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Columnas de opinión | realidad | campaña | elecciones

Super light

Las 5 C en la realidad líquida

Cuando faltan pocas semanas para las elecciones del 27 de octubre, se lee a algunos analistas decir que esta campaña es “chata”, que nada sobresale, que lo que se pronuncia se diluye rápidamente y nada queda.

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Este asunto lo abordé con un poco más de vuelo en mi columna titulada “¿Condenados a la medianía?”. Allí decía que los candidatos dominantes en los muestreos de opinión (Yamandú Orsi y Álvaro Delgado) tienen un “tono” parecido, las diferencias narrativas son menores e incluso –como lo ha hecho el diario El Observador–, en términos programáticos, hay variadas coincidencias entre ambos candidatos.

A nivel macro, la campaña es tranquila –no hay rispideces, se evita la confrontación violenta–, aunque a nivel micro (llámese redes) el barro salpica un poco, se eleva la temperatura y se incursiona en la grosería, el destrato o esto que se ha dado en llamar el “discurso del odio”. Algún analista ha explicado que esta “tranquilidad” en la campaña obedece a una cierta “apatía” hacia la cuestión política. También se puede agregar una cierta “fatiga” hacia el debate político, el “descrédito”, las “frustraciones sociales”, el “desencanto”, “expectativas desmesuradas”, “caída de la simpatía hacia la democracia”, etc.

El escenario ciudadano anda por ahí, un poco de todo eso. Entonces, ¿qué deben hacer los políticos no solamente en abierta campaña electoral? Para arrancar: la acción política no concluye con las elecciones, es permanente. Incluso inmediatamente después de conocerse los resultados ya se pueden ensayar reflexiones de cómo pararse en los días por venir. En ese marco, surgen estas reflexiones sobre todo eso que Zygmunt Bauman ha denominado “realidad líquida”: todo se diluye rápidamente, poco permanece. Ahí aparece lo que denomino la estrategia de las 5 C:

Creativo

Es necesario que el protagonista político con aspiraciones de crecimiento político asuma sus fortalezas y debilidades. Cualquier pose forzada –porque lo leyó en algún manual de marketing o porque su asesor se lo dijo– es negativa. La ciudadanía se da cuenta cuando está forzando una performance o razonamiento. Dicho esto, parece necesario explorar ideas creativas que asomen con eficiencia en el debate político. Las propuestas aburridas y la narrativa fatigosa no son buenas compañeras. No en vano suena de vez en cuando la calificación “no se le cae ninguna idea”. La sorpresa en un planteo es muy importante; sorprender a la audiencia permite lograr centralidad en el debate político. (Guardo esperanza de que en lo que falte de esta campaña, algún candidato sorprenda con una idea o una batería de ideas. Por ejemplo, “pienso hacer esto en los primeros 100 días de gobierno”. No pierdo las esperanzas).

Consistente

Un protagonista que no es sólido difícilmente pueda persuadir, convencer y construir confianza. La consistencia a la larga es un bien muy apreciado. Incluso decir “ese tema no lo manejo, debo preguntar a quien sepa”, es valorado positivamente por las audiencias en tanto habla en clave de confianza y seriedad.

Coherente

Las audiencias valoran muy positivamente la coherencia en las ideas, y más si hay coherencia entre lo que dice y hace. Las contradicciones notorias y las mentiras erosionan la credibilidad. Un candidato no creíble tiene vuelo corto. Esto no quiere decir que no se pueda cambiar de opinión –es un rasgo respetado–, pero la misma tiene que ser fundada y sólida.

Continuado

Hay una cuestión que viene de los textos militares: inflexibilidad estratégica y flexibilidad táctica. En este sentido, es necesario decir que el discurso debe ser continuo y sostenido. Sólo de esa manera se puede matrizar en la memoria de las audiencias una línea de acción y ser reconocido por propios y ajenos.

Creíble

Dejo para el final una cuestión central en la comunicación política: la confianza. ¿Cómo ser confiable? Parece claro que la confianza no se compra en la farmacia ni se logra en poco tiempo. Hay múltiples factores. Como ya lo he escrito, “confiar” es tener “fe”. Y estos elementos –sobre todo en el Uruguay, con democracias estables y partidos sólidos– tienen directa relación con el primer anillo de confianza de un ciudadano: su familia. Incluso hay una pulsión que acompaña eso: “Yo le creo a mis padres”, y es la “autoridad”. Los padres mandan, ordenan, definen marcos de comportamientos y, consecuentemente, establecen algunos elementos que luego definen los comportamientos políticos, sociales y culturales: “Yo escucho a Silvio Rodríguez desde chiquito”. Dicho esto, confiar en un candidato está sujeto a un conjunto de factores. Y seguro uno de los más poderosos es que “confío” porque coincide con mis herencias emocionales. Por lo tanto, es interesante observar que la “confianza” está ligada a ese sesgo. Es poderoso asumir que “creo” porque confirma mis prejuicios. La racionalidad pesa, pero más pesa la emocionalidad. (Hay abundante literatura en los últimos tiempos que dice que la gente cada vez lee menos los programas de gobierno. Es frecuente escuchar “me gusta tal candidato”. Parece haberse liquidado el voto ideológico puro, programático, abriéndose paso la afectividad en el voto).

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