, terminó con todas las dudas y reproches más exigentes. Si hay dos personas que se lo merecieron por lo que hicieron a través de los 4 años y del torneo mismo, son Scaloni y Messi, y no solo por la calidad y continuidad de lo hecho, sino por la callada y prudente postura pública con la que respondieron siempre hasta a las más canallescas afirmaciones y preguntas, y propusieron lo suyo, que el éxito coronó.
Porque no nos da el espacio no hablamos de Mbappé, de su peligrosidad extrema, de su velocidad jamás vista en el fútbol, de su habilidad (aprendió mucho de Neymar durante su ciclo común en el PSG parisino); de su variedad y frialdad de ejecuciones (de cabeza, con el tronco, al segundo palo, al primero, un voleo bajo dificilísimo de empate a 2, penales variados e inapelables); la gran estrella del torneo y su goleador, claramente mejor que Messi en la Copa, pero los intereses de FIFA y de la siempre frívola y neófita prensa ganaron una vez más. Francia también tuvo grandes bajas individuales para el torneo: Kimpembe, Benzema, Kanté, Pogba, Lucas Hernández, Nkunku; pero tiene una juventud enorme que espera turno.
Revisados los méritos argentinos y las fases del emocionante partido, vayamos al ítem final. Porque no es lo mismo reconocer méritos colectivos e individuales que celebrarlos, y menos como si fueran nuestros. Que eso creo que no corresponde. Y veremos por qué lo creo así.
Por qué festejar (o no) el triunfo como de ‘hermanos’
A: No somos hermanos, salvo que, muy metafóricamente, consideremos que, por ser ‘hijos de la misma madre patria’ debemos considerarnos ‘hermanos’. ¿Por qué, entonces, no somos ´hermanos’ de todos los otros hijos de esa misma madre patria? ¿Será por la proximidad geográfica?; pero esa misma proximidad pudo originar tanto comunalidad como rivalidad; tantas veces los mayores rivales o enemigos son los vecinos, porque la misma convivencia y vecindad originan rispideces, celos, envidias, resentimientos y odios que la mayor lejanía suaviza, disminuyendo su reiteración y las ocasiones de que se manifiesten; así el caso con Argentina. ¿Qué hay más exacerbado que una rivalidad intrabarrial tradicional?
B: Durante casi toda la historia, desde la Colonia hasta hoy, nos han dado para atrás. Desde la misma fundación de Montevideo, posterior a la de Buenos Aires, parte inicial del Virreinato del Perú, Buenos Aires hostilizó, intentó humillar, sabotear y poner la bota encima de Montevideo, lo que, poscolonialmente y en independencia, devinieron Argentina y Uruguay. Durante todo el período colonial, peor cuando Buenos Aires se volvió capital virreinal, siempre intentó vulnerar la autonomía de que la Gobernación de Montevideo gozaba según el Derecho de Indias (donde tenía asiento permanente en Cádiz porque siempre fue muy importante, como puerto militar, para mantener la españolidad de la costa oriental del Río de la Plata y del complejo hidrográfico Río de la Plata-Uruguay-Paraná).
La expresión del Cabildo montevideano de 1808, ‘se acata, pero no se cumple’ la orden virreinal bonaerense, pinta claramente el endémico conflicto que heredarán las naciones independizadas, y que será un creativo ejemplo de receta para autonomías burocráticas posibles. El Puerto de Montevideo, superior al históricamente anterior de Buenos Aires, se volvía mucho mejor para el creciente tránsito de buques, gente y mercaderías por el Atlántico y para la vigilancia de la región (sumado a Maldonado y Colonia); el de Buenos Aires respondía a una salida sur para el virreinato del Perú, ya sustituido por el nuevo más apto para el cambio de gravedad del Pacífico y comercio interior, terrestre, al Atlántico y comercio exterior, marítimo. Sin poder entrar aquí en más detalles, los intereses de Montevideo fueron siempre contrariados por Buenos Aires; siempre hubo matices importantes aun en medio de los procesos independentistas comunes de ambas regiones; ni que hablar con el período artiguista y los intereses de las provincias argentinas orientales; la historia independiente registra incontables y perennes trabas turísticas, monetarias, comerciales, industriales de Argentina a Uruguay; los períodos peronistas y neoperonistas atestiguan una radicalización de estos obstáculos, hasta hoy.
Aunque sea cierto que algunas familias inmigrantes españolas, canarias y otras se dividieron en América entre Argentina y Uruguay, mayormente entre Buenos Aires y Montevideo, esa comunalidad de orígenes, con proximidad relativa de destinos, no anuló la enemistad pública oficial entre países, fuertemente alimentada por las maniobras de la diplomacia futbolística argentina que terminó en ataque al consulado uruguayo bonaerense y ruptura de relaciones en 1930. Muchas de aquellas familias de origen común y radicación binacional deterioran sus vínculos entonces, y muchas otras deciden ignorar la correspondencia agresiva recibida para no romper relaciones.
En fin, hay una historia de rivalidad, enemistad y divergencias materiales e ideológicas entre Montevideo-Uruguay vs. Buenos Aires-Argentina que solo ignorándola puede referir a ‘hermandad’ entre los polos de esos binomios. Los más elocuentes han sido presidentes uruguayos: Jorge Batlle, prudentemente, dijo que “los argentinos son todos una manga de ladrones, del primero al último”; y Pepe Mujica, cariñosamente, se refirió a los Kirchner así: “La vieja es peor que el tuerto”.
Cuando se unieron comunalmente fue en el emocionante intento de aniquilar a Paraguay, bajo el sádico comando de Brasil; país que -Paraguay- no por nada acogió al unánimemente rechazado Artigas. Como ejemplo reciente de ‘hermandad’ podemos mencionar las disposiciones policiales que dividían hinchadas de ambos países para celebraciones deportivas entre Punta del Este, Maldonado y San Carlos para que no se mataran los ‘hermanos’; otra prueba de hermandad la dio la Copa de Oro de excampeones mundiales de 1980 en Montevideo: durante la misma, montevideanos cargaban en sus autos a turistas brasileños para que pudieran equilibrar a los hinchas argentinos en sus festejos; llegadas las finales, Montevideo, al menos, celebró la eliminación argentina a manos de Alemania, lo que derivó en una muy pacífica y amistosa final contra Brasil; el hecho motivó una encuesta periodística entre extranjeros residentes sobre los porqués del odio antiporteño, que dio muy mal pese a que fue hecha por encuestadores argentinos y en capital.
En fin, lector, está muy bien reconocer racionalmente los méritos que llevaron a Argentina al título, por trayectoria, autosuperación y premio a una vida deportiva ejemplar como la de Messi, a una extraordinaria exposición de conocimiento futbolístico por parte del otro Lionel, Scaloni, desde 2019 y durante todo el periplo, final inclusive. Pero otra cosa es celebrar este justo triunfo, científicamente entendible, con el antihistórico argumento de la hermandad rioplatense, casi un conjunto vacío, una creación político-periodística oportunista, zalamera y alcahueta, desmentida por la casi totalidad de la historia común de más de seis siglos. Quien quiere que lo festeje; pero por lo menos que sepa que su posicionamiento no tiene sustento histórico; que ni son estrictamente ni se han comportado como hermanos ni con Montevideo ni con Uruguay; que Jorge Batlle y Pepe Mujica estaban más cerca del sentir uruguayo informado sobre sus relaciones históricas con Argentina; aunque, a fuer de sinceros, probablemente nos hayan permitido dos clasificaciones a mundiales, jugando sin entusiasmo y quizás hasta con desidia; pero eso podría haberlo hecho cualquiera ya clasificado, sin mayores incentivos para pelearle un partido a los que se la jugaban en él, y quizás con los incentivos que todos sabemos para no oponer mayor resistencia a otra hazaña celeste-charrúa.
En suma, muy merecido triunfo, que debemos reconocer y admirar, pero no festejar; la historia no lo amerita, si se conoce.