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Columnas de opinión | mito | política | Bannon

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El mito de la victoria

La palabra "mito" proviene del griego μῦθος (mythos), que significa relato, cuento, leyenda.

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El “mito” explica o da sentido a determinados fenómenos. Los mitos forman parte del sistema de creencias de un pueblo o cultura.

En comunicación política es clave entender el sentido de la construcción del relato-objetivo; es clave saber que la construcción del “aroma” a victoria –relato consistente y verosímil con todos los actores alineados– construye poder y esa lógica dinamiza y fortalece a los soldados leales y conquista a los “dudosos fronterizos”, sensibles amantes de la victoria. (Ojo: hay una línea fina imposible de precisar que no habría que traspasar: el triunfalismo paralizante).

La perspectiva del triunfo

La convicción del discurso de la victoria es central. El caso del éxito de Donald Trump es un ejemplo claro de la construcción del “mito de la victoria”. Para analizar estos mitos –que son una promesa de éxito– es necesario tener en cuenta el contexto, la cultura política y las circunstancias que rodean el clima político, económico y social en cada sociedad o país.

Hecha esa precisión, Trump supo “leer” adecuadamente la realidad estadounidense, percibir las ansiedades de una sociedad con serias dificultades y un país que parecía estar perdiendo el rumbo de la hegemonía mundial. Esta estrategia de Trump –de la mano de un derechista radical sin escrúpulos como Steve Bannon– triunfó, entre otras cosas, porque su contendiente con tono triunfalista, Hillary Clinton, “carecía de una narrativa ilusionante y enérgica”, según escribió Ignacio Martín Granados, director de Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid. Obsérvese el binomio de polarización narrativa (mito del triunfo y ausencia de “narrativa ilusionante”).

El relato “simple y poderoso” de Trump –cargado de mentiras que Bannon se encargó de instalarlas como “verdad” a través del uso intensivo e “inteligente” de las redes– encontró del otro lado una narración timorata y sin convicción como la que exhibió Clinton. (Es interesante este punto porque por esa elección cobraron brutal forma las “fake news” y el concepto de “posverdad”. Trump era una fábrica de efectos narrativos y encontró a los medios con la guardia baja. Reprodujeron sus afirmaciones sin comprobar su veracidad (fact-checking) como finalmente, y ante la reiteración de mentiras (posverdad), se decidieron a hacer The New York Times y The Washington Post.

La ilusión del triunfo estaba instalada. El voto republicano era casi cautivo (lo fortaleció) y atrajo el voto “con débiles lealtades”. Triunfó con la mística construida detrás de un mensaje ilusionante. Tuvo convicción de victoria.

Bolsonaro, Macri y Milei

Con recursos similares, ambos –Bolsonaro incluso tuvo la colaboración del experto Bannon, asesor de Trump– lograron articular un discurso de victoria, ya no con eje en las virtudes de un futuro gobierno, sino privilegiando, en los dos casos, la radicalización política. Tanto Bolsonaro como Macri articularon su “mito de victoria” detrás de la promesa, el éxito, de ganarle al “castrochavismo” y al “comunismo”. Esa retórica, común en ambos, galvanizó un mensaje acompañado de operaciones políticas propias de las fake news y la posverdad. Bannon y Durán Barba trabajando juntos, de memoria y sin mirarse.

Lograron la victoria. Se alcanzó la promesa clave de campaña: ganarle a los “comunistas”; los ejes programáticos estaban en un segundo plano. Lo importante era la victoria.

El caso de Milei es maravilloso. Hace más de un año que articula el discurso “anticasta” y que iba a ganarle a todos. Detrás de ese mensaje clave, dejó caer en cascada una serie de propuestas disruptivas, no políticamente correctas, rebeldes, antisistema. “Tiraremos abajo el Banco Central” y la “motosierra”, por ejemplo. Repitió como un mantra los mensajes claves, acompañados de la convicción de la victoria. (Cristina Kirchner reconoció hace varios meses que el país estaba dividido en tercios. Leyó bien la realidad). Ahora se verá si las PASO fueron una ilusión o la confirmación de Milei y el preaviso de la victoria de este mes.

Acá en Uruguay

En las elecciones de 2004 –con las características políticas y culturales del Uruguay, más la coyuntura– el doctor Tabaré Vázquez supo construir el “mito de la victoria”, pero desde el “tono amable”.

Así las cosas, era difícil encontrar entre sus adversarios algún tipo de convicción en la victoria. La ola del cambio (Mercedes Sosa prestó su melodía, “Cambia todo cambia”), era asumida por unos y otros. Una serie de circunstancias definió de antemano la victoria y, como en el caso de Trump, Vázquez tenía cautivo el voto duro frenteamplista, y el asunto era crecer por el lado de las “lealtades débiles”. Y estas, contagiadas del mito ilusionante del éxito, le dieron a Vázquez, el oncólogo, la primera victoria de la izquierda en Uruguay.

En las elecciones de 2019 hubo sensaciones parejas. Sin embargo, el mito de la victoria construido por Luis A. Lacalle –“somos el cambio”, “nos hacemos cargo”, etc.– permitió sobresalir, traspasar algunas fronteras de sensibilidades, convocarlas y finalmente –con esa suma– logró la victoria. Ya lo había iniciado con el slogan “Por la positiva”. Es cierto que enfrente tenía un candidato, Daniel Martínez, que no pudo construir un discurso emotivo e ilusionante. No tuvo mito de victoria. Casi lo salva la mística del Frente Amplio, un fenómeno cultural de indudable importancia, pero Martínez mostró mitología precaria, sumada a años de desgaste de gestión del FA.

Escrito lo de arriba, es interesante observar lo que hoy ocurre cuando falta un año para las elecciones. El Partido Nacional –el más importante dentro de la coalición gobernante– diseña una estrategia “rastrillo” con variadas candidaturas, pero dos (Delgado y Raffo) pertenecen al riñón liberal-conservador de los blancos y eso disminuye las posibilidades de ampliar la base y cautivar otras “sensibilidades y emociones”. Ese riñón herrerista está construyendo una cuestión interesante que galvaniza y consolida territorios: el antifrentismo. Y eso tiene un valor estratégico que, seguro, servirá como paraguas para que debajo de él se organicen estrategias competitivas.

Es temprano aún; se verá si logran encontrar la huella del mito de victoria. Hasta ahora exponen una línea discursiva polarizante: este es el peor Frente Amplio. Una forma de galvanizar lealtades por la negativa.

El Frente Amplio, en cambio (claro, es oposición), parece dibujar el mito de la victoria también en clave polarizante: “Están en retirada”. También el Frente Amplio sacó una bebida tradicional uruguaya, un Medio y Medio, llamado “Por la vuelta”. Las ofertas fuertes de candidaturas (Orsi y Cosse) muestran marcadas diferencias y el que más insinúa la narrativa del mito de la victoria es Orsi, aunque faltan muchos minutos para que concluya el partido y los indios todavía no hablaron.

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