La más grande de todas las guerras culminó el 8 de octubre de 1851, con la tan esperanzadora a la vez que irónica frase “No habrá vencidos ni vencedores”.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
La Defensa y el Cerrito se daban un abrazo imaginario en las mentes de los doctores de uno y otro bando. Es claro que los caudillos no adherían a esta salida, ni tampoco la población en general, que había dejado una parte de su vida en el campo de batalla y que se había alimentado en cierta medida por el odio partidario. Ese odio era muchas veces más grande que el amor a la patria. Es cierto y triste que los uruguayos fuimos primero blancos o colorados antes que uruguayos. Es así que los caudillos, dueños de la adhesión incondicional de la población, chocaban inexorablemente con los doctores, de uno y otro bando. Es de esta manera que el saldo de la Guerra Grande era un enorme charco de sangre, una ruina para el país, la legalización del manoseo de nuestros vecinos y un intento de gobernar sin partidos. Los problemas políticos, muy lejos de ser solucionados, se dieron por suprimidos, mágicamente, por la fuerza de las palabras. Tras la finalización de la guerra, Uruguay firmó cinco tratados con Brasil, caro precio por el apoyo norteño. Andrés Lamas fue el negociante de estos tratados, firmados el 12 de octubre de 1851, compromisos que fueron ratificados de inmediato por el emperador, al otro día, y por el presidente Joaquín Suárez el 4 de noviembre.
Los célebres Tratados del 51 se convirtieron en un yunque, difícil de sostener por los gobiernos venideros.
El primer tratado es el de Alianza. Su parte esencial versa: “La alianza especial y temporaria estipulada en 29 de mayo del corriente año de 1851, entre la República Oriental del Uruguay y el Imperio del Brasil, se extiende por la presente convención a una alianza perpetua, que tiene por fin la sustentación de la independencia de los dos Estados contra cualquier dominación extranjera”. O sea, se sanciona un derecho de intervención; por tanto, queda entendido que las Altas Partes Contratantes se obligan a garantizar recíprocamente la integridad de sus respectivos territorios. Resulta extraño, si no ridículo, imaginar la entrada de Uruguay en Brasil para garantizar su integridad o su independencia. Se podría pensar que tal vez ese tratado era, de hecho, unilateral. El Tratado de Extradición obligaba al gobierno uruguayo a devolver los esclavos escapados en Brasil. El artículo 2 es absolutamente elocuente: “El gobierno de la República Oriental del Uruguay reconoce el principio de la devolución respecto a los esclavos pertenecientes a súbditos brasileros, que, contra la voluntad de sus señores, fueren de cualquier manera al territorio de la dicha República y allí se hallaren”.
Es importante recordar que en Uruguay estaba prohibido el tráfico de esclavos, además de la consagración de la libertad de vientres en 1830; y más allá, en 1846, la abolición lisa y llana de la esclavitud, por parte de Oribe en el Cerrito. Más allá llegaron algunos propietarios brasileños de la frontera, que estando del lado uruguayo mantenían esclavos en nuestro territorio; el mismo Andrés Lamas, autor intelectual de estos tratados, lo denunció: “[…] De esta manera, en algunos establecimientos del Estado Oriental, no sólo existe de hecho la esclavitud, sino que al lado del criadero de vacas se establece un pequeño criadero de esclavos”.
El Tratado de Límites consagró, de derecho, una realidad que estaba dada desde mucho tiempo atrás. Uruguay conseguirá, después de 21 años de creado, sus límites. “Art. 2º (Se reconoce como base la línea limítrofe que fuera acordada en la mencionada acta). Por el Este el Océano, por el Sur el Río de la Plata, por el Oeste el Uruguay, por el Norte el río Cuareim hasta la cuchilla de Santa Ana, que divide el río de Santa María, y por esta parte el arroyo Tacuarembó Grande, siguiendo a las puntas del Yaguarón que entra en la laguna Merim y pasa por el puntal de San Miguel a tomar el Chuy que entra en el Océano”. Por tanto, 1.000 leguas cuadradas de aquel territorio de la vieja Banda Oriental quedaban en manos norteñas; pero más allá llega el artículo 4, que deja en exclusivo la navegación de la laguna Merim y el río Yaguarón para Brasil. Tendremos, por tanto, como dice oportunamente Carlos Machado, “costas secas”.
El Tratado de Subsidio y reconocimiento de deuda, también conocido como de prestación de socorro, será otro pesado yunque atado al cuello del pequeño país. En el mismo, Uruguay reconoce una deuda con Brasil de 288.791 pesos fuertes. Sumado a esto, una serie de subsidios, primero 138.000 patacones y 60.000 patacones más mensuales, a un interés de 6%. Había pues que pagar, pagar y pagar. La garantía de estas prominentes deudas, para un país que estaba saliendo de su guerra más grande, era el único bien de Estado, las rentas de la Aduana. “Artículo 10° – Para el exacto y puntual pagamento de las sumas e intereses de que trata y a que se refiere esta Convención, el gobierno de la República Oriental obliga e hipoteca todas las rentas del Estado, las contribuciones directas e indirectas, y especialmente los derechos de Aduana”.
Onerosa hipoteca para un país de rodillas, que, avergonzado, sumaba inconvenientes a su futuro.
Finalmente, el Tratado de Comercio y Navegación, por el cual se decretaba la libre navegación del río Uruguay y sus afluentes para los dos países, “Artículo 14 – Ambas Altas Partes Contratantes, deseando estrechar sus relaciones y fomentar su comercio respectivo, convinieron en principio declarar común la navegación del río Uruguay y de los afluentes de este río que les pertenecen”. Sumado a esto, la exención por diez años de los impuestos cobrados al charque brasileño en Uruguay y, también por diez años, el libre comercio de ganado en pie de Uruguay a Brasil. “[…] se convino en que sería mantenida por el espacio de diez años la exención de derechos de consumo de que actualmente goza el charque y demás productos del ganado, importados en la Provincia del Río Grande por la referida frontera, conviniéndose en que continúen equiparados a iguales productos de dicha Provincia; y como compensación se convino igualmente en la total abolición del derecho que cobra actualmente el Estado Oriental por la exportación del ganado en pie para la mencionada Provincia del Río Grande, conviniéndose en que esa exportación se haga de ahora en adelante libremente y exenta por los mismos diez años de ese y de cualquiera otro derecho”. De esta forma, Uruguay se convertirá en el terreno de engorde de los saladeros riograndenses, que luego vendían el tasajo al Uruguay. Dado que la mayoría de las estancias fronterizas fueron compradas justamente por estancieros brasileños, el norte del río Negro, por tanto, se colmará de norteños.
Será este otro problema para un avergonzado Uruguay posguerra.
Los tratados a todas luces no fueron beneficiosos para Uruguay. Caro precio pagado por la Defensa por la ayuda brasileña. Es bueno señalar, sin embargo, dos cosas. Primero, que no todos los tratados tuvieron el desastroso desenlace que se puede pensar a priori. Cabe destacar el lugar que Uruguay asumirá poco después, como economía de tránsito, amén del libre comercio. Y también es cierto que los tratados fueron firmados por el Estado Uruguay. O sea, la idea de que los uruguayos fuimos víctimas inocentes de la maldad norteña no es muy atinada. La Guerra Grande nos reveló hasta dónde dependíamos de nuestros vecinos; este conflicto había legalizado el manoseo, pero a voluntad de los mismos uruguayos, fueran blancos o colorados. A 21 años de su nacimiento, Uruguay era mayor para firmar y también para padecer.