“Tú te quedas con el gobierno y yo con la agenda”, le dijo Santiago Abascal, líder de la extrema derecha española, a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno en España.
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La estrategia es clara: conquistar el “centro del ring” en forma permanente, y la única manera que Abascal ha encontrado es extremar su discurso. Los hechos de la cotidianidad política española los sobredimensiona y los expande, construyendo, así, un discurso verosímil aunque no veraz, sólido en la búsqueda de construir relatos con la pasión y la emoción en el centro.
Los movimientos no son nuevos. En diversos países aparecen intérpretes de un libreto finamente escrito que –es quizás lo más grave– se cuela desde las operaciones en redes a los medios masivos, afectando sin dudas al periodismo en tanto se instalan nuevos modelos de negocios de esos medios.
CONQUISTEMOS AUDIENCIAS
Steve Bannon es un estratega de la comunicación moderna. Analiza en detalle los humores de las audiencias y, desde su concepción –derecha extrema, nacionalista, contra la agenda de derechos, etc.–, operativiza acciones de líderes con quienes coincide. Sus experiencias vienen desde su gestión en la TV estadounidense, en donde hizo de la mentira su eje de acción. Hoy es un especialista en utilizar Internet para la acción política. Con aquella experiencia en la TV, descubrió el poder de las fake news. Su éxito mayor fue el triunfo de Donald Trump.
Una de las claves de Bannon y sus seguidores es saber “jugar con los temores de la gente para ofrecer recetas mágicas”, como lo dice el analista Aldo Duzdevich. “Lo importante es decirle a los electores lo que quieren oír. Reforzar sus ideas. Crear un enemigo que sirva de amalgama. Lo suyo son los datos alternativos, la posverdad y la propaganda”, agrega Duzdevich. Bannon y sus adláteres trabajan en la construcción de “verdad emocional”, entendiéndola como todo aquello que alguien quiere dar a conocer para que cualquier persona de la audiencia pueda tener la misma sensación de emoción de quien lo está transmitiendo.
Con Trump fue exitoso, como lo fue con Jair Bolsonaro y Javier Milei.
Diálogo entre hija y padre que está leyendo una noticia.
- Papá, eso es mentira.
- Hija, coincide con lo que yo pienso.
LA DESMESURA
A priori, se podía entender que la estrategia de la exageración, de la mentira y la desmesura, era de vuelo corto, pero parece que no es así. Bannon y sus discípulos saben que las angustias y las incertidumbres en esta época tan desafiante no se agotan en un período de gobierno. Son estados de humor super instalados en las sociedades y buena parte de los ciudadanos aspiran a que les solucionen “la vida” ahora mismo. O sea: Bannon sabe que tiene ese público potencial y aspira a seducirlo aunque –lo sabe bien– las soluciones reales no vendrán. La clave que encontró es construir un medicamento –una aspirina social– para un ratito y que se haga pasar por un remedio permanente. Igual: mañana de mañana habrá que tomarse otra aspirina y así todos los días. Ese es el tratamiento social de impacto periódico.
Eso explica los últimos movimientos de Donald Trump. El pasado sábado 16, Trump se dirigió a sus simpatizantes. Lo hizo desde un estrado, eso derramó en todas las redes y medios tradicionales. Tenía garantizado que su discurso iba a alcanzar altos niveles de audiencia. Trump dijo que habrá un “baño de sangre” si no gana.(Enseguida, los republicanos explicaron los alcances de la afirmación. Pero eso no importa. No existe. Existe lo otro: el dramatismo de un “baño de sangre”).
“Si no resulto elegido, habrá un baño de sangre. Va a ser un baño de sangre para el país”, dijo Trump durante un mitin en Ohio, el primero que ofrece desde que logró los números necesarios para convertirse en el candidato republicano a la Casa Blanca.
El magnate neoyorquino no aclaró a qué se refería con esas palabras, que dijo mientras prometía medidas proteccionistas para los vehículos fabricados en Estados Unidos.
Durante su discurso en Ohio, el republicano calificó de “rehenes” a los detenidos por atacar el Congreso y prometió que los indultará si consigue volver a la Casa Blanca.
También repitió su retórica insultante hacia los inmigrantes, a los que llamó “criminales” e incluso puso en cuestión que sean “personas”. “No sé si se les puede llamar personas. Opino que en algunos casos no son personas, pero no puedo decir esto”, expresó. (Milei usa el término de “criminales” para el Estado y los legisladores que se le oponen).
ESTAMOS CONTIGO, MILEI
Desde el 2017, Javier Milei fue elegido por la internacional Atlas Network –que en Uruguay tiene como actor relevante a Martín Aguirre, director del diario “El País”– para el experimento anarcocapitalista en Argentina. Comenzó un viaje en donde la desmesura, acompañada de citas de economistas y pensadores, afirmaciones verosímiles pero carentes de veracidad –con alto impacto en la conversación social– lograron una alta visibilidad. Las tertulias y programas con eje en el griterío, vieron en Milei un actor que calentaba y tensionaba la pantalla. Todos lo llamaban, todos quería tener su grito e irreverencia.
Con esa plataforma y sin gastar un peso en publicidad, logró ser electo diputado en el 2021. Ahí cambió. Ya no concurría a las tertulias, sino que pedía para estar solo con el periodista. Atmósfera controlada.
Desde el punto de vista comunicacional, Milei fue y es un gran y efectivo protagonista. Repitió y repitió lo de la “casta”, dijo una y otra vez que se vivía la peor crisis en la historia de Argentina, multiplicada la inflación por cualquier número (para justificar luego, como en estos días, que se bajó la inflación. Claro, si dijiste que anualizada la inflación llegaba al 14 mil por ciento, mostrando dos dígitos por mes, sos Gardel).
La licuación de los ingresos –salarios y pasividades– no es otra cosa que violar la propiedad privada del habitante. Milei viola la libertad en defensa de la libertad. Y en el marco de esa libertad, construye enemigos todas las semanas, mientras sigue siendo una incógnita si el plan económico dará sus frutos.
Para Milei los “acuerdos” o “consensos” son la podredumbre misma (promueve el odio y la criminalización que, como en el caso de Trump, se extiende a la esfera pública. Trump alentó el asalto al Congreso; seguidores de Milei ingresaron al Congreso para tomar fotos de las y los diputados que cuestionaban a la Ley Ómnibus y las distribuyeron en las redes).
Desmesura es poco: llegó a hablar de congresistas “coimeros” y reemplaza los argumentos con insultos. O sea: obediencia o confrontación y “cancelación”. Los regímenes o modelos totalitarios se consolidan, en parte, inventando enemigos. El asunto es hasta cuándo persistirá esa lógica marketinera poderosa, sabiendo que su discurso y acción está sustentado en “verdades” (versiones diversas del peronismo fabricando pobreza con un Estado sobreprotector e invasivo), “medias verdades” (que el actor privado sacará adelante a Argentina) y “mentiras” (que el costo del ajuste lo paga la “casta”).
¿Y EN URUGUAY?
En Uruguay, la línea Bannon de desmesura y construcción de una “verdad emocional”, se aplica “a la uruguaya”. La derecha o los conservadores más extremos –algunos columnistas del diario “El País”, como Francisco Faig, y los dirigentes blancos Sebastián Da Silva, Graciela Bianchi y Javier García– insisten por el “Fapit”, dicen que si gana el Frente Amplio Uruguay será la Venezuela de Maduro, que Yamandú Orsi está dominado por los tupas, que Carolina Cosse es Cristina Fernández y que el narcotráfico es una herencia del FA. Y nada más.
Esa derecha está siendo efectiva en una construcción interesante: el “antifrentismo”. Varios dirigentes coaligados –el último fue Andrés Ojeda– dicen sin ruborizarse que el centro es “ganarle al Frente Amplio”. Fortalece –como lo vienen haciendo los blancos– la construcción de una “emoción” que galvanice sensibilidades y votos. Y ahí aparece una suerte de paralelismo con Argentina. Desde mediados del siglo pasado, el “antiperonismo” motoriza voluntades. No se sabe bien para qué, pero esa “emoción” provoca “pasiones” que un día instalan dictaduras sangrientas o un león libertario que habla con un perro muerto.