Creativo
Es necesario que el protagonista político con aspiraciones de crecimiento político asuma sus fortalezas y debilidades. Cualquier pose forzada –porque lo leyó en algún manual de marketing o porque su asesor se lo dijo– es negativa. La ciudadanía se da cuenta cuando está forzando una performance o razonamiento. Dicho esto, parece necesario explorar ideas creativas que asomen con eficiencia en el debate político. Las propuestas aburridas y la narrativa fatigosa no son buenas compañeras. No en vano suena de vez en cuando la calificación “no se le cae ninguna idea”. La sorpresa en un planteo es muy importante; sorprender a la audiencia permite lograr centralidad en el debate político. (Guardo esperanza de que en lo que falte de esta campaña, algún candidato sorprenda con una idea o una batería de ideas. Por ejemplo, “pienso hacer esto en los primeros 100 días de gobierno”. No pierdo las esperanzas).
Consistente
Un protagonista que no es sólido difícilmente pueda persuadir, convencer y construir confianza. La consistencia a la larga es un bien muy apreciado. Incluso decir “ese tema no lo manejo, debo preguntar a quien sepa”, es valorado positivamente por las audiencias en tanto habla en clave de confianza y seriedad.
Coherente
Las audiencias valoran muy positivamente la coherencia en las ideas, y más si hay coherencia entre lo que dice y hace. Las contradicciones notorias y las mentiras erosionan la credibilidad. Un candidato no creíble tiene vuelo corto. Esto no quiere decir que no se pueda cambiar de opinión –es un rasgo respetado–, pero la misma tiene que ser fundada y sólida.
Continuado
Hay una cuestión que viene de los textos militares: inflexibilidad estratégica y flexibilidad táctica. En este sentido, es necesario decir que el discurso debe ser continuo y sostenido. Sólo de esa manera se puede matrizar en la memoria de las audiencias una línea de acción y ser reconocido por propios y ajenos.
Creíble
Dejo para el final una cuestión central en la comunicación política: la confianza. ¿Cómo ser confiable? Parece claro que la confianza no se compra en la farmacia ni se logra en poco tiempo. Hay múltiples factores. Como ya lo he escrito, “confiar” es tener “fe”. Y estos elementos –sobre todo en el Uruguay, con democracias estables y partidos sólidos– tienen directa relación con el primer anillo de confianza de un ciudadano: su familia. Incluso hay una pulsión que acompaña eso: “Yo le creo a mis padres”, y es la “autoridad”. Los padres mandan, ordenan, definen marcos de comportamientos y, consecuentemente, establecen algunos elementos que luego definen los comportamientos políticos, sociales y culturales: “Yo escucho a Silvio Rodríguez desde chiquito”. Dicho esto, confiar en un candidato está sujeto a un conjunto de factores. Y seguro uno de los más poderosos es que “confío” porque coincide con mis herencias emocionales. Por lo tanto, es interesante observar que la “confianza” está ligada a ese sesgo. Es poderoso asumir que “creo” porque confirma mis prejuicios. La racionalidad pesa, pero más pesa la emocionalidad. (Hay abundante literatura en los últimos tiempos que dice que la gente cada vez lee menos los programas de gobierno. Es frecuente escuchar “me gusta tal candidato”. Parece haberse liquidado el voto ideológico puro, programático, abriéndose paso la afectividad en el voto).