El realizador argentino Francisco Fasano narró a Caras y Caretas los detalles de su reciente documental que expone la historia completa de un caso emblemático: el ingreso clandestino del cineasta Miguel Littin a Chile, en 1985, cuando todavía el dictador Pinochet estaba en el poder.
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Hay historias que bien pueden ajustarse a la popular frase que sentencia que “la realidad supera a la ficción”. Dicho de otro modo: si esa historia “imposible” se narrara en un cuento, en una novela, o en un largometraje de ficción, se la tacharía, sin dudas, de inverosímil; sería algo que solo se le podría atribuir a la afiebrada imaginación del autor.
Pero en este caso, no hay autor afiebrado ni historia “imposible”. El escenario: el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile. La época: año 1985, ya en el último tramo de la siniestra dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet. A este enclave histórico, una periodista italiana ingresa al histórico edificio -con todos los permisos oficiales, claro- junto a un equipo de filmación en el que se “coló” como uno de los técnicos un reconocido cineasta chileno, que había sido proscrito por la dictadura. En cierto momento del rodaje, alguien ordena que rápidamente se detenga la filmación. Segundos después se abre una puerta y sale, hablando solo, sin prestarle atención a lo que ocurría a su alrededor, nada menos que Pinochet. Y, a casi un metro de él, este cineasta estaba sosteniendo una luz. Fueron unos instantes de gran tensión. ¿Qué hubiera pasado si el dictador reconocía al enemigo, al hombre perseguido por sus ideas y por su arte, que tuvo que refugiarse en el exilio? ¿Qué hacía este artista en semejante escena?
Es probable que los lectores ya conozcan esta historia, que de ficción no tiene nada, por la película de Littin, Acta general de Chile, o por la magistral narrativa periodística de Gabriel García Márquez que la reconstruyó en el libro La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile (1986).
Ahora, cuando se cumplen 50 años del golpe de Estado que derrocó el gobierno de Salvador Allende, y en un mediodía gris, con pronóstico de lluvia para Montevideo y para casi todo el país, el realizador argentino Francisco Fasano la recuerda mientras habla de su reciente obra documental, Miguel Littin Clandestino en Chile. La historia completa (2023).
Muchos quizás sabrán que Miguel Littin (1942) es uno de los nombres fundamentales en el cine chileno y latinoamericano, con una obra de compromiso estético, social, político que legó títulos como El chacal de Nahueltoro, La Tierra Prometida, Actas de Marusia, entre otros; que Salvador Allende lo puso al frente de Chile Films en 1971; que tras el sangriento golpe de Estado, Littin tuvo que exiliarse y que no podía volver a su país. Y quizás sepan también que Francisco Fasano, actualmente radicado en Alicante (España), es amigo personal y colaborador de Littin en muchos proyectos, y que fue su compinche en un proyecto que podía haber terminado muy mal: ingresar clandestinamente a Chile, filmar, hablar con la gente, ingresar a La Moneda, y reunir el material que dio forma a la legendaria película Acta general de Chile.
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En este momento, contó Fasano, esta historia está completa. Y este documental se engarza muy bien con la obra de García Márquez, que con su escritura virtuosa hizo una primera reconstrucción, pero con detalles omitidos o disimulados para no comprometer a quienes habían colaborado en aquella aventura.
Aquél proyecto de 1985 surgió un año antes, cuando “a Miguel lo invitaron al Festival de Cine de Mar del Plata, que fue la primera edición en democracia, algo que para él fue muy fuerte, muy significativo, ya que en este festival fue donde comenzó su carrera internacional, con el film El chacal de Nahueltoro, de 1969”.
Estando ahí, recordó Fasano, “después de más de diez años de exilio, y tan cerca de su país, Miguel comienza a pensar una historia sobre un exiliado que entra clandestino a Chile, pero no por militancia, sino para observar qué estaba pasando con la gente, cómo se vivía en dictadura, como palpitaban las memorias de Allende o de Neruda. Entonces comienza a escribir, comienza a darle forma al relato”. Y el personaje que estaba creando al final terminó siendo el propio Littin.
Por distintas “vueltas de la vida”, Fasano terminó siendo su socio en esta idea. “No podía dejarlo ir solo. Estaba seguro de que podía hacerse trampa a sí mismo, especialmente en lo emocional, y eso podía ser fatal. Así fue que me embarqué en esta empresa”.
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En aquel momento, “mi agencia nos dio la cobertura para entrar a filmar a Chile”, contó Fasano. Además se armó una suerte de fina ingeniería para que ingresaran también varios equipos internacionales para hacer distintos rodajes, aprovechando algunas conexiones históricas: “Fijate que La Moneda fue obra de un arquitecto italiano famoso… y así logró entrar un equipo italiano; que toda la cuestión de los trenes la había hecho ingeniero Eiffel, el de la Torre Eiffel… y así los franceses. Y eso nos abrió varias puertas para ingresar con estos equipos, por ejemplo, a filmar en La Moneda, y para poder lidiar con los permisos de las autoridades y sortear los controles de la policía”.
No hay que olvidarse, enfatizó, “no trabajábamos con cámaras ocultas; ahí poníamos un trípode y a los dos segundos te caían los carabineros pidiendo los papeles, preguntando qué hacíamos y para qué. Entonces teníamos que evitar que Miguel estuviera en las filmaciones, salvo en aquellos casos en los que sí o sí tenía que estar, como en las entrevistas políticas. Además, Miguel sabía algunos detalles de lo que se estaba haciendo pero otros no; lo mismo pasó conmigo y con los equipos internacionales. Era una cuestión de seguridad. En esto teníamos que ser extremadamente cuidadosos, porque cualquier cosa que se nos escapara podía hacer naufragar el proyecto. Este mismo cuidado tuvimos que tener para poder sacar del país las filmaciones, los rollos, con los equipos extranjeros; fijate que no podíamos poner ningún reporte de audio ni de imagen, lo que fue, para la etapa de selección, edición y montaje, un trabajo muy arduo”.
Cuando Miguel se reunió con García Márquez, “después de que nos fuimos de Chile, él no había visto nada de los registros”. Por eso el “libro de Gabo es una suerte de alquimia. Por un lado había detalles que Miguel aún no sabía y por el otro lado Gabo no podía poner todos los detalles, porque el régimen de Pinochet podía detectar quiénes eran los que habían participado. Pero ese libro creó un relato que conserva el clima de lo que realmente pasó, pero no es exacto”.
Y es por eso que Fasano hizo este documental, con un enfoque periodístico y “sin grandes pretensiones cinematográficas; ahí, tanto Miguel como yo, contamos lo que realmente vivimos y cómo se logró hacer aquella película, Acta general de Chile”.
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Retomar esta historia y contarla con todos los detalles “era una asignatura pendiente que en la vorágine cotidiana más otros proyectos se fue postergando, porque exigía prestarle una determinada atención", explicó Fasano al repasar algunos de detalles del proceso que culminó con su reciente documental (Miguel Littin Clandestino en Chile. La historia completa).
“Y esto fue posible gracias a ‘Pepe Coronavirus’, porque ese parate, que nos encerró por dos años, fue tremendo pero sirvió para asumir que podía convertir en virtud esa dificultad. Entonces me metí de lleno a escribir el guión, a profundizar en aquella experiencia. Después, cuando las restricciones aflojaron un poco llegó la oportunidad de hablar con Miguel y recuperar otros elementos que completaron el relato”.
En este proceso tanto Littin como Fasano apostaron a los testimonios espontáneos. “Lo que hicimos fue profundizar en eso, y armar un hilo narrativo que nos permitiera comprender la experiencia, y para eso no solo nos quedamos con el riesgo que vivimos, con lo dramático, sino que también con el humor. Incluso hasta ahora seguimos recordando anécdotas, detalles complicados pero también los divertidos”.