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Columnas de opinión | Platón | Grecia |

Desde Grecia

Entrevista a Platón

Platón fue uno de los filósofos más destacados del mundo occidental y dejó escritos referentes a la justicia,la igualdad, al arte, además de política o religión

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Caras y Caretas Diario

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En el aire se respira la historia misma. Ya no solo se puede escuchar en alguna calle la música surgida de algún laúd histórico; están también los sabores como por ejemplo de la spanokopita, un pastel de masa filo con espinaca y queso.

Pero hay algo más: es el alma de Platón. Y allí, sin esfuerzo, cerca del Partenón, luego de pasar por la plaza Sintagma -lugar de turbulencias ciudadanas- pude ubicar al pensador en el primer encuentro.

Platón fue uno de los filósofos más destacados de la Antigua Grecia y del mundo occidental. El tipo -que tenía tiempo y ganas para pensar- dejó escritos con referencias a la justicia, la igualdad, al arte o la belleza, además de política o religión.

El filósofo nació aquí nomás, en esta ciudad de Atenas, en el año 427 a.C. en el seno de una familia de aristócratas.

De los encuentros con Platón en las calles de Atenas y en las plazas de Sintagma o Plaka, surge este diálogo, herramienta literaria de la que se sirvió para difundir sus ideas. Quizás los desafíos que hoy nos perturban o interpelan ya fueron abordados por este buen señor que me esperaba junto a un olivo, árbol considerado símbolo de la inmortalidad, la vida, la victoria y la fertilidad. Faltaba más.

En uno de sus diálogos, usted narra que se cruza con un vecino y él le comenta que se dice en el pueblo que en una reunión en la que usted participó, se dijo tal cosa. Y usted le respondió: “¿A quién le cree?”. Puede extenderse.

Es sencillo. Yo le pude haber respondido con detalles sobre lo que ocurrió en ese encuentro. Y esa persona habría tenido que decidir a quién le creería y tras esa elección construir su opinión. Pero la elección es en función de la confianza o verosimilitud que ese vecino le confiere a una de las dos versiones.

¿Entonces usted está hablando básicamente de la confianza?

Exacto. Yo creo en tanto confío. Si no me creía a mí, de qué valía mi versión de los hechos.

Bien. Tiempo después de sus escritos, Nietzsche dijo que no hay hechos, hay interpretaciones.

Bueno, es un derivado del tema de la confianza. Frente a una situación dada, las interpretaciones se vinculan con los escenarios confiables que me he ido construyendo. Digamos, aquel que nació en tal lado -un accidente geográfico e histórico- está armado de una manera diferente a otro.

Tiene algo que ver con la parábola de la caverna.

Puede ser. Una cosa era estar en el fondo de la cueva, otra cosa estar afuera, y otra haber estado en el fondo y conocer otra perspectiva desde el afuera. Hoy, usted podría decir que los medios de comunicación proyectan esas sombras. Y cada uno va viendo cosas, interpreta, subjetiviza.

Claro, pero para agregarle complejidad al asunto, una cosa es vivir en la isla de Tinos, en Rafina o en la lejana Sicilia en donde usted vivió.

Los contextos nos construyen. La primera fuente es la cueva, luego vienen las versiones y sombras secundarias que no son plenamente fieles. Alguien dijo que “la difusión en progresión geométrica de esas inexactas versiones sepultará la verdad bajo una espesa capa de creencias equivocadas, que no desaparecerá, aunque alguien, más adelante, denuncie el error”. Ese “error” será tamizado en función de mis creencias, juicios y prejuicios. Y, al final, tal vez no sea un “error”.

Nuevamente la confianza.

Seguro. En mí prevalecerá algo sobre lo cual yo construí “verdad”. Todo lo demás no es verdad.

Lo otro interesante es que la “caverna” puede ser el hogar, el origen de todas las percepciones y creencias. Uno está prisionero en esta cueva, según usted cuenta. Es una “cueva-prisión-hogar”.

No tengo tan claro el tema del “hogar”. Sé que hay mediaciones más complejas. Pero, en efecto, en el hogar es donde se ejercita primariamente la confianza. Creo en mi padre, en mi madre. Esa es mi verdad. Cuidado: dije “mi verdad”. Porque en aquella cueva, junto a mí, hay otros que vivirán la circunstancia de manera diferente. Luego la iré cotejando, dinamitando o reelaborando. Fíjese: tuve tres hermanos, dos varones, Glaucón y Adimanto y una hermana, Potone. Los cuatro, a pesar de la misma casa, tenemos percepciones diferentes quizás sobre las mismas sombras que veíamos. Pero en la génesis está la confianza del hogar y de la autoridad. Estos conceptos de confianza y autoridad no son menores. Y mire que soy criticado por autoritario.

Le invito a hablar de la República. Usted es hijo de familia pudiente, de los que participaban en la oligarquía gobernante. Y Atenas, pese a ser la cuna de la democracia, esta no la tuvo a usted como uno de sus defensores.

Tengamos en cuenta que mi libro VI de La República lo escribí hace unos 2.400 años. Salvando ese pequeño detalle, primero digamos que la democracia es el gobierno del pueblo. Se trata de un régimen poco favorable. Incluso escribí y sostengo que votar por un líder me parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos; no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar. Admito que los expertos que yo quería al timón del buque del Estado eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente. Estas ideas -constato- siguen vigentes en algunos lugares cuando se sostiene que no pueden votar todos, que no todos están habilitados para elegir.

Es interesante esto que usted dice porque ahora mismo en Chile aprobaron, en una Asamblea Constituyente, un nuevo texto constitucional que debe ser votado. Hay voces que dicen que la constitución debe ser escrita por expertos y no, por ejemplo, por representantes mapuches, feministas o ambientalistas.

Yo coincido con esas críticas. Yo estoy a favor de que los elegidos deben ser probadamente inteligentes y aptos. Eso se llama timarquía. La timocracia es una forma de gobierno en la que los únicos que participan en el gobierno son los ciudadanos que poseen un determinado capital o un cierto tipo de propiedades. Admito que el ejercicio de la timarquía trajo corrupción.

Usted ha escrito que “cuando es la multitud la que ejerce su autoridad, es más cruel que los tiranos”. ¿Puede explicar un poco esto?

Es muy claro. Cuando hablo de “multitud” hablo de fuerzas desatadas, sin orden ni mandato. Es raro que usted me pregunte esto porque tanto en el siglo XX como en el XXI se han observado esos fenómenos de una suerte de “gobierno de las multitudes”. Veamos algunos de los últimos ejemplos que usted ha vivido. En Kiev, la capital de Ucrania, se desataron las multitudes en lo que se llamó la “Revolución del Maidán”. ¿Qué trajo esa rebelión destituyente? Algo más que lo que se le podía pedir a un tirano: asesinatos masivos, incursiones armadas por doquier, construir legalidad de los atropellos, etc. Ese “gobierno de la multitud” trajo luego desajustes en la región. Los tiranos tienen marcos, límites; las multitudes desatadas no. Recuerde usted la rebelión de la Primavera Árabe. Se pensó que eso iba a traer más democracia, el fin de los elencos oligárquicos. No fue así. La multitud legitimó otra tiranía, pero con el perfume de una rebelión de los oprimidos. Los denominados “oprimidos” se volvieron tiranos y, en muchos casos, asociados a la casta tiránica que dijeron combatir. Pero a diferencia de lo que pienso, no pusieron al mando de los países a los más inteligentes y talentosos.

Usted es defensor del Estado y ha dicho que la felicidad pública es posible con el Estado.

Mi posición es clara. No me metí directamente en la política por la corrupción. Prefiero hacer política desde la teoría. Por esto opino que el fin del Estado justo no es hacer felices a algunos, los gobernantes y los suyos. O sea, intereses particulares. El fin apunta a todos; se trata, por tanto, de una tarea universal. Y, por otro lado, el objetivo de la filosofía es la felicidad. En conclusión, como la filosofía nunca trata de cosas en particular, sino siempre en general, entonces el objetivo de la filosofía y el del Estado coinciden, pues la filosofía busca la felicidad en general, esto es, para todos. Y es por eso por lo que llego a la conclusión de que la filosofía debe intervenir en la política si lo que se pretende es un Estado justo, esto es, bueno para todos.

Como hace 2.500 años, la mentira es un elemento cotidiano de la conversación pública, amplificado por las redes sociales. A eso le llamamos fake news. ¿Cómo lo vivía ese fenómeno?

Como algo humano. Es difícil distinguir los contornos de la sombra de la mentira.

Aquí cerca hay un anarquista preso de nombre Giannis Michailidis. Está haciendo una huelga de hambre. Sostiene que la Justicia de este país no es justicia porque, por ejemplo, libera a violadores o narcotraficantes y él, que robó un banco, sigue preso después de 5 años de prisión. ¿Usted qué dice?

No conozco el caso ni a la persona, pero de cualquier manera me gustaría citar uno de mis escritos: el cuerpo humano es el carruaje; el Yo, el hombre que conduce; el pensamiento son las riendas y los sentimientos son los caballos. Le recuerdo mi definición de justicia: es el orden y equilibrio entre las distintas partes del alma. Creo que este hombre tomó las riendas del carruaje y define, por sí mismo, qué es la justicia.

A 1.700 kilómetros de donde conversamos, hay una guerra entre Rusia y Ucrania. Es un conflicto complejo. ¿Tiene opinión sobre el tema?

Mire, la guerra es una expresión del atraso económico y tecnológico. La falta de progresos técnicos engendra un individualismo feroz, que no alcanza a ser contrarrestado por la sociabilidad y la abundancia económica.

En diversas ciudades del mundo, parecen existir guetos. Por un lado los pobres, por otro las familias pudientes. Usted ha escrito sobre la “ciudad ideal”.

Sí. Yo propuse que en esa ciudad haya una división social en tres clases: filósofos-gobernantes, guardianes-guerreros y trabajadores-productores. Cada clase está orientada a cumplir una función por el bien común de la ciudad y que de esta forma en la “armonía” de las virtudes sea una ciudad justa. Si ocurre lo que me cuenta, habré triunfado.

Usted ha hablado de los “virtuosos” y de los “pecadores”. Advierto que parece descartar que el “virtuoso” sea, a la vez, un “pecador”.

Los virtuosos se conforman con soñar lo que los pecadores realizan en la vida.

Usted ha escrito mucho sobre la corrupción y le han criticado que lo que plantea es una “utopía”.

Sí. Sé que aunque es difícil, sin embargo, es realizable, siempre y cuando se haga tal como está planeado, para lo cual es fundamental que los que están implicados en las tareas de gobierno del Estado no busquen tanto honores personales y bienes particulares.

¿Qué opina del capitalismo?

No lo conozco en detalle. Solo puedo decir que la honestidad suele generar menos ganancias que la mentira y que la pobreza no viene por la disminución de la riqueza, sino por la multiplicación de los deseos.

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