Sus frases, sus ideas, se hilvanan desde esta simbiosis ontológica: podría acoplarse a ellas una base rítmica y funcionarían muy bien.
“Esto, en Montevideo, como siempre, será una fiesta”, dice Dante. “Venimos con la banda completa, a la que volvió Matías Rada, el más funky de todos. Él ya había formado parte de este proyecto, pero por esas cosas de la vida, con la pandemia incluida, la cosa quedó por ahí. Pero ahora volvió y ya estuvo en el concierto que hicimos en Vorterix, en Buenos Aires, el 8 de agosto”.
Estas presentaciones, explica, son “como el cierre del tour ‘Mesa dulce’, y en ellos, “como lo haremos en Montevideo, se incluyen temas de todos mis discos, como una suerte de repaso, más algunos de Illya Kuryaki and the Valderramas”, el poderoso dúo que formó con Emmanuel Horvilleur, su compinche de la juventud, y con el que provocaron un fuerte sacudón a la música latinoamericana en los años noventa.
Mestizo
Intrincado sería el intento de explicar, casi que con pretensión de sanción académica, qué es o qué podría ser un “sonido mestizo”. Para la escucha, sin embargo, la noción es absolutamente llana: “es eso”, “como la música de Dante”.
Y ahí juegan su mejor partido las raíces y sus mezclas, sus superposiciones; juega la historia de “las músicas que se escuchaban en mi casa, cuando era chico”, dice Dante. Y ahí estaban “el funk, Prince, Michael Jackson, Herbie Hanckook”, músicas que escuchaban mucho su madre y su hermana, hasta el rock que venía de su padre, Luis Alberto Spinetta, uno nombre que devino leyenda para las músicas latinoamericanas.
“Ya desde chico tenía el impulso de hacer estas músicas. Primero me fascinó lo rítmico, lo tímbrico, después me enamoré de la guitarra y todas sus posibilidades, la distorsión, el volumen, ese sonido que venía de Jimmy Hendrix y que tanto escuchaba mi padre”.
Estas semillas sónicas germinaron enseguida. En la temprana juventud, Dante encontró en su amigo Emmanuel Horvilleur el socio perfecto para “poner cabeza” y arte en un sonido que, si bien abrevaba en estas fuentes, despegó enseguida como algo propio, distinto para los primeros noventa: Illya Kuryaki and the Valderramas.
La mixtura de elementos del mapa sonoro contemporáneo, de tradiciones diversas de este continente, que caracterizó a los Illya tuvo como elemento catalizador al rap (ritmo y poesía), que para la época era una suerte de extrañeza en estas latitudes.
‘Bueno, entonces hacemos rap’
Este juvenil experimento, tan alabado como duramente criticado e incomprendido, tuvo en “Chaco”, el tercer disco del dúo, lanzado a mediados de los noventa, una bisagra clave. Este trabajo fue todo un suceso de ventas, una explosión en los medios, dos elementos clave para que la carrera de los Illya despegara tanto en Argentina como en el resto del continente.
El sonido, urdido en mezclas tanta desprovistas de protocolo “pudoroso” como swingueadas, delineó otra metáfora para entender, desde la sensibilidad musical, la revuelta trama de la experiencia urbana. Ciudad, colores, ruidos, texturas, contrastes. Un combo que, con el rap como elemento articulador, operó como marca para una narrativa de la identidad.
Hasta “Mesa dulce”
Este rasgo distintivo de la música de los Illya siguió como elemento clave para los proyectos solistas de Emma y Dante. Y sigue vigente, en el caso de Dante, con una contundente declaración de principios: “Soy mestizo, no creo en los estilos puros”.
Mucha agua ha corrido bajo el puente, y desde los noventa, más varios discos solistas (como “Elevado”, “El apagón”, “Pyramide”, entre otros), en 2022 llegó “Mesa dulce”: pieza clave para el lenguaje de Dante, en la que el sonido funky -dice él- comienza a dominar la propuesta, más una poética en la gravitaron algunos hechos de su vida personal, como el fallecimiento de su madre. “Este es un disco fundamental, es el comienzo de una nueva etapa, la exploración de otros caminos”, dice.
Y allí, en esa exploración, el sonido urbano, las mezclas sin prejuicios, operan como signo fundamental: no solo porque no cree “en los estilos puros”, sino porque hay una búsqueda en un sonido más orgánico (ese que logró con Mariano López en la producción), en la escucha real, la que está contaminada por la realidad, por los contrastes, y en la que el cuerpo juega un papel protagónico.