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Política Ley de Eutanasia |

Presiones religiosas

Sturla llamó a los cristianos a "recordar" quienes apoyaron la Ley de Eutanasia para "discernir el voto"

El cardenal Daniel Sturla afirmó que el debate es “sin duda un combate entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas y entre el bien y el mal”

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Tras la aprobación de la ley de eutanasia en Diputados, el cardenal Daniel Sturla afirmó que el debate es “un combate entre la vida y la muerte” y sugirió a los cristianos “discernir” el voto parlamentario “a la hora de votar”. En un país que se define laico desde hace más de un siglo, ¿Conocerá el cardenal la frase de Batlle Y Ordóñez: "La religión pertenece al fuero íntimo; el Estado no debe inmiscuirse en ella".

Sturla "contra el mal"

El 13 de agosto, y luego de más de 12 horas de discusión, la Cámara de Representantes aprobó la norma que regula la eutanasia y el suicidio médicamente asistido con 64 votos a favor y 29 en contra. Acompañaron todos los diputados del Frente Amplio, salvo Álvaro Lima; además 13 colorados, cuatro blancos y el único representante del Partido Independiente. Cabildo Abierto e Identidad Soberana no brindaron apoyos.

Cuatro días más tarde, el 17 de agosto, en el podcast La alegría del Evangelio —emitido por la Iglesia Católica de Montevideo—, el cardenal Daniel Sturla sostuvo que, más allá de las intenciones de los legisladores, la discusión supone “sin duda un combate entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas y entre el bien y el mal”. Y remató con una exhortación inequívoca: “un cristiano tiene que estar preguntándose quiénes votaron a favor de esta ley y quiénes votaron en contra, porque allí también hay un discernimiento a realizar después a la hora de votar”.

Sturla configura de esta forma una orientación electoral explícita, basada en un criterio confesional, frente a una ley debatida y aprobada en el Parlamento.

Iglesia y estado asunto separado

La oposición de la Iglesia Católica a la eutanasia es sostenida y pública. En abril, la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) difundió un documento según el cual “causar la muerte de una persona enferma no es éticamente aceptable” y que “el médico nunca debería ser partícipe de una conducta que cause activamente la muerte a otro ser humano”. Concluye que “matar al enfermo no es ético ni siquiera para evitarle el dolor y el sufrimiento, aunque él lo pida expresamente… En última instancia, esa acción constituye un homicidio llevado a cabo en contexto clínico.”

El 5 de agosto, integrantes del consejo permanente de la CEU —Milton Tróccoli, Daniel Sturla y Heriberto Bodeant— se reunieron en la Torre Ejecutiva con el presidente Yamandú Orsi. Tras el encuentro, Bodeant subrayó que el eje fue fomentar los cuidados y el acompañamiento para evitar “terminaciones de vida de forma no natural”, y aclaró que no plantearon la opción de un veto. Esa línea se refuerza en el elogio de Sturla a Hospice San José, un centro católico de cuidados paliativos.

¿Libertad de expresión o injerencia?

Ese es un disenso legítimo en democracia: promover alternativas, ofrecer evidencia clínica y ética, fortalecer redes de cuidado. La frontera se cruza cuando el liderazgo eclesial traslada el disenso moral al terreno electoral, sugiriendo a los fieles votar o castigar a representantes por su adhesión a una política pública que, en Uruguay, se decide en clave republicana, no doctrinal.

Que la Iglesia se pronuncie no es, en sí, un problema: goza de libertad de expresión. La cuestión es cómo se pronuncia y con qué efecto buscado. Cuando se enmarca el debate en coordenadas de “bien y mal”, “luz y tinieblas” —categorías teológicas— y se pide “discernir a la hora de votar” en función de una ley debatida por representantes civiles, el mensaje opera como presión confesional sobre el sufragio.

En un Estado laico, los funcionarios públicos deben justificar sus decisiones en razones públicas accesibles a todos, no en dogmas particulares. Las iglesias pueden y deben aportar visiones al foro público, pero sin pretender que su norma interna se vuelva norma común. El riesgo de los dichos de Sturla no es la defensa de una convicción moral, sino la traslación de esa convicción al arbitraje electoral, desdibujando la autonomía de la política y el pluralismo de la ciudadanía.

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