Así, pues, es el tránsito hacia nuevos posicionamientos o revalorizaciones de viejos conceptos. De vuelta, como en los siglos XVIII, XIX y XX —¡todo muy viejo!— surgen debates sobre el papel del Estado y del mercado.
Nuevas demandas en odres viejos
El problema, inmedible por ahora, es si el stock de las demandas supera o no el stock de las respuestas. Un hermoso tema de mercado. Todo parece indicar, sin evidencia empírica, que las demandas aumentan considerablemente y los partidos, los sistemas democráticos y los gobiernos no parecen satisfacer las oleadas de reclamos de los nuevos y viejos votantes.
La expansión de la digitalidad abre una gran interrogante sobre el futuro de las democracias. La lucha contra la falsedad —ahora con Inteligencia Artificial se generan discursos falsos, con voces idénticas a protagonistas políticos— solo puede librarse con alguna esperanza de triunfo si hay un entorno pluralista y democrático, respetuoso de las formas y de los contenidos.
Ideologías y ademanes
La realidad líquida —Zygmunt Bauman dixit— es un lio. La volatilidad de los vínculos y la vertiginosidad de los cambios generan ansiedades y demandas no verbalizadas. En este cambalache funcionan las nostalgias y las esperanzas contaminadas de nostalgias. Es posible decir, incluso, que en esta fase del capitalismo —con un consumismo ramplón, que todo lo domina— hay un consumo desenfrenado en el mercado de los vínculos. Nada nos satisface. Nos seduce una taza de vidrio templado, de doble pared, y a la semana eso —ese vínculo— ya forma parte de un paisaje aburrido de nuestra cocina y la insatisfacción se vuelve a instalar en nuestra psiquis o alma.
En la política, los partidos políticos uruguayos —estables y ¿aburridos?— recorren, entonces, un espinel sin grandes sorpresas porque todos quieren comer del menú del “centro”.
Las ideologías en Uruguay —tan precisas y contundentes en los años 60, 70 y 80— ahora parecen diluidas con el único objetivo de llegar al gobierno. Entonces, para mantener a un electorado estable y leal, sustituyen el discurso franco ideológico —esto lo hacen la izquierda y la derecha— por una rutina de ademanes estéticos. Observemos: la derecha agita la bandera de la “libertad”, de que los sindicatos “son un lastre” y que el “Estado frena el crecimiento”. Pura cháchara para agitar en redes porque, a la hora de gobernar, se apropian del Estado como el que más, la libertad la encajonan en un hermoso estante comprado en China (a los comunistas) y nada hacen para legislar contra los sindicatos limitando su accionar. Puro ademán estético.
Lo mismo ocurre con la izquierda, sobre todo durante este gobierno de Yamandú Orsi. Es un gobierno tensionado por la manga derecha y por la izquierda. Está tironeado por las expectativas de su electorado más leal y su deseo de contemplar a otros electorados para ensanchar su base social de consenso. En esa dinámica se da el lujo de perder algunas “pilchas rojas” por el camino. Las restricciones económicas —heredadas de un gobierno que en el discurso iba a prolijar las cuentas públicas, otra retórica para ingenuos— parecen determinar la práctica y el discurso. Eso lo exhibe claramente el ministro de Economía Gabriel Oddone, que es defendido a capa y espada por el MPP que ahora es “astorista”, cuando lo combatió por “neoliberal”. Entonces, limitadas las banderas de redistribución y combate a la pobreza, de vez en cuando agitan palabras llenas de simbolismo de izquierda, como “combatamos la infancia pobre”, “salarios sumergidos” y “apoyo a la educación”. Y salen a pintar muros…
La revolución. ¿La qué?
El pasado 9 de setiembre, en el diario El País, el ministro de Economía Gabriel Oddone dijo: "Nadie nos eligió para hacer una revolución". Y es cierto. Pero un día llegó Mamdani y la ideología asomó con todo su esplendor, al igual que su contendiente más radical, un tal Donald Trump, anaranjado y con jopo. Ya no eran ademanes estéticos. Y el día que llegó el “comunista” Mamdani, arribó cargado de votos jóvenes que conmovieron Nueva York. Y nuevamente los analistas salieron rápido a buscar explicaciones porque hasta que llegó Mamdani los jóvenes eran derechistas, xenófobos y antifeministas. Ideología y estética se dieron la mano, y eso que los neoyorquinos no votaron la revolución. O sí.