Un cierto humor instalado en la izquierda habla de la desconfianza o rechazo a los grandes de comunicación. Ese humor crítico -acompañado de hechos que asoman en la memoria histórica de esos medios- intenta justificar ciertos comportamientos de la opinión pública y, paralelamente, las actitudes electorales del ciudadano.
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Como lo he abordado en otras columnas, la construcción de la opinión pública es un misterio, sin embargo, hay una máxima relevante y que excluye, desde el vamos, cualquier otra valoración: la opinión de cualquiera se construye con información. Más todavía: la ausencia de información también construye opinión.
Lo interesante en todo esto es la confianza que nos provoca el medio o portavoz de la buena nueva. Si fulano de tal, a quien considero un chanta, dice tal cosa, es altamente probable que yo rechace la información, que explore intencionalidades del susodicho e inmediatamente descarte lo que me dice. Ahora, si al que escucho y leo me inspira confianza, comienzo a elaborar mi opinión desde una base que me brinda confianza. Le creo, confío.
Los medios y los periodistas
Desde una perspectiva de izquierda, los medios de comunicación están dirigidos por pérfidas personas que desean el mal del vecino y por tanto diseñan estrategias de mentiras para obtener sus objetivos: ser funcionales a los poderes empresariales y a los políticos que los representan. Hay más: también se opina que los medios “representan intereses imperialistas”, pero esta caracterización ha caído un poco en desuso.
Los cierto es que, en los últimos años, los medios y los periodistas han caído en la consideración de los índices de confianza. Esos son los números de Latinobarómetro para América Latina y también para Uruguay. Parece claro que los medios tradicionales -que antes eran monopólicos en el manejo de la información- hoy se las tienen que arreglar con la competencia nacida de las redes.
Hace pocas semanas, el politólogo español Pablo Iglesias brindó diversas charlas en Montevideo sobre comunicación política y redes. Su amplia experiencia en España le permite afirmar -con razones abundantes- que los grandes medios españoles que están vinculados a fondos de inversión, cadenas internacionales y hasta a la Iglesia Católica, dominan claramente el tráfico informativo. Y esa propiedad de los medios lleva a que la izquierda, representada por Podemos, tenga que ensayar distintas estrategias para asomar la cabeza en ese mar embravecido de los medios y la opinión. Ese marco español puede reproducirse en diversos países y las conclusiones pueden ser las mismas: medios dominados por el conservadurismo dominan las conversaciones que les son adversas a los intereses de la izquierda y, por lo tanto, a la ciudadanía no le llega información y opiniones de esa izquierda. O sea: condenados al matadero.
Pero ¿eso es aplicable a Uruguay?
La realidad y las palabras
Con absoluta convicción, Iglesias a dicho: “La realidad está definida por las palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad […] Si no controlas el relato, tu olor a cadáver político será cada vez más insoportable”.
Esta afirmación la comparto plenamente. En el caso uruguayo operan otros fenómenos interesantes que son elementos distintivos del país y que explican, a mi juicio, el comportamiento electoral de las últimas décadas.
Veamos. Los canales privados pertenecen a las mismas familias desde hace 70 años. Representan, en muchos casos, intereses de medios y de sectores empresariales del comercio y del campo. Todo conocido. En los canales de cable del interior la cuestión no se aleja mucho. Otorgados a dedo por Luis A. Lacalle, esos cables -ahora en problemas porque también les llegó el Uber en tanto Netflix y YouTube le quitan clientela- construyen localmente algunos estados de opinión.
En los diarios, El País ya se sabe a qué intereses responde, pero, sin embargo -en tanto casi monopólico-, tiene una conducta equilibrada por momentos en tanto debe contemplar la mitad del país que no coincide con sus apetencias políticas. Déjenme recordar un episodio del citado matutino, como forma de atender lectores de izquierda. Fue con el fallecimiento del cantautor Daniel Viglietti. “El País” realizó una espectacular cobertura, con videos, fotos y canciones del artista. ¿Lo hizo porque súbitamente le atacó algún virus zurdo? No. Lo hizo porque sabe que hay un 20% de lectores -tanto del papel como del portal- que se autoidentifican de izquierda. Es como la panadería de un amigo que es colorado: no pone un cartel que solo les vende bizcochos a los clientes colorados. Les vende a todos. De otra manera se fundiría. Así actúa El País con su carácter casi monopólico. El diario El Observador -que ahora es portal, sale en papel los sábados y actualmente es propiedad de argentinos- intenta alejarse del estigma de un diario de la familia Peirano. Ricardo Peirano, fundador del medio, sigue como director pese a haber vendido todas sus acciones. La línea editorial es claramente liberal conservadora, pero intenta llevar adelante una conducta equilibrada en el manejo informativo. En las radios hay de todo, pero hay cinco que tienen el 70% de la facturación de publicidad. En Montevideo hay unas 50 emisoras. Advertirán las disparidades existentes. Las radios igualmente tienen un trato más democrático de la información, salvo algunos programas de emisoras influyentes.
Ahora bien, con ese panorama, explíquese como el Frente Amplio lleva ganando Montevideo desde las elecciones de 1989. Explíquese cómo es posible que el Frente Amplio haya ganado tres elecciones nacionales y en la última apenas perdió por 30.000 votos.
Tengo la íntima convicción que sigue siendo válida la afirmación de Pablo Iglesias: “La realidad está definida por las palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”. Solo que yo la aplico en todos los procesos comunicacionales que rodean/condicionan a un individuo. Veamos. ¿Qué es el voto? Es la manifestación de la opinión, del parecer o de la voluntad de cada una de las personas consultadas para aprobar o rechazar una medida o, en unas elecciones, para elegir a una persona o partido.
¿Cómo llego al voto? En un proceso complejo, el voto tiene en su base estructural la confianza. La familia, el padre, la madre, es el primer anillo de confianza de una persona; en segundo lugar, está la relación con los hermanos y los amigos; en tercer lugar, la relación con maestros y profesores; en cuarto lugar, el trabajo, la sindicalización; y en quinto lugar, la relación de pareja.
En ese complejo entramado de relaciones yo voy construyendo actitudes, percepciones, opiniones, juicios y prejuicios.
Uruguay -ni hablar Montevideo o las ciudades del interior- presenta una cartografía de cercanía en donde todos parece que nos conocemos. La empresa de bebidas refrescantes Nix supo promocionar un eslogan que bien pinta a los uruguayos: “Acá nos conocemos todos”.
Ese país de cercanías permite construir esa opinión que luego trasladamos al voto. ¿A quién le creo? Y en las tripas tengo vivencias y confianzas, familia y amigos. Fui construido así. Me detengo en un detalle del pasado fin de semana en la localidad de Progreso. Allí la brigada “18 de agosto” pintó un mural en un comité del Frente Amplio bajo la dirección del artista Gustavo Baldovino. Lo interesante de esta jornada -acompañada de un par de ollas con buseca- es que se reunieron familias de frenteamplistas. No solamente veteranos con su permanente aporte, sino parejas de jóvenes con un bebé o un botija de diez años con túnica pintando su parte del muro. Lo que destaco es que desde la niñez la gente se vincula y construye lazos afectivos. O sea: pura comunicación. Quien logra fortalecer esos lazos, aunque no lo sepa, está colaborando para la construcción del voto. Lo afectivo pesa; la vivencia de una hermosa jornada se mete en la trama de decisiones. Un partido que no hace esto está liquidado por más Facebook y Twitter que haya. ¿Hay que desechar esas herramientas? No. En síntesis, esa tarea plástica en Progreso se transformó en un enorme gesto comunicacional y afectivo. Para los pibes que participaron y los vecinos que ahora ven un enorme y precioso mural.
Si bien es importante ubicarse en el centro del combate del relato en la batalla cultural, sigue primando la familia en la construcción de la voluntad popular. “Siempre fui del Frente” o “siempre fui blanco”.
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