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Columna destacada | coronavirus | pandemia |

Dudosa prioridad sanitaria

Por Rafael Bayce.

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Caras y Caretas Diario

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Después de las dos últimas columnas de Caras y Caretas, contrarias a las creencias y decisiones tomadas respecto del coronavirus, esta tercera se dedicará a dudar, fundamentada y argumentadamente, de que la prioridad sanitaria dada a la pandemia sea la adecuada y que la estrategia adoptada sea la mejor.

Como siempre en temas de alta complejidad, nos basaremos en cifras oficiales, locales e internacionales, y en opiniones de personas del mejor nivel científico y experiencia específicas. También daremos los datos y nombres necesarios para que todo pueda ser verificado y hasta ampliado por lectores interesados y personas deseosas de escapar al acoso científico-mediático que los lobbies beneficiarios de la pandemia han instalado y que ha convertido a la mayoría de la humanidad en poco más que una acrítica majada hegemonizada, dominada y manipulada.

Usted, lector, hará su decisión, pero conociendo el otro e importante lado de la moneda, al que tan pocas veces accede y que en parte tendrá coleccionando estas tres columnas sucesivas de Caras y Caretas. Y no es para dudar de la existencia del coronavirus ni de su letalidad y morbilidad, tan particulares en la historia moderna de las epidemias, sino para entender el pánico y para debatir prioridades y soluciones.

 

Coronavirus como prioridad sanitaria

La primera duda es sobre la letalidad relativa del coronavirus, comparado a otras causas de muerte, en el mundo y más concretamente en Uruguay. El coronavirus no figura entre las primeras 20 causas de muerte en el mundo y está muy lejos de las cifras de la causa número 20 del total de causas contagiosas y no contagiosas (por su orden: cardiopatías isquémicas, infecciones respiratorias bajas, accidentes cardiovasculares, prematuridad, diarreicas, VIH/sida, perinatales, accidentes de tránsito, pulmonares obstructivas, malaria, anomalías congénitas, sepsis y neonatales, autolesiones, cánceres respiratorios, diabetes, tuberculosis, cirrosis hepática, violencia interpersonal, meningitis, malnutrición proteinoenergética). Tampoco está dentro de las primeras diez causas de muerte por enfermedades contagiosas (por su orden: respiratorias, VIH/sida, diarreicas, tuberculosis, malaria, meningitis, hepatitis B, sarampión, encefalitis, que es más del doble que los casos actuales de coronavirus).

Todo esto no es para negar realidad ni importancia al coronavirus, sino para ponerlo en perspectiva dentro de la realidad relativa con otras enfermedades causantes de muerte. Porque cuando uno establece una prioridad para asignar recursos escasos en salud a diferentes objetivos alternativos, ¿cuánto le asignaría usted a una causa de muerte tan alejada en cifras de las principales causas de muerte frente a lo que le asignaría a las que son las principales? Porque a usted lo asustan con las cifras del coronavirus, pero no le muestran las mucho más asustadoras de todas las otras causas de muerte tanto más importantes en el mundo y también en Uruguay.

Analicemos ahora, directamente, datos sobre nuestro país. Veamos cuáles son las principales causas de muerte por año, entre nosotros, y el número de víctimas de cada una. Por su orden: circulatorias, 8.430; tumores, 6.960; respiratorias, 3.180; violencia, 2.070; digestivas, 1.320; nerviosas, 1.110; metabólicas, 990; genitourinarias, 870; diabetes, 810; parasitarias, 690; mentales, 630; renales, 470; perinatales, osteomalformaciones congénitas y malnutriciones congénitas, 180; piel, 150; sangre, 120; desnutrición, 66. Hasta aquí las 20 más frecuentes causas de muerte. ¿Dónde quedarían, como prioridad sanitaria de mortalidad y morbilidad los 300 infectados y el único muerto por coronavirus en ese panorama relativo? ¿No estamos exagerando con la dedicación e inversión prioritarias en el coronavirus?

Es cierto que es una infección asintomática, ubicua y sin defensas naturales o fabricadas aún, que puede crecer a ritmos geométrica y hasta exponencialmente progresivos, ¿pero justifica la destrucción de la economía, del mercado laboral, la reducción de la educación a cursos a distancia, la amenaza a la vida familiar y su violencia interna, la psicosis de pánico y miedos que edifica hipocondría y paranoia? Sumadas a las relativas a la seguridad, transforman el miedo paralizante, aislante y deseoso de supermanes autoritarios redentores en el cemento perverso de la sociedad y sociabilidad política crispadas. ¿Dónde quedan los sentimientos y emociones en grupos?

Las recomendaciones indican que no se puede tocar, abrazar, besar, estar cerca del otros; ¿se puede, se debe, vivir así? En uno de los últimos números de The New York Times, el premio Nobel de Economía 2018, Romer, y Garber, un médico y economista de alto rango en Harvard, concluyen que la economía matará a la población más que el coronavirus si se mantiene la estrategia actual de combate y las prioridades de gasto público en ella; proponen ellos prioridades alternativas que tienen en cuenta la necesidad de combatir el coronavirus, pero desde otras decisiones alternativas de inversión y gasto.

 

Probabilidades de infección, enfermedad y muerte

¿Hay que temerles tanto al coronavirus, a la cantidad de infecciones graves y letales que pueden resultar de la pandemia? Es una buena pregunta. La creación de miedos inducidos se basa en tres mecanismos, descubiertos en 1900 por Le Bon, aplicados pioneramente por Goebbels y Mussolini, seguidos por la publicidad comercial y luego por la política y corporaciones en todo el mundo: uno, la magnificación cuantitativa de los números y la minimización de las cifras alternativas; dos, la dramatización cualitativa de los casos, con el objetivo comunicacional del melodrama y la expectativa morbosa por la evolución; tres, la importancia de imágenes icónicas impresionantes, agudizadas por mediaciones comunicacionales mediáticas y de especialistas cooptados por los lobbies beneficiarios del pánico y miedos.

Un objetivo estratégico es que usted crea que tiene una probabilidad subjetivamente sentida de ser víctima mucho mayor que la probabilidad objetivamente existente de serlo. Pues bien, con las pandemias (aunque también con la psicosis de la seguridad) se deben magnificar y dramatizar diferentes cosas, con ayuda de mediadores comunicacionales, íconos y reiteración abrumadora -acoso científico mediático-). Probablemente usted ya es víctima de este proceso inexorable de envenenamiento psicosocial, con la importancia relativa del coronavirus frente a otras causas de muerte en el mundo y en Uruguay, y al interior del subconjunto de causas contagiosas que vimos someramente más arriba.

Pero usted probablemente cree, también desmesuradamente, en la probabilidad de contagiar y ser contagiado; en la de enfermarse sintomáticamente con el contagio; en la de requerir internación; en la de requerirla con gravedad intensiva; y, por último, en la probabilidad alternativa de recuperarse o morir en este proceso. ¿Usted sabía que, pese a la ubicuidad del contacto por cercanía y por superficies infectadas, gruesamente, usted tiene solamente una probabilidad en 10.000 de contraer el virus? Solo una chance en 50.000 de enfermarse sintomáticamente pero levemente; solo una en 100.000 de precisar internación; solo una en 500.000 de internación; una en un millón de morir.

Entonces, no es que si toco sin guantes, respiro sin mascarilla o estoy cerca ya me contagio, me enfermo, me internan y me muero; relea las probabilidades que tiene en el mundo, aunque las transnacionales farmacéuticas y la corporación médica le hagan creer otra cosa para sus bolsillos y los de la prensa que las ayuda en el envenenamiento pandémico de corazones y mentes.

En Uruguay, de nuevo gruesamente y cambiando todo el tiempo, hay una en 10.000 chances de contagiarse, una en 100.000 de precisar internación y una en 3 millones de fallecer de coronavirus, y mucho más riesgo de todo ello con muchas otras causas de muerte, contagiosas o no, que deberían asustarlo mucho más y mover a decisiones e inversión pública mayores. Estamos en una nueva Edad Media en muchos sentidos, pero en los miedos, ya no los religiosos, sino ahora la prensa y las corporaciones beneficiarias lideran el miedo colectivo; y usufructúan tanto como los religiosos de entonces, pasando también como abnegados y altruistas luchadores contra el mal.

El premio Nobel de Medicina Elkin, por inventar la vacuna contra la viruela, se queja de la desproporción y por lo contraproducente de las creencias y decisiones, mostrando cómo se ocultan otras epidemias y pandemias mayores. El virólogo alemán Wodarg, junto a la Universidad de Hamburgo, muestran la relativa importancia del coronavirus frente a otras causas de muerte, contagiosas o no, durante este año 2020. Wodarg, integrante del Bundestag, promovió una investigación del Consejo Europeo sobre la desmesura de las pandemias de 2003 y de 2009, acusando intereses de los lobbies químico-farmacéuticos y de virólogos buscando lucro y fama. El Consejo se expidió favorablemente a la denuncia de Wodarg, pero a los voraces periodistas no les sirve lo que no asusta y desvenda la trama conspiratoria que comanda psicosocialmente al mundo en este siglo XXI.

Hay que informarse mejor y pensar más antes de destruir la economía, la vida en sociedad, la intimidad familiar y amistosa, y dedicarle sumas enormes a una prioridad sanitaria dudosa, a miedos magnificados y dramatizados e inducidos que solo favorecen a macrocorporaciones, elites económicas que lucran con las crisis y a la prensa carroñera. En fin, veamos la otra cara de la moneda, porque una de ellas nos la imponen 24 horas, todos los días, desde hace algunas semanas, y no parecen cejar en el empeño. La otra, hay que sudar para conocerla. Pero vale la pena. ¿O no?

 

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