Por Germán Ávila
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
La situación generada con el coronavirus ha puesto en evidencia, entre otras cosas, la fragilidad del sistema sanitario a nivel global. Sin embargo, dicho sistema es solamente uno de los terrenos donde se libra la batalla contra la pandemia. Otro, tal vez uno de los más, o incluso el más importante, está en la esfera de las decisiones de Estado. Para evitar que los casos de infectados desborden los servicios de salud, es fundamental la identificación temprana y la contención que evite la expansión de los casos en poco tiempo. Esto solo se logra tomando medidas de gobierno, cierres de fronteras terrestres y aéreas, declaración de cuarentena, coordinación de servicios sanitarios y determinación de zonas de aislamiento; estas son algunas de las resoluciones que se orientan desde las administraciones nacionales y regionales en estos casos, y la demora en tomarlas, sin duda, aumenta de manera exponencial el riesgo de contagios con las consecuencias sabidas.
Los países han reaccionado de maneras diferentes ante la situación presentada, es lógico que no iba a ser la misma respuesta en China que en España, o en Singapur que en Colombia. La política estatal puede desarrollarse de una mejor o peor manera, dependiendo de qué tan robusto sea el Estado que debe enfrentarse con una situación de este tipo. Los países más fuertes han reaccionado de una manera mucho más acertada que aquellos cuyos gobernantes se han convertido en meras figuras decorativas que juegan como apéndices del mercado.
A los dos lados de la frontera colombo-venezolana se han presentado situaciones similares que se han abordado de maneras muy diferentes. Igual que en el resto de Latinoamérica, los contagios entraron principalmente por personas infectadas provenientes de Europa, mucho menos de China, que logró contener el virus en la región de Hubei. Por supuesto que, en un mundo globalizado, con las facilidades de movilidad que existen en esta época, muchos infectados lograron salir de China como portadores del virus hacia Europa antes de que se pudiera reaccionar. Italia y España tomaron la situación con mucha menos energía que China. En América Latina, solo Venezuela ha reaccionado con medidas similares a las tomadas por el gobierno chino y se concentró en detener el brote.
Nicolás Maduro decidió el pasado 15 de marzo la cuarentena en siete estados además de Caracas; el 17 la extendió a todo el país. También decidió cerrar la entrada de transporte aéreo desde Colombia, Europa, Panamá y República Dominicana. Para ese momento los casos registrados eran 33, ante lo que declaró el estado de emergencia sanitaria y desarrolló la estrategia de los Hospitales Centinela, que son los centros asistenciales que dirigirán la atención de los posibles casos y en donde entrarán en aislamiento quienes presenten el virus.
Al otro lado de la frontera la situación es muy diferente; las medidas tomadas desde el gobierno de Iván Duque no parecen reflejar el verdadero espíritu de la situación, pues si bien es cierto que se declaró la emergencia y se restringió la entrada de extranjeros y nacionales no residentes en Colombia, las fronteras que se cerraron por completo fueron las terrestres. Si bien el volumen de intercambio de personas con países como Venezuela y Ecuador es muy alto, las verdaderas fuentes de contagio, por ahora son Europa y Oriente. Por otro lado, se han orientado unos mínimos controles en el aeropuerto de Bogotá, tal como lo informó por redes el ciclista colombiano Nairo Quintana el 16 de marzo: “Acabo de llegar de Francia y en el aeropuerto no me hicieron ningún tipo de control, debemos tomarnos esto con seriedad”.
Las voces que hay desde la sociedad colombiana para que su gobierno genere verdaderas medidas de choque son muchas, pero parecen no ser escuchadas, lo que sumado a un sistema de salud privatizado y precario, deja entrever que a ese país caribeño le esperan momentos muy duros debido al virus.
Sin embargo, una de las situaciones que deja peor parado al gobierno de Duque es la actitud que mantiene respecto a la frontera con Venezuela. Una de las cosas ampliamente demostradas a lo largo de la historia es que esta frontera es un escenario prácticamente incontrolable, ni en los mejores momentos de la relación diplomática entre los dos países fue posible mantener la tranquilidad en la zona limítrofe. De los 2.200 km de longitud, los pasos controlados no son más de 10, por el resto de la frontera existen una serie de pasos clandestinos que van desde puentes artesanales, hasta rutas de contrabando en medio de la selva. Muestra de ello es que la economía de la ilegalidad colombiana tiene como principales víctimas en la frontera a los comerciantes venezolanos, y aunque los operativos de la Guardia y el Ejército venezolanos han propinado duros golpes a las estructuras criminales organizadas provenientes de Colombia, es muy complicado establecer controles efectivos sin ningún tipo de coordinación ni cooperación entre los dos países.
Es ahí donde llega el otro problema, producto de la postura político ideológica que ha adoptado Colombia con respecto a Venezuela en concordancia con el mandato de la Casa Blanca; ha llegado al punto de poner en riesgo la integridad de sus propios ciudadanos al negar mecanismos de coordinación con el gobierno venezolano.
Más allá de si reconoce la legitimidad o no de Nicolás Maduro, hay una cosa que no puede ser discutida por nadie, ni siquiera por el gobierno colombiano y es que es Maduro quien se encuentra al mando de las instituciones de ese país, las cifras de infectados se saben porque el mandatario las anuncia, las medidas que se implementan y se cumplen las anuncia, la ejecución de planes en los territorios, aún los más alejados, se desarrollan luego de que los anuncia el presidente, el tráfico aéreo con esa misma Europa que reconoció a Guaidó como presidente se interrumpió a partir de una orden de Nicolás Maduro.
No se trata de fomentar la idea de la responsabilidad única de Maduro como presidente, se trata de asumir que existe un gobierno que más allá de gustos y disgustos de cada quién, es el que está a cargo de un país y ese gobierno tiene una cabeza que fue elegida por la ciudadanía.
Juan Guaidó sabe cuántos casos de coronavirus hay en Venezuela porque se entera en los medios a partir de lo que anuncia el gobierno. Lo que hace luego de eso es llamar a los amigos que tiene en la prensa internacional para decir que ha tomado una serie de medidas para combatir el virus, medidas que además demuestran los ínfimos alcances que tiene respecto al país del que se declara presidente: crear una ONG para recibir ayuda humanitaria y entregar 3.500 kits (donados por otra ONG) no son verdaderas medidas para confrontar una situación como la que se enfrenta hoy.
Iván Duque, por su parte, continúa aferrándose como náufrago a su única tabla, pese a la lógica, pese a la realidad y pese a la vida de los compatriotas a quienes se comprometió a guiar y proteger como presidente. Anunció que coordinará con Juan Guaidó el plan a seguir en la frontera, y a menos que dicho plan sea ejecutado por “Los Rastrojos”, la conocida banda paramilitar que aparece en varias fotos con Guaidó, esa es una decisión completamente descabellada. A Guaidó no le responden las fuerzas armadas ni policiales en caso de tener que entrar en medidas extremas como el toque de queda, no le responde el personal médico ni puede tomar decisiones para trasladar recursos o personal de un lugar a otro en medio de un estado de emergencia.
Guaidó es una figura meramente decorativa en la política regional, sirve como parte de una estrategia multimodal para desestabilizar a Venezuela y tomar el gobierno y sus recursos, pero su tiempo ya pasó y fracasó. La época en que los gobiernos le decían “presidente” ya no está más. Cada paso que da es un salto al vacío, sus cercanías con la ultraderecha ilegal colombiana, el manejo que le dio a su no reelección como presidente de la asamblea, la corrupción en sus filas con dineros internacionales y su ínfima capacidad de convocatoria y cohesión de la oposición en Venezuela han terminado por hacer de Guaidó un cadáver político al que el gobierno colombiano se sigue aferrando con tal de no reconocer que el camino debe ser otro.
Pero la situación hoy no es la del debate de quién extradita a una congresista colombiana con mucha información sobre corrupción política, pues al final el menos interesado en que Aída Merlano regrese a Colombia es el gobierno de Duque. En eso se puede gastar la vida entera solicitando a Guaidó su extradición en un ejercicio de histrionismo político para los medios. Pero hoy lo que está de por medio no es la seguridad jurídica del grupo de poder en Colombia y sus aliados en la mafia, es la vida de la población, no solo por un virus que ataca sin compasión y cobra la vida de los adultos mayores, sino porque las medidas de prevención también traen su propio drama y la frontera siempre ha sido una zona muy deprimida en Colombia. La cuarentena aplicada a una población que mayoritariamente vive del comercio informal va a generar una situación humanitaria que va a afectar los dos lados de la frontera, para lo que no va a tener ninguna utilidad tratar de coordinar acciones con una persona que solo tiene una oficina en Caracas y a la que no le prestan atención sino los medios internacionales que no tienen ni siquiera corresponsales en el terreno.
Hay que esperar el desarrollo de los acontecimientos en la zona que comparten los dos países, en una de las zonas limítrofes más conflictivas de Sudamérica y sin duda una de las más deprimidas; Iván Duque puede seguir aferrado a su tabla o tomar las medidas que corresponden a un jefe de Estado en una situación de excepción como ninguna.