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Copa América blues

Por Rafael Bayce.

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Lector, el título exagera, pero llama la atención, ¿no? Porque, en realidad, no hay lugar para tantas tristezas. Sí, porque Uruguay no tiene obligación -salvo para psicóticos patrioteros- de ser más que semifinalista para cumplir, para corresponder con las esperanzas históricas fundadas de sus hinchas y con sus potencialidades futbolísticas en un torneo en que están Brasil, Argentina, y siempre algún otro que viene bien (Colombia, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador) y complica la clasificación a un Mundial o una buena clasificación sudamericana. Y casi lo consiguió: solo que convirtió 3 de los 5 penales definitorios, y Colombia 4, diferencia casi azarosa, que no implica un diferencial futbolístico. Y fue un partido parejo, en el que si alguien pudo haber sido calificado como de mejor juego, ese fue Uruguay. Un equipo que fue teniendo un rendimiento ascendente durante el campeonato, al que probablemente le tocaría Argentina en semifinal y, en caso de ganar, en la final muy probablemente el local Brasil, en Maracaná y de ‘punto’, como en 1950. Dos partidos, estos, que a Uruguay le gusta jugar y donde se crece. Dos partidos, ésos, que a Argentina y a Brasil no les gusta jugar, en especial a Brasil, y menos que menos en una final y en Maracaná; eliminando a Colombia, las perspectivas permitían alentar esperanzas fundadas, y en condiciones psicosocialmente ventajosas (Uruguay tiene más que ganar y menos que perder frente a ambos, que tienen menos que ganar y más que perder, en especial Brasil).

 

El rendimiento celeste y los tiempos de Tabárez

Ahora bien, es cierto que Uruguay jugó peor de lo esperado, especialmente al principio, dentro de un rendimiento ascendente que casi alcanza para ponerse a la altura de hazañas, que se arañaron, pero no se consiguieron. El maestro es un técnico experiente, estudioso, que ‘lee’ muy bien los partidos y que sabe muy bien las cartas que tiene para cada avatar de los partidos. Han sido siempre un ejemplo las variantes que adoptó en circunstancias adversas y cómo las revirtió prácticamente siempre; en esta Copa América, sin ir más lejos. Revise su memoria o las estadísticas, ahora fácilmente accesibles, y verá; si no lo cree no putee como única reacción; vaya a los hechos, anímese a que los hechos desmientan su reacción emocional de hincha, tan comprensible como técnicamente equivocada. Pero que usted mismo puede chequear con rapidez al día de hoy, si tiene el coraje de animarse a autocorregirse de un error, cosa que a nadie le gusta porque es mucho más fácil gritar que hay que sacar a fulano, poner a mengano, convocar a zutano, jubilar a perengano, cuando no hay responsabilidad ni consecuencias para lo que se vocifera. Pero no es tan fácil para quien tiene la responsabilidad -al decir y al hacer- de un resultado, de un campeonato, de una clasificación, de un plantel, de un grupo humano, de jugadores que son personas complejas a veces muy sensibles, cuyo rendimiento depende mucho de su confianza psíquica, de su situación en el grupo; no es soplar y hacer botellas.

A veces Tabárez también notó, como usted, un bajo rendimiento; puede estar ansioso, como usted, por probar a un jugador nuevo que lo esperanza; puede dudar, como usted, de la actualidad del rendimiento de algún jugador histórico, hasta con liderazgo, que empieza a dar señales de decadencia. Pero no puede hacer lo que usted grita así nomás, aunque con cierta razón: porque un bajo rendimiento puntual, que puede hacer peligrar un partido, es cierto, no puede llevar automáticamente a salir del partido, del equipo, del plantel; los jugadores necesitan un mínimo de estabilidad y confianza para poder rendir; si por cada bajo rendimiento sabe que no será mantenido sino inmisericordemente excluido del encuentro, del equipo, del plantel, el rendimiento se complica, en especial de jugadores jóvenes, debutantes y noveles en el grupo.

¿Y si no rinde el que creemos que va a rendir mejor que el que excluimos apresuradamente? Estamos perjudicando al excluido, al incluido, no mejoramos el partido, y compramos pérdidas de confianza, de autoestima, de liderazgo y de cohesión para los partidos futuros, en el caso actual para las Eliminatorias. Usted no tiene que temer por todas las consecuencias adversas que sustituciones muy rápidas podrían acarrear; es solo pedir, a gritos y sin respeto por los que tienen que lidiar con el partido, el torneo, la clasificación, la cohesión grupal para viajes, derrotas, situaciones debatibles; y que muy probablemente sabe más que usted en general y en concreto. Pero para los responsables del partido, de las clasificaciones, del rendimiento psíquico de los jugadores, de los liderazgos, de los planteles y grupos humanos para viajes, concentraciones y derrotas, es otro cantar. Si usted propone algo drástico en el partido, en el equipo, en el plantel, y eso no sale bien, a usted no le pasa nada; pero a los responsables técnicos, a los excluidos, a los incluidos abruptamente en lugar de consagrados, a esos sí que les pasan cosas desagradables. Más que nada porque eso que usted pide a gritos, y que cree sinceramente que es obvio y fundamental, eso mismo puede no resultar; y entonces usted no tiene que enfrentar a la prensa oportunista que lo degüella, no tiene que resolver el bajón del consagrado velozmente ignorado en su trayectoria y lugar grupal, no tiene que lidiar con la timidez del que se siente usurpando a un consagrado, del doble daño que sufre por haber jugado mal, haber perdido y haber manchado el historial de un veterano glorioso; usted -hincha, periodista- no cargará con el fardo de tener que seguir el torneo, futuros torneos, con esas heridas individuales y colectivas para restañar y cicatrizar.

Es más fácil ver qué tipo de cosa parece razonable hacer cuando las cosas van mal; pero otra cosa es sopesar razonablemente las consecuencias que devendrán de un abrupto golpe de timón si éste no da resultado, en comparación con lo que pasaría si no se diera el golpe de timón reclamado; porque en definitiva el riesgosamente excluido también gana si el incluido mejora el rendimiento; pero si el incluido riesgosamente no da resultado, o la gente y la prensa no creen que eso resultó, todos perderán hoy y a futuro; y eso no lo piensa ni lo sufrirá en carne propia el que pide un cambio radical desde la comodidad irresponsable de una tribuna, una silla de bar o un sillón de hogar, si lo ‘obvio’ que debe hacer el DT no resulta.

Los que saben la cadena de daños que puede sufrir el fracaso de la radicalidad irresponsablemente reclamada por esos hinchas de tribuna, bar u hogar, no pueden hacerlo con la velocidad pedida, aunque concuerden con diagnósticos y soluciones. Quizás el técnico hasta lo vio antes que usted y no hace el cambio porque debe considerar todas las consecuencias en las que usted no se fija y que no tendrá que sufrir si el cambio radical no da resultado; el que vocifera pidiendo un cambio radical nunca considera qué pasará si el cambio radical no sale bien; quizás ni es bien consciente de los daños consecuentes, o no le importan, o no los sufrirá como los jugadores y los técnicos; es cierto, es un hincha desesperado que cree que tiene ‘la justa’ para superar esa desesperación, que no es solo suya sino de centenas, miles o hasta de millones, según el caso. El caso del hincha se parece mucho al del periodista especializado, en cuanto a su relativa irresponsabilidad por sus dichos vociferantes cuando los hechos no concuerdan con sus peticiones. Los técnicos también son hinchas y connacionales que quieren ganar y no perder, pero deben cuidar de muchas cosas más que hinchas y periodistas; a veces esas responsabilidades los llevan a tener que contrariar esos reclamos, en defensa de sus cargos, de la integridad del grupo y de la salud psíquica de los individuos; esas tardanzas en tomar decisiones drásticas no son tanto producto de tozudez o ‘cabeza dura’; tienen que tomar en cuenta muchas más cosas que el hincha o el periodista. Sus tiempos tienen que ser otros; a veces esa tardanza puede costar cara, es claro; pero a la larga protegen más que lo que perjudican, entre otras cosas porque lo que se reclama airadamente como obvio y demorado, en definitiva y en realidad, puede no salir bien y dañar más que la pasividad; y en eso no piensan los desesperados que creen que todo lo que propone sale; sin recordar que del dicho al hecho hay un gran trecho, y que esos dichos y esos hechos negativos derivados del fracaso de lo desesperadamente creído pueden ser más nocivos que el momento adverso que movió a la desesperación.

 

Un apunte técnico

Tabárez había conseguido una renovación radical del mediocampo celeste con la inclusión de Vecino, Bentancur, Valverde y Torreira, y con ello un cambio en la ‘modernidad’ del estilo de juego del equipo, que dejaba la tradicional destructividad sin creación por un estilo más fluido y de mejor trato de pelota. Sin embargo, tanto en las Eliminatorias como al inicio del Sudamericano el equipo no llegaba bien, pese a contar con delanteros de nivel internacional. Los jugadores que intentaban el ‘enlace’ no encontraban comodidad en el funcionamiento como lo hacían en sus clubes en diferentes países. ¿Qué hacer? ¿Por qué esos monstruos de mediocampos del mejor rendimiento del mundo no generaban el fútbol de ataque que se generaba en sus clubes?

Lo que pasaba era, creo, que dichos grandes mediocampistas nunca eran los especializados en el enlace final con los delanteros; esa ‘media punta’, esa creatividad no era responsabilidad básica en sus clubes; en el Inter de Milán, en la Juventus de Turín, en el Arsenal o el Atlético de Madrid, en el Real Madrid eran otros los principales encargados de esa precisa función. Había que pensar sobre la marcha de las Eliminatorias y del Sudamericano, con covid, suspensiones, lesiones y agotamiento de fin de temporada, cómo enlazar mejor a los puntas con el mediocampo de recuperación y armado. Y Tabárez, respetando a los jugadores que fue usando, fue consiguiendo encontrar un mejor enlace con Suárez y Cavani. Un hallazgo fue Nández, como volante y como lateral -hasta volcándose al medio-; otra cosa fue darles más libertad y comodidad a De Arrascaeta y a de la Cruz; otra los ingresos chispeantes de Torres. En fin, respetando logros y probado responsablemente, empezó a superar el problema; los penales fallados por Giménez y Viña frustraron el camino ascendente, que no era tan fácil de ver ni mucho menos de solucionar sobre la marcha, con pocos entrenamientos y mucha urgencia de puntos.

 

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