Explicar los avatares políticos de Uruguay de 1852 a 1860 es quizás la más difícil de las tareas historiográficas. Los intentos de fusión, las facciones, los caudillos y su dimes y diretes, los doctores, sus ideas y su falta de apoyo popular y la lucha por el poder por el poder mismo hacen del período uno de los más complejos. De 1852 a 1856 gobernó más o menos Juan Francisco Giró, más o menos Venancio Flores, menos que más un inconstitucional Triunvirato de Flores, Fructuoso Rivera y Juan Antonio Lavalleja; y muchos interinatos, como los de Bustamante o Luis Lamas. Pero sin dudas, más allá de las revoluciones, levantamientos, atentados a balazos, trifulcas tremendas…la más recordada y simbólica matanza es la denominada Hecatombe de Quinteros en 1858.
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La ‘fusión’ era en ese año la forma de gobernar que los doctores impulsaban con magros resultados. Los partidos políticos, lejos de extinguirse, seguían creciendo tras las sombras. El gobierno de Gabriel Antonio Pereira (1856-1860), de origen colorado (aunque moderado y liberal), era visto como el gobierno de la Unión. Apoyado por los caudillos referentes Flores y Oribe a través del Pacto de la Unión, llegaba al poder con garantía de continuidad. Pero existía un sector colorado intransigente, llamado Partido Conservador, que no estaba de acuerdo con la fusión. El partido Conservador había sido creado en 1853, y se reconocía como colorado, y justamente conservador de “…las tradiciones de la Defensa”. Este grupo había ya protagonizado varios intentos de desestabilización a los sucesivos gobiernos. En su matriz, la Guerra Grande seguía vigente. Eran sus hombres más representativos el general César Díaz, Juan Carlos Gómez, Melchor Pacheco y Obes (exiliado en Buenos Aires desde 1854), Manuel Basilio Bustamante, entre otros.
César Díaz será el jefe de la rebelión, que se embarcó desde Buenos Aires, desde donde estaban exiliados los conservadores acusados ya de intento de sublevación. El 26 de marzo de 1856 el presidente Pereira se entera de una reunión, supuestamente subversiva en la casa de César Díaz, cerca de la Plaza Matriz. Inmediatamente fueron exiliados a Buenos Aires, donde comenzó la verdadera preparación de la rebelión. Al mismo tiempo, el presidente Pereira parecía ya un fusionista más y su gabinete estaba compuesto exclusivamente por hombres de esta tendencia. Se alejaba también de los caudillos que lo habían catapultado a ese sitial; Flores, nervioso con las decisiones con respecto a los conservadores, y Oribe poco menos que acusado de agitador por el mismo presidente y por su comandante Anacleto Medina.
De esta manera el gobierno prosiguió con normalidad y los conservadores lograron regresar tras un indulto. Pero Pereira, temeroso de una nueva rebelión, volvió a exiliarlos tras prohibir un acto del Partido Conservador a realizarse el 1º de noviembre de 1857. Es así que la revolución quedó planteada en los términos partidarios. César Díaz, desde Buenos Aires, invadió a partir del 6 de enero de 1858. El gobierno de Pereira tenía los días contados. Buenos Aires no escondía tampoco sus relaciones con los conservadores y su apoyo a estos. El diario porteño La Tribuna, publicó un manifiesto, según Maiztegui redactado por Juan Carlos Gómez, donde la intolerancia toma un nuevo significado.
1) Retírese la ciudadanía a todos los que hayan pertenecido al partido de Rosas y Oribe.
2) El artículo anterior comprende hasta la quinta generación.
3) Queda prohibido que puedan aprender a leer hasta la quinta generación.
4) Ninguno podrá tener más capital que el de 10 pesos en fincas, negocios, amueblado y equipaje.
5) La infracción de este decreto se castigará con la pena de muerte.
Sólo restaba el apoyo de los caudillos colorados y la revolución triunfaría. Se esperaba preparados y con hombres a Venancio Flores y al Goyo Jeta (Gregorio Suárez), además de otros como Brígido Silveira.
Ya para enero de 1858, César Díaz se encontraba en medio del fervor de la rebelión y escribía: “Es preciso que el Partido Colorado se levante como un solo hombre (…) Es preciso extirpar esa raza maldita. (…) Es preciso que corra sangre, no haya lástima, no (…) Mano de fierro con esa canalla (…) Fusile usted a todo el que no quiera plegarse a nuestras ideas; a todo el que no quiera aceptar las tradiciones gloriosas de la Defensa (…) Yo acepto la responsabilidad de todo y para todo lo autorizo”.
En medio de la revuelta fueron muertos -por un lado, un hermano del ministro de gobierno de Pereira, Antonio de las Carreras- y por otro, el hijo del jefe político de Montevideo, Luis de Herrera. Los ánimos estaban más que caldeados. El interior levantado en armas, César Díaz por los colorados y Anacleto Medina por los…fusionistas. Lo cierto es que Anacleto Medina era justamente colorado, así como el presidente.
Finalmente, el 28 de enero de 1858 los insurgentes fueron derrotados y se rindieron en el Paso de Quinteros, a manos del mismo Anacleto Medina.
Esta era una de tantas revoluciones que habían ensangrentado el territorio nacional, pero esta vez el final sería un desastroso principio. Medina demandó instrucciones al presidente. Las instrucciones llegaron: “Deben ser inmediatamente fusilados cualesquiera que hayan sido las condiciones en que cayeron en su poder”. Serían fusilados los jefes y quintados los soldados; de cada 5 soldados, uno era fusilado al azar.
Pero, por otro lado, existe una discusión justamente por las condiciones en que fueron capturados. Díaz escribió a su esposa con ánimos renovados: “Después de extraordinarios esfuerzos para sostener la campaña nos hemos visto ayer obligados a capitular. El general Medina ha garantizado la vida de todos los oficiales y soldados que me acompañan”. Además afirmaba que le habían entregado pasaportes para ir a Brasil bajo una escolta.
Al mismo tiempo, se cruzaban intentos de un lado y de otro por salvar a los rebeldes. El tiempo apremiaba. Enrique Martínez, según Pivel Devoto padre político de Díaz, que se encontraba asilado en la legación estadounidense, trato de salvar a su muchacho. Dirige al cuerpo diplomático una circular el 2 de febrero: “Ayer vino a mis manos la carta que he depositado en las de S. E. el señor encargado de negocios de Su Majestad Británica, en que el General Díaz participa a mi familia que se ha entregado a las fuerzas del gobierno bajo la fe de una capitulación en que se permitirá a los vencidos el poder pasar libremente al territorio vecino del imperio del Brasi”. Inmediatamente Antonio de las Carreras, ministro de Relaciones Exteriores y con un hermano muerto por los rebeldes, notificó a las cancillerías que el sometimiento de los rebeldes era absoluto.
En este contexto, con sus ministros afines a los fusilamientos, aparece el 30 un decreto presidencial que declara “reos de lesa patria” a los revolucionarios. Pero las presiones sobrepasaron al presidente. Las gestiones para salvar a los revolucionarios se multiplicaban. Las presiones internacionales y hasta de un grupo de damas hicieron que el presidente rectificara su orden. Con fecha 2 de febrero Pereira cambia las órdenes: “Suspenda la ejecución”.
También data del 2 de febrero una nota del ministro de Guerra interino Andrés Gómez, donde reafirma las órdenes del 30; “…que deben ser fusilados cualesquiera que hayan sido las condiciones en que cayeron en su poder”. Aunque estas órdenes seguramente eran propias de Gómez, y no el sentir del presidente, quien había mandado ya un chasque a Quinteros.
Pero, a pesar de lo rápido que corrió el caballo del chasque con la contraorden, no llegó a tiempo. Fueron fusilados Cesar Díaz, Francisco Tajes y Manuel Freire, los jefes; y quintados los soldados. Más de 150 fusilamientos terminaron de la peor manera la revolución conservadora. La fusión entonces parecía un chiste de mal gusto. ¿Quién fue responsable de Quinteros? ¿El presidente con su orden y contraorden tardía? ¿Herrera y De las Carreras, con espíritu revanchista? ¿Andrés Gómez, ministro de Guerra, que escribió al general, para que cumpliera las órdenes primarias?
Lo cierto es que fue inevitablemente leído como un problema entre blancos y colorados, y utilizado por los últimos, como plataforma de sus levantamientos venideros. Es muy complejo comprender estas circunstancias. El presidente era colorado y el general era colorado, pero el fusionismo gobernaba y muchos creían en él, más allá que la realidad les marcara otra cosa. A pesar de esto, las circunstancias marcaron que esta hecatombe fuera vista como un crimen de los blancos contra los colorados. Y si los ánimos estaban exaltados antes de Quinteros, luego se incineraron.
Siempre citado, el documento escrito por Juan José de Herrera a Andrés Lamas el 23 de marzo de 1858: “Ni el Partido Blanco ha sido el ejecutor de Quinteros, ni el Partido Colorado ha sido el ejecutado. Los ejecutores de la justicia de Quinteros hemos sido nosotros, los que no somos blancos ni colorados, tan sólo nosotros, los que cerramos la puerta el 1º de noviembre a los que decorados con un trapo colorado pretendieron sacar del sangriento osario de la lucha fratricida al esqueleto odioso de la guerra civil”.
Así se cerró una de las páginas más sangrientas de nuestra historia. Y habría tiempo para una revancha. Demasiado odio para un solo pueblo que iba atizando las brasas sentimentales de los partidos políticos.