Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Columna destacada |

El caso Kavanaugh y la multihipocresía yanqui

Por Rafael Bayce.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

El candidato de Donald Trump a la Suprema Corte de Justicia Federal, el juez Brett Kavanaugh, fue sometido a una audiencia pública de evaluación por un Comité del Senado (11 republicanos, 10 demócratas) como parte del camino a recorrer desde candidato a ministro. De ser aprobaba, una posterior instancia a cargo del plenario senaturial confirmaría o no al juez en su nuevo cargo.

Una absurda denuncia de acoso sexual en su contra, hace 36 años, abrió un show de hipocresías, típico de las políticas interna y externa de Estados Unidos, cada vez más repugnante desde fines del siglo XIX. Dejo claro que no tengo la menor simpatía por Kavanaugh, ni por sus características ni como candidato de Trump. Pero está siendo tan inmundo e hipócrita todo el proceso que creo que vale la pena analizarlo aunque de ello pueda resultar una defensa de Kavanaugh, Trump y los republicanos.

Una multimediática instancia senaturial, globalmente transmitida (desde Uruguay pudo verse por la cadena inglesa BBC), enfrentó a Kavanaugh con una denuncia de una doctora psicóloga, como víctima suya por un ‘asalto sexual’ en 1982. La absurda acusación (como veremos sin prueba alguna) podría provocar dudas sobre su integridad moral, que no debería existir para su designación, según la Constitución. Otro caso de mediatización pseudolegal de la política, en este caso ni siquiera judicial, pero siempre formal y mediática para su mejor impacto.

El gran objetivo político en juego, para los republicanos, era designar lo más pronto posible, en ese lugar clave, y antes de que la denuncia pudiera afectar la opinión pública electoral para la renovación parcial del Senado en octubre, a un enemigo de las políticas progresistas demócratas de Barack Obama, a un partidario de las de Trump, y a un duro escollo a cualquier tentativa de la destitución del actual mandatario, cada vez más probable. El objetivo demócrata era, sin más, dilatar la designación de Kavanaugh para que la continuidad del escándalo los favoreciera en la elección de renovación parcial del Senado de octubre y pueda así cambiarse la mayoría actual republicana por una demócrata. Ello evitaría la asunción de Kavanaugh, el apoyo legal a las políticas de Trump y el blindaje legal contra su destitución o similares. Pero, y que quede claro, no se debe hacer y decir cualquier cosa por una causa política; así, la convivencia se vuelve imposible.

 

La acusación de supuesto acoso

Con una voz cascada y pequeñita, casi llorosa y aire de virgen mancillada pero firme en su valiente exposición pública, ella dijo que lo hizo por ‘deber cívico’ (tardíamente sentido, por cierto). Se la vio sencillamente vestida, con un distraído mechón dificultándole la lectura. En definitiva, un personaje de telenovela con un toque de Hollywood (*) y aderezado con títulos legales y psicológicos, sumando trabajo en importantes universidades para prestigiar su versión y equilibrar el CV de Kavanaugh.

Ella denuncia que en una noche de un fin de semana del otoño de 1982, se volvió sobreviviente traumatizada por un ataque sexual duro, de Kavanaugh, en presencia de un amigo (identificado por ella, pero que niega su presencia). Afirmó estar cien por ciento segura de que había sido Kavanaugh. Según el testimonio, la arrojó a una cama de dormitorio, toqueteó y casi asfixió para tapar sus gritos, haciéndola temer hasta por su vida. También, para paladar de las militantes feministas, dijo que sus atacantes se reían del hecho y se burlaban de ella, y que eso fue otra de las cosas que considera más negativas, junto a la semiasfixia que habría padecido.

Sin embargo, no sólo no dio la menor precisión de fecha, ni lugar ni hora del hecho, sino que ninguna persona supuestamente presente entonces ha recordado haber estado presente, ni en la reunión ni mucho menos en el asalto sexual a cargo de Kavanaugh y su amigo Judge. De hecho, los otros tres miembros de esa supuesta reunión negaron por carta recordar algo sobre el suceso denunciado. Lo mismo testimonió Kavanaugh.

Es ella contra el mundo, sin nadie que reconozca nada de lo que ella alega, ni precisión suficiente en las circunstancias como para que todo sea investigado. Y esta imposibilidad de verificación hace casi imposible, tanto una investigación del FBI que podría profundizar en los hechos -como se ha resuelto hacer antes de que todo pase al plenario del Senado- como una denuncia judicial penal o civil. Solamente militantes siglo XXI, para quienes una mujer, hasta una asesina serial, es víctima con razón y defendible por el mero hecho de ser una mujer alegando algo, mientras que un varón, de por sí, es victimario.

Manifestar a favor de una persona con un recuerdo tan impreciso y endeble, y en contra de alguien sin el menor indicio en su contra, con las consecuencias laborales sociales y familiares que tal acusación insustentada tuvo y puede tener, es una barbaridad que mueve a defender a quien le tocó sufrir eso en suerte, aunque tenga antecedentes conservadores y sea recomendado de Trump. Para que no se repita y generalice. Judicialmente, una denuncia imposible de proseguir. Políticamente, sólo con un gran circo mediático local, nacional y global podía funcionar; y sólo apto para fanáticos que juzgan a priori por prejuicio, o para melodramáticos telespectadores de novelas.

 

El alegato indignado de Cavanaugh

Como era de esperar, luego de la denuncia, y pese a que supuestamente no supo su contenido -cosa que no creo-, respondió perfectamente tan flojo discurso. Subrayó su CV sin manchas como estudiante y profesional, agregó adhesiones de estudiantes, colegas y conocidos a su favor, su cien por ciento de seguridad de que no conocía a la denunciante, ni había estado nunca con ella, ni menos acosado, ni a ella ni a nadie. Según su diario íntimo, ni siquiera habría estado en el área por la fecha de la reunión indicada vagamente por la denunciante, pero agregó que su nombre, su familia, su futuro como docente, como coach deportivo juvenil, habían sido afectados por una maniobra política burda y circense.

Cavanaugh mostró alternantes emociones, como indignado por la maniobra política y dolido por el daño hecho a su nombre y su familia. Como la doctora denunciante, demostró excelente calificación de Hollywood y del Actor’s Studio; tanto en guion, gestualidad y coreografía, más que necesarias como melodrama popular globalizado.

 

Repugnancias e hipocresías

Uno. De diversos modos, denunciante y denunciado, en especial este, tuvieron su honor público, prestigio familiar, autoimagen y ventura laboral afectados. Todos ellos fueron marionetas de un juego de poder interpartidario, para mayor gloria de la prensa y de las militantes de género. Tuvieron la exquisita hipocresía de disculparse por haberlos convocado a una audiencia pública dañina peligrosa; como si lamentaran haber tenido que hacerlo; pero no se precisaba, ni para dilucidar la verdad de los hechos alegados, ni para decidir sobre la candidatura del juez ni como recurso preelectoral. Una cruel bosta para ambos, sus familias y conocidos, para mayor gloria también del circo senaturial y para los votantes de cada elocuente discursante en el show. A los intereses políticos estadounidenses, en todos sus niveles, les importa poco la gente: matan, torturan, detienen, difaman, usan, apoyan dictadores, sin problemas. Para cualquier instancia política interna, como en el caso visto, pero también para cada objetivo geopolítica imperial; eso sí, tras bambalinas, y en medio de gárgaras democráticas y moralistas, sirve hasta el sacrificio de los suyos (Pearl Harbor, 11/9/2001), de masas inocentes (Hiroshima, Nagasaki) o balcanizaciones recomendadas sofisticadamente por Brzezinski y Kissinger que hoy cubren de sangre Medio Oriente. Repugnante hipocresía.

Dos. La supuesta veracidad de los dichos y de los hechos presentados en el show se basó explícitamente en que fueron hechos bajo juramento; por lo cual, de resultar falsos, podrían constituir delitos federales de perjurio, encubrimiento o prevaricato para los declarantes. Parece impresionante, pero en realidad, como hechos y dichos serán inverificables, por la vaguedad e imprecisión de la denuncia, de por sí o por negativa de los involucrados (ni si interviene el FBI), jamás se sabrá la verdad ni la realidad de lo alegado; y por lo tanto jamás se podrá saber si hubo perjuros, encubridores, prevaricadores o mentirosos. No había riesgo real, entonces, en medio del riesgo abstracto vociferado, al mentir u ocultar. No existe la menor seguridad sobre la veracidad de los testimonios ni sobre la realidad de los hechos alegados por la denunciante, por el denunciado ni testimonios relacionados. Sólo las militantes de género quieren creer en eso, porque les conviene o por fanatismo desarrollado; otra inmoralidad. Espectáculo políticamente proselitista de consumo. Caso hiperreal, lucro mediático, inescrupulosidad política, show cholulo. Otra repugnante hipocresía. Así está el mundo, amigos.

 

La ambigüedad de las cosas

Así como he reflexionado y escrito todo lo anterior sobre el circo yanqui, pienso que Kavanaugh puede haber perfectamente perpetrado el acto de acoso denunciado, que no se pudo ni se podrá probar. Porque desde su estereotipo de adulto catolicón y conservador de familia con misa dominguera actual, pero con un pasado de muchachón machista, estudiante fiel a un perfil de popularidad que incluye deporte, alcohol y mujeres, puede haber hecho cosas como esa, aunque ahora no las haría y las ve retroactivamente con indulgencia como ‘cosas de jóvenes’. Sin duda, de ser así, debe pensar que debería ocultarlo si aparecieran denuncias hoy, a la luz pública, como algo superado y comprensible, que no representa su moralidad actual.

Sé que es una falacia de división lógica, un exceso metonímico; pero teníamos que dejar constancia, al defenderlo en esa instancia concreta, de que no lo conceptuamos como improbable acosador; aunque no se pueda probar y creamos que casos tan lejanos en el tiempo no deberían ventilarse públicamente, sino que deberían prescribir, social y legalmente.

Porque las moralidades tan lejanas eran diferentes a las actuales. Un joven en busca de popularidad contemplaría conductas que ahora rechazaría sin condenarse por ellas, sino leyéndolas con indulgencia coyuntural históricamente relativa; también una chica de la época, en una reunión privada íntima con alcohol, sabía que podía arriesgar sufrir conductas como esa, mucho peor vistas hoy que en su momento de ocurrencia. Porque si bien una mujer acosada tanto tiempo atrás merece toda la atención íntima y profesional, lejos están de ser positivos estos circos postraumáticos que no resuelven nada, sino alimentar pequeñeces político electorales y fanatismos militantes.

 

(*) Excluyo el nombre de la denunciante porque es irrelevante, ya que es solo un personaje construido e intercambiable, apenas interesante para algún buscador de talentos para alguna serie políticamente correcta, de moda y lacrimógena con mujeres de víctimas.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO