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Cultura y espectáculos chiquitos | libro | Rosencof

Último libro de Mauricio Rosencof

Por los chiquitos que vienen

Este nuevo libro de Mauricio Rosencof desata los nudos de la memoria, buscando en el pasado para pensar el futuro. Con la máquina Olivetti como testigo, Mauricio Rosencof conversó con Caras y Caretas.

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Hace más de sesenta años, en la mesa de un viejo boliche con calle, el Barruchi, que ya no existe, en 18 y Olimar, se daban cita para debatir algunas personalidades de la cultura y la política montevideana. Era una sociedad amenazada por el miedo y la incertidumbre.

A partir de ese espacio simbólico, de esa mesa gastada de boliche y con la vieja Olivetti comandando el viaje por la memoria, el Ruso Rosencof conjura recuerdos y personajes claves de nuestra historia reciente.

La memoria guía el recorrido y por sus páginas aparecen los amigos, los doce años de cana, recorriendo el Uruguay de calabozo en calabozo, como gusta decir, con Pepe y el Ñato a su lado. También la memoria nos lleva a la dictadura que se acercaba, los movimientos revolucionarios que buscan cambiar la historia, los políticos de la época, la crónicas del cautiverio y los niños.

Este libro es también un florecer de la memoria y la ternura de un padre que quiere contarle una historia a su hija, y así conjurar el horror. Pero no sólo son los recuerdos a los hijos propios que crecieron visitando cuarteles y abrevando el dolor, es un relato para los chiquitos que vienen, por el futuro y por la libertad que encuentra cualquier rendija para salir a la luz.

Sus páginas desatan los nudos de la memoria, buscando en el pasado para pensar el futuro, por la búsqueda de los niños perdidos, por los hijos de los hijos y por los chiquitos que vendrán.

Es sin duda un libro que nos interpela, nos conmueve y que queda ahí para ser testigo siempre a través de sus páginas, de una historia que no debemos olvidar. Es también la continuación de su anterior libro “Con la raíz al hombro”, cuando, cercano a los noventa, Mauricio decidió revisar los cajones de la memoria para tener el relato de su propia historia.

El Ruso suele decir con humor que, como Discépolo, él también aprendió a filosofar en un bar, el Barruchi. Esa mesa, la del boliche, con parroquianos volvía a su memoria, cada vez que podía, en los años de calabozo. Mauricio insiste en que durante doce años fue la única mesa tangible que tuvo a la mano, la del Barruchi, a la que regresaba siempre acompañado de algún amigo, gracias a su memoria.

La memoria es uno de los protagonistas centrales de este libro. Nos lleva a la Guerra Civil española, a la dictadura de Terra, al saludo al paso del flaco Chifflet que golpea el ventanal del boliche, a Wilson Ferreira, a Julio César Grauert y Baltasar Brum, a Mario Benedetti que, por esos días, andaba con las primeras páginas de La tregua. Hay una frase del Ruso que bien vale el libro: “La Tregua se sentó con nosotros. No pidió nada”.

Aparecen también Eduardo Víctor Haedo, el Che, los parroquianos de siempre, Julio Suárez Peloduro, el Tape, coronel Juan José López Silveira, combatiente de la Guerra Civil española que con los años y la vida se transformó en su suegro.

La memoria, otra vez esa compañera de fierro, traía el boliche en sus horas de calabozo. Con mesa y ventanas a la calle. El Ruso recuerda a sus amigos todos igualitos… Uno, con desgastes. Sin duda ese boliche lo ayudó a seguir viviendo acompañado ante tanta soledad en un calabozo de dos por dos, con un sol con formato de bombita de 40 bujías.

Durante los doce años de peripecia compartida con Mujica y Fernández Huidobro, la memoria a veces le jugaba algún feo, pero siempre los rescataba el recuerdo de los niños. Alejandra, su hija, y Gabriela, la del Ñato, acompañan el relato, las anécdotas vienen solas y ese recuerdo de la madre de Pepe, que en una visita le dijo “vos que fuiste tan bandido, no habrás dejado un hijo por ahí. Quiero un nieto. Necesito un nieto”. Mauricio recuerda hoy que su principal conversación en cana a lo largo de los 12 años de rehenes fue dedicada a la búsqueda de los niños perdidos.

“Nos dimos cuenta, un día, de que lo que nos faltaba era la sonrisa de los niños. Nuestra lucha ha sido siempre por eso, por los ‘chiquitos, por los que vienen, por los que faltan’, por los vendrán algún día. Que no estén los niños en los titulares, como hoy ocurre en el Uruguay, por hambre, por violencia y por pobreza infantil”. Los niños en el Uruguay hoy no mascan todo lo que tienen que mascar, no van a la escuela y sus madres muchas veces no tienen dónde trabajar.

Por los chiquitos que vienen, agregó Mauricio antes de despedirnos, también hay que militar, hay que votar, hay que pelearla todos los días. La charla llega a su fin. La Olivetti nos mira tranquila, una mañana de invierno con el sol de frente. Y el Ruso nos dice “mirá vos cómo la memoria evoca siempre un conversación de boliche. Mandate la otra”.

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