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Columnas de opinión | Twitter | trolls | liberal

Los "nadies"

Esnifando cocaína en la Ámsterdam

Las tribus militantes en Twitter tienen dos componentes: los que dan la cara y los que por diferentes razones prefieren el anonimato y se presentan con alias.

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“¿En qué creen los que no creen?”, escribió Umberto Eco. ¿A quién convences en Twitter si ya está convencido de otra cosa? Si no te creen, ¿los podrás convencer?

Las dos tribus están enfrentadas, creen en sus respectivos caciques y nada moverá sus creencias, sensibilidades y emociones. En la polarización -cada vez más acentuada en el mundo moderno- parecen ubicarse de un lado la tribu zurda, con la amplitud progresista que pueda registrarse en cada comarca, y por otro lado una tribu variopinta también, más vinculada al conservadurismo y a las élites privilegiadas y autoritarias, que a los semblantes liberales aunque en alguna zona los contempla. (En verdad, el territorio liberal tiene dos subzonas: los liberales conservadores y los liberales progresistas. Esa zona liberal -llena de escepticismo y dudas, de desconfianza e incredulidad- está en disputa y se mueve -junto a los ciudadanos que siente que la cuestión política y social les es ajena- en las capas tectónicas de las sociedades. No se ven, pero existen; son callados, pero tienen opinión.

Las tribus militantes en Twitter tienen dos componentes: los que dan la cara -jerarcas, funcionarios y ciudadanos de a pie- y los que por diferentes razones prefieren el anonimato y se presentan con alias. Ese mundo clandestino es muy activo y esa calidad de clandestino les otorga amplias impunidades. A Twitter no le importa pese a su código de ética (no se lo cree ni Elon Musk). Lo único que le interesa es que haya cuentas, un número, que permitan exhibir a los accionistas de la corporación que la red está activa, viva y creciendo. Todo lo demás es papel picado. Así aparecen los haters -personas que muestran sistemáticamente actitudes negativas u hostiles ante cualquier asunto- y los trolls -cuentas con identidad desconocida que publican mensajes provocadores, hirientes y ofensivos-. Esos dos casos permiten observar que intoxican la red, la perturban y pudren cualquier intercambio más o menos decente y respetuoso entre integrantes de las dos tribus. Parece claro decir que en ambos bandos hay trolls y haters y que confirma aquella regla nacida en la esquina del barrio Cordón una noche de febrero: la gilada no tiene ideología.

Después hay otro grupo de tuiteros, una categoría que bien podría llamarse voyeur. (El “voyeurismo” es el acto de mirar o espiar el que produce la excitación y no el hecho de mantener una relación sexual con la persona observada). Este tuitero voyeur se asoma a la ventana de Twitter solo para ver que pasa en el barrio. No se ensucia los charoles ni le quedan migas en el traje. Solo mira, se excita o no, se emociona o no.

Vengo a confirmar mis creencias

Las dos tribus tienen una característica firme y común: habitan el universo Twitter para confirmar sus prejuicios y juicios. Su voluntad -única e intransferible- es no cruzar la frontera, juntar la mayor cantidad de botellas vacías y tirárselas al otro con toda vehemencia y fuerza. No hay sangre, pero hay heridos. Pero si alguien osa cruzar el alambrado, respetar al otro, otorgándole credibilidad o razón al otro, ingresa en una zona complicada y le pueden llover calificaciones: “blandito”, “vendido”, “te compraron” o “lo perdimos”. Son traidores. “Aquí, en esta misa pagana en donde cada quien es fiel a su tribu, no se permite tener dudas o respetar al otro”, parecen decir. Un ejemplo: el intendente de Canelones, Yamandú Orsi, durante muchos meses mostró un talante componedor, nada estridente. Integrantes de la tribu que lo acompaña lo tildó de “blandito”. Hace pocos días, Orsi elevó el tono contra unas declaraciones del presidente Luis A. Lacalle. Y ahí, aquellos que no habían tildado de “blandito”, escribieron: “Así te quiero”. En paralelo, los integrantes de la otra tribu, se sumaron a la línea del gobierno y cuestionaron el cambio de tono de Orsi. Recientemente, el ministro de Educación, Pablo da Silveira, expuso un punto de vista que no le calza en su investidura. ¿Efecto? La tribu afín lo aplaudió; la contraria lo vapuleó. Así funcionan todos

(Casi que me gusta para citar al general Perón: “Al compañero todo, al enemigo ni justicia”).

Hace algunos años, el empresario argentino de la comunicación Mario Pergolini dijo poseer un estudio que decía que tan solo el 10% de los tuiteros cambiaba de opinión cuando leía textos ajenos en Twitter. Esto confirma que esta red es propietaria de los fieles y leales, de los que confirman sus juicios y prejuicios y que no hay espacio para los “blanditos”.

La red también es -y ese es uno de los mayores hallazgos de quienes la inventaron- una fenomenal herramienta o mecanismo de entretenimiento. Twitter entretiene. Por tanto, Twitter se transformó en una genial empresa del mundo del entretenimiento aunque en general no sea visto así. (Ejemplo: se terminó eso de ir al baño con un diario mientras contemplo una de mis necesidades fisiológicas. Concurro con mi celular en la mano derecha y con esa prolongación de mi anatomía, transcurro mis minutos fisiológicos. Me entretengo).

Por otro lado, los inventores de Twitter saben mucho de comportamiento humano. Esta plataforma permitió a los “nadies” -seres anónimos hechos partículas en la inmensidad del mundo- asomar la cabeza, opinar, reflexionar, putear, etc. Dejaron de ser los “nadies” y elevan -o creen- su estatus de reconocimiento social. Obtienen visibilidad en la selva, cuando antes sus opiniones o emociones quedaban encapsuladas en un sillón del living o, en el mejor de los casos, en una peluquería de damas o cantina de barrio. Son, somos, más “importantes”. Si lo seremos que hasta tenemos la fantasía que nuestra puteada a Trump -arrobándolo y todo- le llega al muñeco autoritario que se esconde en un mechón teñido de rubio. Y somos famosos; los “nadies” ya no somos “nadies”.

La bandera de los indios

La otra cuestión interesante en Twitter -y que es muy importante- es que los activos militantes de la red la usan para mantener la bandera en alto y que los indios no decaigan en sus creencias y sigan con sus fervores y amores procurando que llueva.

Tener afiatada y cohesionada a la tribu es muy importante, pero ojo que es un barrio virtual. Por momentos se le sobredimensiona y se pierde de vista lo que hacen Coca-Cola y DirecTV, por ejemplo: en cada boliche de campaña hay una heladera con el logo de la bebida refrescante; en cada casa de la periferia montevideana, en poblados o casas aisladas del campo, hay una “palangana” con el logo de DirectTV. O sea: les interesa la propaganda y las redes, y también les interesa el territorio, no sea cosa que me lo ocupe otro.

Mientras tanto, las tribus se amparan en sus enormes banderas y debajo de ella -en cada partido que tengan que disputar- seguirán esnifando cocaína. La Ámsterdam es de ellos y ahí, queridos adictos al prejuicio y al juicio, no se admiten “traidores” ni “blanditos”.

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