El punk ya no rompe todo; los anarcos de hoy ven absortos a un tal Milei que habla contra el Estado y que espectacularizó un libertarismo capitalista, sobrador y violento.
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Los punks de los 70 —ola que llegó tarde al Uruguay como consecuencia de la dictadura— eran pura contracultura. Sonido crudo, rápido, simple y violento, las letras punk expresaban descontento social y una estética provocadora y rebelde.
La Chancha, Los Traidores y Trotsky Vengarán incursionaron con su estilo por la avenida de los punk y La Tabaré Banda es, aún hoy, una expresión irreverente de art-rock que ha fusionado el rock y el blues con la canción popular y el teatro. Precisamente Tabaré Rivero —líder de la banda— dio algunas pistas sobre el estado de situación de la rebeldía uruguaya. Rivero, que un día cantó que la ciudad lo agobiaba y que “bajo mi pelo despeinado quiero matar”, hoy encuentra otros elementos, impensados hace un tiempo, para expresar la rebeldía. Casi que dice que la revolución y el cambio social pasan por otras insólitas calles.
“Antes decir ‘mierda’ era transgresor; hoy es más difícil transgredir”, dijo Rivero al diario El País hace pocos días. Y así se produce el siguiente diálogo.
—¿Y cómo vive eso un transgresor como usted?
—Hoy la mejor manera de transgredir es ser amable, hacer las cosas bien, agradecer; todo lo que antes no hacía. Antes le decía a la gente: “Si te gusta, te gusta; y si no te gusta, te vas”. Y ahora es todo lo contrario: “Gracias por haber venido”. Ser educado es transgresor. El mundo se ha convertido en algo muy maleducado.
La ola violenta
El espacio rebelde —como lo explicara con claridad el politólogo Pablo Stefanoni en su libro “La rebeldía se volvió de derecha”— está expresado por un discurso y una práctica que en el mundo atenta contra la construcción liberal del siglo XX. Se mueven en las estructuras democráticas —uso y abuso de la libertad de expresión a través de un nuevo campo de batalla, las redes sociales— y disputan espacios en las elecciones con los partidos institucionales. Esos “iliberales” —Trump, Milei y otros que no han llegado al poder— son unos eficaces orfebres de las emociones de los sectores fatigados, desplazados o frustrados a quienes el Estado o los partidos del establishment no parecen satisfacer. Esa porción de la ciudadanía estaba tradicionalmente representada por la izquierda, pero esa nueva derecha fomenta el discurso del odio e, incluso, incursiona por el lenguaje sexual, una estratagema que pega de lleno en las emociones, genera conversación y posicionamiento. Valgan estos ejemplos: en Canadá, España y Francia las esposas de los presidentes están siendo “acusadas” de ser travestis. Las redes se inundan de esas “noticias” y contaminan el discurso público.
El discurso del odio hace lo suyo; erosiona, perturba y desplaza ejes esenciales para la convivencia democrática.
¿La izquierda qué hace?
Tabaré Rivero dio una pista. Está ocurriendo que las izquierdas en el mundo fortalecen una práctica que antes era propiedad de los demócratas liberales. Hay un desplazamiento del discurso de izquierda hacia la defensa de un lenguaje democrático, respetuoso de las formas y los contenidos; un discurso liberal y republicano que está lejos de aquella narrativa que repudiaba las libertades formales y el statu quo.
Dice Rivero: “Hoy la mejor manera de transgredir es ser amable, hacer las cosas bien, agradecer”, y agrega: “El mundo se ha convertido en algo muy maleducado”. ¿Está hablando de Trump, Milei, la derecha chilena, la colombiana y la española? Puede ser. La clave es que distingue que una sociedad sumergida en la estupidez es una que camina radiante hacia el enfrentamiento en las redes y en la calle, como ya aconteció en Argentina, Estados Unidos y Brasil.
“Arrastrado”
¿Y Uruguay? Bien a la uruguaya, transita esas lógicas mediante conflictos de baja intensidad, aunque expresivos. El último dato elocuente de la chabacanería a la uruguaya es la expresión del expresidente Lacalle Pou, cuando criticó al Gobierno por las acciones adoptadas en torno al caso Cardama. Lacalle dijo: “Orsi fue arrastrado” por Alejandro Sánchez y Jorge Díaz, secretario y prosecretario de la Presidencia.
Como las palabras no son inocentes, hay solo una lectura de eso. Decir que Orsi fue “arrastrado” significa que Orsi es un “arrastrado”, lenguaje orillero si los hay para identificar a una persona sin carácter. La Real Academia extiende el alcance del término: “Humillante, degradante, penoso, aperreado”.
Lacalle parece competirle al senador Sebastián Da Silva, verdadero cultor del vocabulario ramplón de tribuna popular.
¿Cómo reaccionó la izquierda frente a Lacalle Pou? Lo del expresidente fue una falta de respeto. La izquierda uruguaya sigue la lógica de las izquierdas del mundo: discurso liberal y republicano frente a la insolencia radical de derecha.
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