La jornada previa arrancó con un tropiezo inesperado que parecía marcar el tono de los desafíos por venir para un pequeño crisol de empujes y afectos que cruzaba latitudes, con un corazón rioplatense compartido: quienes nos propusimos acompañar la actividad popular compartiendo datos, reflexiones, emociones y registros. No es la primera vez que impulso una iniciativa de este tenor. Funcionó muy bien para la primera vuelta y en esta oportunidad me propuse ampliarla a cerca de 300 amigos. No terminé de cargar manualmente cada contacto que WhatsApp colocó un banner con el clásico ícono de prohibición y la leyenda: “Este grupo ya no está disponible, solicita una revisión”. Varios recibieron el aviso que cayó como una sentencia definitiva porque —dicho textualmente— “WhatsApp usa tecnología avanzada de aprendizaje automático para evaluar la información de los grupos, incluidos los asuntos, las fotos de perfil y las descripciones” y, mucho más aún, no menos espeluznante que omitiré en este texto. Abrí un número de caso de apelación que en la mañana de los comicios fue aceptada y el grupo reabierto sin explicación por parte de la empresa de Mark Zuckerberg, Meta Platforms Inc., antes conocida como Facebook. En futuros artículos abundaré sobre la intervención de la vida pública en general y política en particular de los monopolios digitales, muy particularmente luego del triunfo frenteamplista porque resulta indispensable establecer medidas para defender y ampliar los derechos humanos y la libertad de expresión, actualmente restringidos por estas corporaciones supranacionales.
He creado y participado de centenares de grupos. Nunca vi algo igual. En los 15 años de gobierno frentista la política sobre tecnología digital ha sido ejemplar y en esta gestión a iniciar, no puede quedar ajena la elaboración de medidas que detengan las formas ilegítimas de censura promoviendo el respeto por las diferencias culturales y los derechos humanos. El caso de X (ex Twitter) en Brasil es claro ejemplo de estas formas de violencia manipulatoria. La empresa, aunque devolvió finalmente la administración del grupo, lo hizo con menos de la tercera parte de sus integrantes convocados. Reinvitarlos en medio de la jornada electoral se tornó imposible. Pongamos seguidamente la elección en el centro, pero con el eco persistente de este caso, que reclama atención en futuras contribuciones.
Mientras la columna de la semana pasada aterrizaba en los kioscos, las encuestadoras desgranaban su último oráculo, bordeando la infracción a la veda electoral. Con las cifras en mano, y tras revisar cuidadosamente la metodología publicada por cada empresa, elaboré la tabla que exige varias salvedades. Como las encuestadoras juegan solo con porcentajes y la Corte Electoral prefiere hablar en absolutos, construí un puente entre ambos mundos. Calculé los porcentuales de los datos absolutos de la Corte y, en un ejercicio de ajuste metodológico que roza lo alquímico, proyecté los votos absolutos que las previsiones de las encuestadoras habrían arrojado si tomamos como constante la totalidad de votos emitidos, con excepción de los observados. Es decir, aquí están los números traducidos para dialogar con cualquier interpretación posible. Cabe recordar que el resultado de la Corte aún es preliminar, ya que excluye 35.761 votos observados, equivalentes al 1.46 % del total, que probablemente se distribuyan con ligera ventaja para el candidato conservador. En tal sentido, tal vez algo de la diferencia entre el FA y el PN se reducirá mínimamente en el escrutinio definitivo, o más precisamente crecerán los votos absolutos de ambos pero podría reducirse apenas la diferencia tanto porcentual como en votos absolutos, ya que entre los observados hay una proporción importante de votos militares y policiales que participan del funcionamiento y seguridad de los comicios.
La fuente utilizada para las siete empresas fueron sus informes en las respectivas páginas web. En ningún caso transcripciones periodísticas. Salvo Opción, todas erraron. Si bien ninguna colocó a Delgado por sobre Orsi, la diferencia fue siempre menor al margen de error, y si bien podría pensarse que acierta Ágora, lo hace sin ponderar un 6 % de indecisos, mucho más que el margen de error, o Usina, que padece lo exiguo de su muestra. Entre las siete empresas, las cuatro tradicionales destacan, y resulta llamativo que tres hayan sido ambiguas, además de errar mucho más allá de los márgenes previstos, con la histórica Factum como máximo ejemplo. No obstante, estas empresas realizan mediciones rigurosas dentro de las limitaciones de sus recursos. Su tarea no es teorizar: al igual que a un director de laboratorio clínico no se le exige diagnosticar el estado metabólico de un paciente, sino registrar valores con las herramientas disponibles, para que otro realice el diagnóstico.
En la columna de la semana pasada señalé que solo una reversión completa de las trayectorias históricas de la Coalición —en todas sus formas y versiones, tácitas hasta 2020 y formalizadas ahora— y del Frente Amplio podría haber dado la victoria a Delgado. No hacían falta encuestas: en los tres escenarios considerados, Orsi emergía siempre como ganador, y el primero de ellos reflejó con acierto la realidad, incluso teniendo en cuenta el elevado nivel de fidelización de la Coalición, particularmente en los núcleos urbanos de Montevideo y Canelones. El primer escenario proyectado anticipaba un triunfo del FA por cien mil votos, resultado que se verificó con una precisión casi total. No por un crecimiento excepcional del Frente Amplio, sino por un desempeño acorde a su promedio histórico. Por el contrario, la excepción fue la Coalición, que alcanzó el menor nivel de fuga en sus últimas cuatro experiencias, todas protagonizadas por candidatos blancos. De no haber sido así, la diferencia habría alcanzado los ciento treinta mil votos anticipados en la segunda hipótesis.
Pero la mayor diferencia frentista con el pasado no es tanto cuantitativa, cuanto cualitativa. En primera vuelta, el desempeño del FA fue histórico en el interior y lo vuelve a reiterar en este balotaje, con matices. Nunca se habían ganado tantos departamentos. No estoy en condiciones de hipotetizar cuánto se debe al énfasis de Orsi por el interior olvidado, proviniendo de él, cuánto a la dinámica de la presidencia del FA de Pereira y sus recorridas, o, por último, cuánto a las defecciones, crisis y corrupción en las gestiones departamentales coaligadas.
La segunda tabla, que examina crecimientos y fugas —incluyendo a los partidarios de Lust, quien apoyó al oficialismo—, evidencia una disminución significativa en la fuga, salvo en la candidatura de Batlle en 1999, que atribuyo a que blancos admiten de mejor grado votar colorados que a la inversa. Mi estimación inicial sobre la deserción, calculada en un 0,1 %, resultó imprecisa, ya que el nivel registrado fue más del doble. No obstante, mi proyección fue más ceñida en cuanto a la magnitud de votos en blanco y anulados, que la mayoría de las encuestadoras —excepto Opción— habían estimado por encima del 5%. De los 118.725 votantes que no respaldaron ningún lema en la primera vuelta, apenas 15.784 se inclinaron esta vez por alguna opción, quedando a la espera del conteo de los votos observados. Entre los 102.941 votos detectados hasta ahora —siempre sin el definitivo—, se encuentra un núcleo ciudadano duro, caracterizado por una sensibilidad crítica y una disconformidad manifiesta. Este grupo será clave para consolidar el futuro crecimiento del FA, pues sospecho que en ellos podrían hallarse aquellos votantes que en 2004 aseguraron el triunfo en primera vuelta, pero que, con el tiempo, se escurrieron por los resumideros de la decepción. Para reconquistar ese terreno, será crucial profundizar en la hospitalidad organizativa, la integración y el pluralismo, junto con el diseño de una política concreta de izquierda sin remilgos elusivos.
La Coalición se encuentra ahora a la defensiva, con serias dudas sobre la solidez de su aglutinamiento. Aunque logró reducir al mínimo los valores de fuga, no puede ignorarse que este fenómeno se manifestó con mayor intensidad en el interior, donde las rivalidades históricas, forjadas a lo largo de dos siglos, se hacen más evidentes y difíciles de contener. ¿Se reagrupará para las elecciones departamentales de mayo?
Hemos vivido una semana cargada de emociones, reflexiones deductivas y golpes de realidad. Incluso en épocas marcadas por la inestabilidad, la frustración y la volatilidad electoral, el pensamiento no puede rendirse dócilmente ante los fríos veredictos de la encuestología. No porque sean falaces, sino porque, para que puedan nutrir el análisis, requieren una verificación empírica que, inevitablemente, llega siempre con retraso. Lejos de absolutismos empiristas o racionalistas, resulta útil reconocer que los tiempos de validación de ambos enfoques divergen, y que el único punto de apoyo sólido es la teoría, hasta que el movimiento de lo real exija revisarla para su reformulación actualizada. La trampa más peligrosa no reside en la razón misma, sino en la búsqueda de atajos que pretenden acortar sus tediosos pasos o convertir deseos en certidumbres. Poco importa si es con o sin facturación.