Debajo de la superficie
Los valores de una sociedad son poderosos y muy difíciles de modificar. Esos procesos debajo de las superficies de las opiniones y los decires son lentos, se mueven con parsimonia. Las opiniones son más fáciles de cambiar que los valores, ha dicho el inglés Robert Worcester. Y en Uruguay, con la estabilidad política existente, esos valores perduran más. Las lealtades son poderosas y difíciles de romper. Pertenecer a una identidad, es una forma de vida: soy esto porque no soy aquello. Existo en tanto existe lo que no apruebo. Hay razones, argumentos y cosas que no tienen explicación. Soy y chau.
Carlos Real de Azúa supo escribir con lucidez que en los albores de la patria, como en el resto del continente, hubo una “hegemonía económico social de los sectores empresarios agrocomerciales”, entrelazada con la Iglesia y las Fuerzas Armadas. Dijo además: Esa relación no tuvo la misma consistencia que en otros países, pero existió. Esa alianza logró la victoria en las elecciones de 2019. Lo interesante es que ese bloque de poder no tuvo expresión política única en un partido en el siglo XX. Pero ahora sí, en una coalición. En el seno de ella hay valores que vienen del fondo de la historia. Sensibilidades, emociones, ademanes, símbolos. Esa es la audiencia que sedujo el liderazgo de Luis Lacalle Pou en 2019 y que permanece en estos comicios del 2024.
El “pueblo” que hoy representa la Coalición Multicolor está dentro de un “pueblo” más grande y que, contradictoriamente, ese “subpueblo” tiene en su seno a trabajadores y sectores medios que, en la teoría, integran el universo social de la izquierda. Se trata, ni más ni menos, de una “batalla cultural” que los dos bloques —derecha e izquierda— procesan día a día. Ambos leen y estudian al teórico marxista Antonio Gramsci.
La clave de la disputa política es “sintonizar” con audiencias (“pueblo” o “pueblos”) con determinadas características. Desde las élites conservadoras se entiende claramente el desafío. A partir de esa élite, el verbo “sintonizar” busca expresar cierta lógica “civilizatoria” en un universo discursivo y cultural dominado por el vocabulario “progresista” también civilizatorio construido durante muchos años.
Esas élites intelectuales conservadoras identifican el “nicho” de “pueblo” desde donde construir poder y conquistar el gobierno. Esos sectores influyentes —van desde dirigentes políticos, a empresarios y comunicadores— realizaron una cartografía emocional y de sensibilidades y, en función de ello, trabajaron y trabajan. No es un fenómeno nuevo, pero existen herramientas de análisis que permiten ser precisos a la hora del dibujo final.
VIVA LA LIBERTAD
Históricamente, esos sectores ponen mayor énfasis en el concepto “libertad” que en el de “justicia”, más afín a las izquierdas. Asumen que hay una tensión entre ambos conceptos y a la hora de definir, optan por la libertad. Libertad para trabajar, libertad para que la economía funcione, libertad para asignar recursos desde un mercado libre y abierto, libertad de empresa, libertad. Desde el siglo XIX en Uruguay se debate sobre los alcances de la “libertad” y, obviamente, aparece la polarización: por un lado “libertad” y por otro el “Estado” como herramienta para obtener la “justicia”. (La vieja puja o tensión entre “justicia” y “libertad”). Ya está instalado el binomio que moverá a las muchedumbres (algunas movilizadas y ruidosas, y otras calladas y silenciosas, también tanto o más poderosas).
MERITOCRACIA A FULL
“A mí nadie me ayudó. Siempre luchando”. Es frecuente leer o escuchar estas definiciones y, en verdad, expresan realidades que cada uno conoce o intuye. Sin embargo, el fomento de la ideología del “mérito” esconde o encubre, en el fondo, que el Estado no tiene rol a cumplir en una sociedad de por sí fragmentada y desigual. ¿Las desigualdades e inequidades se combaten con el “mérito personal”? ¿Alcanza con ello o el Estado tiene un papel relevante a cumplir? La ideología del “mérito” igualmente sintoniza con mucha gente —“pueblo”— que se levanta a las 6 de la mañana para parar la olla. Y este sector también es “pueblo”. (En los gobiernos del FA, desde el herrerismo principalmente, se decía que a los pobres no había que “asistirlos” —“asistencialismo”— sino que había que “enseñarles a pescar”). Hay ciudadanos que profesan esos sentires; algunos se expresaban de esta manera: No había que darles plata a los “pichis”. De estos sectores se escucha que “no trabaja el que no quiere”. Esa es la audiencia a la que le habla la élite dominante conservadora que promueve el discurso de la “meritocracia”. O sea: el esfuerzo personal e individual por encima del concepto del sentir colectivo y solidario. Más claro: en los inicios de la pandemia, el presidente de la Federación Rural dijo que la “solidaridad no debía ser impuesta” y así amparó donaciones voluntarias al Fondo Covid. Nada de solidaridad, nada de políticas públicas, nada de combate institucional a la desigualdad. “Dejame a mí, no me obligues”.
El énfasis sobre la “meritocracia” ofrece otro costado: el anti Estado. Toda la argumentaria en favor del mérito personal por momentos va acompañada de que no hay que esperar “nada” del Estado, que “papá Estado” anula la iniciativa personal y que no tiene importancia en el desarrollo de cada persona.
Rodrigo Zarazaga, politólogo y sacerdote jesuita argentino, dijo al diario La Nación en abril de 2024: “Yo tengo amigos íntimos ricos y amigos íntimos pobres. Y los ricos me dicen que los pobres no trabajan, pero lo que veo es que los pobres trabajan mucho más que los ricos. Mucho más”.
(Una breve anotación que explica, entre otras cosas, el fuerte liderazgo de Tabaré Vázquez. El Frente Amplio supo sintonizar también con esa clave del “mérito” en tanto expuso un candidato atractivo que provenía de las capas bajas de la sociedad y que con esfuerzo y talento llegó a los lugares más altos que se pueden reconocer aún en nuestras sociedades: un médico oncólogo prestigioso, presidente y campeón con un club de fútbol de bajo presupuesto, un exitoso intendente y un presidente de enorme importancia en el inicio del siglo XXI).
EL VIRUS ANTI ESTADO
Desde las élites conservadoras —configuradas “a la uruguaya”—, el tema del Estado es manejado desde un lugar distante del neoliberalismo o, más recientemente, del anarcocapitalismo expresado por Javier Milei. Es interesante repasar lo que dijo el presidente Lacalle en abril de 2024 en Buenos Aires, en una fundación conservadora, frente al propio Milei.
Al exponer sobre "la receta de Uruguay", consideró que cuenta con "un elemento poderosísimo que es la cohesión social" y apuntó: "Sin cohesión social no hay posibilidad de gozar la libertad individual. Si el todo no está bien, es imposible ser libre en el mundo moderno".
Lacalle Pou sostuvo que “hay cosas que están en el ADN de nuestro país y ya nadie discute”, entre las que destacó “un Estado fuerte” y aclaró: “No quiere decir un Estado grande. Seguramente no tenga que tener mucha dimensión para ser fuerte (…) Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”.
Lo de Lacalle es un pragmatismo claro y contundente.
Desde principios del siglo XX, la política uruguaya se constituyó en dos bloques: por un lado el reformismo batllista y, por otro, como respuesta, el liberalismo conservador que, para diferenciarse de la “reforma” y de la “revolución”, comenzó a hablar de “evolucionar”. Ese concepto de 100 años atrás fue tomado por Luis Lacalle Pou en su campaña de 2019: “Proponemos evolucionar”. Su idea era dar pasos sobre lo ya construido por 15 años de gobiernos de izquierda, sin eliminar algunos aspectos centrales de ese período. Más todavía: sus campañas publicitarias incluían, por ejemplo, imágenes del Plan Ceibal y de los parques eólicos, aspectos claramente simbólicos de los gobiernos del Frente Amplio.
Los debates de la época del batllismo y los blancos estaban marcados por más o menos presencia del Estado. Y las palabras que se cruzaban ambos bandos no son nada ajenas a las que atravesaron todo el siglo XX y el siglo XXI. En enero de 2024, “Un Solo Uruguay” volvió sobre sus ejes del año 2018: “Disminuir la presión fiscal” y “achicar el Estado”. En los vehículos de ese movimiento se siguen leyendo las pegatinas “Achicar el Estado” o “Que el Estado no sea un lastre”, palabras más, palabras menos, que utilizaban los conservadores de principios del siglo XX.
Tres observaciones: 1) parece clara la relación histórica entre los vectores que integran el universo conservador; 2) El eslogan “¡No más impuestos!” está directamente vinculado con los postulados de “Un Solo Uruguay” y, moderadamente, en los sectores herreristas de último cuño: “Aflojar la cincha”; y 3) la práctica política de Luis Lacalle Pou puede caracterizarse como “conservador moderado”.
ANTICOMUNISTAS NEW AGE
Esto viene del fondo de la historia (recuerden: los “valores” son expresiones vigorosas que operan en las profundidades de las sociedades). Ya Fructuoso Rivera calificaba a José Artigas de “anarquista” y proponía que había que matarlo. A la rebelde esposa de Manuel Oribe, María Josefa Francisca, los españoles ocupantes de Montevideo le llamaban “la tupamara”, por su actitud irreverente.
Con la Segunda Guerra Mundial, el anticomunismo se atenuó porque eran aliados contra Hitler, pero una vez terminado el conflicto y repartido el mundo entre los “ganadores”, el enemigo a enfrentar desde occidente era el “Oso ruso”, el “peligro rojo”. El realineamiento internacional colocó a Uruguay de este lado del enfrentamiento y así fue creciendo el discurso “anticomunista”, tanto desde esferas políticas como empresariales y militares. Con el triunfo de la Revolución cubana, la euforia crítica se expandió, sobre todo porque, con nitidez, a nivel local quedaron de un lado los críticos a Fidel Castro y del otro, los defensores de la revolución.
Ese sentimiento “anticomunista” quedó expresado en el año 2023 cuando Cabildo Abierto se negó a participar del homenaje al Partido Comunista del Uruguay en un aniversario. Incluso un legislador de ese partido sugirió hasta prohibir al PCU. Se trata de la misma posición que los Manini Ríos expresaron desde 1910. Pero ese anticomunismo no solo anida en los cabildantes. Colorados y blancos beben de esa fuente. O más recientemente, cuando el candidato colorado a las internas, Gabriel Gurméndez, propuso sacar una escultura con la hoz y el martillo ubicada en una plaza del interior.
Todo el debate sobre Venezuela, Hugo Chávez y Nicolás Maduro esconde el viejo reflejo del discurso anticomunista. Esto ocurre desde hace mucho tiempo. Es un debate permanente —y sin plazo de conclusión— en donde cada uno trabaja para su audiencia. Los “valores”, esos “valores”, entonces, vienen del fondo de la historia y están ahí, para que alguien los reinterprete y los continúe. (En política todos los días hay que regar la plantita).
El fenómeno “anticomunista” o “antisocialista” obviamente que no es nuevo. Se pueden referenciar historias de los años 50, 60 y 70, en el marco de la “Guerra Fría”. Pero hay que bucear en la historia más vieja.
Es interesante observar que las expresiones conservadoras de principios del siglo XX —en especial en la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez— estaban ligadas al tono “obrerista” o “socialista” del presidente Batlle.
Cuando Batlle y Ordóñez destacó a Lenin desde las páginas del diario “El Día”, los herreristas y riveristas (estos últimos integraban el partido Colorado, teniendo como líder a Pedro Manini Rios) crisparon el debate. Obsérvese: el herrerismo se continúa hasta hoy, Luis Lacalle y el riverismo también, de la mano de un descendiente de aquellos: Guido Manini Ríos, católico, ganadero y militar.
EL ORDEN, EL SESGO AUTORITARIO Y EL RECREO
Salvo en regímenes monárquicos puros, los políticos buscan interpretar a las mayorías o a porciones de esas mayorías. Para eso, desde tiempos inmemoriales, se valen de distintas estrategias para auscultar a la ciudadanía. (Incluso en monarquías, el rey mandaba a algunas de sus personas de confianza para saber qué pensaba el “pueblo”. Y el sujeto visitaba cantinas y ferias, conversando con la gente. Reunía “humores” y luego le contaba al rey. O sea: el rey —por más que tomaba decisiones en su palacio— no quería despegarse de lo que sentía la masa. Hoy hay recursos tecnológicos y digitales para acercarse a ese “humor social” e interpretarlo o representarlo.
Con la Coalición Multicolor —en cuyo vértice está el presidente Lacalle— pasa lo mismo: interpreta “humores” y sensibilidades que se expresan en la sociedad. Como ocurre con la izquierda, la coalición neoconservadora explora con un rastrillo una amplia avenida de posturas, juicios y humores.
“Lo emocional es lo que domina el comportamiento político en última instancia”, ha dicho el sociólogo y fundador del partido español Podemos en España, Pablo Iglesias.
El bloque conservador y las élites que lo orientan tienen una directa relación con un universo cercano a los militares y la dictadura. Para explorar esto no se deben obviar algunos pronunciamientos ciudadanos. En el plebiscito de 1980, ganó el rechazo a la reforma constitucional del gobierno militar. Pero hubo cerca de un 40 % de los ciudadanos que la votaron afirmativamente. Esos ciudadanos representan un cuadro de sensibilidades afines a lo que expresaba el gobierno militar. (Recuérdese que frente al golpe militar de 1973 no hubo una reacción popular vigorosa. Hubo sí, una huelga general que duró 15 días. Este cuadro permite pensar que ya en 1973 había una buena porción del pueblo uruguayo que veía con buenos ojos el levantamiento militar quizás con un reflejo de la necesidad de “orden”. Esa gente —que integra familias y tiene amigos— traslada opiniones y construye, en ese universo, opinión pública que luego se expresa en las urnas). No hay que olvidarse tampoco que la Ley de Caducidad o impunidad fue respaldada en el plebiscito de 1989 y luego ocurrió lo mismo cuando la izquierda plebiscitó algunos aspectos de dicha ley en el 2009. O sea: se registraron pronunciamientos ciudadanos en un sentido y eso forma parte del universo de “humores, sensibilidades y opiniones” de buena parte de la ciudadanía que lidera la élite conservadora.
El Gobierno multicolor interpreta esas sensibilidades. Lo hace con cautela —Partido Nacional y Colorado— o expresamente con Cabildo Abierto (“se terminó el recreo”, repitió el general Manini en la campaña de 2019, una expresión que sintonizaba claramente con la búsqueda de “orden”). Hay, entonces, un conjunto de ademanes hacia ese electorado, desde donde se intenta interpretar.
LA REACCIÓN AL FEMINISMO
Frente a la revolución feminista, se ponen de manifiesto, también, dos núcleos importantes en la ciudadanía uruguaya. No se trata de universos congelados o rígidos. Veamos. Parece claro que el concepto “feminismo” o “derechos de la mujer” han permeado a buena parte de la ciudadanía, sin importar perfil político, formación, educación o posición económica. La revolución feminista de estos años plantó bandera y eso es reconocido por vastos sectores. Pero cuando se empiezan a desmenuzar las expresiones que están debajo de ese enorme paraguas del “feminismo”, aparecen algunos ruidos que también son captados por la coalición gobernante. Nuevamente el partido del general Manini Ríos —hoy enfrentado a su derrumbe— tomó la delantera y explícitamente ha denunciado lo que denomina “ideología de género”. Es que la revolución feminista empujó una serie de cambios y reformas —leyes y lenguaje civilizatorio— que no provocan simpatías en una parte de la población. Eso ocurre desde normas que benefician extraordinariamente las denuncias de violencia de género hasta el vocabulario. Desde la izquierda se ha impulsado el uso de “todas y todos” para contemplar nítidamente ambos géneros y con menor vigor el “todes”. Es frecuente que ese universo de izquierda lo utilice en las reuniones públicas. Cuando arribó al gobierno, el presidente Lacalle no utilizó ese lenguaje. En sus primeras apariciones públicas —conferencia de prensa por la pandemia— se notaba el esfuerzo para no emplear el “todas y todos”. Con un “buenas tardes a todos” comenzaba sus conferencias de prensa. Y eso permeó a todos los integrantes de la coalición, jerarcas o legisladores. Nadie usó ni usa el “todas y todos”. Obviamente que pasaron más lejos de la palabra “todes”. Esta sensibilidad no va en contra del feminismo y conquistas de esa revolución. La vicepresidenta Beatriz Argimón es feminista, pero no cumple con los rituales de la revolución feminista, como movilizarse por las calles en reclamo de más derechos. La Coalición gobernante sí se opone a las expresiones extremas. De esta manera, interpreta y sintoniza con una parte de la población que no asume con plenitud ese cambio de vocabulario. Un dirigente de izquierda, que explora sensibilidades, dijo: “Tengo claro que el ‘todes’ ni pica en Vichadero (Rivera) pero que podría funcionar en Valizas (Rocha)”. Es interesante observar que en las sociedades occidentales hay una reacción de los varones —la rebelión de los machos— que se sienten observados, cuestionados, “perseguidos”, y con menos poder. Ese nicho existe en las sociedades y expresión de ello es la narrativa de Trump. El problema, entonces, no es la oferta (Trump) sino la demanda (los varones desplazados o en tela de juicio).
LA PULSIÓN ANTISINDICAL
Una parte importante de la población no siente simpatía por los sindicatos. Esto tiene algunas explicaciones. A modo de aproximación, esa percepción negativa tiene que ver con una prédica de los medios de comunicación dominantes que viene del fondo de la historia (por lo menos de principios del siglo XX), que condena las movilizaciones, paros y huelgas. “Disturbios”, “agitadores profesionales”, “profesionales del caos” (el colorado Robert Silva dixit) son algunas de las expresiones que se vierten en la prensa desde que los anarquistas organizaron las primeras huelgas a fines del siglo XIX. Y eso, gota a gota, se repite desde hace 120 años por lo menos. Así se van construyendo determinadas sensibilidades más allá de que, históricamente, ciudadanos que cuestionan a los sindicatos no se niegan a recibir los beneficios que obtienen esos colectivos en las negociaciones y movilizaciones.
El otro elemento a tener en cuenta que no genera simpatía en una porción de la ciudadanía es que los dirigentes sindicales “no trabajan”. Eso quedó claramente expresado en un debate entre Fernando Pereira —en ese momento presidente del PIT-CNT— y el senador blanco Sebastián Da Silva. Este insistía en que Pereyra hacía 15 años que no trabajaba. Pereira reiteraba que trabajaba todos los días, de 7 de la mañana hasta las 12 de la noche. Claro: trabajaba como dirigente sindical, en uso de la licencia que por ley se le otorga desde hace muchos años. (Es interesante observar que Lacalle fue presionado para modificar las licencias sindicales y no promovió cambio alguno). En verdad, Da Silva estaba sintonizando con una parte de la población que no ve con buenos ojos la licencia sindical y no asumen que, si no fuera por ese mecanismo, las organizaciones empresariales tendrían más poder en la puja con los sindicatos.
En ese marco de realidades y sensibilidades, el Gobierno multicolor impulsó una ley para que los sindicatos tengan personería jurídica. Nuevamente sintonizan con esa suerte de antipatía que existe en una parte de la población con relación a los sindicatos. Interpretan el humor contrario a los sindicatos.
El humor contra sindicatos parte también de una suerte de prédica —impulsada por el semanario Búsqueda— de presentar a los dirigentes sindicales como “afines” a determinados partidos de izquierda. Esa forma de presentar a los dirigentes sindicales fue seguida por todos los medios. Sin embargo, ni Búsqueda ni otros medios han adoptado la misma actitud para presentar a los dirigentes de las cámaras empresariales. En el pasado y en el presente, dirigentes de cámaras empresariales han integrado e integran gobiernos del universo multicolor. En el pasado reciente, el Partido Colorado incorporó dirigentes afines que pertenecían al mundo industrial y del comercio y, ahora, el Gobierno que encabeza Lacalle sumó a dirigentes del mundo de la agro-ganadería.
El politólogo Christian Mirza ha escrito: “La patología del ‘clasismo disimulado’ es intrínseca de la derecha. La propia estructura de clases en una sociedad capitalista permea e incide directamente en la construcción de las alianzas de clase. Y esto es lo que se hace evidente en Uruguay”.
LA CALLE Y EL CUERPO
Existe un “pueblo” que se siente cómodo en el contacto físico, la alegría compartida, la risa fácil y los cantos. Se identifican en la cercanía lúdica del cuerpo. Esa es la izquierda. Pero existe otro “pueblo” que no se siente cómodo en esa expresividad popular. Prefiere otra expresión popular: el silencio. Como diciendo: “La calle no es lo mío”. Hay dos ejemplos de esta situación en estos años. Cuando el presidente Lacalle hizo su informe al Parlamento en la primera semana de este mes de marzo de 2024, hubo una convocatoria muy firme y por diversos medios a acompañarlo desde la calle. Diversos dirigentes insistieron en que había que estar presente. Poco más de 50 personas fueron con sus banderas y sus gorros. Y en el cielo, una avioneta, pagada por un empresario, acompañando la magra representatividad callejera del gobierno. ¿Fue esta una foto de la aprobación del presidente Lacalle? Nada que ver. Es una expresión nítida de un “pueblo” que se siente cómodo sabiendo que está ahí, gobernando por ellos, que eventualmente lo siguió por televisión. El otro ejemplo lo brindó el director del diario El País en la edición del domingo 12 de marzo de 2023. Escribió Martín Aguirre que criticaba la “apología a la masa como herramienta de acción política (…) nuestra aversión a las turbas viene de hace tiempo”. Y cita cuando fueron miles de uruguayos a recibir a la Selección uruguaya de fútbol tras jugar el mundial de Sudáfrica. “Ver a esa masa de gente, cantando enajenada el himno, trepados al monumento a Artigas, nos trajo imágenes de Galtieri, Mussolini, Fidel Castro... y salimos corriendo”. Y prosigue con otro asunto acerca del feminismo, a quien —aclara— no cuestiona. “La marcha del 8M volvió a mostrar el peligro de las congregaciones masivas”. Lo interesante de todo esto es que Aguirre resume, con precisión quirúrgica, ese pensamiento que viene de la historia (incluso desde las páginas de “El País”) sobre las “muchedumbres”. Hasta usa palabras de principios del siglo XX: “Turbas”.
EL CAMPO COMO FUERZA SOCIAL
“Hay que sacarlos de cualquier manera”. El mes de enero del año 2018 estaba agitado. Dirigentes del “campo” autoconvocados se aprestaban a realizar una importante movilización para el nombre de “Un Solo Uruguay”. Enseguida se formaron grupos de WhatsApp de personas con intereses comunes. La empresa “Agronegocios”, por ejemplo, armó uno al que se sumaron productores argentinos, brasileños, paraguayos, chilenos y hasta colombianos. Hubo una particularidad: los productores argentinos contaban sus experiencias de movilización contra la resolución 125 que fue el vértice de las concentraciones contra la presidenta Cristina Kirchner. La empresa Gerardo Zambrano —remates y negocios rurales— puso a disposición todos sus escritorios en el país para colaborar de distinta manera con la movilización agraria. En ese grupo de whatsapp se le adjudica precisamente a Zambrano la frase del inicio: “Hay que sacarlos de cualquier manera”, aludiendo así al Frente Amplio.
Hace alrededor de 15 años, el expresidente Luis Lacalle Herrera dijo que el Partido Nacional tenía que reunir a las fuerzas sociales para construir una alternativa. No pudo. Apenas logró convocar a Rodrigo Herrero, entonces presidente de la Federación Rural. Era una señal. Tras 15 años de gobiernos de izquierda, aquella idea funcionó con otro Lacalle. Pero no fueron los dirigentes políticos de los partidos tradicionales los que conformaron el bloque social con aspiraciones de desplazar al Frente Amplio. Fueron los propios sectores del agro y la ganadería —que lograron ingresos siderales durante los gobiernos del FA— los que tejieron esa alternativa. Desde el año 2015 se registró un “paro” de las inversiones lo que se tradujo, junto a otros fenómenos, en un enlentecimiento del crecimiento. Hubo menos actividad económica, bajaron las compras de maquinaria agrícola y las poblaciones ligadas al negocio del agro y la ganadería sintieron esa caída. Incluso en uno de esos grupos de WhatsApp se manejó la idea de enviar a los trabajadores de los agronegocios al seguro de paro para fortalecer el clima de crisis. Recuérdese que uno de los integrantes de “Un Solo Uruguay” dijo que en 2018 la situación “era peor que la del 2002”.
En ese marco, como es habitual los meses de enero, el empresario Gerardo Zambrano era entrevistado por el diario “El País”. Fuerte inversor publicitario en ese diario y en El Observador, Zambrano comenzó a aumentar sus críticas a los gobiernos de izquierda, señalando precisamente que se estaba viviendo una “crisis”. Es sintomático que en aquel enero de 2018 —días antes del acto de “Un Solo Uruguay”— el diario El País titulara su tradicional entrevista de los veranos a Zambrano con la siguiente frase: “Permanencia mucho tiempo en el poder alienta a la corrupción”. Eso ocurrió el 6 de enero de 2018. Los “autoconvocados” habían solicitado una entrevista meses antes al presidente Tabaré Vázquez, éste postergó su respuesta y en algún momento dijo que esos sectores tenían representantes en diversos organismos y que podían canalizar por allí las inquietudes.
En aquella entrevista a Zambrano, el empresario agropecuario propuso que “los partidos tradicionales nombren los mejores técnicos para presentar un plan de Estado para aplicar, gane quien gane, en temas sensibles que a todos nos preocupan, como salud, educación y seguridad”.
Días después de esas declaraciones, “Un Solo Uruguay” hizo un llamado abierto a diversos técnicos para conformar un programa. Los dirigentes de los partidos fundacionales más otros menores aplaudieron los reclamos y un general en actividad no fue a la concentración, pero merodeó. El también estanciero fue a un paraje cercano invitado por un vecino a comer un asado. Era el general Guido Manini Ríos, entonces comandante en jefe del Ejército. No estaba, pero estaba. Tanto es así que su hermano, Hugo Manini Rios, fallecido en 2023, estuvo presente en el acto de Durazno.
La movilización agroganadera impactó fuertemente en las localidades del interior. No es un dato menor: los blancos se hacen fuertes en esos territorios. Es histórico. A esto se suma que los canales cable del interior —entregados a dirigentes blancos durante el gobierno de Lacalle Herrera— amplificaron los reclamos del “campo”.
Lo interesante es que aquella vieja alianza de principios del siglo XX —Iglesia, herrerismo, los Manini Ríos, los ganaderos y las élites militares— volvió a articular intereses 100 años después. Lo interesante es que esa reacción tiene otra causa muy importante: los sectores tradicionales del campo con sus instituciones vieron que su poder e influencia se vieron afectadas por la aparición de las transnacionales. Un ejemplo: en abril de 2024 el semanario Búsqueda informó que un fondo de inversión compró 18.000 hectáreas de campos por 100 millones de dólares. O sea: las tradicionales familias ganaderas y agrícolas —con apellidos patricios— observan que van perdiendo poder a manos de propietarios con sedes en Nueva York o Londres.
Esos sectores desplazados dan batalla. Uno de sus exponentes es el senador nacionalista Sebastián Da Silva. Se trata de un actor político que milita, interpreta y verbaliza toda la agenda de la élite del campo. Da Silva tiene una empresa, “Da Silva Agroinmuebles” y un sitio web (dasilva.com.uy) desde donde ofrece todo tipo de negocios para los agroganaderos. Difunde licitaciones, ofertas, datos sobre usos del suelo, asesora en los planos jurídicos y fiscales, etc. “Da Silva Agroinmuebles es una empresa inmobiliaria especializada en el área agropecuaria con una trayectoria de 35 años en el mercado. Su centro operativo está radicado en la ciudad de Montevideo en donde la empresa cuenta con una moderna oficina y personal especializado para la atención de clientes. Asimismo, dispone del apoyo de profesionales en distintas disciplinas que en calidad de asesores prestan asistencia cuando las circunstancias o los clientes así lo requieren, y de una red de corresponsales en todo el país quienes aportan permanente información y apoyo logístico en la operativa habitual de sus negocios”, dice en su sitio web.
Da Silva administra alrededor de 40 mil hectáreas en todo el país. Aunque no existen datos confirmados, entre actores del sector —agropecuarios, rematadores y consignatarios— se especula que con su función política el negocio de Da Silva se ha multiplicado por varias veces. Mezcla negocio y política, a tal punto que desde su cuenta en X (antes Twitter) ha hecho propaganda de su negocio. En los últimos tiempos ha sido el portavoz de diversos actores de la ganadería que no quieren que Minerva expanda su negocio en el área frigorífica. Da Silva es el autor de la frase “hay un alambrado grande que divide a la gente de bien del FA de (Fernando) Pereira”, reproducida por diversos medios en julio de 2023.
Uno de ellos es el ya citado Zambrano. En declaraciones formuladas a radio El Espectador en enero de 2024, el presidente de Zambrano & Cía. analizó el escenario del sector tras el 2023 y las perspectivas para un año 2024 marcado por los comicios electorales.
En El Espectador, sobre el año 2023, Zambrano dibujó la agenda de la “derecha cimarrona”: fue un “año muy duro” por la sequía, el atraso cambiario, “un Estado grande y demasiado caro” y trámites burocráticos lentos. Todo eso, explicó, favoreció a los ciudadanos de las ciudades. “Aumentó la venta de autos, se hicieron viajes al exterior, se mantuvo el salario real. El campo pagó el costo” de todo eso.
Zambrano —que acompañó con sus escritorios en todo el país la movilización de “Un Solo Uruguay” en los años 2018 y 2019— dijo, además, que hay que “mantener este gobierno” luego de las elecciones de este año, y “hacer cosas que no se hicieron”.
El otro actor privado —que influye en el mundo agroganadero— es Pablo Carrasco, ingeniero agrónomo, fundador de Conexión Ganadera, columnista del diario El País en su sección Rurales y extertuliano en el programa radial En Perspectiva.
Motivado por el triunfo de Javier Milei en Argentina, Carrasco potenció su discurso liberal ortodoxo en favor de las desregulaciones y del Estado mínimo.
Veamos. En uno de sus tuits de febrero de 2024, escribió: “Tenemos muchos votantes jóvenes no alineados a partidos como los viejos. ¿A ellos les vamos a prometer continuismo? ¡Prefiero promesas imposibles a perder la elección!”.
LA IGLESIA
En un país estable política y socialmente como Uruguay, las lógicas históricas no se detienen. La relación de la Iglesia Católica con los partidos políticos podría tener un inicio desde la secularización de los cementerios en 1861 hasta la completa separación de la Iglesia Católica y el Estado en la Constitución de 1919. En este año quedó expuesta una confrontación entre batllistas por un lado —en favor de la laicidad—, y la Iglesia, los herreristas y riveristas por otro. La visión más simplificada de esta confrontación aparece entre el primer batllismo y la Iglesia Católica. A lo largo del siglo XX, esa confrontación fue de baja intensidad.
Para el politólogo Óscar Bottinelli, hay un cambio en la postura del Partido Nacional que propone un mayor énfasis religioso en sus compromisos públicos. Dice Bottinelli que luego de la dictadura el Partido Nacional tuvo una mayor presencia en el tema. “Recién en este periodo es que aparece el Partido Nacional de forma institucional, su Directorio, en la realización o convocatoria a participar de misas católicas, lo que no ocurrió con anterioridad”.
Apenas asumido, en marzo de 2020, el presidente Luis Lacalle Pou y buena parte de su gabinete de ministros, así como dirigentes de la coalición, participaron en una celebración religiosa en la Catedral de Montevideo, en la plaza Matriz.
El acto fue encabezado por el cardenal de Montevideo Daniel Sturla, quien fue el encargado de recibir al presidente en la puerta y acompañarlo hasta su silla. Allí, como a principios del siglo XX —con mayor énfasis en el año 1919— se junta el herrerismo y otro apellido ligado al conservadurismo religioso: Manini Rios.
En mayo de 2023 se realiza, en el Estadio Centenario, una ceremonia de beatificación de Jacinto Vera, y allí, frente a 20 mil personas, están presentes Lacalle Pou y Manini Rios.
Es interesante observar lo que ocurría 100 años antes. Según cuenta Barrán en el libro ya citado, “la coincidencia más absoluta entre los intereses conservadores y los de la Iglesia Católica” ocurrió en 1911, cuando hubo que defender al domingo como día de descanso. Los sectores conservadores dijeron que eso era “absurdo”. El batllismo estaba rodeado. Para los industriales, el asueto del domingo era una "noción atávica” y algo “impracticable”, “una enorme excentricidad y falta de lógica”.
Por esos años, Pedro Manini Ríos —antepasado directo de Guido Manini Ríos— comenzó a distanciarse de Batlle. En 1915 funda la Federación Rural junto a Luís Alberto de Herrera y José Irureta Goyena. Su pensamiento conservador incorpora la veta católica. Así nace el riverismo, o sea el coloradismo conservador y católico, contra el “jacobinismo” batllista.
Nota. Este trabajo es una síntesis del libro “El país de la bisectriz”, que el autor de esta columna pondrá a la venta en las próximas semanas.
Referencias:
Los de arriba. Estudios sobre la riqueza en Uruguay. Compilador Juan Geymonat. 2023.
El liberalismo conservador. Gerardo Caetano. 2022.
Cuadernos del Claeh. 1984.
Historia de la sensibilidad en el Uruguay. José Pedro Barrán. 1991.
Siete patologías de la derecha uruguaya. Christian Mirza Y Linng Cardozo. 2024.
Rosario Queirolo. Revista Nueva Sociedad. https://nuso.org/articulo/que-significa-el-giro-la-derecha-uruguayo/