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Política

Caso Manini Ríos

El cisne negro

Manini representa la metáfora de la teoría del cisne negro, elaborada para dar cuenta de un evento inesperado y de gran impacto que, a posteriori, es explicado como si se hubiera previsto que ocurriera.

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Por Javier Zeballos

La teoría del cisne negro fue expuesta por Nassim Nicholas Taleb, un investigador matemático nacido en Líbano en 1960 y emigrado a Estados Unidos.  Es miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York y profesor de Ciencias de la Incertidumbre en la Universidad de Massachusetts y en la London Business School.

Según el resumen de su libro publicado por Planeta en 2007, “El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable”, Taleb explica que cada cisne observado era blanco, lo que condujo a pensar que todos los cisnes eran blancos. Pero bastó con que se descubriera un cisne negro para “invalidar el enunciado derivado de miles de años de observaciones confirmatorias de cisnes blancos”.

Taleb recuerda que un cisne negro debe reunir tres condiciones: ser inesperado, causar gran impacto y suscitar explicaciones posteriores que den la impresión de que pudo haber sido previsto. El brexit en Inglaterra o el triunfo de Donald Trump en EE.UU suelen ser relacionados con esta teoría en boga, pero en la política uruguaya de las últimas décadas, a veces tan previsible, Manini Ríos es el único cisne negro que puede alardear de tal trío de condiciones. La duda radica en si será capaz de desplegar su plumaje y alzar el cuello, o si volverá ser un patito feo despreciado por los demás.

Vale recordar que en el famoso cuento de Hans Christian Andersen el pato era despreciado por sus hermanos, que no eran tales, quienes lo marginaban por su tamaño y un comportamiento torpe con el cual no soportaban identificarse. La analogía puede encontrarse fácilmente si recordamos su video antes del balotaje, algunas de sus declaraciones, el encubrimiento de crímenes de la dictadura y un pasado opaco en años dictatoriales.

 

Aires de familia

Si cada familia es un mundo, la coalición multicolor logró juntar el cielo y el infierno para, con mucho marketing electoral, darle un aire de familia. Lo que no puede ocultar es al pariente indeseable que ya no es un convidado de piedra sino una figura incómoda.

Desde niños nos machacan con que la familia es la unidad de la sociedad. Vaya si lo repetían en los años de la dictadura en las clases de Educación Moral y Cívica personajes oscuros, la mayoría sin siquiera ser profesores y con más de un represor camuflado en las aulas.

Y si hablamos de la familia, en la política de los llamados partidos tradicionales es insoslayable el peso de los Batlle y de los Herrera. Un Jorgito muy mayor fue el último en desbarrancar el país antes del primer gobierno de izquierda. Ahora Luisito es el que asume la restauración solapada después de tres lustros con gobiernos consecutivos del Frente Amplio.

Si aquellas familias ideológicas arrastraban enconos sangrientos, tenían en cambio sus afinidades bordadas en tantos repartos del Estado con el famoso tres y dos. Sin embargo, la única posibilidad de retornar al gobierno (de otros poderes nunca soltaron el mango) fue mediante una variopinta coalición que se para con línea de cinco pero juega con línea de tres: Lacalle-Talví-Manini.

Si los parientes menores, Novick y Mieres –aunque sobrerepresentados en relación a sus fracasos electorales propios–, pretenden una notoriedad que solo agrega algo de color, Manini Ríos, por el contrario, es un pariente indeseado pero imposible de sacar de la fiesta.

 

Incomodando

Ya conocemos el derrotero de Manini hasta nuestros días. El punto es si dejaremos de dar explicaciones sobre lo sucedido con la pretensión de haberlo presentido, para concentrarnos en estudiar a fondo sus comportamientos y establecer sus nexos con los intentos que no solo implican una mera restauración en favor de la derecha neoliberal, sino que además se propone un orden social basado en el control por la fuerza y donde la democracia se mantendría si es funcional a tal régimen.

Manini logró darle una visibilidad inesperada a una ultraderecha que no había podido canalizar electoralmente sus apetencias políticas desde el fin del pachequismo. Para mejor, lo hace con su propio partido político, lo que le permite ser clave para el triunfo de la coalición de toda la derecha, pero también seguir jugando su juego. Y en ese sentido, si ya fue un error circunscribirlo a un partido militar o encasillarlo como la expresión de la familia militar, tampoco se lo debe reducir a Cabildo Abierto.

Deberíamos comenzar a entender que, sin Manini Cabido, Abierto no existiría ni siquiera como efecto residual en el mapa electoral, pero, sin Cabildo Abierto, Manini, como líder, tiene más margen de maniobra, para decirlo en términos castrenses. No se trata de salir ahora a predecir que el fascismo renovado se divida, sino de tratar de comprender que Manini parece tener su propia hoja de ruta y Cabildo Abierto, con tanto personaje ignoto pero siniestro en sus filas, bien puede ser un lastre en sus ambiciones. Porque de la misma forma que Manini es incómodo para otros integrantes de la coalición, sus propias huestes pueden incomodarlo o estrecharle el camino. Y Manini se mueve con la lógica del ordeno y mando.

La pregunta que debemos hacernos es si acaso esta derecha resurge envalentonada tan solo para ocupar un ala que arrastre votos al gobierno de la elite blanca y colorada, que a menudo los despreció y a la que ellos mismos también vieron como sospechosa de liberalismo y hasta “libertinaje político” para decirlo en sus propios códigos, o si su ilusión es acumular para sus propios fines. Semejantes aspiraciones fascistas nunca cuajaron en nuestro país mediante el crecimiento electoral sino impuestas por la fuerza, desde el poder o por asalto al mismo.

Es un cerco que Manini, probablemente, quiera cruzar en algún momento para no quedar atrapado. Pero en este período, estará obligado a un doble juego: mantenerse en la coalición, incluso consolidarla aunque sea bajo uno de los lemas tradicionales para las departamentales de mayo, pero diferenciarse constantemente para crecer y aspirar a ser quien lidere la coalición, descartado ya el sueño de una “vía Bolsonaro” al poder. Porque, más allá de su sorpresa e impacto, también es necesario asentar a Manini en su escala real.

El problema para la coalición a partir del 1º de marzo será convivir en una gestión que pasará a expresarse en políticas concretas que hasta ahora lograron ser ocultadas. Sin embargo, sus impactos en la sociedad uruguaya no podrán esconderse. Y Manini ya desnudó su estrategia de captura de los ministerios de Salud y Vivienda para su uso “bonapartismo” del Estado (Ver Caras y Caretas del 8 de diciembre de 2019).

Resta saber si acaso Manini buscará ser y no ser, estar y no estar, para tratar de mandar solo en un futuro, o se integrará a una derecha que comprende sus limitaciones y apuesta a su cohesión. Por eso, para la izquierda, es necesario asumir que su amplitud les permitió presentar un arco electoral que revirtió por primera vez la acumulación histórica del Frente Amplio. Ahora debemos actuar para impedir la profundidad de su agenda restauradora. Y en política sigue siendo muy importante quién aísla a quién.

 

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