Guillermo Pellegrino en su crónica "Juan Capagorry, hombre de siete oficios" describió en el 2002 las características del multifacético hombre nacido en Solís de Mataojo, cuyos conceptos se mantienen vigentes.
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"Cuentista y cuentero, poeta, letrista de canciones, humorista, dibujante, Juan Capagorry (1934-1997) fue un cronista pícaro y sensible de un mundo de pueblo del interior uruguayo que conoció en profundidad. Dueño de un oído afinado para el habla popular, disimulaba su condición de culto y omnívoro lector, tras una forma de la bohemia que lo convirtió en una figura característica del paisaje nocturno montevideano", comienza Pellegrino presentando al autor.
Así describe Pellegrino a Capagorry:
"LECTOR DE ALMAS. "Yo no creo que un sujeto pueda sentirse orgulloso de lo que escribe, porque es casi seguro que no lo escribió él. O por lo menos, no él solo. En lo que respecta a mí, que soy 'de segunda', lo que hago es tomar el material y, conociendo la historia de la gente, me tomo el atrevimiento de organizarles el pensamiento". Es curiosa esta afirmación de Juan Capagorry en la que reduce su tarea de narrador a la de un simple organizador del pensamiento ajeno. Aunque no suene tan extraña, tal vez, para quienes lo conocieron bien y supieron de su humildad. "Capita" --como le llamaban los amigos-- logró desempeñar, a lo largo de su existencia, muy variados oficios pero, seguramente fue en el de cuentista oral donde se movió con mayor comodidad. "Yo tenía interés en eso de fabular, hacía cuentos y le echaba la culpa a otros, para no quedar como un embustero. Empecé en forma oral y después, por la admiración a Morosoli, me decidí por el cuento escrito. Viví en el campo y recibí influencias de los tipos que contaban cosas en reuniones". Para encontrarse con ese universo personal, con esos recuerdos de aquel mundo tan próximo y a la vez tan alejado de la capital y no pasar como un trapalón, fue que comenzó a escribir, a pintar historias. "La vida en un pueblo es radicalmente diferente a la de la ciudad y creo que eso nos ha ayudado a los que venimos de allá. En los pueblos la gente convive realmente con todos. El boliche es el corazón del lugar y se vive como en vidriera, la gente sabe lo que se piensa al lado. Casi que se adivinan hasta el futuro. Son capaces de jugarse a que las cosas serán como dicen, porque todo es realmente conocido".
En la pluma de Pellegrino como no podía ser de otra manera, no queda ausente la realidad social que Capagorry describió y que sirvió de base para en un trabajo en conjunto con Daniel Viglietti, ilustrara al Uruguay Montevideano de la población rural tierra adentro.
" En la década del 60, en Uruguay, tuvieron fuerte presencia varios movimientos sociales que fueron protagonizados por trabajadores del campo. La canción popular, con el surgimiento de algunas figuras fundamentales, no prescindió de esa gente, de sus labores y penurias. Así, por ejemplo, el año 1965 encontró a un Daniel Viglietti realizando los últimos ajustes para Hombres de nuestra tierra, su segundo trabajo discográfico surgido de algunos encuentros previos con Capagorry. "A Minas --recuerda Viglietti--venía a estudiar guitarra con mi padre un muchacho muy interesado en la cultura, que además daba clases de literatura en su pueblo, Solís de Mataojo. Un día nos pusimos a conversar, nos hicimos muy amigos, hasta que en una oportunidad mi mujer, en una de esas charlas, nos dijo: '¿Por qué no se dejan de hablar tanto y hacen algo con todo lo que están conversando sobre los personajes del campo?'"
Capagorry, en ese tiempo, orillaba los 30 y era un tipo "muy de su pago", pocas veces había traspasado los límites del departamento de Lavalleja. A raíz de este trabajo a dúo en el que fue autor de los versos de todas las canciones, se dio a conocer en la capital como un hombre consustanciado con las situaciones y los problemas cotidianos del hombre del campo. "Hubo que plantearle el camino a Montevideo para venir y terminar, en la convivencia, el ciclo de las diez canciones y los diez textos introductorios. Para él era una experiencia nueva la grabación. Estuvimos viviendo juntos en Montevideo y recuerdo algunas veces que yo me levantaba de mañana y lo veía en algún rincón articulando, haciendo gestos con la boca para decir las palabras. Tenía una gran responsabilidad en el trabajo, porque quería ser claro, pero sin perder ese tono tan natural suyo". Aquellos textos introductorios que menciona el músico son pinceladas breves en las que, además de poner en clima al escucha, Capagorry logra una gran expresividad en el relato, como ocurre, por citar sólo un caso, con las palabras previas de "Pión pa' todo": "Lo parieron la estancia y la piona. Supo de su madre por un delantal que le secaba el llanto y la nariz. La estancia le quemó la niñez, lo endureció de apuro en una escuela de galpones y trabajo. Peoncito puro empeine y el pelo como chuza. Como a caballo 'e piquete' lo tienen, de aquí pa'allá, sin sueldo ni domingo. Como si fuera un árbol, que con sol y agua le alcanzara".
El disco Hombres de nuestra tierra, presentado con éxito en salas de la capital y el interior, oficiaría como disparador para que se decidiera, muy poco tiempo después, a terminar de dar unidad a unas crónicas costumbristas ambientadas en un paisaje rural a las que llamó Hombres y oficios (Grupo Toledo Chico, 1966), primer eslabón de su cadena de publicaciones. Tras la aparición de este libro (edición casi artesanal, ilustrada por Eduardo Amestoy, Ramón Carballal, Rosa Cazhur y Joaquín Aroztegui) escribió el profesor Jorge Albístur: "Para niños pensó Capagorry estas páginas suyas. Y los niños pueden aprender, leyéndolas, a mirar con simpatía y emoción a las cosas y los seres condenados --en apariencia-- a volverse invisibles por insignificantes".