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Editorial días | gobierno | Astesiano

PURA DINAMITA

30 días de furia para Pompita y su barakutanga

Fueron treinta días fatales que contribuyeron a develar la notoria deriva autoritaria de un gobierno que se muestra tal como es.

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Parece evidente que el episodio por el que se le adjudicó un pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset, preso en una cárcel de Dubái, tuvo para el gobierno uruguayo el efecto detonante de una bomba.

El grupo de amigos que constituyen el núcleo fuerte del herrerismo aparece desestabilizado y cometiendo errores, algunos de los cuales desfachatados, otros menos previsibles. En esos días, hace poco menos de un mes, al gobierno le parecía tener todo controlado y solamente discordaban algunos editoriales del diario El País que le exigían ir más allá de lo que anunciaban y más rápido de lo que parecía prudente. Se constataban cifras de exportaciones récord en volúmenes y en precios, se habían extinguido los peores efectos de la pandemia, se anunciaba la baja del desempleo y del déficit fiscal, las autoridades de la educación se proponían iniciar su postergado proceso de cambios, el presidente mostraba a los dirigentes de los otros Partidos sus lineamientos para una reforma jubilatoria, con un golpe de efecto se bajaba 3 pesos el costo de la nafta y se acercaban los meses de fin de año en donde se comienza a bostezar preparando una larga siesta veraniega y acumulando energía para tomar impulso.

Cuando empezaban a florecer las rosas de una aburrida primavera, el impacto del documento entregado a Marset estalló ante nuestros ojos comprometiendo al ministro del Interior Luis Alberto Heber, al ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Bustillo, y a su subsecretaria, la Dra. Carolina Ache, quienes difícilmente podrían sacar la pata del lazo, máxime que en pocas horas se conoció quién era Marset, el narcotraficante, sus antecedentes penales, los cómplices y las posibles imputaciones en varios países del continente, incluyendo Colombia en la que se imputaría culpabilidad en el asesinato de un fiscal paraguayo.

A medida que se fueron conociendo más detalles, la gravedad del episodio fue tomando aún más relevancia, evidenciando deficiencias en los servicios de inteligencia, la curiosa participación del Dr. Alejandro Balbi, la intervención del subdirector de Identificación Civil, quien fuera sumariado y separado del cargo, la sorpresiva entrega del pasaporte a un tercero para que lo entregara a Marset, la gestión de la cónsul en Dubái tomando los datos en la propia cárcel incluyendo la simulación de que el trámite se realizaba en un hotel emiratí en donde supuestamente vivía.

Si en tiempos normales esto que contamos hubiera sido escandaloso, lo fue más cuando recordamos que en esos mismos días en que Marset recibía el pasaporte uruguayo recién salido del horno, el presidente viajaba a Dubái, acompañado de una comitiva que integraba Alejandro Astesiano, su jefe de Custodia, quien a los pocos meses fuera detenido en el aeropuerto cuando regresaba de unas vacaciones con el presidente y sus hijos, con los que había pasado la semana de la primavera disfrutando de las olas en las playas de Costa Rica. Resulta que si lo de Marset era una bomba, lo de Astesiano era pura dinamita. Dos explosiones en pocos días ponían en evidencia la ineptitud, la desidia y la soberbia con la que se maneja este gobierno.

A los pocos minutos del aterrizaje de un avión de línea, el presidente se percató de que había sido defraudado en su inocencia y atinó a usar su autoridad para que Astesiano fuera conducido en el vehículo oficial, acompañado por él mismo, hasta la residencia de Suárez, tal vez ya esposado… ¿o quizás no?

Era verdad que desde hace más de un año, Lacalle Pou ya estaba avisado de que Astesiano era terrible jodedor, estafador, ladrón, lavador de dinero y falsificador, pero semejantes conductas delictivas que le advirtió la prensa, el ministro de Interior, el director de Inteligencia, Álvaro Garcé y tutti cuanti, al presidente no le movió un pelo.

Luis Lacalle Pou dice que creyó que Astesiano era bueno como el pan porque siempre cree en la bondad del ser humano. Esta declaración de inocencia, en el más amplio sentido del concepto, lo llevó a confiarle su vida y la de su propia familia que, según dice el presidente, es para él lo más sagrado.

Solo quien nunca oyó hablar de él puede pensar que Lacalle Pou es tan pelotudo de creer que quien tiene 30 anotaciones en la policía y dos condenas por estafa es la persona adecuada para acompañar a la playa a su hija Violeta. Eso nadie lo cree, aunque lo conozca poco. Lo real, lo verdadero, lo que todos suponemos es que el presidente es flor de vivo y tremendo mentiroso. No se necesita prueba. Las pruebas al canto. Por el contrario, hay que pensar que el presidente tendría buenos motivos para confiar en un personaje tan turbio.

Siempre creí que es más difícil que llegue un boludo a la Presidencia de la República que un ladrón de cuarta llegue a jefe de la Seguridad presidencial. Ahora bien, Lacalle dice que además nadie puede sospechar otra cosa, porque él es más transparente que un cristal. Pero lo cierto es que Astesiano fabricaba y vendía pasaportes truchos y partidas de nacimientos en su propia cara, usando las influencias que otorgaba su investidura y en un despacho a pocos metros de la oficina del presidente, probablemente con celulares de la Presidencia, autos de la Presidencia, computadoras de la Presidencia, viáticos de la Presidencia y otras prerrogativas que sabía utilizar.

Mientras tanto es posible que atendiera los detalles de la administración de un puticlub, incluyendo la gestión de los recursos humanos, acompañaba al presidente, conocía al detalle sus entrevistas y entrevistados, su agenda, conversaba con él, compartía opiniones y tomaba nota de sus secretos de alcoba.

Confesar que la decisión de nombrar a Astesiano y a una banda de delincuentes para custodiarlo es solamente causada por una ingenuidad, es una verdadera tontería porque hasta el más distraído no puede menos que sospechar que habría algún motivo no explicado, tal vez oculto, que permitió que semejante tramposo se convirtiera en la mano derecha del presidente, con acceso preferencial a todas las oficinas del Estado en las que sus pedidos eran órdenes y sus consultas debían ser evacuadas con prioridad extrema. En la administración pública los pedidos de Astesiano tenían trámite urgente.

Es obvio que todo el mundo puede equivocarse, podemos ser ingenuos, inocentes hasta descuidados, se puede decir que el jefe de seguridad de Mujica era un civil o que el Pato Celeste era impresentable y hasta que en uno de los gobiernos del Frente Amplio se otorgó un pasaporte a un ruso, pero yo no tengo visto y creo que nadie lo tiene visto que una banda de expolicías infieles cave una trinchera en la sede de la Presidencia de la República, establezca una especie de guarida y su jefe use su despacho para hacer reuniones de coordinación de la mafia de los pasaportes.

Y todavía el presidente, desconcertado, lo califica de funcionario intachable. El presidente y todos los que salieron presurosamente a aguantarle los trapos dijeron en esos días cualquier pavada.

Que Luis es humano, que tiene derecho a equivocarse, que está bien creer en la bondad del prójimo, que se separó de Loly para ser quién es y no ser careta, que fue a darle un beso el día del cumpleaños, que todos saben que no miente, que no puede sospecharse de él, que estuvo bien en salir rápido a aclarar los tantos, que la justicia debe investigar hasta el hueso, que este gobierno es transparente y no oculta nada y hasta que Astesiano al fin de cuentas era solamente un perejil. Perejil es el marido engañado, que según una senadora es el último en enterarse. El único perejil, si fuera cierto el relato del gobierno y sus hinchas más fanáticos, es el propio presidente que según él mismo dice se comió pastilla, una pastilla grande como un elefante.

Y rarísimo el papelón del comisario inspector Ricardo Márquez, a quien el Dr. Ferrés dice haber nombrado jefe del Servicio de Seguridad, que dejó que un civil no solo le diera órdenes, sino que se había hecho una tarjeta, usaba un membrete y firmaba los papeles como jefe del mencionado Servicio, mientras el comisario inspector con mucho título, grado superior, y tal vez menos sueldo, tomaba mate en su oficina. Le debería dar vergüenza y renunciar. Puro verso y gestos para la tribuna, ensuciando el partido y buscando al menos un empate. Pero nadie explica qué fue lo que pasó, ¿por qué Astesiano estuvo allí? ¿Por qué el presidente no escuchó a quienes le advertían? ¿Por qué fue tan cabezón y tozudo? ¿Cuánto más hay para ocultar? ¿Cuánto de impericia y cuánto de corrupción hay en estos dos episodios que involucran a la punta de la pirámide del gobierno?

Cuando parecía que estábamos en arenas movedizas y ni el presidente ni su combo daban pie con bola en las explicaciones contradictorias, hipócritas y flojitas que daban para justificar semejante detonación, a Lacalle Pou no se le ocurrió nada mejor que poner una mina explosiva para que Daniel Salinas no obtuviera ni un solo voto para ser elegido director de la Oficina Panamericana de la Salud.

No alcanzó que Salinas casi no fuera apoyado por la Cancillería sino que veinte días antes de la elección aprobó un decreto de flexibilización del empaquetado de los cigarrillos y además lo justificó declarando que lo había hecho porque se lo pidió la industria tabacalera.

Obvio, sucedió lo que tenía que suceder y Lacalle le puso sombra a su mejor posicionado ministro, quien a su regreso, repuesto del revés del organismo internacional y ya con los pies en la tierra, anunció que para él no va más y que regresa a la neurología y a su casa, como lo pide su esposa y lo demanda su familia.

Salinas pasó raya decepcionado de la política y tal vez del presidente, que demostró que, además de no ser bobo, tampoco es bondadoso ni inocente.

Es más, cuando tiene que hacer zancadillas las hace con particular destreza. Un lobo disfrazado de cordero.

Cuando hay que ser autoritario este gobierno lo es. No tiene prurito si se tiene que sancionar un profesor o mandarlo a la justicia o a un estudiante a la Fiscalía, no le tiembla la mano para nombrar en 10 intendencias a la Fundación A Ganar, no titubea para privatizar la distribución de alimentos a una ONG amiga o cortarle los suministros a las ollas y merenderos, no duda si tiene que ejecutar a dos excelentes jefes policiales para proteger un relato mentiroso e hipócrita, no vacila cuando tiene que ocultar el precio que se pagó por las vacunas y quién se llevó la comisión del broker.

Este gobierno solo tiene oídos para los malla oro, solo escucha a las tabacaleras, los canales de televisión privados, los medios hegemónicos, los agronegocios, los bancos, las calificadoras de crédito, el Fondo Monetario Internacional y las empresas privadas de telefonía celular. La deriva autoritaria no permite el diálogo, no apuesta a la tolerancia, no tolera el disenso.

Por el contrario, alienta la grieta y desconfía de todos, concentra las decisiones en una mesa chica en donde cada quién cumple su rol. Mienten con descaro y pasan la gorra, concentran la autoridad y no rehúyen el choque.

Embisten y confrontan con el espacio social en donde los actores sociales critican discrepan y construyen poder ciudadano.

No les gustan los estudiantes, las pintadas, las ocupaciones y huelgas estudiantiles, los docentes en la calle, las ollas populares, la universidad, los merenderos, los movimientos sociales, los sindicatos y los jubilados en la calle, no les gusta cómo gobierna Carolina en Montevideo y por eso le hacen Juicio Político.

Con las ollas tocaron fondo. El ministro del Mides Martín Lema, que no quiere perder pie en su propósito de ser el candidato del herrerismo, salió con los tapones a pudrir el partido y a embarrar la cancha insinuando que se inflaban las cifras de quienes comían en los comedores y merenderos para robarse la comida y sacar rédito político.

Pretendía ocultar que el Mides se ha convertido en una red de clientelismo político en donde el propio Tribunal de Cuentas y la Auditoría de la Nación han revelado que se han suministrado decenas de miles de canastas sin saber a quién se les han dado.

Casi simultáneamente una investigación liderada por la Udelar ha informado que el número de comidas que se suministran diariamente en los comedores y merenderos se ha mantenido invariable a los mismos niveles que en lo peor de la pandemia.

El Mides ha introducido al Ejército en la distribución de alimentos como un nuevo actor no invitado y ha procurado desplazar a la coordinadora que agrupa las ollas populares en un nuevo acto de autoritarismo que pretende desplazar a aquellos actores sociales que han mantenido, sin rédito alguno, este espacio de organización popular y de asistencia a los más desposeídos.

Como no les gusta, merecen dos platos. Frente al proyecto concentrador, neoliberal y oligárquico, se alza la crítica, la denuncia y la lucha popular. Si hay hambre hay lucha, si hay injusticias, si hay discriminación, si hay pérdida de salario, si hay reforma de las jubilaciones en perjuicio de jubilados y pensionistas, si hay desparecidos hay lucha.

Que no se calle nunca la calle….

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