Ven, no sufras,
ven conmigo, porque aunque
no lo sepas, eso yo sí lo sé:
yo sé hacia dónde vamos, y es esta la palabra:
no sufras porque ganaremos,
ganaremos nosotros, los más sencillos
ganaremos, aunque tú no lo creas,
ganaremos.
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Pablo Neruda.
Cada columna que escribo comienza a vivir en mi cabeza durante muchos días previos a consolidarla en el papel. Comienzo a anidar las ideas, voy y vengo con mis reflexiones, anoto –muchas veces desprolijamente, otras tantas un poco más ordenadamente-, borroneo en una libretita que siempre me acompaña, recorro de ida y vuelta el camino de disquisiciones variadas hasta que empiezo a dar a luz aquello que ustedes leen todos los viernes.
Para esta ocasión venía pensando en hacer un anecdotario del día de las elecciones, similar al que había hecho para las internas, y llegué a recolectar algunas historias preciosas vinculadas casi todas a niños y a ancianos. Tengo un equipo de amigos y amigas que me auxilia acercándome sucesos insólitos, inusuales, inesperados. Algunas de estas breves historias son de verdad emocionantes y dan cuenta de los esfuerzos de muchos de nuestros veteranos que, aún con dificultades de movilidad y enfermedades severas en pleno desarrollo, hicieron que sus familiares llevaran adelante mil malabares para cumplir con el voto. Otras, en cambio, fueron muy graciosas como la de un niño que acompañó a su mamá a votar, pero una vez que estaban en la puerta no quería entrar porque el circuito funcionaba en el jardín de infantes al que concurre habitualmente y según sus propias palabras: ”Los domingos no se va a la escuela”. Y así puedo señalar muchas más ocasiones que dan cuenta sobre todo de un clima de festejo y alegría democrática que todos disfrutamos y que en lo personal me enorgullece fuertemente. A fuerza de ser naturalizada nuestra práctica democrática pasa a ser una cuestión que difícilmente valoramos.
Sin embargo, desistí de toda esa relatoría simpática y emocionante porque estoy en el día después y otros sentimientos anidaron en mi alma al finalizar la jornada del domingo. Estoy iniciando este lunes gris plomizo y significativamente silencioso, con cierta desazón, que intentaré convertir en fuerza para sostener con empeño y entrega una ruta de trabajo hasta el 24 de noviembre en que tendremos la segunda vuelta entre los dos candidatos más votados.
Dice Paul Auster que la memoria es el lugar donde las cosas ocurren por segunda vez y sin duda la mía está fresca y reviviendo en forma permanente los hitos del pasado: gestos y discursos que ya conozco y que se refieren no solamente a mi historia en singular, sino a la historia de un nosotros que se expresa en términos de igualdad de ocasiones forjadas, destinos que se abren o se obturan, privilegios que se ven disfrutar a otros o repartos que se consolidan en acciones concretas para lograr la igualdad o negarla. Es que una de las pocas cosas buenas que tiene hacerse veterano es que uno ya ha vivido tanto y tan variadas circunstancias que puede “leer” el presente con esos lentes del tiempo. En ese lugar de mi ser en que las cosas ocurren por segunda vez, hoy están presentes los derechos conseguidos, los ejercicios de igualdad que nos distinguieron en el mundo, la fuerza de una vida cotidiana que trató de impregnarse de presencias que estuvieron ocultas y desestimadas en su valor hasta estos años como la población Lgtbiq, o el lugar de los trabajadores siempre desfavorecidos, como los peones rurales o el servicio doméstico. Y la libertad, la de decir y hacer sin tener más deberes que respetar a los otros. La libertad, esa que gozamos plenamente en cada ocasión de expresión sobre lo que no nos gusta, la libertad de ser y sentir porque, como bien canta Serrat y con los lentes del tiempo bien colocados, supe vivir momentos de tensión y dolor, de miedo y silencio obligado. Por eso para la libertad, “sangro, lucho, pervivo” […] “porque donde unas cuencas vacías/ amanezcan/ ella pondrá dos piedras de futura mirada”, hay que cuidarla, es un valor supremo que hay que conservar con toda nuestra energía.
Sigue circulando el día y me doy cuenta que con quince años de gobierno al hombro -con aciertos maravillosos y errores tremendos- aún el Frente Amplio es la fuerza más votada, y entonces el gris del estado del tiempo de mi alma puede empezar a teñirse de colores y el silencio a poblarse de palabras de aliento y expresiones de fuerza.
Nos queda un mes. Un mes en una región que está “incendiada”. Un mes para defender lo hecho y mirar con un dolor hondo e inenarrable cómo más allá de los Andes otros sufren. Un mes para advertir cómo sufrieron los que viven más allá del Río de la Plata con más de un cuarenta por ciento de pobreza producida en los últimos cuatro años y ahora retornan al modelo anterior para volver a empezar.
Vamos a tomar coraje. Vamos a recorrer el lugar de nuestro ser en que las cosas ocurren dos veces y vamos a cuidar lo que tenemos. Somos la fuerza más votada y los otros deben coligarse en una mesa común desde una diversidad imposible. ¿Se imaginan si el viejo Batlle despertara y se encontrara que el Partido Colorado actual está haciendo yunta con el Partido Nacional y una fuerza ultraderechista e hiperconservadora como Cabildo Abierto? Seguro que no resistiría el impacto. ¿Y cómo no recordar a Wilson y su enérgica respuesta a Bordaberry –“ese sujeto”- cuando se autodeclaraba de los partidos tradicionales? Y la impresionante respuesta del líder: “Es lo único que no se puede ser”. “Se puede ser nacionalista, se puede ser colorado. Pero no se puede ser de las dos cosas a la vez. Nadie puede ser de los partidos tradicionales. Y el que crea que puede es porque no entendió absolutamente nada”. ¿Recuerdan además que la experiencia previa de coalición que hicieron el Partido Colorado y el Partido Nacional fue en el gobierno de Jorge Batlle y duró lo que dura un lirio porque cuando el panorama se complejizó lo primero que hicieron los “blancos” fue correrse para quedar inmaculados? ¿Cuánto puede durar esa coalición y qué costo real puede tener en la vida de todos nosotros?
Arriba, compañeras y compañeros. Me llena el corazón de esperanza ver cómo tantos y tantas se han sumado al esfuerzo militante estas horas, transformando la tristeza y la bronca en rebeldía.
Un mes es aún mucho tiempo, el suficiente para establecer la reflexión, hacer autocrítica y salir al encuentro de todas y todos para sostener el porvenir.