Pasaron cuatro años del lanzamiento de la última versión de la serie Black Mirror, la tan elogiada y a la vez discutida creación de Charlie Brooker. En ese tiempo pasó de todo. Un virus en diseminación descontrolada nos encerró por dos años y creímos que era el fin del mundo; un tiempo ideal -aunque resulte irónico- para revisionar las temporadas disponibles en la plataforma de la ene roja, y que impactó tras su estreno en 2011. También se desató la guerra entre Rusia y Ucrania, y, desde hace poco tiempo, entre las tensas oposiciones geopolíticas se coló otra controversia a escala planetaria sobre usos y aplicaciones de la inteligencia artificial.
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¿Querían algo más? Bueno, hablemos entonces de la crisis hídrica que padece Uruguay, del (casi)apocalíptico pronóstico de que queda una reserva de agua para unos pocos días, al menos para la zona sur del país, o de que el gobierno sigue a la deriva, etcétera, etcétera. Pero es probable que Charlie Brooke no tenga ni idea de dónde queda Uruguay, ni sepa del abolengo del inquilino de la Torre Ejecutiva, ni qué es Paso Severino. Entonces, mejor no especular; con la primera parte de la lista de "asuntos" de estos últimos años alcanza y sobra. (No obstante, Charlie, si llegas a leer esta nota, bien que podrías imaginar al menos una temporada corta dedicada a Uruguay, acá tenémos de todo -menos agua en condiciones, claro-, desde Astesiano hasta un narco de exportación que se ha esfumado con unos cuantos dólares).
Volvamos entonces a Black Mirror. La serie recaló nuevamente entre las opciones de estreno de Nétflix con una sexta temporada y ya ha divido las aguas de la crítica y de los fanáticos.
El modelo de Brooker, dice la crítica especializada, aparece renovado, aunque con "notas extrañas". El mismo realizador ha dicho: "En estos días, no podes estar en una habitación con tu celular sin ver tres programas de ciencia ficción distópicos a la vez. Hicimos un gran esfuerzo por romper nuestro libro de reglas y mantener lo impredecible para la audiciencia". Y así fue.
Toda la temporada, que consta de solo cinco capítulos, los caminos se abren en todos los sentidos posibles. La duración de cada entrega oscila entre los clásicos 45 minutos y la hora y media. Las tramas, historias y ambientaciones van desde el "verano del amor" hasta el presente, de los clones y autómatas a los algoritmos maquiavélicos, y hasta la mismísima disputa de Brooker con el propio sello de Nétflix (¿la ene roja es el nuevo enemigo?). Ya en el plano estilístico, el planteo viene también en clave heterogénea, ya que se mixturan elementos de la comedia, del horror gótico hasta del drama retro. Esto es, "de todo como en botica".
Sin embargo, hay un elemento que le da coherencia a toda la temporada: la mirada al pasado.
¿Será esta la nueva clave para repensar las narrativas distópicas y tecnocriticas de este espejo negro? ¿Dónde quedó aquel plan que Brooker sintetizó en estas declaraciones de 2011: "Si la tecnología es una droga -y se siente como tal- entonces, ¿cuáles son los efectos secundarios? Esta área, entre el placer y el malestar, es donde Black Mirror, mi nueva serie, está establecida. El "espejo negro" del título es lo que usted encontrará en cada pared, en cada escritorio, en la palma de cada mano: la pantalla fría y brillante de un televisor, un monitor o un teléfono inteligente"? ¿Será esta la última temporada de la serie, como ya se está especulando?
Para responder habrá que completar el visionado de toda la temporada, muchaches (después, obvio, de ir por otro bidón de agua al almacén).