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Columnas de opinión | polarización | Bianchi |

Bianchi y Da Silva

Las aves rapaces de la polarización

Eso que la senadora Graciela Bianchi llama "defensa de la República" es más o menos la ausencia de proyecto.

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Parece ser un misterio insondable imposible de descubrir los verdaderos motivos de la performance mediática de los senadores blancos Sebastián Da Silva y Graciela Bianchi. Hay quien sostiene que le hacen daño al Partido Nacional, por irresponsables, desprolijos e irrespetuosos. Hay otra gente, entre quienes me incluyo, que entienden que hay una estrategia clara detrás de esos legítimos representantes de los primates haplorrinos, comúnmente llamados monos. (Por algo el Partido Nacional no los desautoriza).

Ya en la columna anterior, cité algún antecedente-marco sobre los cuales se afirma el discurso de ambos legisladores. La columna de Francisco Faig en El País es una pieza interesante para descubrir las claves de la iniciativa mediática. Palo y palo con la izquierda, sugiere Faig, en una actitud liberal y tolerante si las hay.

Ahora bien. ¿En qué marco más general se inscribe Faig como pater simius de la derecha conservadora oriental, occidental y cristiana?

La ausencia de proyecto es el proyecto

Esa discursiva acentúa y extrema las diferencias entre los bloques conservador y progresista. La estrategia de polarización actual en el mundo -con los matices del caso- parece obedecer a un escenario en donde hay un anclaje teórico superador de la lucha de clases. Ernesto Laclau fue un filósofo argentino fallecido en 2014. Ubicado como teórico posmarxista, Laclau escribió varios libros, pero en especial se destaca Hegemonía y estrategia socialista, coescrito con Chantal Mouffe, una filósofa y politóloga belga nacida en 1943.

Laclau fue un tipo muy citado por la intelligentzia kirchnerista, que favoreció en la sociedad argentina la radicalización política que luego Jorge Lanata llamó “la grieta”. Lo interesante del caso es que esa polarización fue posible porque hubo otro “polo”, la derecha conservadora. En todo caso, uno existe porque el otro existe.

En Uruguay esa lógica es evidente. Un día sí y otro también, la derecha explica su acción desde una crítica marcada al pasado y presente frenteamplista. “Porque el Frente Amplio tal cosa”, repiten día a día. La izquierda hace lo mismo, caracterizando el modelo que lleva adelante el presidente Luis Lacalle.

Pero parece que existe alguna diferencia entre ambos discursos y prácticas políticas. La radicalización conservadora -y ahí aparecen Bianchi y Da Silva- ocultan flagrantemente la ausencia de propuestas dirigidas a favorecer a las grandes mayorías. La ausencia de modelo, es el modelo; la ausencia de propuestas renovadoras se vuelve una expresión conservadora.

Ernesto Laclau abona una interesante teoría: “La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal-democrática, sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural”.

En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe rechazaron el determinismo económico marxista y la noción de que la lucha de clases es el antagonismo crucial en la sociedad. En cambio, llamaron por la democracia radical y el pluralismo “agonístico” (o sea de carácter lúdico y espectacular) en el que todos los antagonismos puedan ser expresados. En su opinión, “una sociedad sin antagonismos es imposible”, por lo que declararon que “la sociedad plena no existe”.

Lo interesante de esta posición es que esa expresión se encuentra del otro lado, en el bloque conservador. Es una secuencia similar. Bianchi y Da Silva parecen tomar dos platos de sopa de Laclau. “Es lo que yo hago”, podría decir Bianchi, mientras prepara un tuit para lanzarlo contra algún pajarraco de izquierda.

Lo otro interesante, es que el partido Nacional construye hegemonía para liderar el bloque conservador. Su idea es conservar o acrecentar el caudal electoral y así seguir primero en las adhesiones de determinado núcleo de la ciudadanía. La idea estratégica del Partido Nacional -en especial del herrerismo- es liderar ese segmento. Por tanto, desde el poder busca construir poder.

El centro del ring

Pero hay otras sorpresas en este mundo infame. Si ya descubrimos que Bianchi y Da Silva leen a Laclau, ahora observemos este hermoso costado.

En el caso particular de Bianchi, su discurso se afirma en los siguientes pilares: críticas a periodistas, a educadores, a sindicalistas, a actores del Poder Judicial y descubre complots de Irán y Venezuela. Eso que la senadora llama “defensa de la República” es más o menos la ausencia de proyecto. De nuevo: la ausencia de proyecto es el proyecto. O como ha dicho el presidente Lacalle: no tomar medidas es tomar medidas.

Pero Bianchi y Da Silva no están solos. Interpretan y potencian humores que están en la sociedad. En verdad, en el mercado de las ideas y las emociones, estos legisladores trabajan para un nicho de clientela que les es fiel y le brinda hermosos corazoncitos en cada intervención en las redes.

Laclau replantea el concepto de hegemonía. Pero lo que es válido para la izquierda, desde la perspectiva del pensador argentino, lo es para la derecha.

Las derechas en el mundo pueden ser liberales, neoliberales, populistas, nacionalistas, conservadoras, revolucionarias, extremas, radicales, y otros. Lo interesante es que en su seno cada expresión política partidaria busca la hegemonía del relato, la captura de votantes y la conquista de afiliados y militantes.

Cuando el presidente Lacalle reclama a sus seguidores “reconquistar el centro del ring”, está hablando de dos cosas: 1) que estuvo en el centro y 2) que lo perdió. Se trata ni más ni menos de conquistar la centralidad del debate comunicacional, y quien lo gobierna tiene aspiraciones reales de obtener el poder. Lacalle tuvo algo más de dos años en el “centro del ring”, sobre todo por la pericia comunicacional demostrada en el manejo de la pandemia. Pero no hay marketing que tape el sol. Pasado ese período duro de la humanidad y de los uruguayos, van quedando el desnudo los hierros del descascarado barco. La caída de la marea mostró lo que había abajo. No son menores dos titulares del informativo Subrayado (Canal 10): ‘Crecen los vecinos que asisten a ollas populares’ y ‘Jóvenes liceales concurren con hambre a clases’. Lo interesante, además, es que canal 4 subió este mismo titular a su portal, y a los pocos minutos fue cambiado. Al cierre de esta columna, martes 28, la consultora Factum dice que el 51% de los uruguayos considera “negativa” la “situación actual del país” y solo el 39% la considera “positiva”. El relato oficialista se cae como un piano.

La derecha gramsciana

Para los politólogos Gael Brustier y Jean-Philippe Huelin, las derechas de hoy ya no se corresponden con las líneas de ayer. Han iniciado desde principios de los 70 un reposicionamiento ideológico llamado “revolución cultural”, integrado por aberturas y rupturas más o menos sólidas y duraderas para imponer su visión del mundo. En palabras más claras: tratan de no recurrir a los militares para voltear procesos de cambio. Se dedican a conquistar a la opinión pública a través de diversas acciones, en particular construyendo liderazgos en materia económica y social. Así aparecen en Uruguay las fundaciones que en general tienen vínculos directos con Atlas Network, un think tank de la derecha republicana estadounidense que apoya a las derechas del mundo, con todos sus matices. En su sitio web se puede leer: “Desatar el ingenio individual para enriquecer a la humanidad”.

Gael Brustier y Jean-Philippe Huelin dicen lo siguiente: “Es hora de redescubrir la política del ‘gramscismo de derecha’, con el objetivo de la refundición de la imaginación colectiva del elector”. Es entonces, que nos encontramos protagonizando un enfrentamiento entre “gramscismo de izquierda” frente al “gramscismo de derecha”. Para concluir: tanto el ministro de Educación, Pablo Da Silveira, como el senador Guido Manini son estudiosos del tano Antonio Gramsci. Manini en particular porque estando en el Ejército se leyó todos los libros de las Fuerzas Conjuntas en donde desmenuzaron a Gramsci. Pues sí, señoras y señores: descubrimos que Bianchi y Da Silva son gramscianos.

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