En dos columnas anteriores nos referimos a dos sentencias breves -un grafiti, un simple dicho oral-, muy acertado el grafiti, muy desacertado el dicho; pero ambas con seductor atractivo condensado. El graffiti: “Nos mean, y la prensa dice que llueve”; el dicho: “Es un detalle no menor”.
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Lo que veremos hoy es un descomunal y muy reiterado error, hasta en gente supuestamente de un buen nivel de formación y coeficiente de inteligencia (confieso que me indigna, lamentando que Vaz Ferreira no le haya dedicado sus dardos): “Es la excepción que confirma la regla”, todo un compendio de errores lógicos y retóricos, vulgarísimo lugar común, que además y para peor, se reafirma expresivamente con infundados gestos de sabia suficiencia y tono de ecuánime y ponderada reflexión.
No lo queremos ni poner de título a la nota, porque podríamos contribuir a su difusión, desde que muchos que vean el título y no lean la nota podrían concluir apresuradamente que quien escribe está suscribiendo el dicho, y respaldándolo. Sería intolerable imaginarme en ese lugar, como fogonero de ese vulgar disparate.
Reglas, excepciones, probabilidades
Supongamos, lector, que está pasando algo que nos llevaría a pensar que una persona que está presenciándolo reaccionaría con indignación, porque creemos que es ‘calentón’ y porque ‘ese tipo de cosa no la aguanta’. En términos más estrictos, creemos que ‘frente a algo que está pasando ante sus ojos, fulano, que es calentón y que no aguanta esas cosas, se indignará con eso y reaccionará con mayor o menor fuerza contra ello’. Pues bien, eso sigue ocurriendo y fulano no se altera ni reacciona con fuerza contra la situación y sus protagonistas; entonces, contrariamente a lo esperable, fulano no se caliente y aguanta perfectamente lo que presencia. No ha ocurrido lo esperado, fulano no ha confirmado su condición de ‘calentón’ ni su indignación que no aguantaría ese tipo de cosas. Del punto de vista lógico, ha sucedido un hecho que no confirma las creídas reglas de que ‘fulano es calentón’ ni la de que ‘reaccionaría porque no aguanta ese tipo de cosas’.
Entonces, si fulano, calentón que no aguanta ese tipo de cosas, se hubiera indignado y reaccionado contra la situación y sus protagonistas, podríamos decir que ese hecho ha confirmado las reglas esperadas respecto del carácter y reacciones acostumbradas de fulano ante semejante situación. El hecho habría confirmado la regla; sería un caso favorable a la regla de la reacción de un calentón frente a determinada situación.
¿Qué podríamos decir, en cambio, si fulano, calentón en presencia de una situación injusta, no se hubiera indignado y, por el contrario, hubiera comentado risueñamente lo protagonizado y hubiera ironizado sobre el error cometido por los actores?
El hecho, ahora, no habría confirmado la regla esperada, no habría conformado un caso favorable a las reglas esperadas (indignación, reacción violenta); sería una excepción, un caso desfavorable, disconfirmante de la regla, que, más que corroborarla, podría aportar a una caída de la regla o, al menos, a la matización de su ineluctabilidad.
En términos de una lógica tradicional determinista, cualquier hecho concordante corrobora la regla esperada, y cualquier hecho discordante, o bien hace caer la regla anterior presentando un caso que invalida su valor por no abarcar el 100% de los casos, o bien nos hace pensar que podría seguir siendo una regla útil y válida, aunque no abarcativa del 100% de las ocurrencias, aunque sí útilmente explicativa y predictiva de una amplia mayoría de las conductas de fulano en esos casos. Pero lo que nunca podríamos decir es que lo ocurrido fue una excepción confirmatoria de la regla, en realidad disconfirmada por ese hecho, desfavorable a ella. Sí, empero, podemos argumentar que ese hecho desfavorable, disconfirmatorio, no es suficiente como para derribar la utilidad de reglas que se han mostrado útiles para explicar y predecir conductas de fulano en determinadas situaciones, y que podrían continuar aportando utilidad a futuro.
Una lógica probabilista, no determinista, nos puede permitir decir que, pese a que ese hecho sea desfavorable y disconfirmatorio de las reglas esperadas, podría no ser suficiente como para derribar la utilidad de dichas reglas, que ya han tenido instancias favorables y confirmatorias. Pero nunca nos permitiría afirmar que esa excepción desfavorable y disconfirmatoria ‘es una excepción que confirma la regla’, porque al menos la amenaza en su verdad, realidad y utilidades explicativa y predictiva; si las reglas se proclamaban como válidas solo en el caso del 100% de su cumplimiento, entonces la regla caería ante un caso desfavorable, disconfirmatorio; pero si la regla solo se limitase a postular una alta probabilidad de la regla, y una probabilidad mayor que la de una regla opuesta o contraria, entonces un hecho desfavorable, disconfirmatorio, no sería letal para la verdad, realidad y utilidad de la regla, sino solo una amenaza virtual a ella, que dependerá del balance histórico empírico, probabilístico, entre esa regla y sus alternativas.
Como excurso, la lógica matemática, simbólica, probabilística, solo surge con Bertrand Russell, Hans Reichenbach y Willard Quine, que sistematizan alternativas a desarrollos sugeridos 25 siglos antes por Aristóteles, que, en su época, solo aceptó la verdad epistémica de la inducción completa y de la deducción silogística, demostrativas, relegando al campo de la doxa la retórica y poética el funcionamiento del cotidiano. La lógica matemática, la lógica probabilística, la lógica simbólica, la teoría de conjuntos, la teoría de la muestra, acrecientan la utilidad del cálculo (con sus limitaciones no siempre respetadas) y disminuyen la distancia doxa-episteme para la aceptabilidad científica de realidades, verdades y cálculos. Pero nunca al punto de autorizar el ejemplar disparate de afirmar, ante un hecho desfavorable y disconfirmatorio de una regla, que es una excepción que la confirma; porque puede ser insuficiente para derribarla, ante una relatividad probabilística y no determinista de las reglas; pero está más en el camino de la amenaza a la regla que en el de su sostenimiento.
Una excepción, entonces, jamás puede considerarse como confirmatoria de una regla; porque solo puede derribarla, amenazarla o mantenerla probabilísticamente.
Reglas, probabilidad y miedo
Esto, que podría haberle resultado abstruso, inútil, adquiere toda su relevancia cotidiana cuando relacionamos las probabilidades que calculamos o que se nos imponen cotidianamente, por ejemplo, con la sensación de miedo, que es probabilística, en lo que tiene de objetividad y de subjetividad. Coloquialmente, ¿cuándo decimos de alguien que es ´miedoso’, de otro que es ‘valiente’, o que tal situación o persona ‘da miedo’? Consideramos ‘miedoso’ a quien que le teme a algo o a alguien a que la mayoría, o quien lo juzga así, no le teme; y ´valiente’ a quien no le teme a algo o a alguien a que la mayoría, o quien lo juzga así, le teme. Y que ‘algo da miedo’ cuando a la mayoría o a quien lo juzga así le tendría miedo.
Como vemos, en los tres casos -ser miedoso, valiente o temerle a algo o alguien- hay un asunto probabilístico; se trata de que exista una divergencia o no entre una probabilidad subjetiva de reacción y una probabilidad objetiva de ocurrencia; es miedoso el que reacciona de modo subjetivamente temeroso a una probabilidad que objetivamente no provocaría temor; y valiente al que reacciona de modo subjetivamente valeroso a una probabilidad que objetivamente provocaría miedo; el ‘da miedo’ acreditaría un consenso acerca de la objetividad del miedo que debería seguir subjetivamente a algo.
Esto es muy importante porque en las sociedades contemporáneas el miedo se maneja de modo que las instancias políticas y mediáticas infunden un miedo subjetivo desmesurado respecto del miedo objetivo que personas o hechos deberían sentir. Hace muchos años que estudio construcción social del miedo, en especial la construcción de paranoia sobre la seguridad ciudadana o cotidiana. Las claves son 4: la magnificación cuantitativa de la creencia en la probabilidad subjetiva de ocurrencia de algo temible pero que no es objetivamente tan frecuente (i.e. recuento de cifras y minutos de silencio solo por covid); la dramatización cualitativa de la gravedad del daño o lesión, o sea que se crea subjetivamente que daños o lesiones serán mayores que lo objetivamente probable (i.e. representar la enfermedad por su muy improbable internación); la magnificación cuantitativa y la dramatización cualitativa se potencian mutuamente, porque no se le puede tener tanto miedo a la victimización sentida como frecuente si no tuviera consecuencias graves, ni se le puede temer tanto a un daño o lesión sentidos como graves si no fueran también sentidos como de frecuencia temible (por eso viajamos en avión); pero también hay que reiterar las magnificaciones y dramatizaciones mutuamente potenciadas para que inunden el imaginario cotidiano de las mayorías, y no permitan cuestionar el punto (i.e. tapabocas); y sumar redundancia, fomentando la ubicuidad espacial y temporal de las instancias temáticas que construye, por magnificación, dramatización y reiteración obsesiva, ese miedo subjetivo desmesurado que se siente respecto de lo no tan objetivamente temible (i.e. hablar sobre todo y con todos sobre la pandemia).
El procedimiento de construcción social del miedo, en el caso de la paranoia por seguridad, convierte lo excepcional en normal, convierte mágicamente infrecuencias en frecuencias altas, bajos daños esperables en altos, hace creer que lo patológico o infrecuente es normal o frecuente; normalizando las patologías patologiza psicosocialmente la normalidad, uno de sus objetivos, políticos y económicos.
A la ya tan estudiada construcción social de la desmesura en versión paranoia de la seguridad, se suma ahora, la versión hipocondríaca de la salud, instalada progresivamente hasta explotar con la pandemia en desarrollo. Se construyen casi igualmente. Ambas se anclan en el proceso inverso a la falacia que analizamos: se convierte una excepción en regla, una infrecuencia en frecuencias, una baja gravedad en alta. Se eleva el miedo subjetivo para referir a lo que no es objetivamente tan temible. Que nadie sea considerado miedoso subjetivamente porque lo temible es objetivamente mucho y grave; el miedo no es subjetivo ni de miedosos relativos; es de prudentes solidarios racionales, objetivos. Es probable que las desmesuras sanitarias tengan más futuro que las de seguridad, que ya han rendido mucho, y lo seguirán haciendo. Pero las hipocondrías sanitarias asustan a más, sirven más aún.