Estos últimos días han puesto sobre la mesa un hecho inesperado: el fútbol se transformó en un símbolo de resistencia al programa ultraliberal de Javier Milei en Argentina. Jugadores, hinchas y clubes gritan al unísono que “la pelota no se mancha” y rechazan la llegada de las sociedades anónimas. No puedo ser indiferente cuando leo que Mauricio Macri quiere transformar a Boca Juniors en una Sociedad Anónima y, para eso, quiere desplazar de su conducción al ídolo indiscutido “bostero”, Juan Román Riquelme, de su presidencia.
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Sorpresivamente, el mundo del fútbol se ha convertido en un símbolo de resistencia al programa ultraliberal de Javier Milei en Argentina.
El monstruo libertario amante del sistema de mercado ha puesto los ojos en la privatización de los clubes para convertirlos en sociedades anónimas y, en pocos días, se ha ganado el unánime rechazo del pueblo futbolero argentino.
Con la llegada de Milei al gobierno, se reflotó la idea de que las sociedades anónimas deportivas puedan desembarcar en los clubes.
Para ello, pretenden reactivar un proyecto de ley impulsado por Mauricio Macri, que permitiría que capitales privados, a través de sociedades anónimas, compren clubes.
No es una novedad la hipótesis de que la gestión privada y la eficiencia de las “empresas”, frente a las asociaciones civiles sin fines de lucro, es un axioma que no merece siquiera comprobación.
No es la primera vez que se nos presentan candidatos a dirigentes de un club de fútbol cuyo “mérito” es ser un exitoso empresario, un político destacado, un recordado gobernante, un gran emprendedor, alguien que sólo tiene mucha plata y que supuestamente la va “a poner” para que todos seamos felices en la tribuna o, tal vez, detrás de la pantalla del televisor.
Boca “es de los socios” respondió una enorme manifestación de más de 15.OOO “bosteros” encabezados por Juan Román Riquelme, evidenciando fuerte rechazo en el pueblo futbolero.
La propia hinchada de Boca Juniors, quizás la más poderosa del fútbol sudamericano, salió a oponerse a la privatización y al modelo que siempre quiso imponer Macri y que ahora encuentra el respaldo del abanderado de la utopía libertaria que asume la presidencia argentina este domingo.
La idea de Macri y de Milei es ver a los clubes argentinos convertidos en propiedad de magnates o capitales internacionales, como los ingleses, que hoy viven bajo la sospecha de ser instrumentos de grandes operaciones de lavado de dinero y que van completamente a contrapelo de la identidad social de las instituciones barriales, que dieron nacimiento a los históricos clubes del futbol rioplatense.
Para los “cerebros” impulsores de esta movida, el fútbol es solo un negocio que mueve masas y que potencialmente admitiría el ingreso de inversiones directas y capitales multinacionales.
El fútbol como un engranaje más de la maquinaria mercantilista. Les importa poco la historia, la identidad, la filosofía y la cultura que los clubes de fútbol han sembrado en nuestras sociedades y que se han mantenido incólumes desde hace mucho más de cien años.
Es obvio que en medio del maremoto que sacude a la Argentina con el triunfo de Javier Milei, el propósito de “privatizar” Boca parece sólo una infinitésima parte de lo que está por venir al otro lado del Río de la Plata.
La hipótesis de que el fútbol es un negocio es muy contagiosa y las voces del afán de lucro se escuchan desde lejos en donde aún queda algo para negociar.
Supuestamente, las sociedades anónimas deportivas van a terminar con las deudas de los equipos de fútbol y van a sanear la economía de los clubes.
La voz del lucro, los dividendos, las multiplataformas de juegos online, la bolsa de valores y el “inversionista” se escuchan cada vez más, pretendiendo asordinar el canto de las “barras”.
El socio, el único dueño de las asociaciones civiles sin fines de lucro que dan marco jurídico a los viejos “clubes”, ya no está de moda.
El hincha, el que disfruta y sufre de visitante o de local llueva o truene, casi es una pieza de museo.
El fútbol, para ellos, no es un deporte, un sentimiento, una pasión o un sufrimiento. El fútbol es solamente un espectáculo y su único propósito es que alguien gane dinero.
Ahora el dueño del circo es el “empresario”, un personaje que ni siquiera es hincha del club; a veces nunca había ni oído hablar de él hasta que compró sus acciones en la bolsa de valores, ni conocía sus colores, ni sus símbolos, ni su historia.
A veces sólo cuenta sus acciones y cobra sus dividendos a miles de kilómetros de distancia de donde se hace el gol. Otras, es una viejita o viejito jubilado que ha puesto sus ahorros en un fondo de inversión del primer mundo y disfruta de la venta de un crack por valores millonarios, viajando en una silla de ruedas en un crucero de lujo y sacando fotos al Coliseo romano con un teléfono celular de última generación.
El argumento de Milei es que al hincha sólo le importa ganar y gritar goles, nada más.
Milei no entiende nada de fútbol, no sabe de pasiones, no sufrió una derrota sentado en un tablón ni lloró el orgullo de ser hincha.
A Macri y Milei sólo les importa el ejemplo de los clubes ingleses que cotizan en bolsa y son un enorme negocio para los que los financian.
No saben que fue el modelo actual el que permitió que sociedades civiles sin fines de lucro, más allá de los aportes sociales, lograran las proezas que colocaron al fútbol del Río de la Plata en la élite del deporte mundial.
El ideal para ellos es la llegada de un jeque árabe, aunque le pegue de punta y pa’ arriba.
El único secreto para que selecciones como la argentina o la uruguaya logren ser campeonas del mundo y tengan jugadores en todas las principales ligas del planeta, es que el fútbol sea del pueblo y sea parte sustantiva de la cultura nacional.
Con mucha menos fama que los dirigentes, los árbitros y los jugadores, pero con muchísima más generosidad, los verdaderos dueños de la pelota son los hinchas y los socios. El que no entiende ese sentido de identidad no entiende la verdadera filosofía del fútbol.
Como dice Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra: “Rara vez el hincha dice: hoy juega mi club. Más bien dice: hoy jugamos nosotros. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música”.
Estos días nos llegan muchas noticias de Argentina. Que un loco ganó las elecciones, que se va a legalizar la venta de órganos, que se va a dolarizar hasta el dulce de leche, que van a hacer un monumento a Galtieri y van a suprimir el Banco Central.
Dan ganas de llorar.
Pero hay una noticia que nos da esperanza.
Quince mil hinchas en Parque Patricios se resisten a entregar a Mauricio Macri la conducción de Boca porque Macri quiere privatizarlo, convertirlo en una Sociedad Anónima, vender La Bombonera y lotear los terrenos para hacer torres de apartamentos.
Hacer un gran negocio para inversores aunque haya que arrancar el corazón de la hinchada.
Dios nos guarde de Mauricio Macri, quien fuera el presidente más corrupto del mundo.
Román Riquelme ya ganó la batalla a la privatización de Boca. Al menos la batalla moral, aunque ya Macri, según su especialidad, ha logrado tejer una red de falsedades y jueces conspiradores, de manera de estafar cualquier resultado electoral que refleje la voluntad democrática de los socios.
Riquelme ha encabezado una resistencia masiva que tiene extremos morales insospechables. Tal vez sea el último suspiro de una institucionalidad deportiva agonizante, expresión de un concepto ya caduco, o tal vez sea una primera manifestación de la resistencia de los hinchas que se sienten los más legítimos dueños del fútbol.
Es muchísimo dinero el que se mueve en el fútbol. Dirigentes, jugadores, técnicos, jueces, empresarios, sponsors.
Sólo los hinchas lo hacen sin plata de por medio y ellos son los que hicieron los clubes y los que los han sostenido hasta ahora. Pero ahora salieron a defender lo que es suyo.
Escribo esto porque esperaba, esperanzado, ansioso, una manifestación aunque fuera puntual, aislada y pequeña de resistencia después del triunfo vergonzoso y lamentable de Milei.
También porque aquí en Uruguay la marea privatizadora se expande, las sociedades anónimas deportivas son parte de la ley, aprobada en las administraciones de Jorge Batlle y Lacalle Pou, y son beneficiadas por exenciones impositivas y debilísimos controles sobre el lavado de dinero.
Es más, son alentadas desde la Conmebol y la FIFA, estimuladas desde la propia Asociación Uruguaya de fútbol y algunos de los más importantes “grupos de interés”, e incluso tienen representación en el propio Comité Ejecutivo de la AUF.
Curiosamente, con semejante lobby, los cuatro equipos que lideraron la tabla anual del campeonato uruguayo son asociaciones civiles y los tres que descendieron a la B son sociedades anónimas deportivas.
Es de desear que el pueblo argentino salga a resistir cuando el manotazo neoliberal le pretenda arrebatar sus derechos a la educación, la salud y el trabajo digno.
Hace unos días, cuando los directivos de Nacional informaron a la asamblea de socios que el club tenía un pasivo de más de cuarenta millones de dólares y un pasivo extrabancario de más de 15 millones, la mayor parte presumiblemente con “inversores” y prestamistas, los asistentes se retiraron con una exclamación unánime: “El club es de los socios”.
Yo creo que esa consigna debería ser casi un santo y seña para que todas las hinchadas se unan para defender una institucionalidad social que ha tenido mil defectos, pero ha contribuido a hacer del fútbol una expresión cultural nacional y popular. Lamentablemente, mi amigo Eduardo Ache ya se había retirado.