“…denunciad. Nadie tiene que pasar por esto. Nadie tiene que lamentarse de beber, de hablar con gente en una fiesta, de ir sola a casa o de usar una minifalda. (…) Por favor, solo pido que por mucho que penséis que no os van a creer, denunciéis. Os puedo asegurar que todo el camino que hay que recorrer no es plato de buen gusto, pero qué habría pasado si yo no hubiera denunciado, pensadlo. (…) No os quedéis callados, porque si lo hacéis, les estáis dejando ganar a ellos”. Así dice parte de la carta que envió a la opinión pública la jovencita que durante la Fiesta pamplonesa de San Fermín fue atacada por cinco hombres que la acorralaron y violaron en el portal de una vivienda en el año 2016.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
La carta, en la que agradece el apoyo de su familia y de la gente en general, fue publicada en junio de 2018 y es una convocatoria a la denuncia como parte imprescindible del abordaje para esclarecer y responsabiliza, sobre todo, para romper con el silencio resignado como característica cultural frente a los empellones violentos de la fuerza machista que se comporta como si los cuerpos de las mujeres estuvieran a disposición de los hombres sin limitaciones. El caso en cuestión ha sido emblemático en primer lugar por la brutalidad de la circunstancia: de madrugada, una jovencita de 18 años fue intimidada por cinco hombres de complexión fuerte quienes, aprovechándose de su estado vulnerable, la violaron penetrándola por casi todos los orificios que la naturaleza biológica ofrece: la vagina, el ano, la boca. Si es brutal decirlo, cuánto más será vivirlo, máxime que todos ellos se filmaron para alardear de la hazaña, registros que hicieron circular por la red social WhatsApp en un afán de exhibicionismo indignante. El trato denigratorio ha sido tal que la hazaña colectiva de quienes se autodenominan “La Manada”, como forma de potencia desagradable y completamente deshumanizada, luego de violarla reiteradamente la dejaron tirada, no sin antes, además, robarle su celular. Por donde se mire, a todas luces, cada característica del evento resulta más y más indignante. Al igual que el tratamiento inicial por parte de la justicia de Navarra, sugiriendo que el silencio y la ausencia de una gestualidad explícita de resistencia de una jovencita -abrumada por cinco hombres que la atacan en un escenario francamente intimidatorio- es para los jueces sinónimo de consentimiento.
El caso ha permanecido en tribunales desde el año 2016, por parte de una justicia española que hasta ahora se había mostrado justificadora, encarnando la cultura de la violación como parte de las formas naturales de vida. El estado público de la cuestión ha generado reacciones tremendas, muchas de ellas expresiones del cinismo con el que estamos acostumbrados a vivir en España y en muchos países de América Latina. Las dudas estuvieron desde siempre sembradas en los discursos circulantes, naturalmente concentradas en la veracidad del relato de la mujer, situación recurrente que siempre se constituye en una segunda ocasión violatoria, volver a vivir en boca de todos y todas el vejamen llevado a sus niveles más denigrantes: es la víctima la que siempre termina juzgada. La violación se produce por partida doble y se sostiene en el tiempo.
Las primeras sentencias obtenidas de los procesos judiciales de Navarra fueron vergonzosas: negando la violación, los declaraba culpables de abuso sin agresión sexual. La fuerza de las mujeres indignadas saliendo a la calle en España y con el apoyo a través de redes sociales en muchos otros países del mundo permitió que el proceso no muriera y hace unos días se expidió el Tribunal Mayor que funciona en Madrid. Una sentencia que ha marcado historia y que, aunque a tres años de lucha y sufrimiento, permite de una vez por todas poner las cosas en su lugar. Quedó claro que la víctima nunca ofreció un consentimiento, que el escenario al que fue sometida fue auténticamente intimidatorio, que la dejó en una situación de sometimiento y que nada puede justificar la penetración simultánea vaginal, anal y bucal. Solo seres muy embrutecidos y deshumanizados pueden llevar adelante una acción colectiva de tamaña entidad, lo que demuestra una maldad sin límites, una sensación de impunidad habilitada por una sociedad que cosifica a las mujeres, poniéndonos en el lugar exclusivo de satisfacer los deseos de los hombres. Como dato adicional e insólito, uno de los violadores contrató a un detective para que siguiera a la víctima e intentó presentar como prueba a su favor que ella seguía saliendo, sonriendo, viviendo…
Por ahora, para ellos quince años de cárcel, y dos años adicionales para el que robó el celular que -paradójicamente- es un guardia civil. La antropóloga argentina Rita Segato dice que la sociedad en la que vivimos ve a los crímenes de género como “crímenes menores”, crímenes expresivos de una ‘dueñidad’ masculina que muestran la capacidad históricamente confirmada de dominio y control de la posición masculina sobre las mujeres.
La sentencia del Tribunal Superior de Madrid es una puerta que se abre para mostrar que la lucha de las mujeres da sus frutos. Quizás sea pertinente recordar la imagen que utiliza la víctima en su carta y tener en cuenta que, aunque el plato no sea de buen gusto, hay que denunciar y desterrar para siempre el silencio porque es necesario seguir cambiando la historia.