El 31 de julio, Alejandro Dolina presentará su ya clásico espacio radial La venganza será terrible en la sala Eduardo Fabini del Auditorio Nacional del Sodre (AM 750 en Argentina y en Del Sol 99.5 FM y El Espectador 810 AM en Uruguay), con sus socios habituales: Gillespi, Patricio Barton y el Trío Sin nombre.
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En esta entrevista que concedió a la agencia Sputnik, Dolina repasa parte de su vida, sus proyectos, sus siempre filosos pensamientos, y reflexiona sobre los desafíos del arte.
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Escritor, músico, filósofo, conductor radial argentino… ¿La pregunta eterna es cuál de todos es Alejandro Dolina? Un abanico de talentos que fluyen, aunque él lo niegue, en libros, canciones y una meticulosa improvisación que hace 30 años se plasma en 'La venganza será terrible', programa de radio que llena teatros en Argentina, Uruguay y España.
Con una enorme generosidad, Dolina hace un repaso por sus desordenados estudios y sus comienzos en los medios para luego referirse al amor y al arte, las únicas "dos buenas noticias del universo".
Este optimista del amor, rechaza la nostalgia y anhela en vano convertirse en inmortal, además de revelar algo que incluso la mayoría de sus más fieles seguidores desconoce: su vínculo con Rusia.
Debo confesar que evité escribir la aclaración "(risas)" a lo largo de la conversación que mantuvimos en su casa en Buenos Aires para que sea el lector quien decida imaginar cuándo reímos como dos niños y cuándo fruncimos el ceño. En algunos pasajes, ambas expresiones podrían ser absolutamente intercambiables.
El Negro Dolina, mano a mano con Sputnik… "etcétera".
—¿Cómo fue su paso por la Facultad de Derecho?
—Me arrepiento muchísimo de ese paso. Yo he sido muy feliz en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda. Tenía allí muy buenos compañeros y no concebía la vida sin ellos. La vida estudiantil, por lo menos. De manera que viendo que todos se anotaban en la Facultad de Derecho, me anoté. Fui muy desdichado allí porque no estaba interesado.
—¿Cuánto tiempo duró eso?
—Dos o tres años. No era un buen alumno. Si bien por ahí tenía algunos buenos resultados, era un alumno malo. Me aburría mucho. Todavía hoy no me explico ese error de no haberme anotado por lo menos en Filosofía y Letras. Pero solamente uno de mis compañeros iba allí. Yo no tenía vocación en ese momento. Mi vocación no era estudiantil, sino artística. A mí me parecía que daba lo mismo una cosa que otra.
—Esa fue la única carrera universitaria que cursó, ¿cierto?
—Después me asomé en formas extravagantes a la carrera de Letras, pero no me anoté. Compartía estudios con una chica que estaba estudiando y entonces estudiaba junto con ella. Yo no daba exámenes, los daba ella.
—Ya empieza a aparecer en las historias la tangente del amor, el recuerdo de alguna mujer…
—Sí, sí. Tuvo más fuerza, a lo mejor, ese estímulo amoroso que el intelectual.
—Antes de seguir indagando sobre el amor, que es lo que más me interesa, ¿cómo llega a ser redactor publicitario?
—Dejé Derecho. Había terminado el servicio militar que hice en Marina y no tenía trabajo. No estaba haciendo nada. Frecuentaba mesas de pase inglés, me juntaba con unos tipos maravillosos, pero que evidentemente no eran muy buena compañía. También tenía amigos muy talentosos e inteligentes que se horrorizaban de lo que yo estaba haciendo… que era nada.
En una ocasión, me invitaron a una fiesta en casa de desconocidos. Hicimos porque sí una especie de número: la última cena. Nos sentamos ahí con todos los detalles teatrales de la última cena, pero como si fuera poesía gauchesca. Un tipo me vio y me dijo: "¿Vos qué estás haciendo che?". "Nada, absolutamente nada". Él trabajaba en publicidad, era director creativo de la agencia cautiva de Canal 13. Hacían todas las promociones que en aquel tiempo eran omnipresentes: "Señora no deje de ver esta noche a las 19:30 'El Santo', el elegante detective que juega con el peligro". Me propuso trabajar con él y acepté.
Fue un salto y no porque la publicidad haya sido para mí una revelación, sino porque ahí conocí a un montón de tipos que verdaderamente cambiaron mi vida. Este amigo era Manuel Evequoz, convertido después en Manuel Mandeb [personaje ficticio que aparece en varias obras de Dolina].
Luego conocí a Carlos Trillo, Carlos Marcucci, al Negro Fontanarrosa, a [Alberto] Bróccoli, al Negro Caloi, a Marcos Mundstock. Eso fue importantísimo para mí porque gracias a esa compañía empecé a trabajar en cuestiones humorísticas. Entré a [la revista] Satiricón y ahí empieza lo más profesional.
Trabajaba como creativo publicitario con bastante éxito, aunque yo creo que era malísimo. No era bueno, pero les caían bien las otras cosas que hacía.
—Era un combo.
—Exacto, les parecía que yo tenía mucho talento, pero en realidad para la publicidad no tenía ninguno… ¡Ni para nada! Pero como les caía simpático… Bueno, así son las carreras. Ese fue el comienzo. Después apareció bastante más tarde la radio.
—Escritor y músico, pero es imposible, al día de hoy, poder separar la radio de su biografía.
—Evidentemente. Además, la radio fue hospitalaria conmigo y me permitió desarrollar con éxito otras actividades que sin el apoyo de ella, hubieran sido más difíciles de transitar.
—Pero no era su sueño trabajar en radio.
—No. En realidad, podría haber sido mi sueño, he tenido tantos… Pero puedo decir que no me había preparado para eso. En cambio sí, me preparé mucho para leer y escribir. Para eso sí porque he sido siempre, aún en mis épocas de jugador de pase inglés, un buen lector.
—Bueno, de cierta manera, se preparó también así para la radio porque 'La venganza será terrible' no sería posible sin un buen lector detrás.
—Es cierto eso y por otra parte hay también en 'La venganza…' un ejercicio narrativo, improvisado y oral, pero hay. Y es cierto que el programa necesita de actores que conozcan lo que se ha escrito en todas las épocas. Yo diría hasta de oyentes que conozcan un poco de eso.
—Claro, para disfrutarlo.
—Para disfrutarlo más, para saber de qué estamos hablando.
—Y así ya pasaron más de 30 años.
—Sí. En los primeros momentos no estaba contento con lo que nos habían ofrecido de Radio El Mundo. No tanto por el horario que era el peor, evidentemente… Era la una de la madrugada. No es que me habían brindado una gran oportunidad, sino que tenían un horario vacante que después de todo no importaba mucho quién lo ocupara. Yo no quería seguir ni por casualidad. Al final, [Adolfo] Castelo me convenció: "Vamos a hacer una cosa. Esperá un mes a ver qué sucede".
Esperé un mes y contrariamente a lo que imaginaba, que no sucediera nada, empezamos a tener mucha audiencia y la veíamos: resulta que los tipos se acercaban a la radio y pedían permiso para presenciar el programa. Permiso que tramitado por las vías legales era denegado. Entonces, dejábamos pasar a la gente de contrabando. Luego se enteraron los jerarcas y empezaron a venir de improviso a ver si había alguno.
Nosotros teníamos preparada una respuesta para eso. La radio estaba en un octavo piso y el tipo de abajo nos llamaba cuando caía alguno. Así nos daba tiempo para esconder rápidamente a los oyentes en una oficina. A veces se ponían debajo de la pecera. El control tiene un gigantesco vidrio que comunica con el estudio. Si vos te sentas en el piso, debajo del vidrio, el tipo que se asoma sin entrar cree que no hay nadie, pero en realidad hay nueve tipos escondidos.
Después, ya no los pudimos esconder porque eran muchos. Insistimos y la radio habilitó un estudio especial que tenía por ahí más grande, pero igual fue un escándalo porque eran demasiadas personas. Resolvimos que los viernes íbamos a hacer el programa en el Sindicato del Seguro que era un lugar para 1.000 personas… ¡y se llenaba! Y así empezó, sin quererlo nosotros, la costumbre de hacer un programa con público presente. Eso cambió mucho el programa, para bien. Lo transformó en un hecho teatral más que radial.
—Durante la pandemia y aislamiento, el programa lo hizo a solas en su casa. Habrá sido difícil.
—Efectivamente fue difícil. En muchas ocasiones a lo largo del tiempo hemos tenido que suspender la presencia del público por accidentes de toda laya… gripe A, movilización, huelga general… y siempre tuvimos dificultad. Nos parecía que había un silencio. A eso, [durante el aislamiento] se le sumó estar los tres [Dolina y sus compañeros Patricio Barton y Gillespi] en nuestras casas, hacerlo por Zoom. Eso tiene dificultades técnicas que perturban el diálogo: demora, no escuchas bien, desaparece alguien. Es feísimo. Además, el silencio respondiendo cada cosa.
—¿Se acuerda que apenas comenzó el aislamiento por COVID-19, había como un sentimiento generalizado de "vamos a salir mejores de la pandemia"?
—Sí, yo nunca compartí esa peregrina idea. Al contrario, ¡estamos peor! Estamos peor porque, primero, la pandemia fue un nuevo tema de discordia. Segundo, fue un pretexto para ejercer oposiciones cerriles. Y después, mucha gente la aprovechó para lucrar, a nivel mundial.
Eso no nos hizo mejores, el mundo es peor que antes. Primero porque se ha muerto un montón de gente que por ahí podría estar viva. Pero segundo porque se han generado motivos de discusión y de odio que antes no existían. Como si faltaran, ¿no?
—Los discursos de odio incluso se han acentuado. Ahora son explícitos.
—Está muy bien eso que dice. Es exactamente así, ya fuera de la pandemia. Hasta no hace mucho, efectivamente, ciertas opiniones eran para decir puertas adentro. "Estos negros que no trabajan"... por ahí era admitido en alguna casa. Pero en un momento eso apareció como parte de un discurso público y exhibido desvergonzadamente hasta con orgullo.
Así como en los setenta había grupos de hippies que rechazaban cualquier tipo de represión, ahora hay grupos de derecha que hasta se manifiestan en la calle pisoteando barbijos, construyendo guillotinas… Eso tiene un olorcito muy desagradable. Al margen de lo que uno pueda pensar acerca del alcance del Estado, que es una opinión política.
—Y hay una obsesión por dejar de diferenciar entre movimientos de izquierda y de derecha, como si todo fuera lo mismo.
—Hay grupos que no han alcanzado una postura política congruente. Por un lado dicen "el Estado aquí no debe meterse" y enseguida, al paso siguiente, el reclamo es "que el Estado intervenga". ¿Cuál es su verdadera postura?
Eso asusta porque cuando era chico pensaba que el mundo estaba manejado por personas que sabían mucho. Que por ahí no eran muy benevolentes, pero que sabían, que tenían conocimientos técnicos. Creía que todo el mundo sabía más que yo, entonces tenía mucha fe. Cuando iba a una consulta médica, iba convencido de que ese tipo que me iba a atender sabía mucho. Y cuando examinaba la situación política, yo creía que tanto unos como otros eran gente muy instruida y muy inteligente. Después me di cuenta que no era así y me dio terror. Todavía me sigue dando terror que se postulen a la admiración general.
—Supongo que tendrá altibajos en cuanto a estar esperanzado políticamente. ¿O es una curva que va bajando?
—No lo sé. Ahora hay una sensación de curva, de algo que baja y de algo que crece. De una violencia que crece, de una desigualdad que crece. Respecto de cómo vive un obrero asalariado, evidentemente la sensación es de descenso. Eso me da más miedo que el desorden. Ver que todo parece no tener mucho sentido, que por ahí estamos mejor y a veces peor… eso inquieta, pero cuando ves que hay en el mundo una tendencia a que cada vez sea mayor la desigualdad.
Por ejemplo, uno piensa que estamos ante, no sé si decir un plan sin sentir en mí mismo el perfume del pensamiento conspirativo, pero sí pienso que económicamente hay un grupo que prevalece y que está logrando éxito tras éxito. Incluso consigue la simpatía y la opinión favorable de aquellos a quienes explota.
—Ante ese mundo hostil del que hablamos, ¿sigue convencido de que el amor y el arte son las grandes excusas que uno tiene para levantarse a la mañana?
—Son las buenas noticias del universo. Podríamos decir de cierta forma que eso también podría ser el opio de los pueblos.
—¿Jerarquiza de igual manera el amor y el arte?
—No. Estaba pensando que por ahí hablando del amor y del arte nos olvidamos de la lucha principal… pero yo no soy un revolucionario. Ni soy [Pierre Joseph] Proudhon ni Karl Marx. Así que sí, creo que el amor y el arte son buenas noticias, sea cual fuere la situación política. Sea quien fuere quien nos gobierna. Serán lo mismo gobernando Perón o Ramses I.
—Coincido en que la lucha es un motor, pero se tiene que dar en lo colectivo. En cambio, el amor y el arte se pueden disfrutar en soledad o en el mejor de los casos con otra persona.
—Claro. La lucha solitaria tiene poco sentido. Las luchas políticas tienen que ser colectivas. Se entiende que la política funciona movilizando multitudes. En cambio el amor, es una respuesta personal y el arte también.
—¿Qué pasa cuando el amor no es correspondido?
—¡Es una de las peores tragedias que tiene la vida! Le da al amor un carácter dramático. Es cierto que el amor es una buena noticia, pero también puede convertirse en la peor de ellas. Cuando uno no es correspondido o es abandonado, ocurre el desamor que es como la muerte porque uno se muere solo, como un ensayo de la muerte, diría Calderón de la Barca.
Quedarse solo después de un gran amor también es un ensayo de la muerte. Esa soledad tremenda que es la muerte. Tanta soledad que no está ni siquiera uno.
—¿Cómo se define un gran amor?
—No sé, eso pasa por casualidad y a veces por error. Uno no es realmente muy agudo cuando está enamorado. Más bien lo contrario. Generalmente no hace más que emitir juicios erróneos. Así que muchas veces uno se equivoca, se obnubila, toma malas decisiones. Después cuando eso deviene en el abandono, uno no está preparado para recibirlo de un modo filosófico.
—Alguna vez dijo que cuando una mujer te abandona es porque no le gustas, no hay otra explicación. Hay que aceptar eso… ¡que es durísimo!
—Eso es muy duro… entonces uno busca otras explicaciones. Pero creo que es muy saludable pensar que cuando te dejan es en general porque no le gustas más. Es un deporte nacional y mundial buscar explicaciones tales como "bueno, a lo mejor ella se siente abrumada"... ¡No se siente abrumada! La explicación es más sencilla. No hay cosa más sencilla que el desamor: "¡No me gusta más!". Punto.
—¿Compite el amor de pareja con las amistades?
—A veces sí, a veces se deteriora. Hay personas que exigen mucho de sus parejas. Una de las exigencias más frecuentes es "alejate de tu familia". No están expresadas así, pero son eso. "Alejate de tus amigos" y en muchos casos, "alejate de tu vocación para que puedas pertenecerme".
—Eso último incluso estuvo socialmente aceptado hasta hace dos minutos.
—Sí, sí. Pero el amor a una pareja y las amistades son cosas distintas. Nadie se tira debajo de un tren porque un amigo se mudó. Y sin embargo, muchas veces por amor se toman decisiones extremas, trágicas, dramáticas y estúpidas. El amor es muy fuerte y la amistad es otra cosa.
—Quiero convencerme de que las amistades van mutando a medida que uno crece. No tienen por qué ser lo mismo cuando uno es adulto que cuando tenía 15 años.
—Claro. A veces recuerdo que cuando era adolescente tenía una relación con mis amigos mucho más poderosa en donde sí sentía dolor. Me sentía traicionado a veces por un amigo. Hoy en día no me parece que pueda un amigo traicionarme. No porque no pueda él, sino porque no puedo yo recibir la sensación de ser traicionado. O para decirlo más brutalmente: porque no me importa.
Realmente no me importa. Viene mi mejor amigo y me dice: "Mirá, no voy a frecuentar más tu amistad porque me pareces un imbécil". ¡Bueno, qué sé yo! En cambio, me dice lo mismo una mujer de la que estoy enamorado y empiezo a desesperarme. Ya menos también, pero no porque esté viejo, sino porque a veces uno de tanto andar entre bandidos, termina por ser baqueano, como dice [Carlos] Gardel.
A veces a uno le pasa eso y varias veces se reconstituye. Vuelve uno a enamorarse. No digo todas las semanas, pero dos o tres veces en la vida…. Cuatro o cinco, si uno tiene más suerte. Entonces comprende que por más que parezca eterno, el amor no lo es. No lo es por definición. Ese cinismo ayuda.
—¿El cinismo de pensar que es eterno aún sabiendo que no lo es?
—El cinismo de desconfiar de uno mismo y de rastrear el desatino en todo, en las otras personas, en las instituciones, en lo que sea… ¡y encontrarlo! Darse cuenta que sufrir por algo que fatalmente ocurre es un poco… insensato.
—¡Elijo sufrir cada tanto, a cambio de amar y gozar de vez en cuando!
—A lo mejor uno empieza a pensar "ay, ¿por qué no podré querer otra vez sin presentir?". Sin presentir que todo va a terminar, que no vale la pena hacerse mala sangre, que ya vendrá otra…
—Además, en cierto punto es necesario creer cuando uno se enamora que va a ser para siempre. No se puede decir "te amo por los próximos dos meses".
—Es así, es casi una paradoja. Eso es lo correcto. Uno sabe que no es eterno, pero tiene que actuar como si fuera. Si no, no tiene sentido. Le hace falta al amor para tener sentido una pretensión de eternidad. Si no la tiene, si uno ya está mucho más sabio que enamorado… cuando la sabiduría ¡o el cinismo! le gana a la disposición amorosa… ahí también sonamos. El sabio resuelve bien las situaciones, pero no se enamora tanto.
—¿Es posible estar en pareja con una persona que piensa radicalmente distinto, en términos ideológicos?
—Nunca había pensado eso, pero haciendo, no hace mucho, una pequeña lista de las mujeres que han estado en mi vida, vi que salvo esporádicas excepciones, en la presencia y en la duración, casi todas pensaban parecido. No es que yo las buscara. No es que uno entra al bailongo a preguntar por quién votaron. No, no es eso.
—¿Se considera un tipo nostálgico, arraigado al pasado?
—No, no. Al contrario. El otro día recordaba una charla en la radio donde me quejaba porque parecían haber construído la imagen de un señor, la mía, que no es tal: "A este tipo le gustan las cosas de barrio, las cosas de otros tiempos, la nostalgia"... y lo que es peor: la nostalgia como género artístico. El ubi sunt como tema principal.
Lo que sucede es que uno extraña a los muertos queridos y las cosas que ha perdido y es cierto que la vida es una continua pérdida. Entonces, uno tiene que reaccionar ante eso. A mí claro que me importa si se murió mi vieja. En ese sentido sí me produce una gran angustia recordar lo que he perdido, pero eso me angustia íntima, personal y no artísticamente. Yo no escribo así. Quizá lo piense en algún momento de la noche cuando recuerdo a mi padre muerto, pero como género artístico, no.
—Dejando el pasado y viendo el futuro, ¿le da miedo el paso del tiempo, el final?
—Sí, claro. A esta edad… Por suerte todavía puedo hacer muchas cosas que hacía cuando era joven como jugar al fútbol. Estoy muy bien de salud, puedo correr el colectivo.
Veo a mi lado amigos que están más viejitos, veo la decadencia de algunos. Eso es muy triste. Encontrarse con personas que cuando eran jóvenes levantaban tierra con su zapateo y que ahora están un poco deterioradas. Pero no porque caminen lento, sino porque han sido cooptados por la televisión, por los malos chistes, por los malos libros, por las malas opiniones. Se ríen demasiado. ¡Qué curioso pensar que alguien que envejece se ríe demasiado, pero es así! Se ríen de tonterías, eso no lo puedo entender.
—¿Es creyente? ¿Cómo se lleva con la religión?
—No, no soy creyente. Me llevo bien con la religión: nos saludamos, pero no nos hablamos, como decía Voltaire. En mi infancia viví mucho tiempo al lado de una iglesia, de modo que me sabía todas las canciones de la liturgia, pero porque las escuchaba en mi casa. Nunca iba a misa.
Pero una cosa es lo que quiero y otra es lo que creo. No creo. Miro con simpatía al que cree. Miro con simpatía las religiones, pero también veo que la religión muchas veces conduce a la intolerancia y a la violencia.
—¿Qué tan evitable es aburguesarse y acercarse a la derecha a medida que uno envejece?
—Es evitable, pero requiere trabajo. ¿Qué se puede hacer para evitar esto? Mi respuesta es estudiar. Afortunadamente, yo tengo un trabajo, el de la radio, que por su estructura me obliga a estudiar todavía. Leo con un lápiz, subrayo, averiguo. Está internet, que podrá ser lo que quieras, pero es una ayuda para encontrar rápidamente territorios desconocidos. Eso ayuda.
Eso convertido en un trabajo y una cotidianidad ayuda a mantenerse despierto, a no reírse tanto… no sé si a evitar convertirse en un burgués porque uno casi no puede evitarlo. Vivo en esta casa que está bastante bien… Si salgo a la calle y veo un semáforo en rojo, me detengo… no hay otro remedio.
De todos modos, cuando uno está en actividad mental constante es más cuestionador de las cosas. El trato con otras cabezas lo hace a uno más diestro en todo esto. Yo prefiero un hotel bueno antes que un hotel malo, eso no tiene nada que ver.
—¿Qué opina del lenguaje inclusivo?
—Creo que el lenguaje sucede. Es algo que se crea, se genera más allá de las disposiciones, leyes, de los esfuerzos artificiales que se hacen para imponerlo. Estoy de acuerdo con todas las causas que promueven la idea de un lenguaje inclusivo. Está bien tratar de resolver la desigualdad ancestral que padecen las mujeres, pero yo no lo hablaría. Que cada uno hable lo que quiera. Prohibir el lenguaje inclusivo es como prohibir el lunfardo. No se puede prohibir un lenguaje. Ya se ha hecho por razones tremendamente dramáticas que no vale la pena recordar... Prohibirlo me parece una tontería.
—Antes se refirió a la radio como "un trabajo". ¿Considera la literatura también de esa manera?
—Para comodidad del idioma. El profesionalismo para mí no es una buena palabra. En algunos casos está bien ser profesional. Que el director de tu radio sea un buen profesional, ayuda mucho. El profesionalismo crea un interesante piso de conocimientos que es válido y bueno, pero al mismo tiempo ese piso es el techo. Hay un piso debajo del cual no podés funcionar, pero esa misma eficacia, te pone un techo que está construido con prejuicios, con obligaciones de regularidad.
Es decir, "usted tiene que entregar un poema cada 48 horas"... eso es pésimo. Quizá ser un profesional evita que uno sea un inepto, pero también evita que uno sea un genio.
Yo hago las cosas artísticas con mucha dificultad. No es algo que me salga fácil.
—Nadie se da cuenta de eso.
—Esa es otra de las ideas equivocadas que por ahí se tienen. No es que disfrute mientras las estoy haciendo. Ahí se parece a un trabajo en el sentido del esfuerzo, no en el sentido de la regularidad de actividades por las cuales uno recibe un pago.
Pero en general trato infructuosamente de que no sea una obligación ni un trabajo. En la radio lo consigo. Como una diversión diaria, como un reunirme con amigos todos los días. Siento una cosa muy parecida a la que sentía siendo adolescente cuando me juntaba los viernes con mis amigos de la facultad, del colegio o del barrio. Yo esperaba esos viernes. Lo pasaba muy bien y tenía contacto no solo con la posibilidad de levantarme minas o cosas así, sino también de oír a tipos que pensaban y que me divertían mucho. Acá pasa algo parecido. No solo la posibilidad de conocer a alguna mina… sino también de juntarme con amigos.Poder divertirme pensando es una fiesta. Después de una tarde aburrida o un fin de semana capturado por la televisión y por los partidos de fútbol, volver a hacer 'La venganza…' y encontrarme con lo inesperado, el peligro de a que a uno no se le ocurra nada o que se equivoque tocando… eso no es muy profesional. No es un trabajo. Es una alegría, un privilegio.
—¿Fue fortuita la elección del origen ruso del personaje Sergei Morozov en su último libro, 'Notas al pie'?
—No. A mí me apasiona la historia rusa. Me gusta mucho y me pareció que podía ser una comodidad para inventar algunos argumentos relacionados con Rusia y aprovechar cierta vana erudición que tengo acerca de la Rusia del siglo XX.
—El origen del apellido Dolina… ¿es ruso?
—Sí, es ruso. Hay Dolinas también en Polonia y en los países que antes formaban Yugoslavia, pero es ruso. Lo de Polonia me lo discutía [Jorgen Bent] Larsen, un campeón de ajedrez danés, que jugaba en el tiempo de Bobby Fisher. Lo pude conocer por Antonio Carrizo y teníamos charlas sobre ajedrez.
Larsen juraba que había un campeón polaco de ping pong que se llamaba Dolina y porfiaba que era polaco. Sin embargo, las últimas investigaciones que lleva mi primo Ricardo descubrieron un Dolina de un pueblo de un cantón suizo italiano. Se cartea con él. Allí lo escriben con apóstrofe: D'Olina. Sin embargo, él cree que es ruso y que los que viven ahí han sido rusos alguna vez.
Mis bisabuelos viajaron desde Francia, vivían allí. Pero el origen es eslavo.
—Con la particularidad de que Dolina es heredado de alguna mujer porque en Rusia la parte masculina debería llevar como apellido Dolin, sin la a, esa es la raíz.
—Claro, como Petrova que es Petrov. Es ruso, eslavo en todo caso. Mis abuelos en algún momento emigraron a Francia y de allí vinieron. Y del otro lado, italianos: Colombo. Mi bisabuela que conocí era italiana y solía hablar italiano con sus hijos. De chico, se escuchaban cosas en italiano.
—Hace 30 años que está prometiendo, advirtiendo, que "la venganza será terrible". ¿Cuándo llegará? ¿Tiene que necesariamente llegar o es una utopía?
—La venganza es una institución que no se puede cumplir. En su propia definición está su ineficacia porque uno tiene deseos de vengarse de alguien que ha cometido con uno una injusticia. Si alguien ha cometido con uno una injusticia es porque ha tenido el poder de hacerlo.
La venganza proviene cuando la situación de poder se invierte. Es decir, cuando uno está por encima de aquella persona que nos ha hecho víctimas. Pero resulta que cuando uno está por encima ya no tiene ganas de vengarse.
El deseo de venganza surge mirando hacia arriba. Mirando el pie que te está pisando. No tiene lugar en un alma noble. Si por las vueltas de la vida, se dan las circunstancias de que uno puede pisar a quien nos pisaba, el hombre noble levanta el pie.
Por lo demás, hay tragedias históricas que surgen de venganzas de tono creciente, como Romeo y Julieta o como el conflicto de Medio Oriente.
Por César Salvucci (vía Sputnik)