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De corazón tejano

Por Celsa Puente.

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La voz del otro lado del teléfono viene cargada de amor. Un amor intenso que solo aquellos que hacen lo que aman pueden emitir y que sobrepasa las características específicas de la voz. Hay una dulzura que no sabe de timbres, o de graves y agudos o de cualquier otra condición. Es probablemente el mundo interior el que se expresa y narra sobre sí mismo la belleza de la condición docente enunciándose al mundo exterior con la voz como vehículo. Esa voz es de un corazón docente con la que comparto también el sentimiento por los y las jóvenes y la educación como motivo. Me lleno de recuerdos que esa voz dispara…

Conocí a Silvia hace algunos años cuando la vi llegar rodeada de adolescentes a la Feria del Libro infantil y juvenil. Ya tenía “mentas” de sus hazañas pedagógicas pero personalmente comencé a identificarla con su figura menuda entre el crisol de gurises que traía desde La Teja, aquel día en que ocuparon una porción del espacio de la explanada de la Intendencia con sus banderas identificatorias y el entusiasmo pintado en los rostros. Este “corazón tejano” -así se autodefine- tiene una historia interesante, una historia de resiliencia y convicciones certeras. Nació en un hogar humilde y estudió en los liceos de La Teja, logrando siempre buenas notas pero a los tropezones y sin continuidad porque había cuestiones urgentes que reclamaron que tuviera que salir tempranamente al mercado laboral, al punto que terminó el bachillerato en el turno nocturno del liceo Bauzá. Sin embargo, nada mató aquella vocación docente que tempranamente asomaba pero debió esperar hasta sus 36 años en que pudo empezar a estudiar en el Instituto de Profesores Artigas. La vida que circuló a su ritmo natural -formó pareja y tuvo hijos, entre otros hitos vivenciados- no fue un impedimento para que aquella vocación latente se hiciera realidad. Ni siquiera la necesidad que tuvo cara de esfuerzo rotundo, pues entre otros sacrificios tocó el de ir caminando al Instituto de Profesores que queda en las inmediaciones del Palacio Legislativo desde La Teja, porque ese tiempo coincidió con que su esposo perdió el trabajo. Lo hizo a fuerza de la impetuosa decisión de cumplir su sueño de ser docente.

La docencia es vida, me dice, y conociéndola, queda claro que no lo dice porque sea lo único que tiene para ser feliz. Tiene su familia, es madre y abuela, tiene un entorno de humanos, perros, plantas y libros que la hacen muy feliz, pero aclara que la docencia es un factor sustantivo en su vida, que le permite recuperar un propósito vital: formar personas. Quizás esa historia tan particular de esfuerzos desencadenados para hacerle frente al destino injusto es la que la sensibiliza y le permite imaginar con total facilidad qué les aburre a los y las chiquilinas y también la desafía porfiadamente a hacer de la tarea de aprender una experiencia  disfrutable. Por eso, al decir de sus propias palabras, hace “cosas locas…que al final no lo son tanto”.

Este mes de marzo, que acaba de culminar, la encontró diseñando e implementando una propuesta que desde la clase de Literatura le permitiera a sus estudiantes descubrir y problematizar el lugar de las mujeres en la sociedad. La novedad es que lo hizo con  Mafalda, Lisa Simpson y Anina Yatay Salas, esta uruguaya menos conocida que las anteriores cuyo nombre ya configura en sí mismo un juego de la lengua, lo que comúnmente llamamos capicúa, un palíndromo que se lee igual de derecha a izquierda y viceversa. La propuesta para trabajar con la imagen de lo femenino y el rol de la mujer en la sociedad incluye un juego de mesa al estilo de Cara a Cara con figuras de  mujeres que rompen los estereotipos. Me dice con su voz dulce: “Mafalda ya tiene 57 años… yo le pregunto a mis alumnos y alumnas: ¿por qué ella puede hacer y decir fracturando las tradiciones?”.

Los y las alumnas de Silvia son booktubers y recomiendan libros a otros y otras jóvenes, son periodistas e investigan cuestiones relacionadas con la comunidad que habitan y hasta tienen un programa en la radio comunitaria El Puente, cuyo guión organizan y para el que ellos mismos disponen de todo lo necesario. Son sus voces, esa participación plena de su palabra sustantiva, la que ocupa ese tiempo radial para llegar a los uruguayos de las inmediaciones de la radio.

Silvia es la expresión pura de cómo el amor debe impregnar la vida educativa sin perder la firmeza y el objetivo de enseñar. Ella está allí, disponible, al servicio de sus alumnos creando oportunidades disfrutables de aprendizaje para todos/as, ofreciéndoles con firmeza el acceso al universo de los valores, de las reglas de vida. Siempre es necesario recordar que la educación tiene entre sus funciones esenciales la de abrir la puerta a conocer otros universos distintos al que la familia ofrece para no quedar presos de esa única versión del mundo.

Por eso, uruguayos, recordemos que en un rinconcito de Montevideo, en un barrio llamado La Teja, hay una profe anónima, que no reviste fama ni titulares, que asume cada día la imprescindible tarea de apoyar a cada joven en el proceso de emancipación e identidad, que invita a participar constructivamente de la vida social porque sabe que el secreto de la convivencia radica en la posibilidad de sentirnos felices con nosotros mismos, saber que tenemos un lugar y que respetamos el entorno en el que vivimos porque primero somos respetados. Ella está allí, cada día, alentando la vida con su corazón tejano.

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