Hablar con la “Gallega” Isabel siempre es un placer, aunque a fuerza de ser sincero, desde que leí su primera novela, Identidades en Juego, no sé cuándo hablo con ella o con Amalia Gutiérrez; es que Isabel irradia por los poros ese oficio de periodista imbuida en el halo del periodismo de investigación. Acá, en su nueva novela, La insurrección de la inocencia (Tusquets, 2023), se permite incluir en el trabajo de Amalia personajes y acontecimientos de protagonistas de nuestro pasado político reciente, y menciona a dirigentes como Fernández Huidobro y José Mujica, lo que le da al relato en su conjunto la potencia de una ficción bien realista.
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¿Cómo te surge la idea de este libro, en qué momento aparece el flash, la idea?
Es interesante porque las primeras páginas de este libro son de una historia que comienza en 1979, y yo las escribí hace muchísimos años.
Mientras la escribía, un día una colega nuestra que estaba en el exterior me manda un mensaje que dice: “Yo te quiero decir algo que creo que nunca te lo dije: me gusta mucho cómo escribís, ¿nunca pensaste en escribir un libro?”, y yo estaba justo con esto entonces le digo: “sí, estoy copada con una cosa”. Me pidió que se lo enviara y así lo hice. Después lo dejé por ahí, guardada con los documentos; tenía mucho trabajo.
Cuando escribí Identidades en Juego, lo escribí movida por otra temática y entonces de esto como que ni me acordaba. Esa novela salió en plena pandemia y, ya con el libro en la mano, me dije que tenía que venir el próximo. Fue así que recordé que le había mandado el trabajo a Fulana y me dije lo voy a rescatar y voy a ver si de ahí me surge algo, alguna idea. Debe hacer más de 15 años que escribí las primeras páginas. Creo que son las primeras cuatro, y ese pequeño tramo se desarrolla en 1979. Pensando en cómo darle continuidad, surgió la idea de retomarla con la protagonista de Identidades en juego, Amalia Gutiérrez. Como es novela negra, escribo sobre el contexto social en que se mueven los protagonistas, que viven en nuestra misma sociedad, por supuesto. Entre todas las opciones, elegí algo que nos mueve –y remueve-: los abusos.
¿Ya tenías el final cuando empezaste a escribir o el posible fue llegando a medida que ibas escribiendo?
No, el final no lo tenía y me fui llevando muy a medida que iba escribiendo, porque comencé con esta persona que yo te digo que estaba escrito. Entra en determinado momento Amalia a escena, que es contratada para investigar el asesinato de un torturador, que habían culpado de eso a alguien que había estado preso con él por ser integrante del MLN; o sea, una víctima del terrorismo de Estado. Amalia está dubitativa entre tomar el caso o no. En ese interín, es convocada para otro trabajo particular. Entonces acá vamos a tener dos casos que, en algún momento, por equis motivo, se van a cruzar.
¿Cuántos elementos hay de ficción y cuántos de realidad?
Eso está bueno porque yo no puedo dejar la realidad de lado y hay un poquito de investigación para no poner disparates. Partís de la base que si vos querés mostrar la sociedad del país, tiene que estar un poco esa realidad y me parece que queda bastante claro. Si bien es ficción, sí se nombran personas que pasaron por la vida del hombre, por ejemplo, Fernández Huidobro, se hace una pequeña mención a José Mujica, se deja entrever a una senadora que tuvo problemas con una imprenta. O sea, se dice claramente, porque a Amalia, periodista de investigación, en algún momento el director del medio para el que trabaja le pide esa nota sobre la señora.
Se nombran cosas y hay hechos en este caso que son históricos. Sí, hay hechos que son históricos mirados desde la ficción o escritos desde la ficción, pero con visos de realidad.
Una también investiga un poquito, pregunta a personas que estuvieron en tal o cual cosa.
La ficción te da un amplio margen de libertad para poder escribir.
Totalmente, sí.
Es el mágico truco.
Por supuesto, por supuesto.
¿Y cuánto de tu trabajo profesional periodístico está reflejado?
Yo tengo 34 años de periodista. Tengo un poco más en medios, pero como periodista tengo 34 y eso creo que es todo el bagaje, ¿no? Porque, claro, una cosa es escribir notas y otra cosa es escribir un libro. Es completamente distinto. Una no es superior a la otra, pero no hay punto de comparación, a no ser que midamos la cantidad de caracteres entre una y otra actividad. Capaz que puede haber ayudado que soy muy lectora y entonces por ahí vos podés ir haciendo cosas, llenando espacios... Fíjate que en un libro, para mí, este tamaño es ideal, porque lo pienso como lectora de hoy, una cosa es cuando nos leíamos El nombre de la rosa o Cien años de soledad, grandes obras en toda la acepción del término “grande”.
Me preguntaste si yo sabía el final. No, no lo sabía, porque se cruzó con otro tema. En estos momentos, con la que estoy escribiendo ahora, por ejemplo, estoy casi en la misma. Tengo como dos novelas separadas que las quiero cruzar porque creo que amerita, pero en realidad extrañaba a Amalia Gutiérrez. Empecé una novela sin Gutiérrez, con el argumento estaba copadísima, pero en determinado momento dije: ¡Ay Amalia, por favor, te preciso, vos tenés que estar acá, no te puedes perder de esto! Bueno, esas son las cosas que también me pasan. Para mí los personajes tienen vida. Yo soy una lectora más y el final me fue ganando paulatinamente. Inclusive, en La insurrección de la inocencia van a ver que la conducta de uno de los personajes queda ambiguo porque a mí me resultó ambiguo. Es un personaje muy importante, su actitud frente al hecho, ¿será buena o no?, ¿qué pasa? Luces y sombras, como en la vida misma, ¿no? En algún momento yo me asusté, ya me había pasado con Identidades, iba a tener otro final en mi cabeza y me fui silbando, y en éste más me asusté, y sabés que algunas partes las leo y me impacto con lo que pasa.
En tu rol de escritora ponés un personaje que forma parte de tu convivencia, un expreso político. ¿Qué tanta distancia afectiva decidiste tomar?
En el caso del expreso político, no tiene absolutamente nada que ver con quien convivo. Esta historia comienza en el 79, en el medio de una tortura. En particular mi esposo no habla de esas cosas, no habla nada. O sea, habla de la cárcel, habla de cómo se llevaban, hay anécdotas, está bien, pero la tortura es algo muy sagrado y ni él habla ni yo pregunto, hasta por un tema de pudor y de respeto al otro. Cuando lo escribí se lo mostré y él me dijo que le gustó, pero cuando entra a tomar cuerpo como La Insurrección de la inocencia, le pido que vaya vichando, y él me dice: “Qué bien logrado que está eso, qué bien logrado que está”. Y lo escribí en base a lo que he ido leyendo y a lo que uno imagina. Hay partes que me impactaron y que las he leído más de una vez; páginas concretas que releo para ver si me siguen generando el mismo impacto, y me digo “¿cómo pude escribir esto?” Quedo shockeada mal. Yo no suelo releer lo que escribo, pero lo que pasa es que hay otros que trabajan, la editora Camila Guillot, por ejemplo. Por respeto a su trabajo, debo tener cuidado con lo que entrego.