En 1998, el autor estadounidense Richard Sennett escribió un libro titulado La corrosión del carácter, en donde se exploraba sobre los cambios en el comportamiento que provocaba el trabajo diario en la gente. Hoy EEUU vive un severo cambio de paradigma en donde para millones de personas, el trabajo dejó de ser el centro de la vida. Prefieren vivir con menos dinero y conquistar otros placeres. (El fenómeno va acompañado de otras cosas: estadounidenses y europeos -de las zonas ricas- ya no quieren trabajar de jardinero, sanitario, electricista, reponedor de supermercados o niñeras. Ese trabajo, ahora lo hacen los emigrantes). Es entonces que se privilegia el ocio como forma de equilibrar la vida y el trabajo -como en las generaciones jóvenes- adquiere otra importancia, menor a la que se adjudicaba hasta ahora.
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Querido ocio
El ocio es un derecho de la dama y del caballero. Inalielable, irrestricto e inapelable. Al recordar la obra de un artista plástico, surge la necesidad de recordar que el tiempo libre es propiedad plena y sustancial de cada uno de nosotros.
Friedensreich Hundertwasser era austríaco, nació en 1928 y falleció en el año 2000. Era artista plástico, un artista vital. Fue una suerte de terremoto plástico y dialéctico que hasta su muerte fue un tábano impertinente en los ambientes copetudos del mundillo del denominado arte contemporáneo.
No se trata aquí de contar su biografía, sino de narrar su alma. Hundertwasser -que se cambiaba de apellido según le diera gana- fue sin quererlo un ideólogo del ocio, del tiempo libre creativo, de la libertad.
En una conversación con Harry Rand -que aparece en el libro Hundertwasser, editorial Taschen, año 2007- el artista dice: “Los comunistas, los socialistas y los sindicatos se empeñan en intentar conseguir más dinero y más cosas que se compran con dinero. ¿Qué pasaría si la gente pidiera cada vez menos en vez de pedir cada vez más? Serían más felices, estarían más sanos, no comerían grasas, cambiarían sus coches por bicicletas, cultivarían hortalizas en el jardín”.
Sostenía que el consumismo -fenómeno que provoca a algunos artistas desde mediados del siglo XIX- era un atajo a la muerte prematura y a la infelicidad. Afirmaba que tener más dinero generaba, por ejemplo, más basura y que luego había que generar más dinero para solucionar el problema de la basura. Era un defensor del ocio.
Las 8 horas
El concepto de ocio ha ido evolucionando; solo habría que observar los debates parlamentarios en Uruguay a principios del siglo XX con la ley de ocho horas para darse cuenta de esto. Ocho horas para trabajar, ocho horas para el ocio y ocho para el descanso, se decía. El ocio es un derecho y a lo largo de los años se ha democratizado al tiempo que se tensa y erosiona con los nuevos avatares de la vida moderna. Una sola definición del ocio: tiempo para hacer lo que nos da la gana.
Pero hay algún problemita. Se da una extraña paradoja. Mientras las nuevas tecnologías liberan tiempo, el ciudadano parece más apurado; mientras disminuyen las jornadas laborales en algunos países, el trabajador convive con la angustia de no saber qué hacer con su tiempo libre.
Hay quienes en el mundo postulan el “nadismo”: la práctica de no hacer nada como forma de disfrutar del tiempo libre; el arte de disfrutar momentos sin hacer algo. Se recupera equilibrio y salud, dicen. Nada mejor que no hacer nada, postulan.
Hace algunos años, la BBC difundió un artículo titulado “El minimalismo: la alegría de vivir con menos”. La nota escrita por Kate Ashford dice que “en las sociedades consumistas se tiende a acumular cosas innecesarias. En sociedades donde el consumismo es muchas veces más motivo de estrés que de placer, muchos sueñan con vender todo lo que tienen y reducir sus pertenencias a lo mínimo indispensable”. “El minimalismo no son cuartos blancos casi vacíos y con escasos muebles […] se trata de eliminar todas las cosas que nos distraen de aquello que es importante en nuestras vidas”, señala Chris Wray, quien escribe el blog TwoLessThings.co.uk. Para los minimalistas extremos, como Andrew Hyde de Colorado, Estados Unidos, significa poseer apenas alrededor de 15 artículos. “Un estilo de vida minimalista implica ser consciente de las cosas que poseemos, las cosas que compramos y cómo invertimos nuestro tiempo”, sostiene Joshua Becker, un minimalista de Arizona y escritor del blog BecomingMinimalist.com.
La opción de la ventana
Más atrás en el tiempo, en la revista de la Universidad Complutense de Madrid (1993), se describían tres tipos de ocio: el pasivo (películas, música, radio), el activo (leer diarios, salir al campo, ir al estadio) y el participativo (hacer deporte). En ese trabajo se cita un estudio de los sociólogos Adolfo Castilla y José Antonio Díaz, en donde enumeran los tipos de ocio según edades y estrato social. Es claro, entonces, que un peón de estancia tiene una secuencia del uso del tiempo libre diferente al joven empleado de un estudio de Ciudad Vieja. También es diferente el comportamiento por sexo.
De cualquier manera, Hundertwasser insiste. Tanto que en febrero de 1972, en Dusseldorf, realizó un manifiesto en favor de la ventana. Sí, de la ventana. La necesidad y el derecho a que el ser humano tuviera ventanas. Idea radicalmente similar esgrimía por estos lares el ingeniero Eladio Dieste. Fue exitoso en algunos planteos, pero su interesante obra del shopping Montevideo -con ventanas circulares en las paredes exteriores- sucumbió frente al concepto shoppingueano: sin ventanas, para que la gente solo mire lo que está en los comercios y no se distraiga mirando por la ventana. Así se taparon las ventanas circulares de Dieste. Vaya y verifique.
Volviendo a Hundertwasser, se podría decir que reinventó la arquitectura. Le dio un acentuado sentido estético en contra del padrón funcionalista. Su mirada estoicamente ambientalista -coherente, vigorosa, alejada de la demagogia- se expresó en un manifiesto y en sus alegres y equilibradas obras de arquitectura.
“Necesitamos barreras de bellezas con urgencias”, clamó.
El tábano austríaco no se callaba. El 14 de febrero de 1981 Hundertwasser pronunció un discurso en la ceremonia de entrega del Gran Premio de Austria a las Artes Visuales. Allí dijo: “El arte de hoy en día es una degeneración. Hace mucho tiempo que los artífices y tratantes de lo artístico no son ya los artistas propiamente dichos, sino una pequeña ‘mafia’ internacional, compuesta de intelectuales frustrados, frustrados porque tales imposturas no interesan al gran público y tampoco les contentan a ellos mismos. Esos artífices y tratantes, que hacen de directores de museos, de periodistas y teorizadores, son parásitos de nuestra sociedad. Nuestro auténtico enemigo es esa necedad incapaz de distinguir lo verdadero de lo falso. Habría que detener y encerrar en una cárcel a todo director de museo que gastase fondos públicos comprando mamarrachos”.
Nota: un video con su obra se puede ver en este link: https://www.youtube.com/watch?v=CizudgiRiOs