Desde estas páginas venimos insistiendo en la importancia de priorizar el problema de la infantilización de la pobreza y el del acceso a la vivienda digna como una de las prioridades de política económica, aún teniendo en cuenta que cualquier esfuerzo por parte del Estado va a redundar en un aumento del gasto y de la deuda en el corto plazo. Esa es nuestra convicción, ya que entendemos que la sostenibilidad de la deuda depende, por encima de todo, del equilibrio entre las políticas económicas y sociales. Es posible que algún país del globo terráqueo haya logrado mantener los márgenes fiscales ideados por el FMI para los países de la periferia —y que claramente no aplican a los países centrales— al costo de mantener a gran parte de su población sumergida en la pobreza.
El relato de lo afrentoso que es la pobreza infantil, de que ella es consecuencia de la pobreza de sus padres, de la íntima relación entre pobreza y vivienda precaria, de la desocupación, desintegración familiar y la desigualdad está más que hablado, diagnosticado y conocido. Lo conocemos todos y todos decimos que creemos que hay que cambiar.
No podemos olvidar que cuando gobernantes y representantes del empresariado, la sociedad y la cultura viajan por el mundo promoviendo a nuestro país, lo primero que destacan es la existencia de una sociedad avanzada, tal vez hasta integrada, que resuelve sus problemas en forma pacífica, civilizada “a la uruguaya”. Algunos prefieren emplear el término “institucionalidad”, impuesto por Washington, para destacar ese conjunto de valores que en el plano global se define como el del “orden basado en reglas”, tan en decadencia a escala universal, pero que tanto nos enorgullece en su versión uruguaya liberal burguesa. Pero debemos admitir que nos estamos consumiendo la costosa y laboriosa construcción desarrollada por nuestros padres y abuelos durante la primera mitad del siglo pasado, periodo en que el batllismo nos dejó un conjunto de bienes, políticas e instituciones públicas que son el tejido que hasta estos días nos ha mantenido unidos como uruguayos pero que “apeligran” de extinguirse en la hoguera de la miseria, la marginalidad, la fractura y la violencia social.
Fue de tal magnitud el capital humano acumulado durante ese periodo, que ha logrado sobrevivir los denodados esfuerzos destructivos del Estado que se sucedieron desde la Reforma Cambiaria en la década del sesenta del siglo pasado, posteriormente en el período que la política económica era conducida por el contador Arismendi en la dictadura y luego del regreso de la democracia en la década de los 90 con el Dr. Ignacio de Posadas.
Más cerca en el tiempo a la economista Arbeleche le tocó explicarnos que había que beneficiar a los “malla oro”, y de esa manera potenciar la aplicación de la teoría del derrame. Y así estamos hoy, con 160.000 niños en situación de pobreza, 20 % de pobres, 650 asentamientos, 4.000 personas durmiendo en la calle, 16.000 presos en condiciones inhumanas.
El regreso del Frente Amplio ha traído esperanza, ilusiones y confianza en el presidente Yamandú Orsi, un pastor con “olor a oveja”, decir del papa Francisco cuando rezongaba al “alto clero”, un dirigente político con sabor a pueblo. El problema es que la voz de los economistas que están más pegados a la centroderecha que a la centroizquierda suena más cerca de la Torre Ejecutiva que otras voces más plebeyas.
Retumba demasiado fuerte el peligro de despertar la ira de las calificadoras de crédito y ya no se habla de eliminar la pobreza infantil sino disminuirla; ya no se habla de cinco años sino de varios períodos de gobierno; ya se habla de ranchos cero sino de reorientar tímidamente la ley de vivienda promovida para incluir en su posibilidad de acceso a algún sector de las capas medias que aún están muy lejos de alcanzarla.
De verdad siempre creí que el Frente Amplio iba a ir para adelante para atacar esa tragedia que es la marginalidad y la vivienda indecorosa, y hace tiempo que sé que no hay otra forma de atacar este problema que financiando la construcción de vivienda social con la emisión de más deuda. No lo oculté, lo escribí en estas mismas notas editoriales, lo hablé con empresarios y políticos del Frente Amplio. Hasta se lo dije a Gabriel Oddone cuando en setiembre del año pasado se decía que podría ser el ministro de Economía de este gobierno. Hace algunas semanas lo reiteré. Le sugería dirigirse a los organismos internacionales de crédito para explicarles que había que atacar la pobreza, la miseria, la violencia y el narcotráfico, y que para eso se necesitaba encarar como obras de infraestructura la vivienda social, la erradicación de asentamientos y la marginalidad. Y que era preciso obtener financiamiento a largo plazo y con intereses bajos. Que Uruguay iba a pagar, como siempre lo había hecho.
Gabriel no me dijo que no, tampoco me dijo que eso era irresponsable ni que estaba fuera de nuestro alcance como país. Obviamente, tampoco me dijo que el espacio fiscal era muy acotado, porque eso siempre lo dicen los gobiernos que entran, aunque en este caso parece haber sido bastante peor de lo que se imaginaba. Si me lo hubiera dicho, me habría visto sonreír.
Sin embargo, aún no sabemos qué hay concretamente para abatir la pobreza infantil y la marginalidad, salvo una apelación al “crecimiento”, que nunca va a ser del volumen necesario para que los pobres dejen de ser pobres, porque el modelo, mal que les pese al 90 % de los economistas, nunca va a lograr otro tipo de apropiación que no sea desigual. Por eso, cuando ayer escuché a Ignacio Munyo, durante su conferencia en el Sofitel, experimenté una extraña combinación de satisfacción y amargura, algo difícil de describir.
El director de CERES tituló su conferencia “Vivienda, marginalidad y futuro”, y puso como subtítulo “Análisis de la inversión necesaria para saldar una deuda pendiente del Uruguay”. Ya de entrada Munyo dice que la falta de vivienda es una “deuda”. Esta no es la retórica de un dirigente sindical reclamando por mejores condiciones o la de un agente social reclamando más bienes públicos por parte del Estado. Munyo es un economista sólido, formado por la prestigiosa Universidad de Chicago y con un gran recorrido profesional e intelectual. No utiliza la palabra “deuda” casualmente o confundiendo sus implicancias. Lo que nos está diciendo es que, lejos de aumentar las deudas, construyendo vivienda social el Gobierno estaría honrando obligaciones acumuladas.
Visto de esta manera, cuando Munyo propone construir vivienda social financiada con nueva emisión de deuda, nos está proponiendo transformar un tipo de deuda por otra, una suerte de canje de deuda de republicanismo, digamos deuda social, por deuda financiera. Esta es, en mi opinión, la esencia de lo que escuché ayer de boca de Munyo en el Sofitel, resumiendo una propuesta que llega a un nivel importante de detalle, que incluye, no sólo la vivienda, sino la terrible realidad carcelaria (en donde se hacinan los padres de más de 40.000 de los niños pobres) y que denota estudios muy precisos, documentados y concienzudos.
Y por encima de todo, se nota que a Munyo este tema lo mueve sinceramente. Lo repito porque en estas páginas a Munyo lo he criticado mucho y por diversos motivos, pero ahora debo reconocer que puso la globa en el ángulo.
Munyo propone llamarle a estas emisiones “bonos sociales”, una buena idea para demostrar al mundo que esta plata no va a terminar financiando la agenda de Ache y Alonso de que el Estado termine financiando la remodelación del Estadio Centenario. Ni será para contratar asesores o expertos en comunicación. En esa línea, podríamos vincular el otorgamiento de residencias a cambio de la suscripción de este tipo de bonos por parte de los aspirantes a vivir en nuestro territorio y usufructuar nuestra “institucionalidad”. Esto es mucho mejor a dejar que la renta quede en manos de los estudios jurídicos que traficaron con este tipo de permisos durante la pandemia.
Pero a pesar de que concuerdo con todo lo dicho por Munyo, me quedó un trago amargo.
¿Por qué no se le ocurrió algo de esto al equipo económico? No creo que la intención de Munyo sea hacernos quebrar financieramente para favorecer el retorno de la coalición multicolor al poder. Como ya lo dije, quedé con la impresión de que Munyo cree realmente en esta agenda que ha decidido promover con todo su prestigio. Pero tampoco soy ingenuo, y el propio presidente de la Cámara de la Construcción me dijo que este estudio es contratado por la Cámara, la principal interesada en revigorizar la industria de la construcción, ante la ausencia de grandes obras, como ocurrió en períodos pasados. Y me parece muy bien que la Cámara de la Construcción se interese por la vivienda de los pobres. Como me parece que estará interesado el SUNCA.
El propio cura Verde los miró a los ojos a los empresarios que estaban delante de él en la mañana de ayer y les dijo que el Uruguay puede y que “ustedes, los que están sentados aquí, también pueden”.
La pregunta acá es cuánto está dispuesto a invertir el sector privado en estas obras, ya que si el costo lo absorbe todo el Estado, no solo no sería justo, sino que contribuiría aún más a profundizar las desigualdades. El Estado va terminar acarreando más deuda y esto va a costar también más intereses. La verdadera sostenibilidad de esto la vamos a poder evaluar cuando Ruibal nos cuente bien su idea de cómo se van a repartir los costos.
Está bien que la financie el Estado, pero estará bueno que el sector privado ponga su aporte, y ni que hablar que el Ministerio de Economía vaya pensando que no sólo con proporcionar vivienda se arregla este problema de la pobreza extrema. Hay que proporcionar trabajo a las madres, humanizar las cárceles, hacer transferencias a los niños, invertir en salud, seguridad y cultura a ese pueblo que hoy vive en condiciones deplorables, desastrosas e inhumanas, y que el Estado y la sociedad toda deben proteger en sus derechos.
A los más ricos les va a convenir, además, pagar un impuesto del 1 % que pagar las consecuencias en un país que no va a tolerar mucho más tiempo esta fractura social que nos avergüenza. Sería más lógico que ese 1 % ayude a ese otro 20 % que sufre las consecuencias de la desigualdad. Yo estoy seguro de que los ricos que se quieren ir del Uruguay se irán igual cuando la convivencia en un Uruguay fracturado sea difícil, y los que son más patriotas y quieren vivir en su país, tal vez consideren que hacer un país más habitable no les saldría demasiado caro.
Además, hay otros compromisos que cumplir que solo el de no subir impuestos.
Presentacion IM - CCU 21 Agosto 2025