El desenlace entre el pasado de la escasez social y la escasez ética y el presente productivo e igualitario de hoy lo deciden el domingo los 184.811 frentistas que el 27 de octubre, por primera vez en los últimos 4 comicios, decidieron no votar al Frente Amplio.
Bastaría que la mitad de esa falange de ciudadanos que ayudaron a construir, en estos 15 últimos años, el país más próspero e igualitario de América Latina, según la Cepal, decidiera no acompañar con su voto al partido de la restauración, para que el retroceso histórico no se consumara.
La mitad de los desencantados tiene el domingo en sus manos la posibilidad de impedir que la corporación neoliberal- militar-conservadora sume el Poder Ejecutivo al dominio absoluto que obtuvo en el Senado y en Diputados.
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Cada sociedad siempre elige a su Minotauro: no quisiera estar en los pliegues de la conciencia de los 184.000 desencantados
Tiene en sus manos la posibilidad de impedir que la coalición Medusa, animal de muchas cabezas, creado con el único fin de interrumpir el proceso de justicia social pacífico y en democracia que asombró al mundo, obtenga el monopolio del ejercicio del poder.
Hoy, cuando todas las encuestas pronostican el triunfo del pasado contra el presente, no quisiera estar en los pliegues de la conciencia de muchos desencantados.
Ya ejercitaron el voto castigo que le expropió legítimamente las mayorías parlamentarias a la izquierda nacional. Ahora deben decidir si el voto castigo se transforma además en un voto suicida que siente en el sillón presidencial a la fórmula de la restauración conservadora: Lacalle-Manini. El ex comandante en jefe, redivivo Dracón a la uruguaya, es el verdadero compañero de la fórmula, dado que sus 14 legisladores son los que garantizan la mayoría parlamentaria para gobernar.
Sabido es que cada sociedad elige siempre a su Minotauro, pero esta vez la monstruosa cabeza del mito pende de la decisión de solo 5% del electorado, que además siempre votó con el Frente Amplio y ahora se le estruja el alma al tener que poner en la urna la efigie de Lacalle acompañado de su aura con charreteras.
Aún es posible evitar el retorno del modelo ruin que pergeñó un Robin Hood al revés, que le quitó a los pobres para ensanchar las arcas de los ricos. Modelo, no olvidarse, que llamaba a los pobres, despectivamente, menesterosos. Modelo que desdeñó la inversión social, creando un millón de “menesterosos”, ubicando a nuestro país en los últimos lugares de la igualdad social, en el lugar 122 en 2004 según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU para vergüenza de nuestro orgullo nacional. Orgullo rescatado por el Estado progresista que consagró a nuestro país ante el aplauso mundial, situándolo entre las 50 mejores Naciones del Mundo y primero en América Latina en el torneo de la igualdad y la justicia social.
Aún es posible evitar que todo el poder recaiga en las manos de esta coalición neo liberal-militar, políticamente inaceptable y económicamente insostenible.
A esos 184.000 exsufragantes del Frente, fiel de esta balanza, dirijo mis preguntas.
¿Qué les dirán a sus nietos cuando constaten que Uruguay dejó de ser el país más igualitario de América Latina?
¿Qué les dirán a sus nietos dentro de cinco años, cuando constaten que Uruguay dejó de ser el país más igualitario de América Latina y tengan que confesarles que votaron a la fórmula de la desigualdad?
Entiendo las diez razones por las que se alejaron, aunque no comparta sus conclusiones; comprendo que querían la alternancia, que no deseaban un gobierno con el poder absoluto de las mayorías parlamentarias, que protestaban por el aumento de las tarifas públicas, entiendo que sufrían el aumento del delito, que no soportaban la carga impositiva, que no toleraban un déficit fiscal de 4,8%, que les preocupaba la pérdida de empleos registrada desde el año pasado, que se enfadaban con el aumento de funcionarios públicos, que discrepaban con el aumento de la deuda externa y que no admitían ni un desliz en ningún integrante de la impoluta izquierda, ejemplo de austeridad, transparencia y honestidad en el mundo entero. Y vaya a saber cuántas razones más podría agregar para el desencanto, tras 15 años de desgaste, con las luces y sombras de una gestión que asombró al mundo, pero que obviamente aún no completó sus objetivos. Esas diez razones no resisten la menor comparación con el pasado.
Pero el corazón del problema no es recordarles a los 200.000 desencantados las innumerables acciones de estos tres lustros que culminaron en una transformación social, política y económica que no tuvo precedentes en la historia del país desde 1915 hasta nuestros días, cuando José Pablo Torcuato Batlle y Ordóñez dejó la presidencia de la República.
La pregunta que dirime la incógnita es si la fórmula Lacalle-Manini puede resolver el desencanto o puede transformarlo en pesadilla.
Reciben el país con los más elevados guarismos de toda su historia en casi todos los ítems examinados por los 18 organismos internacionales. ¿Creen acaso los desencantados que la cofradía neoliberal- militar devolverá intactas esas cifras que asombraron al mundo? Me atrevo a dudarlo. Es inevitable un retroceso social. Está escrito en la lógica de la identidad del Uruguay del siglo XXI que el neoliberalismo propone. La eutanasia de los pobres es condición necesaria para el modelo de desarrollo sin equidad que desde Mont Pellerin hasta el presente proclaman sin pudor. Basta mirar su aplicación en la Argentina de Macri, en el Brasil de Bolsonaro, en el Chile de Piñera, en la Bolivia racista y golpista que acaban de fundar por la fuerza, por hablar solo de nuestros vecinos, para imaginar el futuro que nos espera.
Y no estoy afirmando que van a incendiar la pradera. No son tontos. Son hábiles. Y si ganan, obtendrán la mayor herencia que un gobierno de signo contrario le deja a su rival en toda la historia del país. Se fueron dejando una nación con solo 600 millones de dólares de reservas y, si ganan, recibirán 18.000 millones de dólares. La pregunta es cuál será el destino de esa riqueza. Se fueron con un PIB de 20.000 millones de dólares; reciben, si ganan, 54.000 millones de dólares. Si triunfan, recibirán un país con el grado inversor que nunca pudieron obtener y con un nivel de inversiones que no se conocía desde el fin de la segunda guerra mundial. El país de mayor PIB pre cáspita de América Latina y el de mayor inversión extranjera; no lo van a dilapidar, lo van a utilizar para desandar el camino de la equidad. Si ganan, van a recibir un país en pleno desarrollo y se aprovecharán de ese regalo. Pero su desarrollo no será el del Uruguay igualitario, será a la chilena, un desarrollo sin equidad en la distribución de la riqueza. O peor, a la paraguaya, sin carga tributaria, dejando en la des protección más absoluta al mundo del trabajo, a los desamparados, a los desheredados de la tierra. No se puede reducir el déficit fiscal ahorrando 900 millones de dólares sin aumentar la desigualdad, sin ensanchar la brecha que separa a los débiles de los fuertes.
Lo peor para los desencantados es que ninguno de los encantos propuestos por la fórmula blanca-colorada-militar mitigarán el descontento.
Ni siquiera si gana Lacalle, los desencantados habrán obtenido su deseo de un gobierno sin mayorías parlamentarias, obligado a la negociación, ya que la derecha política ya obtuvo el control de ambas cámaras y solo le basta triunfar el domingo para completar la suma del poder público.
Tampoco estará garantizada la disminución del déficit fiscal. Basta recordar que en 1989 el presidente Lacalle Herrera gobernó con un déficit fiscal de 6,3% del PIB con el agravante de un gasto público social irrisorio. En 2004 el Frente Amplio recibió un gasto público social de 2.669 millones de dólares y el año pasado, 2018, lo elevó a 9.951 millones de dólares, clave del galardón recibido por el Legatum de Inglaterra, que lo condecoró como el país más próspero de América Latina. Vaya desencanto el que nos espera.
¿El nivel educativo que otorga el pasaporte indispensable para circular por la sociedad volverá a ser propiedad de una minoría?
Y ni hablemos de seguridad pública. Qué clase de seguridad pueden garantizar si ya están anunciando que tienen que ahorrar 900 millones de dólares. Para tratar de contener el delito se necesita mantener la constante inyección de recursos e inteligencia aportados durante estos 15 años por el Frente Amplio. Sin esos recursos materiales, que superaron todos los precedentes anteriores, el delito seguirá aumentando. La fórmula multicolor no cree en el gasto en esa área problemática. Cree que se resuelve con mano dura, fórmula que ha fracasado en todos los países que la aplicaron. Ya probaron lo que les importa la seguridad. Cuando se fueron, dejaron un presupuesto policial de solo 180 millones de dólares, con policías haciendo colectas para comprar las balas. La izquierda no dudó en destinar 800 millones de dólares para proteger a la población, invirtiendo en innovación tecnológica, cámaras de vigilancia, chalecos antibalas, nuevo armamento, flota automotriz, helicópteros, infraestructura edilicia, tobilleras, especialización policial, salarios dignos a los guardianes de la seguridad, creación de un cuerpo especializado de 1.500 policías distribuidos en zonas calientes. Por algo el BID calificó a Uruguay como el país más seguro de América Latina.
Sigamos deshaciendo falacias. Creen acaso los desencantados que la alianza conservadora va a disminuir los impuestos. No lo hicieron cuando gobernaron, no lo van a hacer ahora. Es impensable que eso ocurra si no quieren ingresar en una emergencia social sin salida. Basta, por otra parte, observar lo que hicieron durante sus 20 años de gobierno. Impuestos a los salarios, sin tocar el poder económico que los mandataba. El candidato frentista ya lo declaró con firmeza: salvo el impuesto a las herencias de las grandes fortunas, no habrá nuevos gravámenes, incluso algunos serán reducidos. La política impositiva del Frente Amplio, si bien no disminuyó el volumen total de los impuestos promulgados por los anteriores gobiernos conservadores, tampoco los aumentó, ni un solo peso, solo los modificó, sustituyó y racionalizó. Esa política tributaria fue calificada por Alicia Bárcenas, directora de Cepal, “como un ejemplo de equidad y de promoción inteligente de inversiones”. Esa es la política que quiere cambiar la fórmula Lacalle-Manini, con el agravante de reorientar el destino de esa carga tributaria, hoy al servicio del pueblo uruguayo. Acaso piensan desmantelar la salud pública, que hoy atiende a 2.530.000 seres humanos. ¿Acaso piensan retornar a las cifras de 2004, cuando solo se atendían 749.000 personas? ¿O apuntan a frenar la educación, en la que cada vez más estudiantes nacidos en la pobreza egresan de la universidad? De los 17.346 que ingresaron en la Universidad en 2004, son 47.969 los que ingresaron el año pasado, y de los 3.714 que egresaron en el 2004, en 2018 se recibieron 11.723, gracias a las políticas inclusivas del FA y a la buena aplicación de las políticas tributarias. Y lo mismo podemos decir de la enseñanza primaria y secundaria, en la que niños y adolescentes que estaban fuera del sistema educativo desbordaron las aulas, obligando a contratar a 2.000 maestros más en los últimos años y a construir o contratar 101 establecimientos más en Secundaria. La izquierda uruguaya logró lo que parecía imposible: que los marginales de la educación superaran la barrera que les imponían los capitalistas del conocimiento. Una minoría acumulaba años de estudios mientras sectores vulnerables no alcanzaban la secundaria. El nivel que otorga el pasaporte indispensable para circular por la sociedad solo era obtenido por una minoría. Eso ya es parte del pasado. El Frente Amplio lo devolvió a las cloacas del viejo régimen.
La fórmula Medusa lo sabe: no puede venir el remedio de donde vino la enfermedad
O, cuidado, piensan acaso reducir el déficit fiscal tocando las jubilaciones. Obviamente si ganan, no van a restaurar la injusta anulación de los aguinaldos para los jubilados, decretada por la dictadura militar, que el candidato frentista se comprometió a revertir. Dada la presencia imprescindible del general Manini en la coalición conservadora, tampoco serán tocadas las privilegiadas jubilaciones militares. Pero la revolución social que el Frente Amplio llevó a cabo en el sistema previsional del país, transformándolo, según la OCDE, en el primer país de América Latina en cobertura de seguridad social y el primero también en el ranking de menor cantidad de jubilados pobres, va a ser una apetecible tentación para el modelo neoliberal de la fórmula Medusa, como lo ha sido en todos los regímenes de ese signo ideológico, desde Macri hasta Bolsonaro. Esperemos que no se lancen como mastines sobre ese hueso que preserva la dignidad de nuestros mayores.
Decíamos que los desencantados protestan por el aumento de funcionarios públicos. No advierten que solo aumentaron en las áreas esenciales de nuestro desarrollo: salud, educación y seguridad pública. Solo médicos, maestros y policías aumentaron el número de servidores públicos. En el resto de las áreas la disminución fue un hecho cierto, registrándose 19.000 bajas. Incluso en las Fuerza Armadas, pese a la oposición tenaz de estas, y al aumento de sus efectivos por los gobiernos colorados y blanco, el Frente Amplio redujo 11,71% de empleos militares, del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y otras unidades ejecutivas. Prescindió de 3.143 efectivos en un total de 26.831. Ignoramos cuál será la política de austeridad del general Manini en este tema si Lacalle alcanza el sillón presidencial.
Y mejor no hablar de otra de las falacias que prendió en muchos desencantados: el aumento de las tarifas públicas. Las cifras son claras, todas las tarifas públicas del período progresista fueron menores que los aumentos salariales, a diferencia del período neoliberal, cuando las tarifas aumentaban más que los salarios.
Otra de las imposturas que compraron algunos desencantados fue el aumento de la deuda externa. No hubo aumento, todo lo contrario, disminuyó notoriamente esa carga. Al finalizar los gobiernos colorados y blanco, todos los uruguayos debíamos al exterior 102% del PIB; hoy debemos 42%.
Es cierta la preocupación de los desencantados por la pérdida de 70.000 puestos de trabajo en los últimos dos años ante la grave crisis regional. Pero ignoran acaso que el Frente Amplio creó en estos años 350.000 nuevos puestos de trabajo, elevando su calidad, que aumentó el ingreso medio mensual del hogar de US$ 553 por familia en 2004 a US$ 1.646 el año pasado, y con un salario mínimo nacional que se multiplicó casi por diez veces, pasando de los US$ 51 de 2004 a los US$ 479 de 2018, el más alto de América Latina, superando incluso a Chile. Con el agregado del compromiso de Daniel Martínez de crear 90.000 nuevos empleos. Y lo dice un gestor que siempre cumplió sus promesas, tanto en Ancap como en la Intendencia de Montevideo. Cómo pueden creer los desencantados que el problema del empleo va a ser resuelto por los mismos partidos que instalaron en el pasado esa pústula infamante en el rostro de una sociedad uruguaya horrorizada por las cifras tremendas del infame castigo de la desocupación.
Nos queda decir unas palabras sobre el desencanto de algunos votantes del FA sobre hechos de corrupción. Es imposible evitar que en 15 años no haya existido alguna falta ética en este tema, del cual la izquierda ha hecho un principio fundacional y piedra angular de su existencia en el mundo.
Los casos que se denunciaron han sido escasos, menores y en ninguno de ellos se comprobó que hubo dinero mal habido en beneficio personal. Basta con exhibir la ética del Frente Amplio, que llevó nada menos que a un vicepresidente de la República a dimitir por comprar un traje de baño, un colchón u otras chucherías para invitados, con una tarjeta corporativa que ciertamente debía tener otro destino, para darse cuenta de la impecable acumulación ética de la izquierda uruguaya. Que los desencantados prefieran votar a Lacalle como presidente por esta razón no parece razonable. Los gobiernos colorados y blanco sufrieron una cleptocracia singular que se llevó decenas de procesados a la cárcel. Tampoco afirmamos que su política fue mafiocrática, lo que decimos es que fueron diezmados por numerosos dirigentes infieles que aprovecharon las políticas neoliberales que flexibilizan la ética pública.
Ardua tarea tuvo que abordar el Frente Amplio al alcanzar por primera vez el gobierno, procurando desarmar las enormes redes capilares de la corrupción enquistada en los aparatos públicos y privados. Por lo tanto, no mentemos la soga en la casa del ahorcado.
No se trataba de cambiar de collar, se trataba de dejar de ser perro
Nos encontramos a solo 72 horas de una encrucijada histórica.
Los 184.000 desencantados tienen la palabra.
Ellos definirán no solo el próximo lustro de nuestra historia, sino la interrupción o continuidad de un proceso que asombró al mundo.
No es un voto cualquiera. Es un voto de calidad de imprevisibles consecuencias. El voto hace a la persona. Dime a quién votas y te diré quién eres, parece reclamar la historia de los errores humanos.
La fórmula de la restauración neoliberal con el inesperado apoyo militar se siente cual gigante ganador, pletórica de entusiasmo, gozando las futuras mieles del poder absoluto para derogar todo lo que se le antoje.
Conviene recordarle el añejo proverbio alemán: “Cuando veas a un gigante, examina antes la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un enano”.
Por mi parte, quiero recordarles a los desencantados que ayudaron durante 15 años a construir el país de la equidad y la igualdad que cualquier destino, como decía Jorge Luis Borges, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento, el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Ha llegado para el desencantado que ya emitió su voto en octubre el momento de saber quién es.
Ha llegado el momento de recordarle que cuando se comenzó, en 2004, a restaurar la dignidad de un país en ruinas, fue convocado por el Frente Amplio no para hacer realidad el apotegma del mismo perro con distinto collar. No se trataba de cambiar de collar, se trataba de dejar de ser perro. Y todos juntos lo logramos. También con los 184.000 desencantados.
Que los ladridos no vuelvan a escucharse.