¿Qué está en juego en las elecciones en Brasil el próximo 2 de octubre? Estará en juego la disyuntiva entre democracia y fascismo, expresada en las candidaturas del expresidente Luiz Inácio Lula Da Silva y el actual presidente, Jair Messias Bolsonaro.
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Lo primero es analizar sumariamente los gobiernos del Partido de los Trabajadores de Brasil (PT) desde 2003 al Golpe contra Dilma Rousseff en 2016. Y particularmente el ataque político, jurídico, empresarial y judicial contra el PT, contra Dilma y particularmente contra Lula y cotejarlo con los gobiernos que le sucedieron luego del golpe contra Dilma; el del golpista Michel Temer y el del fascista Jair Bolsonaro.
Escribo desde el afecto, consideración y podría decir admiración que le tengo a Lula. Así que no se espere objetividad y neutralidad; las que en general no creo que existan.
Lula ha sido uno de los presidentes más importantes de Brasil, quizá el más importante.
Presidente entre 2003 y 2010, valga para calibrar su obra, que sacó a 40 millones de brasileños de la pobreza. Hizo posible el ingreso a estudios universitarios de 4.000.000 de jóvenes mayoritariamente pobres y afrodescendientes. Y sin haber podido acceder a educación universitaria, durante su gobierno se inauguraron 14 universidades federales.
El lugar en que uno nace y las peripecias que la vida determina que se deban afrontar, unidas a la sensibilidad y los valores adquiridos, sea por transmisión o sea por su propia experiencia vital, condicionan la interpretación que cada uno hace de la realidad social sobre la que toca actuar u opinar.
Conocí a Lula en 1994. Me fue presentado por el entonces secretario de Relaciones Internacionales del Partido de los Trabajadores de Brasil, el entrañable amigo y referente latinoamericano Marco Aurelio García. En esa primera conversación con Lula le transmití que consideraba muy importante una visita a Uruguay como candidato en las elecciones de ese año a la presidencia de Brasil; me contestó que podía ser. Y esa, su primera visita a Uruguay, se realizó en ese mismo año y significó una forma de seguir estrechando lazos entre el PT y el Frente Amplio.
Tuve la oportunidad y el honor de ser invitado a su asunción como presidente el 1º de enero de 2003. A instancias del propio Marco Aurelio, finalizado los actos protocolares en el Palacio de Alvorada, en ese primer día que tenía por delante el desafío de gobernar el país más grande de América Latina quedamos con Lula y un grupo de visitantes y dirigentes del PT, compartiendo un café hasta altas horas de la madrugada.
Luego, la vida me dio la oportunidad de asistir a cantidad de discursos, presentaciones y conferencias brindadas por Lula, tanto como presidente, como una vez salido de su cargo luego de 2010. Y pude constatar el grado de su inteligencia y capacidad. Y comprobar su capacidad de estadista y concluir que, si existe materia, inteligencia y sensibilidad, con el paso por la “universidad de la vida” se puede alcanzar la dimensión de estadista.
Siendo un negociador consumado desde su época de sindicalista, habiendo llegado a la presidencia con menos del 20% de diputados propios de su partido, debió articular y negociar con los intereses de una élite política. Élite que en Brasil desde la época de la colonia se considera poseedora de derechos cuasi divinos, de la misma manera que podía creerlo el rey de Portugal. Ni hablar de una élite empresarial que se benefició de multiplicidad de negociados en la región. Esa élite brasilera amañó, supongo que de manera non sancta, con gobernantes de países vecinos, que supongo se deben haber enriquecido al negociar la energía que usufructuó el sector industrial paulista. Energía negociada a precios viles, que privó de recursos a las sociedades paraguayas y bolivianas. Inequidades que el gobierno de Lula avanzó a corregir. Como ejemplo: por la energía de la hidroeléctrica de Itaipú, el acuerdo del gobierno de Lula con el gobierno de Fernando Lugo triplicó lo que Brasil pagaba y además habilitó una línea de 500 kilovoltios para Paraguay a costo de Brasil por 400 millones de dólares. Y también negoció con el gobierno de Evo Morales incrementando el precio que Brasil pagaba la energía boliviana por gas y petróleo, que los elevó a niveles cercanos al del mercado internacional.
Si algo tuvo claro Lula fue que el liderazgo regional potencia la propia inserción de Brasil y la región en el mundo. También tuvo claro que la integración regional es una necesidad para lograr esa inserción en la economía global. Y que el peso de la integración debe estar impulsado por una fuerte voluntad política y por asumir el costo mayor por parte de aquellas economías más potentes.
En 2016, en un congreso del PT en Bahía, cuando ya había sido desplazada Dilma del gobierno por un golpe de Estado parlamentario, volví a encontrarlo. Era claro que la ofensiva judicial, empresarial, política y mediática no era solo contra Dilma, iba dirigida contra el PT y en mi opinión particularmente contra Lula.
En ese congreso, el PT me había invitado a un panel de denuncia contra el golpe dado a Dilma donde tuve el honor de compartir mesa con Cristiano Zanin Martins y Valeska Teixeira Zanin Martins, exitosos abogados de Lula en las múltiples causas judiciales contra él y el PT, que llevaron el juez Sérgio Moro y el fiscal Deltan Dallagnol, coordinador de la operación Lava jato y del grupo de tarea de Curitiba. Verdaderos “asociados para delinquir”. Asociación de delincuentes con toga.
Vale dejar constancia acá, como homenaje al compromiso, dedicación y perseverancia de la defensa de Lula, que hoy no tiene causas judiciales abiertas. Y que Deltan Dallagnol fue condenado en marzo de este año por el Supremo Tribunal de Justicia a indemnizar a Lula por la exposición hecha en un Powerpoint, en una conferencia de prensa en setiembre de 2016, en que colocaba a Lula como jefe de una organización criminal. Además, quedó probado que el fiscal Dallagnol actuaba de consuno con el juez Sérgio Moro, por lo cual el Supremo Tribunal de Justicia anuló en 2021 todas las penas contra Lula y ordenó reiniciar los juicios en tribunales de Brasilia. Tribunales que ya en este momento han archivado todos los procesos contra Lula. Más allá de los 580 días que estuvo preso, estando en la cárcel perdería a su hermano mayor y a uno de sus seis nietos, un varón de 7 años, por meningitis meningocócica.
Volviendo al Congreso del PT de 2016 y al diálogo con Lula, en esa oportunidad le pregunté: si iba a ser candidato a presidente en 2018. Me dijo que podía ser. Le dije: no lo van a dejar ser candidato. Me dijo: “Si no puedo ser candidato, igual vamos a tener candidato y yo lo voy a apoyar”. Le dije: “No lo van a dejar hacer campaña”. “Veremos”, dijo.
Y mi certeza de que no lo iban a dejar hacer campaña se basaba en el convencimiento que siempre tuve de que Luiz Inácio Lula Da Silva es el único “gran elector” que conozco. Cuando hablo de gran elector me refiero a que, en cualquier campaña electoral, si Lula se sube a los estrados a apoyar al candidato que sea, eleva de manera exponencial las posibilidades de que ese candidato triunfe. Según mi opinión, pasó con Dilma Rousseff a la presidencia y pasó con Fernando Haddad a la prefeitura de San Pablo.
En ese 2016 Brasil vivía un contexto económico difícil. El impacto global de la crisis de 2008 no dejaba de quedar definitivamente atrás y repercutió en los niveles de crecimiento de las grandes economías del mundo y particularmente de China que con anterioridad había estado creciendo en el orden del 10% anual durante casi 3 décadas impulsando la economía global. Eso impactó en el propio crecimiento de Brasil y de la región.
En ese panorama de desaceleración de la economía, la élite económica brasilera, desconozco si por acuerdo tácito o expreso, había admitido la redistribución más equitativa de la riqueza que llevó adelante el gobierno de Lula y el primero de Dilma, pero no estuvo dispuesta a seguir acordando con esa política y asumir parte de los costos de mantener la redistribución. Y consideró que había que sacar al PT del gobierno de cualquier manera. No lo pudo hacer en las urnas en la elección de 2014, a pesar de que el PSDB apeló el resultado electoral ante el Tribunal Electoral. Pero estimularon e impulsaron las condiciones para sacar a Dilma y al PT del gobierno.
Le pregunté a Lula si el compartía que la élite empresarial se le había puesto en contra al PT y sus gobiernos y me dijo que cuando vio la ofensiva que se desencadenaba contra Dilma, cayó en la cuenta de que efectivamente había sido así.
Quedó planteado que seguramente el futuro en ese sentido iba a estar complicado. Una vez más me dijo: “Ya veremos”.
No volví a hablar con Lula luego de ese Congreso de 2016.
Seguí de cerca la ofensiva judicial, empresarial y con fuerte apoyo mediático dirigida a afectar al PT y a Lula. Y siempre defendí a Lula. Incluso en debates con periodistas que me consta que leyeron el expediente elaborado por el juez Moro contra Lula, pero prefirieron creerle a Moro. Yo seguía creyéndole a Lula.
Esa operación Lava jato no solo afectó al PT, también afectó al sistema de partidos políticos brasileros. Afectó al PMDB, que era el partido más fuerte desde la recuperación democrática, y al PSDB, que reflejaba la centroderecha brasilera que había llevado a la presidencia a Fernando Enrique Cardoso en dos oportunidades, y que contaba con el apoyo del sector empresarial y los medios de comunicación. Si bien el objetivo central de la operación Lava jato era afectar al PT, este partido no sufrió el desbarranque que sí sufrieron otros partidos.
En ese contexto de descrédito de los partidos políticos brasileros surgió la figura de Jair Messias Bolsonaro, excapitán del ejército, expulsado del mismo, y diputado federal intrascendente desde 1991, deambulando por muchos partidos de la geografía política brasilera, defensor de la dictadura instalada en 1964. Y no solo defendió la dictadura, defendió las torturas llevadas adelante, contra Dilma Rousseff cuando estuvo presa. Lo hizo en el debate en Cámara de Diputados cuando la votación del impeachment que derivó en su destitución como presidenta. En esa oportunidad reivindicó a quien fue uno de sus torturadores, el excoronel del Ejército brasilero Carlos Alberto Brilhante Ustra, condenado en 2008 por la Justicia brasilera por torturador.
Su discurso antisistema (habiendo sido parte de este durante décadas) y particularmente anti-PT, y subido a los ataques que desde los medios de comunicación se centraban en el PT y ocultaban las causas que se llevaban adelante contra referentes de otros partidos, logró canalizar el descontento contra el sistema. Portador de un discurso antisistémico, reaccionario, misógino, homofóbico, antiderechos y con fuerte presencia en las redes sociales, canalizó gran parte del descontento. En 2018 se afilió al Partido Social Liberal y fue candidato presidencial por ese partido, noveno partido al que se afiliaba y que se desafilió en 2019. Este año 2022 para participar de las elecciones se afilió al Partido Liberal.
La derecha y centroderecha en las elecciones de 2018 pensaban que el descrédito del PT llevaría a su desbarrancamiento y pensaron que la definición electoral iba a ser entre su candidato y el de la ultraderecha. Y pensaban que eso llevaría al electorado a tener que elegir entre su candidato y el de la ultraderecha y saldrían favorecidos. Una suerte de escenario electoral como el que tuvieron los franceses en las dos últimas elecciones, que obligó a elegir entre Emmanuel Macron y Marie Le Pen. Los cálculos le fallaron; la movilización popular contra las causas que se llevaban adelante contra Lula y la campaña de Lula de apoyar a Fernando Haddad llevaron a la segunda vuelta de 2018 a tener que optar entre Haddad y Bolsonaro. Y la élite eligió optar por Bolsonaro, quien también contó con el apoyo de iglesias evangélicas y particularmente de las iglesias neopentecostales, opuestas a la agenda de derechos que se habían potenciado durante los gobiernos del PT.
En ese contexto, con Lula preso, Bolsonaro fue elegido presidente.
Se abrió así un período acelerado de deterioro al interior de Brasil y una pérdida del reconocimiento que el país había ganado en el contexto internacional. Período caracterizado por un presidente violento, que apela a un discurso confrontativo, estimulando e incitando a sus seguidores a confrontaciones; sea con la prensa, sea con el Poder Judicial o con el Tribunal Electoral. Llegando a cuestionar las garantías del sistema de voto electrónico con el que se han realizado las elecciones desde hace casi dos décadas. El mismo sistema electoral con el cual resultó electo presidente. A esto se agrega que su gobierno se sustenta en fundamentalistas del libre mercado, negacionistas del cambio climático, en grandes latifundistas vinculados al agronegocio y en militares tanto en actividad como en retiro, los que incluso en alguna oportunidad han debido enfrentar algunas de sus declaraciones.
Bolsonaro continuó las políticas que comenzó a instalar Michel Temer; profundizó las privatizaciones de empresas estatales, como la de la electricidad, las reservas petroleras brasileras del Presal en el Atlántico, afectó la protección de los grupos indígenas de la selva amazónica al quitar potestades a la Funai (Fundación Nacional del Indio); impulsó políticas contra el medioambiente y estimuló la deforestación.
Brasil pasó de haber ganado prestigio internacional particularmente durante los gobiernos del presidente Lula, cuando se ubicó entre la sexta y octava economías del mundo, y hoy descendió al lugar 13º. Y con una relación actual deuda/PIB del 98,68%. Con niveles de desempleo elevados, incrementó la pobreza y volvió a colocar a Brasil en el mapa del hambre del cual había salido durante los gobiernos del PT.
A nivel regional Lula impulsó la creación de la Unasur, organismo de integración política de los países de Suramérica. La derecha continental trató de descalificarla como una integración ideológica del progresismo regional, posición que no reconoce que estuvieron plenamente integrados los gobiernos de derecha de Álvaro Uribe y de Juan Manuel Santos, de Colombia, y de Sebastián Piñera, de Chile. Derechas que apenas llegaron a los gobiernos de la región, en elecciones o por golpes, llevaron a su desarticulación demostrando la incapacidad para articular verdaderos procesos de integración en defensa del interés común, por encima de diferencias político ideológicas, demostrando que, en la evolución histórica, las élites dominantes se han sentido más cómodas subordinadas a recoger las migajas de la mesa de los poderosos.
A nivel global el gobierno de Lula fue parte importante en la creación del ámbito de los Brics. Nacido como sigla de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica en ámbitos académicos, para distinguirlas como economías emergentes desde el año 1999, luego de una primera reunión de ministros en 2006 y avanzar en 2008, los Brics se constituirían como organismo en su primera cumbre de junio de 2009. Eso potenció la presencia de Brasil en el ámbito global y abrió espacios a nivel global para el país y también para la región. Y según trascendidos de la reciente reunión de los Brics, en una coyuntura mundial particularmente complicada como la actual, se plantean integrar a otras economías en desarrollo.
Hoy, superada la ofensiva mediática, política, empresarial, judicial con sus consecuencias, Lula es el candidato presidencial con más respaldo de cara a las elecciones de octubre del presente año. Entiendo, como dejé planteado desde el inicio, que la opción electoral de este octubre de 2022 es entre democracia y fascismo.
Lula tiene claro que esa es la disyuntiva del pueblo brasilero. De ahí que haya propiciado unir tras su candidatura no solo a los sectores de izquierda y centroizquierda, también convocar a sectores democráticos de la centroderecha brasilera, proponiendo como vicepresidente a un anterior adversario como Geraldo Alckmin. En cada contexto histórico hay que tener claro cuál es el enemigo principal. Y Lula lo tiene claro. El compromiso de Lula con los sectores más desfavorecidos, con los derechos humanos, con la democracia expresada no solo en lo institucional; expresada en generar las condiciones de satisfacer las necesidades básicas y el acceso a igualdad de oportunidades no necesita ser fundamentada. Está el desafío de si sus aliados en la próxima elección se comprometerán con la defensa de la institucionalidad democrática y la necesidad de avanzar a combatir las inequidades históricas de la sociedad brasilera.
Distintos actores sociales deberán terminar de definirse. El sector empresarial que no estuvo dispuesto a seguir atemperando las desigualdades históricas que caracterizaron a la sociedad brasilera deberá definir si sigue apoyando un gobierno que ha desprestigiado el papel de Brasil. Por su parte los dueños de los medios de comunicación que siempre jugaron fuerte contra Lula deberán elegir si apuestan a subordinarse al fascismo.
Las iglesias evangélicas que mayoritariamente desarrollan su actividad en medios socioeconómicos deficitarios y conocen las condiciones en que viven las personas que a ellos adhieren deben decidir si van a alinear en un seguimiento de un fascismo que los desprecia y que los utiliza electoralmente invocando a Dios, o van a responderle a quien ya dio muestras, por su propia experiencia vital, de qué lado de la sociedad está parado.
Por el bien de Brasil y de la región en su conjunto, espero que el pueblo brasilero el 2 de octubre tenga claro lo que está en juego, que elija por la democracia y decida enfrentar al fascismo. De ahí que tome valor la respuesta de Lula citada más arriba en un intercambio relatado. Veremos.
Por José Bayardi