Saludó a todos sobre el auto eléctrico que los transportaba. Y cada tanto, un gesto, un corazón con los dedos, un índice señalando a alguien, un golpe de puño desde el pecho… Eran presidente y vicepresidenta de todos y de cada una.
Yo presencié aquel viaje desde el palacio a la Plaza Independencia, desde el asiento que se me había asignado en ésta. Prestaba atención a cada cosa, cada gesto, cada detalle. Muchas veces veía, en los miles de rostros que rodeaban su marcha, aquellos otros que salían al paso de quienes llegábamos a sus casas en la campaña electoral que quedó atrás. Porque Orsi y Cosse pasaron a ser de todos. Pero la mirada llena de esperanza de cuantos pudimos visitar en el interior profundo de nuestro país se dibujaba en el rostro de cada uno de los que salieron a saludarles.
De a ratos pensaba en su discurso en la Asamblea General… En minutos más le iba a escuchar desde el estrado frente a donde estaba sentado. Ante mí, el admirado y querido expresidente de Colombia, Ernesto Samper, con quien pude departir y saludar. Pude decirle que había tomado algunos cursos suyos organizados por el Grupo de Puebla, en nombre de quien nos visitaba.
Recordaba, veía, esperaba, pensaba… Ese día era histórico, 40 años de democracia. Pero, además, el primer retorno en la historia del Frente era haber dejado de ser gobierno. Todas las rotaciones en el poder ya habían ocurrido en las últimas cuatro décadas. Y fue la transmisión de mando con mayor cantidad de visitantes ilustres y delegaciones extranjeras de la historia del país. Algo debe querer decir. Estuvieron desde el presidente de la República Federal Alemana, el de Armenia o el de la República Saharaui, el de Guatemala, también natural de Uruguay (nacido durante el exilio de su padre, Juan José Arévalo, figura histórica de América Latina), el rey de España, acompañado de la vicepresidenta del Gobierno español, como también los presidentes Lula, Petro, Boric, Xiomara Castro, etc., etc., etc…
Sí, un día histórico. No solo para los que festejamos el último domingo de noviembre, para los uruguayos todos. Ojalá nunca lo olvidemos.
Mientras que todas estas cosas hacían eco en el alma, veíamos avanzar a la caravana presidencial.
Wilson murió muchos años antes de que a la libertad se le pusiera apellido, pero siempre distinguió los derechos sociales de los individuales. Lo dijo en su célebre discurso en el Parlamento de Ecuador, cuando en nombre de todos los partidos de aquel país hizo uso de la palabra en el bicentenario de Simón Bolívar. Allí dijo: “Cuando el Libertador hablaba de libertad, hablaba de la libertad de los pueblos. No se puede ser una nación libre para someter y no conceder los mismos derechos y posibilidades a todo su pueblo”.
¿Cómo no me iba a emocionar, pues, hasta hacerme un nudo en la garganta cuando nuestro nuevo presidente dijo que la “libertad ultraindividualista predica el predominio del más fuerte”? Agregando: “Nunca será esa nuestra noción de libertad. La libertad individual en la que creemos es la clave de la convivencia e igualdad de oportunidades en los aspectos esenciales de la vida”.
Igual emoción me embargó cuando en la plaza dijo: “Hay mucho para hacer, pero lo tenemos que hacer con la cabeza y el corazón siempre puestos en aquellos que más nos necesitan. Un pueblo nos espera, con muchas expectativas, en cada cambio de gobierno”.
En cinco años, pensé, la gente tendrá nuevos sueños. Pero no dará los cinco que hoy comienzan como perdidos.