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Columnas de opinión | violencia | estética | mujeres

Debate

¿Hay violencia estética contra las mujeres?

Es una exageración teórica llamarle 'violencia' a la indudable influencia y peso coactivo que la sucesión histórica de los códigos y patrones estéticos ejerce sobre todos.

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Declaraciones recientes, tantos de mujeres de los Colectivos Diversa y La Mondonga, así como libros de la socióloga venezolana Esther Pineda, han resultado muy ricos en contenido y muy provocadores de debate. Quizás, en especial: a) la idea de que hay una ‘violencia estética’ en las sociedades, que perjudica especialmente a las mujeres; b) que la importancia de sus efectos y consecuencias debería promover un ‘activismo gordo’ y un ‘activismo por la diversidad corporal’; c) que esa supuesta violencia estética forma parte de una ‘cultura femicida’, dentro de la cual caben ‘afro-femicidios’ y ‘endo-racismos’, también parte de un ‘neocolonialismo etnocéntrico euro-occidental’ (expresión sintética de quien escribe).

Antes de dedicarle espacios a esos conceptos y otros vecinos, déjeme decirle que: en primer lugar, todas esas ideas tienen el suficiente sustento teórico e histórico como para poder enunciarse con un mínimo grado de cientificidad; pero, en segundo lugar, en sus enunciados se exagera el perjuicio mayor relativo que las mujeres sufrirían al interior de procesos y estructuras sociales indudablemente cuestionables; en tercero, algunos de esos cuestionamientos e iniciativas ya han sido hechos en el pasado por grupos masculinos que sostuvieron la ilegitimidad de tales extremos denunciados ahora por los movimientos feministas y de género. Una salvedad importante sería la de que, quien escribe, suscribe la amplia mayoría de las reivindicaciones históricamente demandadas por las mujeres en sus diversas agrupaciones. Solo observa que algunas de esas ideas y creencias no poseen la seriedad teórica ni la verosimilitud empírica suficientes que las hagan sustentables. Y que esas carencias y esas exageraciones no les hacen bien a las reivindicaciones porque habilitan a que sus actores públicos sean acusados de arbitrariedad paranoica, y de animadversión que fractura la sociabilidad, balcanizando la persecución político-electoral de la agenda total de derechos.

Uno. ¿Hay violencia estética que perjudica en especial a mujeres?

En primer lugar, es una exageración teórica llamarle ‘violencia’ a la indudable influencia y peso coactivo que la sucesión histórica de los códigos y patrones estéticos ejerce sobre todos. No porque no puede llamársele ‘violencia’ a esa alteración de una eventual prístina y virginal autonomía de la voluntad de los sujetos que sufren esa influencia coactiva; sino porque, si le llamáramos ‘violencia’ a esa influencia sin duda coactiva, ominosa y preñada de consecuencias cotidianas, ¿qué palabra usaríamos para describir todas las violencias mucho mayores que la esclavitud, la servidumbre feudal y la explotación capitalista han impuesto e imponen desde siempre hasta hoy? Ya desde Durkheim sabemos que los ‘hechos sociales son coactivos’, que se imponen a las autonomías puras de individuos y grupos, que tanto la ‘opinión pública’, como ‘el sentido común’, las subordinaciones y las asimetrías, las normativas y las creencias éticas, todas ellas subordinan la autonomía pura de la voluntad y la limitan; no parece posible vivir en sociedad de otro modo, salvo la postulación de alguna utopía anarquista poco factible.

Siempre ha habido cierta influencia y coacción estéticas, en parte derivadas de una mimesis social constituyente. Al respecto, he dado cursos de grado y posgrado sobre ‘Socioantropología de la moda’ y escrito sobre ‘La evolución de la idea de ‘cuerpo’ en la historia’ que me hacen apto para discutirlo. Pero si les llamamos ‘violencia’ a esas influencias en definitiva algo coactivas, ¿qué nos queda, entonces, para describir ‘violencias’ mucho más fuertes, con más heteronomía en los vectores de influencia: castigos, torturas, trabajos forzados, regímenes para-bélicos, asesinatos, insultos y amenazas humillantes? Asimilar esas violencias es un operativo retórico militante, que puede ser entendible, pero que bien puede ser también revelado en sus carencias y excesos. Una revisión de los grandes pioneros de la historia sociocultural de la moda (i.e. Tarde, Spencer, Veblen, Simmel, Barthes, Lipovetsky, Lurie, Baudrillard, Fox-Genovese, Haug) muestran que la coacción y heteronomía estéticas, que quizás pesaron más sobre las mujeres en el pasado, subordina crecientemente a los varones: medicamentos, sustancias, alimentos, dietas, especialistas, análisis, cirugías, cosméticos. Sutilmente, Simmel muestra cómo esa antigua subordinación de las mujeres por la moda, por la heteronomía estética, constituyó un empoderamiento primario que les sirvió para adquirir otros a posteriori, porque constituyó a las mujeres en sujetos con especificidades, aunque ancladas en subordinaciones rechazables en ese entonces.

En segundo lugar, no parece claro que las mujeres sufran más por esa heteronomía estética que los varones. Es posible que algo de eso pueda haber pasado en un pasado lejano, como vimos; pero la obsesión actual masculina por la estética y por la moda de ningún modo puede afirmarse como menor que la femenina, hasta porque las nuevas masculinidades rechazan las antiguas, en parte por esa mayor conciencia estética y sumisión a la heteronomía de la moda, que antes parecía frívolo y femenil (aquí Vance Packard sobre cómo la industria farmacéutica venció los tabúes masculinizantes con su propaganda). Aunque aún pudiera sostenerse que la heteronomía estética y de la moda es sufrida más por las mujeres, la distancia con los varones se cierra aceleradamente; ninguno de esos reductos, estética y moda, son considerados territorios femeninos ya, al contrario. Tampoco parece ser ya cierto que la estética y la moda son territorios de lucro económico y de control sociocultural de los varones sobre las mujeres; la velocidad con que las mujeres se suben al pináculo del poder rector de estética y moda vuelven a la denuncia retrospectiva mucho más apta que el mapa actual de poder inter-género en esos rubros.

Dos. Hacia un activismo gordo y por la diversidad corporal

Yo estaría de acuerdo con el diagnóstico que las autoras hicieron del lucro económico y del control sociocultural que se obtienen por medio de las heteronomías estéticas y de la moda. Y también vería con simpatía y apoyo a ‘activismos’ que desestigmatizaran la gordura y que promovieran una mayor tolerancia hacia las disidencias estéticas y de la moda, disminuyendo así la esclavitud que esas heteronomías imponen. Pero eso no solo ni principalmente para beneficio de las mujeres, sino también de los varones, también afectados por esas heteronomías tan limitantes de su autonomía, y crecientemente. Tengamos en cuenta que fue una convocatoria básicamente masculina la que promovió, hace ya como 40 años, un felliniano ‘desfile de gordos’ por las calles de San Francisco en el mismo año del 2º desfile gay y en el mismo lugar (impactos vitales enormes que absorbí entonces como los de las plazas de raperos en Oakland). Y en ese desfile (que yo recuerdo vagamente como de mayoría masculina) nadie convocó solo a varones ni excluyó de ella a las mujeres; estoy bastante convencido de que a esos varones les preocupaba también la sumisión femenina a los dictados estéticos y de moda; no estoy tan seguro de que a las mujeres convocantes hoy les preocupe la sumisión masculina; y en ambos períodos ambos géneros la sufrían y merecían ser liberados de al menos buena parte de su peso. Aunque pueda sonar fuerte, quizás aquella protesta masculina fuera más altruista y menos sectaria que la actual. Además, aun coincidiendo con la posibilidad de estos activismos, no solo hay un lucro económico y un intento de control simbólico en los dictámenes compulsivos de la moda y la estética arbitrarios. También hay aspectos sanitarios para objetar a cualquier anarquía obesa liberada sin restricciones; hay muchas dolencias y malestares que están ligados a la obesidad; ya, en el mundo, muere más gente por obesidad y por mala hiperalimentación que por subnutrición e inseguridad alimentaria, a diferencia del pasado. Entonces, de acuerdo, pero tampoco la pavada.

Tres. Algunos conceptos quizás excesivos

Uno. Se vuelve a insistir en algunos conceptos empíricamente inhallables, tales como ‘cultura femicida’, que en parte autorizaría a la incorporación del delito de ‘femicidio’, como homicidio útil y justicieramente específico en los códigos penales. Puede haber varones despreciativos de la vida femenina y puede haber asesinatos de mujeres, como los hay. Pero de ahí a inferir que deben castigarse los homicidios de mujeres porque ‘las matan por ser mujeres’, y porque son un emergente de una ‘cultura femicida’, hay gran trecho, y no creo que deba ser recorrido. Los delitos, en la doctrina jurídica, son grandes bolsas en las que los jueces deben interpretar legislación y doctrina, y crear derecho en el devenir espacio-temporal de las sociedades. No hay homicidios que se cometan sobre una persona ‘porque’ ella sea una mujer; se cometen porque hay algún conflicto o diferendo sobre algo que, a veces, termina con la vida de una mujer y otras con la de varones. Del mismo modo, no hay ni cultura femicida ni subculturas femicidas; aunque de los avatares vitales variados de las personas resulten probabilidades diferenciales de femicidio o cultura femicida, los números de su prevalencia no justifican ni la existencia de culturas femicidas ni de femicidios debido al género. Son, de nuevo, desmesuras retóricas de militantes fuera de control emocional, con consecuencias en la cobardía electorera de los legisladores y en el personal judicial, sometidos todos a ‘violencia militante’, perfectamente nombrable como tal si existiera ´violencia estética’.

Dos. La palabra ‘endo-racismo’ describe el proceso por el cual individuos y grupos internalizan y hacen suyo, como sistemas, el racismo ambiental de sus entornos. Es un vocablo sobreabundante porque todos los conceptos y creencias en el ambiente externo a los individuos son incorporados e internalizados con mayor o menor ‘violencia’ en los individuos y grupos que constituyen su macro-entorno; el racismo es uno de los constructos internalizables, como el nacionalismo, el fascismo, el hinchismo por un club de fútbol o gente del jet set como modelos e íconos de rol. Todo el imaginario simbólico humano es incorporado, más o menos internalizado, durante todo el proceso de socialización. En este sentido, son célebres las contribuciones de la Escuela de Fráncfort a la instalación del antisemitismo, de Adorno al autoritarismo, de Fromm al sadomasoquismo social, de Allport al prejuicio, de Goffman al estigma, de la Sociología de Stanford a la conformación de ‘master status’, que está en la base de todos ellos.

Tres. Un último punto, pero podría haber más. Me parece especialmente importante el uso que se hace, otra vez excesivo y desmesuradamente sectario, del concepto criminológico de ‘técnicas de neutralización del sentimiento de culpa’ que acuñaron Matza y Sykes en 1957. Lo que afirman y enumeran son todos los argumentos por los cuales un culpable intenta descargarse de su responsabilidad, recurriendo a racionalizaciones, proyecciones de la culpa, disculpas, justificaciones y excepciones que podrían descargar su responsabilidad y su sentimiento de culpa, entre ellos los apoyos subculturales como básicos en estos procesos. Pues bien, si bien es cierto que en toda discriminación, violencia, etc. contra la mujer existen ´técnicas de neutralización de responsabilidades y culpas’ (que bien describen las autoras referidas) dichas técnicas operan en todos los casos en que hay una transgresión de algún código social, formal y/o informal; no son mecanismos exclusivos del machismo patriarcal para subordinar mejor a la mujer; la discriminación femenina es solo un caso dentro del total de los mecanismos de neutralización de responsabilidades y culpas en la sociedad. Que por otra parte manejan bien los abogados defensores. Y a los que los mecanismos de defensa del yo tan primorosamente escritos por Anna Freud sin duda pueden contribuir.

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