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Columnas de opinión | historias | cortometraje | Amelia Sanjurjo

Emotivo corto

El silencio y las historias que no pudieron ser

Historias que no pudieron ser. Así se titula el cortometraje desarrollado por la agencia Innvented y la productora Oriental Films para la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos

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Hablé días pasados del hallazgo de los restos de Amelia Sanjurjo y del resplandor de aquellos años, es decir, del tiempo vivido y no vivido, de las banderas de luz que los desaparecidos nos dejaron y de las manos renovadas que las alzan y las agitan. Hoy toca hablar de este filme, en el que la familia de Óscar Tassino, desaparecido en julio de 1977, hace el ejercicio del milagro: imagina cómo habría sido su vida si no se la hubiera arrebatado el zarpazo asesino del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico militar. El corto termina con la frase: “Son 197 las historias que nunca pudieron ser”. Después de ver el filme, y en especial después de la última Marcha, la del 20 de mayo de 2024, me he puesto a pensar que el silencio tiene distintos significados y resonancias. En el cortometraje sobre Óscar Tassino no hay silencio, porque se trata de otra cosa. Su valor reside en asomarse al misterio más enigmático y doloroso que pueda reservarse a los que quedan: pensar en lo que pudo ser y recrear, por lo tanto, esa finalidad o intención teleológica de la que habló Aristóteles: el acto de la semilla cuyo destino de bien y de virtud reside en llegar a ser árbol; o el del hombre y la mujer cuyo destino reside, también, en avanzar y en desplegarse, en comunión con la naturaleza y sin pagar el tributo de sangre de la violencia entronizada. El corto nos invita a formar parte del ámbito doméstico de una familia que ha decidido reunirse en torno a un fuego sagrado, para conjurar una ausencia mayor, una sustracción de vida, un robo de memoria, una fractura del devenir humano cometida por concluyente intención homicida, y lo hace a través de la reconstrucción de los hilos cortados. Lo que viene a nosotros no es silencio, sino el tic tac de un corazón abierto, la calidez de un abrazo, la clarinada de luz que reinstala las cosas en su sitio.

En materia de silencios existen los extremos: está el callar de la naturaleza, que no es absoluto (ninguno lo es, en última instancia), sino que se compone de susurros de viento, de cantos de pájaros lejanos, de arrullos envolventes, aéreos, crepitantes bajo el calor del sol, o crujientes como las hojas en otoño, o casi dulces como el crecimiento de las raíces y el estirar de ramas y de frutos, o imponentes como el mutismo de la nieve en las cumbres, o asordinados como la marea, que penetra en la piel con su áspera condición de arena y de salitre. Frente a éste, se halla el silencio más brutal de todos, perpetrado por la maldad humana, descerrajado como un balazo en el cráneo: el del calabozo y el del pozo, el de la piedra húmeda y orinada, el del hierro helado y resbaloso, el del padecimiento y el castigo injusto, el del vómito y los pies desnudos, el del día antes y el día después de la tortura, el de la vigilancia insomne, el de la muerte anónima, solapada, robada ella también, cometida a traición contra muertos y contra vivos, porque éstos son los que se quedan y porfiadamente esperan. Y están los silencios rituales, sagrados y heroicos, como el de la Marcha, que segundo a segundo y año a año hace estrellar a los relojes contra un muro de lodo, el muro se resiste, se traga los secretos, pero el silencio empecinado lo señala, lo deja en evidencia, lo va royendo desde sus raíces podridas, suma más y más voluntades a la causa, y la causa es poderosa, porque consiste en nombrarlos, uno a uno, y en continuar preguntando, y en ejercer ese silencio como una campanada implacable, que retumba en cada hueso, en cada célula, en alzar los carteles con las fotografías y en demostrar que nuestra libertad ya nunca más se doblegará en los bordes de esa frontera pantanosa. Como digno complemento a esa lucha, se suma este emotivo cortometraje, ya muy celebrado, al que ojalá sigan muchos otros. Hay allí todo un universo de escenas imaginadas, de narrativas que al final, por obra y arte de la magia del amor, de la espera y del tiempo, ya no se quedan por decir ni por vivir. Las historias que no pudieron ser son las que ahora, en el pliegue de la espera rebelde, en el umbral del sueño, en el rumor de las naranjas que continúan creciendo, en la identificación reciente de los restos de Amelia Sanjurjo y en los albores de una madrugada por tantos años negada, pueden empezar a ser.

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