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Cuando Alejandro Dumas estuvo al servicio de Montevideo

Por Leonardo Borges.

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Estos fusilamientos tenían lugar en la oscuridad, y, repentinamente, la ciudad se despertaba sobresaltada con el rumor de esos truenos nocturnos que la diezmaban. Por la mañana se veían a los carreteros de la Policía recoger tranquilamente por las calles los cuerpos de los asesinados, e ir a buscar a la cárcel los cadáveres de los fusilados. Y luego, asesinados y fusilados, despojos anónimos, eran conducidos a una gran fosa donde se los arrojaba en macabra confusión…”.  Así narraba el legendario Alejandro Dumas, en el capítulo segundo de su poco conocida obra, “Montevideo o la Nueva Troya”, los excesos de Juan Manuel de Rosas. Un panfleto antirrosista en medio de la Guerra Grande (1839-1851). Una historia de la ciudad que sitiada resistía al asedio blanco federal. Dumas abría su libro de la siguiente manera:

A los heroicos defensores de Montevideo,

Alejandro Dumas, escritor al servicio de Montevideo y adversario de Rosas”.

Quién exactamente escribió este texto es tema de conversación constante entre historiadores del período. Melchor Pacheco y Obes, uno de los tantos sobrinos de Lucas Obes, hacía las veces de embajador de la Defensa en París; había partido en agosto de 1849 y se había entrevistado con quien contaba ya con una impresionante fama. El Conde de Monte Cristo y Los tres mosqueteros son muestra más que elocuente.

Pacheco arribó a Marsella el 9 de agosto de 1849, y el 16 a la tardecita un carro lo dejaba en la capital francesa. Ya para el 24 de agosto estaba en plena faena diplomática con nada menos que el canciller de Luis Napoleón, Tocqueville. Cuenta Raúl Montero Bustamante, que colocó su cuartel general en un departamento de la calle Monsigny, cerca de Choiseul. Entre los salones parisinos y las reuniones políticas, aquel hombre llegado desde el otro lado del mundo generaba cierta curiosidad. “Su barba merovingia, su cabellera de oro, su apostura romántica, la aureola heroica que le habían formado sus hazañas, su elocuencia, su uniforme y su séquito un poco ‘países cálidos’; todo contribuyó al éxito de Pacheco, cuyo nombre se pronunció con curiosidad en París”. En esas incursiones del general, las historias se entrelazaron con la realidad y una noche Dumas estuvo allí.

Eran tiempos difíciles para la Defensa, cada vez más desolada en ayuda y en pleno declive; aparece así en 1850 Montevideo o la Nueva Troya. Se editó simultáneamente en francés, español e italiano,…se vendió aquí y allá y sin dudas debe haber generado la empatía de propios y ajenos. La primera edición versa: Dumas Alexandre, Montevideo. Ou une nouvelle Troie. Napoleón Chaix y Cía. París, 1850.

A partir de aquí nos gana la incertidumbre. ¿Quién escribió este panfleto, donde aparece un José Artigas “bravo como un viejo español, sutil como un charrúa, alerta como un gaucho” y que “en su persona se confundían tres razas y si estas no se mezclaban en su sangre, por lo menos alentaban en su espíritu?”.  

¿Quién escribió ente panfleto que hablaba en estos términos del padre de Pacheco, una especie de mata indios?: “Este otro Mario, vencedor de estos otros Teutones, era el comandante de la campaña, Jorge Pacheco, padre del General Pacheco y Obes actualmente en misión especial de los montevideanos ante el Gobierno francés”.

Para algunos, este panfleto posee el toque de las novelas de Alejandro Dumas, para otros fue simplemente firmada por este, una especie de mercenario de la pluma. Mientras algunas veces pagaba porque escribieran para él, otras, cobraba por firmar. Por tanto, debió ser escrita por Melchor Pacheco y sus vivencias. Por otra parte, algunos creen que al escuchar las historias de Pacheco y su defensa de la Defensa, se sintió tan entusiasmado que efectuó con gusto el encargo del general.

Pacheco y Obes, haciendo las veces de diplomático, imploraba por necesaria ayuda a una Defensa que estaba más vulnerable que nunca. Por aquellos años Rosas y su hábil canciller Arana habían logrado quitar del medio a la ayuda francesa e inglesa que poseían los colorados.

Cuenta Raúl Montero Bustamante que Dumas regaló a Pacheco en su despedida un retrato y que su primogénito regaló otro de la heroína de La dama de las Camelias. Pacheco no consigue lo que busca, pero vuelve con un libro en sus manos, una épica historia doméstica,…la historia de su patria.

Esta obra es sin dudas imprescindible para entender la Guerra Grande, cómo se jugaban las alianzas y cuáles eran los pensamientos de aquellos colorados, sitiados en clara desventaja.

La metáfora no es exagerada: Montevideo, la Troya americana. Aunque para algunos ni Troya, “los sitiados aquí son los intrusos; los sitiadores, los dueños de casa. Como se ve no hay ninguna similitud con Troya”, ni americana: “¿Qué clase de americanos eran esos traidores a su patria, de la emigración? Pero sobre todo, ¿qué clase de americanos son los franceses, italianos y españoles, que constituyen las partes más numerosas de la defensa?”. Demoledor (aunque discutible) análisis de Arturo Jauretche.

Pero más allá de esto, es inequívocamente un alegato político donde coloca a Rosas como el gran enemigo, símbolo de la barbarie y por otro lado a los que “…tras las murallas semiderruidas de Montevideo (…) representan, por el contrario, las ideas de humanidad y de civilización que florecieron en el Nuevo Mundo bajo el soplo europeo”.

Lo cierto es que Montevideo había sufrido muchos sitios, desde aquella llegada de los ingleses en 1807, Artigas en dos oportunidades, los porteños, los portugueses, Rivera…Oribe.

Dumas culmina su narración con la esperanza de la victoria: “Mientras tanto Kossuth, mientras tanto Manzini, mientras tanto Suárez, el que escribe en estas líneas en vuestro honor os pide, por toda recompensa, su lugar de ciudadano en vuestras repúblicas futuras”.

Mientras Alejandro Dumas escribía esas líneas en París, Uruguay se fracturaba en una guerra que pariría dos partidos después de mucho dolor.

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