Quienes recorremos los centros educativos hemos visto florecer, en los últimos, años un sinfín de propuestas pedagógicas que son diseñadas y ejecutadas por los propios docentes. El mecanismo me recuerda a aquella hermosa canción de Zitarrosa, ‘Crece desde el pie’: lo que no nace desde la voluntad política en términos de diseño y ejecución, nace por pura ejecución de los actores a partir de algunos ejes de trabajo que se estimulan desde las autoridades más próximas a los territorios. Algunos docentes -muchos, a esta altura- sienten el peso de la rutina pedagógica de “dar la clase” sobre sus espaldas y deciden convertir el cansancio en entusiasmo, apostando al trabajo desde la interdisciplina, proponiendo consignas que inviten a los estudiantes a la investigación y promoviendo la acción colectiva para resolver problemas de la comunidad o definir centros de interés. Así vamos descubriendo abordajes inusuales de problemas comunes, trabajos en duplas y tríos de docentes de distintas asignaturas, cuya combinación impresiona inesperada y resulta en usos exitosos de herramientas tecnológicas. Todos modos de tirar abajo esquemas tradicionales.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
Durante los últimos días, hemos visto circular en los espacios de difusión y formación creados por la Inspección de Secundaria de Montevideo, docentes que fueron narrando sus aciertos innovadores en el arte de formar a las nuevas generaciones para vivir en un mundo común y sentir que pueden y deben transformarlo y mejorarlo. Lo interesante es que no son excepciones, son modos de expresión de un movimiento docente que está procurando prácticas distintas para ayudar a los estudiantes a encontrar el sentido de “estar” en los liceos. Por supuesto que esto no elimina de los liceos la presencia de los representantes del conservadurismo, que en el fondo siguen creyendo en la educación media como una formación que sólo le corresponde a los actores sociales de mejores condiciones socioeconómicas y culturales, porque si no, ¿cómo se explicaría que en el tiempo que vivimos todavía haya quienes sostienen que debe hacerse un diseño educativo único para todos los jóvenes sin importar ni sus biografías previas, ni sus condiciones familiares, su entorno o características personales? En un tiempo en que los estudiosos del tema hablan de “adolescencias”, por la imposibilidad que hay de definirla de un único modo, hay una porción del profesorado que considera que se aseguran iguales oportunidades ofreciendo los mismos recorridos de desarrollo para todos los estudiantes. Los datos sobre abandono y la resignación que al respecto tienen muchos adultos son elocuentes. Pero mucho más importante que eso, para mí, lo fundamental es poner foco en la formación de los docentes, tanto en la formación de grado como en la formación a lo largo de la vida profesional y, sobre todo, la formación para el acceso a cargos de vital importancia, como las direcciones de los centros educativos, entre otros. Y en este sentido, hay datos impactantes para generarnos un sacudón y tomar conciencia. Por ejemplo, de acuerdo a datos emanados de la última Encuesta Nacional Docente presentados por el Ineed, la cantidad de docentes con titulación es alarmante. Sólo 70% de los docentes de Secundaria pública son titulados; de los profesores que trabajan en los liceos privados 61% tiene título y sólo 46% de los que trabajan en el Consejo de Educación Técnico Profesional.
No debe admitirse más que nadie que no tenga formación específica esté al frente de una clase y mucho menos que personas que no tienen ninguna titulación opinen sobre lo que debe ofrecerse en las aulas uruguayas y cómo debe hacerse, o incluso en qué debe consistir la formación de grado de los docentes.
Si bien es cierto que un título no puede ser el único asegurador de la capacidad de desarrollar una práctica pedagógica acorde, sin lugar a dudas, supone al menos el haber estado en algún momento de la vida frente a la decisión de ser docente y haber cumplido todas las condiciones que el sistema tiene previsto para llegar a tener las acreditaciones para el ejercicio de la profesión. O usted, lector, ¿llevaría a su hijo a un médico que no tiene título? ¿Confiaría en él o ella aunque le juraran que sabe mucho y que ha pasado buena parte de su vida leyendo por su cuenta? Uruguay, como país, tiene pendientes muchas transformaciones. Una de ellas es proponerse con claridad que todos los grupos y todas las horas de clase de nuestro país, estén cubiertas por profesores titulados o, en su defecto, por estudiantes del último año de la carrera docente. Y debe ser una meta impostergable, con fechas de concreción -a mi juicio, no más allá de 2024- que requerirán planes adicionales y flexibles para que aquellos que llegaron a desempeñar un cargo o están dictando horas de clase en cualquier liceo del país lleguen a tener la oportunidad de formarse a través de variadas modalidades como los mecanismos semipresenciales, pero que esto sea una condición inexcusable para permanecer ejerciendo la docencia. No debe admitirse más que nadie que no tenga formación específica esté al frente de una clase y mucho menos que personas que no tienen ninguna titulación opinen sobre lo que debe ofrecerse en las aulas uruguayas y cómo debe hacerse, o incluso en qué debe consistir la formación de grado de los docentes. Y esto lo sostengo aun cuando reconozco las falencias que la formación de profesores tiene en este momento, tema del que nos ocuparemos en alguna columna próxima.
Lo otro de lo que urge ocuparse es de capitalizar los cambios que vienen haciendo los actores desde el mundo real, desde el territorio educativo, esos que hacen que ineludiblemente recordemos que “no hay revoluciones tempranas, crecen desde el pie”.