Esta semana, hemos leído y escuchado múltiples miradas sobre el caso que involucra al exjefe de la custodia de la Presidencia de la República, Alejandro Astesiano, y sobre las quejas de la Fiscal que conduce la investigación, la Dra. Gabriela Fossati, quien como ya dijéramos está espantada, tanto por la gravedad de los hechos que ella categoriza como un escándalo”, como por la actitud de quienes deberían procurar que se aclaren los indicios de eventuales infracciones delictivas y no solo no lo hacen, sino que conspiran para obstaculizar su actuación.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
La fiscal y alguno de sus colaboradores más cercanos dirigen sus críticas, en forma inocultable, a la Presidencia de la República y sus principales jerarcas, a los ministros del Interior, Educación y Cultura y Relaciones Exteriores y a los responsables de la Policía Nacional, de la Dirección Nacional de Identificación Civil y a funcionarios de relevancia y jerarquía de los departamentos políticos y consulares de la cancillería.
Es más, en conversaciones personales con periodistas ha expresado su intención eventual de constituirse en los despachos de los ministros mencionados y hasta de citar a declarar al propio presidente de la República si lo amerita… y vaya si lo amerita.
Sus reclamos al fiscal de Corte son reproches de carácter personal y hasta expresiones de cierto desengaño, pero sobre todo son demandas de mayor respaldo institucional a una investigación que reconoce estar a un paso de fracasar y a la que dice estar dispuesta a renunciar, “pero no a inmolarse”.
Alcanza con lo que decimos para que todos, políticos, periodistas, empresarios, medios de comunicación, dirigentes sindicales y sociales y la ciudadanía en general tengan motivo para estar más que alarmados porque lo que está ocurriendo no puede catalogarse sino como un “escándalo”, como por otra parte lo denomina la propia fiscal… y además el escándalo compromete a la mismísima cúpula del gobierno.
Ella misma dice que los potencialmente investigados o quienes eventualmente deban declarar como testigos, “son los mismos que dirigen a los que deben auxiliar a la Fiscalía en la investigación” y “no solo no apoyan a la misma sino que la obstaculizan” y le van filtrando documentos que desnudan la estrategia fiscal y la desbaratan.
Es más, la Fiscalía establece una línea de solidaridad entre los jerarcas mencionados en los chats de Astesiano porque se trata de personas que en muchos casos “no solo se conocen, sino que son amigos”.
Es enorme la cantidad de personas mencionadas en los chats y en muchos casos son las personas que dirigen a quienes deben investigar.
Los jerarcas solo quieren ocultar sus errores y debilidades turnándose en hacer declaraciones a los medios para desviar la atención de los horrores que ocurrían en sus dependencias.
En lugar de preocuparse por averiguar los resquicios que hay en las instituciones, solamente tratan de taparlos.
Quieren taparlo todo y se pelean por alcahuetear al presidente mendigando un poco de notoriedad, como Gandini y Germán Coitinho, que salen a competir con Astesiano sobre quiénes tenían más ascendencia con el “número uno” y eran capaces de intervenir en su agenda.
Semejante bloqueo de las líneas de investigación por quienes están obligados a auxiliarla afectan la credibilidad de la Justicia y también condicionan el mayor o menor éxito de los resultados, hasta el punto de que no son pocos los que anuncian un fracaso de la fiscal, lo que parece temer Fossati y que obviamente a ninguna persona honesta de ningún partido político puede alegrar.
Hay horrores en dependencias del Ministerio de Educación y Cultura, hay líneas de investigación muy bien definidas para indagar en Relaciones Exteriores; lo del Ministerio del Interior es patético.
Mientras tanto lo único que atinan a decir los ministros respectivos es que aquí no ha pasado nada, que no hay funcionarios involucrados, que está todo bien y que no hay elementos objetivos para realizar investigaciones administrativas ni sumarios porque los mencionados por Astesiano son funcionarios ejemplares fuera de toda sospecha.
Cada cosa en la que se empieza a avanzar las mismas personas que tendrían que auxiliar lo filtran para que se tape el rastro.
El fiscal de Corte ya ha clausurado toda posibilidad de que la fiscal sea trasladada hasta que la investigación en curso haya finalizado.
Yo pienso que Juan Gómez debe ser el más interesado en que la investigación fiscal no fracase, pero hay que admitir que la debilidad mostrada por la fiscal y sus vacilaciones no ayudan nada.
La declaración del presidente de la República, Luis Lacalle Pou, quien designó al principal imputado y a esta altura sospechoso de ser un estafador serial, su custodio personal, ha sido por lo menos inoportuna y sin lugar a dudas totalmente fuera de lugar, opinando sobre la continuidad de la fiscal en la causa y sobre la actuación de la misma, en lugar de llamarse recatadamente a silencio.
Parecería, de acuerdo a lo ha dicho por la propia fiscal que deberían ser citadas a declarar a todas las personas que tienen cargos de jerarquía en las instituciones que se están investigando, lo que señala al propio presidente, que por eso mismo debería quedarse calladito la boca como gurí cagado.
Tal vez esa conducta sería la mejor eventualidad y la única que se puede usar como hipótesis de inocencia.
Uno diría que en estas condiciones esta investigación no se puede llevar adelante.
Es lo que le dijo la fiscal a Carlos Peláez hace una semana y todavía no había ocurrido la intervención del presidente, que yo calificaría como una grosería desesperada como la de creer que te va a salvar aplaudir al verdugo.
Al contrario de lo que la fiscal cree, somos muchos a quienes nos interesa la Justicia. Somos muchos y de todos los partidos.
El curso del proceso judicial corre por otros carriles diferentes a los de la política y tal vez el juicio de la gente no necesite de pruebas para sentenciar a un culpable.
La opinión pública, en forma unánime, ya condenó a Astesiano.
En realidad, todos creemos que con sus antecedentes no estaba habilitado para ser designado para el cargo para el que fue nombrado.
Todos sabemos que el presidente estaba avisado y que los servicios de inteligencia le habían advertido de su error.
Todos sabemos que su designación le proporcionó medios para seguir estafando y que los usó para estafar incluyendo la dosis de alarde de poder que se necesita para hacer creíble el cuento del tío.
Lo que es terrible es que en la mejor hipótesis Astesiano engañaba al presidente todos los días del año, hasta el punto de que se había corrido la bola en muchos círculos que tenía una gran influencia en la agenda del mandatario y en sus decisiones personales e institucionales.
Astesiano lo conocía desde que Lacalle tenía 16 años; él mismo confesó en qué andanzas andaba y qué productos consumía.
En muchos chats sus palabras pueden parecer el alarde de un “gordo chanta”, pero para que llegaran a él el ruso o los rusos, el escribano, el productor de soja argentino, Balcedo o el gobernante de Emiratos, los empresarios españoles, los diplomáticos árabes en Argentina y los que le enviaban de obsequio “peces congelados” pescados en las arenas del desierto de Sahara; algunos de sus negocios habrían tenido buen fin. Sobre todo cuando se sentía atraído “porque había buena guita”.
Para el entender de cualquier ciudadano común no trafica influencia quien quiere sino quien puede y para que la gente recurriera a los favores de Astesiano, algunas veces sus coimas habrán sido resultado de operaciones verdaderas y exitosas.
¿O alguien puede creer que los servicios de inteligencia árabes van a declarar, como Cuquito, que fueron engañados por Astesiano y el “engañado” va a seguir tan campante?
Si el paquete de “pescado congelado” no respondiera a un negocio real, al árabe que lo envió empaquetado en valija diplomática lo hubieran lapidado en la plaza pública y le hubieran cortado las dos manos dedo por dedo.
Aún no entiendo por qué hay gente que aún no se da cuenta de que esto es una trama de corrupción de una gravedad que no tiene precedente desde que dejó el gobierno el otro Lacalle, el padre del presidente actual.
Poco a poco se irá develando la verdadera historia y mucha gente que aún cree ese tonto discurso “de yo no fui”, “yo creo en la bondad del ser humano” y “yo creo en la gente”, caerá en la cuenta que estamos ante un gobierno inepto y sin escrúpulos, que carece de un plan de gobierno y que solo tiene un plan de negocios.
Si alguno todavía recuerda la consigna oportunista de “se acabó el recreo”, habrá caído en la cuenta de que a partir del 1º de marzo de 2020 para los de más arriba “comenzó la fiesta”.
Ahora la suerte ya está echada y cada vez más gente va a ir cayendo en la cuenta de que este gobierno tiene los días contados porque nadie merece repetir después de un papelón tan grande.
Nos olvidaremos del pasaporte de Marset, de la cortina de humo del informe de Inteligencia del que ya nadie se acuerda, de las vacunas compradas a Pfizer con un contrato y con un precio secreto, de la coima que recibió el que prometió las vacunas chinas con un contrato de representación falso, del sacrificio de Salinas en el altar de la tabacalera Montepaz, del pasaje de Loly en primera clase, de la familia feliz y del implante de pelo en la azotea, de los pasaportes rusos de Astesiano y hasta del proyecto Neptuno.
Porque la memoria es muy frágil. Casi nadie se acuerda de que el gobierno de Lacalle Herrera fue el más corrupto de la historia, que Julita Pou recibió las acciones del banco de Pan de Azúcar y Grenno y Cambón fueron presos por coimas de negociados con el Banco de Seguros. Nadie se acuerda siquiera de Juan Carlos Raffo, el papá de Laura, quien fuera denunciado por recibir en el Ministerio de Transporte bolsas de dinero, ni de la tarjeta corporativa de García Pintos, con la que pagaba su contribución al Honorable Directorio o las coimas de Braga, quien fuera ministro de Economía y presidente del BROU de ese gobierno.
Pero hay cosas que quedan en el recuerdo de generaciones porque se instalan en la cabeza como símbolos indelebles, a veces mitícos pero igualmente icónicos. Como los niños que comían pasto fueron y serán símbolos de la crisis de 2002, el paquete de “pescado congelado” que mandaron a nombre del propio presidente en valija diplomática será algo inolvidable.
Nadie cree que ese paquete traía la carga declarada, porque Emiratos árabes no exporta pescado ni está habilitada esa importación a Uruguay.
Eso quedará para siempre porque es difícil de olvidar. Demasiado transparente. Si querían disimular mejor, le hubieran regalado un camello.
El proyecto de Lacalle Pou, corre serios riesgos de morir atragantado con las espinas del pescado del desierto.
Y además “congelado”.
Todos imaginamos lo que ocultaría esa envoltura y nunca la fiscal podrá probarlo.
Es una de las oportunidades en que ni la fantasía es más exagerada que la realidad.